domingo, 26 de mayo de 2019

La escena europea


    Varios acontecimientos de los últimos tiempos permiten girar la vista con cierto detenimiento al panorama político que presenta el Viejo Continente, a partir, especialmente, del recrudecimiento de los movimientos de ultra derecha que empiezan a tomar forma en los principales países de la Unión Europea, en una dinámica que tiene también su correlato en otras latitudes, como es el caso de América, donde dos de los más importantes países del continente son gobernados por líderes políticos de esa tendencia. Uno de ellos, Donald Trump, en los Estados Unidos; y el otro, Jair Bolsonaro, en el Brasil. Con las consecuencias que ya todos vemos por estos días.
    Pero volviendo a Europa, dos hechos cruciales de las últimas semanas confirman un fenómeno que viene creciendo con una fuerza que ha despertado legítimamente las alarmas de los sectores democráticos en sus respectivos países. El primero, acaecido a fines de abril, con las elecciones españolas, ha visto por primera vez insurgir en el espectro político ibérico a un partido que se reclama en la práctica heredero de las fuerzas más oscuras de la tradición hispana. El partido de ultra derecha VOX representa sin una pizca de duda al franquismo redivivo, al fascismo de pelaje gris que colorea diversas regiones del mapa político europeo. Si bien en dichos comicios el PSOE ha obtenido la mayor votación, VOX ha conseguido un significativo número de representantes al parlamento, los primeros que consigue la extrema derecha en un país que parecía inmune a los populismos de esa estirpe.
    El segundo ha tenido lugar a comienzos de mayo, cuando en la ciudad italiana de Nápoles, el líder de la Liga, vicepresidente y ministro del Interior Matteo Salvini, ha logrado congregar a los más conspícuos representantes de la extrema derecha europea, con la única excepción de la francesa Marine Le Pen, pero cuyo partido ha estado presente en la cita que ha servido para trazar estrategias que han de seguir al unísono estas fuerzas retrógradas en diversos aspectos de la problemática de la Unión, especialmente con respecto a la inmigración, álgido asunto que ha puesto en tela de juicio la esencia misma del proyecto comunitario, por las desinteligencias mostradas en el liderazgo de su gestión y por la férrea oposición de los  gobiernos a cuya cabeza están políticos que defienden la xenofobia y la discriminación.  
    El caso de Hungría es perfectamente conocido, siendo la visita reciente de su presidente Viktor Orbán a la Casa Blanca, donde fue recibido por su homólogo y modelo político Trump, la imagen que mejor ilustra estos tiempos que corren, dominada por figuras que han resucitado una ideología que hace cien años exactamente irrumpió en una Europa que acababa de salir de una cruenta guerra que asoló el Viejo Mundo por cuatro largos y atroces años. La marcha sobre Roma, en l922, con Mussolini a la cabeza y sus camisas negras de cuerpo de choque, fue la génesis de uno de los totalitarismos más revulsivos y nefastos de la historia, que tuvo su clímax en el nazismo de Adolph Hitler en la Alemania de los años treinta.
    Lo mismo pasa en Holanda, en Polonia, en Austria, en Francia, en la mismísima Alemania, donde la bestia negra del fascismo alza su hocico feroz amenazando con su aliento mefítico a las pacíficas sociedades democráticas de occidente con instaurar una era de terror, persecución y oscurantismo como no se conocía desde hace casi un siglo. Esto no nos debe hacer olvidar, por supuesto, el clima social y político, los avatares económicos que han incubado al nuevo monstruo, responsabilidad que deben asumir quienes no han podido estar a la altura de los desafíos contemporáneos en la dirección y sostenimiento del proyecto comunitario, que sin duda es uno de los resortes fundamentales para el establecimiento de una sociedad igualitaria y justa, la más avanzada civilización sobre la faz de la tierra.
    Sin embargo, las crisis económicas, los desajustes sociales, los problemas financieros de la deuda, la migración, el absurdo Brexit y otros que enfrenta la Unión Europea desde hace una década, no pueden justificar jamás una respuesta de este tipo, que signifiquen el encumbramiento de fuerzas destructivas que vayan a socavar los cimientos sobre los que se ha erigido el edificio comunitario, atentando contra los principios democráticos y sus políticas de asistencia y solidaridad que han llevado adelante un estado de bienestar, que aparentemente empieza a resquebrajarse, quizás, pero que exige salidas más inteligentes y mesuradas que aquellas que propone el populismo cerril y crudo de los nacionalismos a ultranza y los fascismos resucitados.
    Tres hechos finales que terminan de configurar esta peliaguda escena son, en primer lugar, la crisis política en Austria, con la renuncia del vicepresidente Heinz-Christian Strache, envuelto en una trama de corrupción al revelarse unos vídeos donde transa acuerdos ilícitos con la hija de un magnate ruso. Con él también se han ido los ministros del partido de ultraderecha FPÖ, miembro de la coalición de gobierno con el ÖVP del primer ministro Sebastian Kurz, quien de inmediato ha convocado a elecciones anticipadas. El segundo acontecimiento ha sido la dimisión de la primera ministra inglesa Theresa May, al fracasar su plan de salida de la Unión Europea, lo que agrava el panorama en el Reino Unido con respecto a las negociaciones por el Brexit; y finalmente, las elecciones al Parlamento Europeo, donde a pesar del crecimiento de los partidos euroescépticos y conservadores, los proeuropeos todavía son mayoría, resultado que puede dar un respiro momentáneo a los defensores de la Unión, pues lo fundamental es abocarse ahora a la reconstrucción del tejido comunitario para que siga siendo la gran alternativa hacia la consolidación de una Europa auténticamente democrática y ejemplar como modelo de sociedad.

Lima, 26 de mayo de 2019.
      

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