martes, 15 de octubre de 2019

Ricardo Palma: cien años


    Este 6 de octubre se han cumplido los primeros cien años de la muerte del más importante escritor peruano del siglo XIX, autor de una obra valiosa en varios sentidos, tanto en el aspecto de creación literaria como en el de su rol como director de la Biblioteca Nacional durante los años aciagos de la Reconstrucción Nacional. Pero sobre todo es recordado por un libro memorable, que ya es un clásico de las letras peruanas y americanas: las Tradiciones Peruanas.
    Es reconocido en todo el continente por su heroica labor al frente de la Biblioteca Nacional, cuya reconstrucción después del desastre, saqueo incluido, de la guerra con Chile, emprendió con un denuedo inaudito. Tal demostración cabal de compromiso cívico y patriota le valieron la admiración y el agradecimiento –no sé si suficientes– de un país que nunca ha sido muy propenso al fervor de los libros y la cultura en general. Amigos de las tres Américas lo auxiliaron en esta vasta y titánica tarea que es otro de sus legados perdurables.
    Cuenta Octavio Paz que su abuelo, Ireneo Paz, que también era escritor, mantuvo alguna correspondencia con el tradicionista, de quien tenía en su biblioteca un retrato en una colección de tarjetas sostenidas en una especie de atril con su firma correspondiente, al lado de otras tantas figuras de las letras de la época, situación que lo sitúa en un lugar preponderante en la cultura de nuestra América.
    Leer el conjunto de sus tradiciones me ha deparado una de las experiencias más gratas y placenteras en mi vida de lector, desde aquella vez en que estando aún en el colegio leímos en la clase de literatura esas sabrosas historias que mezclaban ficción y realidad–, gozando de ese estilo lleno de gracejo y buen humor que traslucía tras la anécdota, llevándonos a los escenarios del pasado colonial–, hasta el presente en que releo gran parte de sus más de trescientas tradiciones, saboreando cada relato como un preciado obsequio de un hombre que después de cien años de su partida, sigue presente en este sorprendente y proteico siglo.
    Fue en aquella ocasión en que me atreví, siendo un simple mozuelo de quince años, a escribir mis primeras impresiones de la obra, que empezaba a conocer, de este limeño singular que tuvo la feliz intuición de crear un género nuevo en el que no ha podido ser superado. No recuerdo exactamente lo que decía yo esa vez, aunque no debía ser nada novedoso ni original, pues seguro que me limitaba a parafrasear lo que probablemente había leído en alguna reseña bibliográfica, en una publicación periodística o en una biografía escolar. Pero después emprendería una lectura sistemática y rigurosa de cada una de esas piezas maestras de ingenio, talento narrativo y gracia sin par.
    Además de esta obra mayor, don Ricardo Palma también es autor de otros libros que constituyen aportes valiosos a nuestra literatura, como es el caso de Anales de la Inquisición de Lima, cuya primera edición data de 1863, donde el autor realiza un estudio histórico de una institución que fue fundada por orden del Papa Sixto IV en 1483, siendo su primer Inquisidor General el siniestro Tomás de Torquemada, y que se estableció en la Ciudad de los Reyes el 7 de febrero de 1569 por Real Cédula emitida en Madrid por mandato del rey Felipe II, siendo virrey del Perú don Francisco de Toledo. El licenciado Serván de Cerezuela se encargó de la organización del Tribunal del Santo Oficio.
    El primer auto de fe se celebró el 15 de noviembre de 1573 en la Plaza Mayor: seis herejes fueron penitenciados y el francés Mateo Salade fue el primero que ardió en la hoguera. La obra es un registro minucioso de hechiceros, bígamos, blasfemos, judíos judaizantes, relajados, luteranos, etc., sometidos a penitencia por la Inquisición. El más feroz de los tribunales, según abundantes testimonios, usaba tres géneros de tormentos: la garrucha, el potro y el fuego. Las imágenes de procesiones con reos vistiendo sambenito, soga al cuello y vela verde fueron cosa corriente por aquellos años.
    El Santo Oficio penaba por leer a Voltaire, Rousseau, Diderot, algunos de los hombres más brillantes del siglo XVIII. Ello es sin duda expresión de la más reverenda estupidez, producto del fanatismo y del fundamentalismo más rancio y obtuso. La infernal institución se abolió por decreto expedido en Cádiz por las Cortes del reino, el 22 de febrero de 1813, que el virrey Abascal hizo promulgar por estas tierras recién el 23 de septiembre del mismo año.
    En mis años de estudiante visité el local donde funcionó el tenebroso Tribunal, ahora convertido en museo, sorprendiéndome toda esa parafernalia del horror increíblemente concebida por mente humana so capa de proteger los principios de una fe. Eran crímenes aparatosos y teatralizados llamados eufemísticamente autos de fe, infligidos por auténticos jueces del infierno.
    Se puede afirmar que don Ricardo Palma fue, sobre todo, el gran tradicionista de Lima, y que su obra cumbre debió llamarse con todo rigor “Tradiciones Limeñas”, pues amén de alguna que otra tradición ambientada en el Cuzco o Arequipa, la mayoría abrumadora de ellas tienen como escenario la antigua Ciudad de los Reyes. Su espíritu criollo y zumbón le sirve para dotar a sus narraciones de esa pátina de celebración y júbilo propios de una visión optimista y festiva de la vida, aun cuando muchos de los hechos narrados posean un carácter luctuoso y desdichado.
    La actividad lingüística fue también otra de sus preocupaciones constantes, recogiendo centenares de vocablos de estas tierras que tuvo ocasión de presentarlos, para su admisión, en la misma Real Academia de la Lengua Española, aporte que en su mayor parte le fue denegado, hecho que fue motivo de un ligero entredicho con la pomposamente llamada Docta Corporación Matritense. Producto de esta vena de sus intereses filológicos es el sabroso libro Papeletas lexicográficas, un estudio prolijo de un conjunto de palabras de origen peruano que han pasado a enriquecer con el tiempo la lengua castellana.
    Decenas de calles, avenidas y plazas del país llevan su nombre, así como instituciones de la más variada índole, amén de monumentos que le rinden homenaje, pero el verdadero tributo a la memoria de su egregia figura es definitivamente la lectura gozosa y agradecida de esa prosa singular donde están condensados todo ese carácter y espíritu juguetón de peruano ejemplar.        
   
Lima, 6 de octubre de 2019.
          

No hay comentarios:

Publicar un comentario