miércoles, 2 de octubre de 2019

La batalla por el clima


    La semana de protestas y manifestaciones contra el cambio climático iniciadas el pasado 20 de septiembre en Nueva York, se ha cerrado este viernes 27 con una huelga mundial por el clima: desde Montreal –donde ha estado Greta Thunberg encabezando la marcha pacífica– hasta Wellington, desde Barcelona hasta Hanoi, desde Milán hasta Estocolmo, miles de activistas, sobre todo jóvenes como la adolescente sueca líder de esta campaña, han dejado sentir su voz de alerta y reclamo ante la inacción de los dirigentes mundiales frente al problema número uno que amenaza la existencia humana en el planeta. Se podría decir que el rostro de las movilizaciones ha sido esencialmente juvenil.
    El poderoso, contundente y diáfano discurso pronunciado por la activista sueca Greta Thunberg en el marco de la Cumbre de las Naciones Unidas en su sesión del lunes, no puede haber sido más elocuente. En su mensaje, ha desnudado las carencias y los vacíos que las autoridades y gobernantes de los principales países concernidos en esta problemática han exhibido ante uno de los retos más cruciales de nuestros tiempos. Les ha espetado que están robándole sus sueños, que constituye algo insólito que una chica de su edad tenga que haber hecho esta travesía por el océano Atlántico en velero para asistir a ese encuentro cuando tendría que estar en su colegio recibiendo sus clases como cualquier otra estudiante del mundo.
    Esas marchas y protestas impulsadas a nivel global a través de la campaña Fridays for Future, con el decisivo protagonismo de las generaciones más jóvenes, aquellas que vivirán con mayor encarnizamiento ese mañana tan lúgubre que se ha vaticinado si no se hace nada al respecto, han servido de clarinada para que los políticos y los mayores comiencen a tomar conciencia y asumir el rol que les cabe en una lucha que debe corresponder a toda la humanidad.
    Las evidencias científicas del cambio climático son tan incontrastables, así como la responsabilidad humana en su generación, que pretender rebatirlas o negarlas, como hacen algunos con afanes inconfesables, sólo puede obedecer a una dosis de enorme irresponsabilidad, a intereses económicos en juego o sencillamente a una supina ignorancia. Nadie puede ignorar la estrecha relación de los negacionistas con los dueños de las grandes corporaciones de empresas ligadas al uso de combustibles fósiles, ni tampoco su cercanía con grupos de fanáticos y fundamentalistas que arguyen motivaciones insostenibles para desconocer una realidad tan patente y clamorosa.
    El grupo de expertos que asesoran a las Naciones Unidad –IPCC por sus siglas en inglés– han demostrado con suficientes pruebas de carácter científico las causales de desaparición de los glaciares, del aumento del nivel de los océanos, así como de la lenta erosión del permafrost, el hielo permanente de los suelos que permite concentrar los gases de efecto invernadero que al ser liberados contribuyen a la elevación de la temperatura. Todo ello a su vez factor desencadenante de importantes alteraciones de los fenómenos meteorológicos, como huracanes y tifones, que sumados a los incendios forestales como el de Brasil, Paraguay y Bolivia de hace unas semanas, poseen un peligroso potencial destructivo que dañan irremisiblemente las condiciones del clima en la Tierra.
    Dos figuras visibles de la cerrazón y la necedad ante un problema de esta magnitud son, lastimosamente, presidentes de países gravitantes en el contexto internacional. El primero es el mandatario estadounidense Donald Trump, caracterizado por sus desplantes infantiles y por asumir posiciones retrógradas en muchos aspectos de la política mundial, llegando a declarar sin un ápice de rubor que los verdaderos demócratas no son aquellos que asumen posturas globales sino los patriotas, en una demostración más de su anquilosado aislacionismo y de su concepción reduccionista y ególatra de las relaciones internacionales. Prueba de ello es el haber retirado a EE UU del Acuerdo de París, el único foro mundial que podía comprometer a las potencias del orbe en la lucha contra el calentamiento global. El otro es el presidente brasileño Jair Bolsonaro, émulo del primero y su versión tercermundista, quien ha llegado al despropósito de decir que la Amazonía no es el pulmón de la humanidad, ni que la soberanía de ella concierna a otro país que no sea el suyo, cuando lo que está sobre el tapete de la preocupación mundial no es el tema de la soberanía, sino la protección y preservación de la más grande e importante selva tropical del planeta.
    A ambos pequeños hombres, zafios e insulsos, una adolescente de 16 años –casi una niña– les ha dado una valiosa lección de madurez y sabiduría, erigiéndose en representante y símbolo de toda una generación que por primera vez en la historia llama la atención a los adultos sobre su responsabilidad de un futuro que parecen no entender, un futuro que ya es un hoy para millones de esos jóvenes que sienten que los plazos se terminan, que ya no es tiempo de discursos sino de acciones, y que el desafío del cambio climático es la más dramática encrucijada a que se enfrenta la humanidad.

Lima, 27 de septiembre de 2019.
     

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