La semana de protestas y manifestaciones
contra el cambio climático iniciadas el pasado 20 de septiembre en Nueva York,
se ha cerrado este viernes 27 con una huelga mundial por el clima: desde
Montreal –donde ha estado Greta Thunberg encabezando la marcha pacífica– hasta
Wellington, desde Barcelona hasta Hanoi, desde Milán hasta Estocolmo, miles de
activistas, sobre todo jóvenes como la adolescente sueca líder de esta campaña,
han dejado sentir su voz de alerta y reclamo ante la inacción de los dirigentes
mundiales frente al problema número uno que amenaza la existencia humana en el
planeta. Se podría decir que el rostro de las movilizaciones ha sido
esencialmente juvenil.
El poderoso, contundente y diáfano discurso
pronunciado por la activista sueca Greta Thunberg en el marco de la Cumbre de
las Naciones Unidas en su sesión del lunes, no puede haber sido más elocuente.
En su mensaje, ha desnudado las carencias y los vacíos que las autoridades y
gobernantes de los principales países concernidos en esta problemática han
exhibido ante uno de los retos más cruciales de nuestros tiempos. Les ha
espetado que están robándole sus sueños, que constituye algo insólito que una
chica de su edad tenga que haber hecho esta travesía por el océano Atlántico en
velero para asistir a ese encuentro cuando tendría que estar en su colegio
recibiendo sus clases como cualquier otra estudiante del mundo.
Esas marchas y protestas impulsadas a nivel
global a través de la campaña Fridays for Future, con el decisivo protagonismo
de las generaciones más jóvenes, aquellas que vivirán con mayor encarnizamiento
ese mañana tan lúgubre que se ha vaticinado si no se hace nada al respecto, han
servido de clarinada para que los políticos y los mayores comiencen a tomar
conciencia y asumir el rol que les cabe en una lucha que debe corresponder a
toda la humanidad.
Las evidencias científicas del cambio
climático son tan incontrastables, así como la responsabilidad humana en su
generación, que pretender rebatirlas o negarlas, como hacen algunos con afanes
inconfesables, sólo puede obedecer a una dosis de enorme irresponsabilidad, a
intereses económicos en juego o sencillamente a una supina ignorancia. Nadie
puede ignorar la estrecha relación de los negacionistas con los dueños de las
grandes corporaciones de empresas ligadas al uso de combustibles fósiles, ni
tampoco su cercanía con grupos de fanáticos y fundamentalistas que arguyen
motivaciones insostenibles para desconocer una realidad tan patente y clamorosa.
El grupo de expertos que asesoran a las
Naciones Unidad –IPCC por sus siglas en inglés– han demostrado con suficientes
pruebas de carácter científico las causales de desaparición de los glaciares,
del aumento del nivel de los océanos, así como de la lenta erosión del
permafrost, el hielo permanente de los suelos que permite concentrar los gases
de efecto invernadero que al ser liberados contribuyen a la elevación de la
temperatura. Todo ello a su vez factor desencadenante de importantes
alteraciones de los fenómenos meteorológicos, como huracanes y tifones, que
sumados a los incendios forestales como el de Brasil, Paraguay y Bolivia de
hace unas semanas, poseen un peligroso potencial destructivo que dañan
irremisiblemente las condiciones del clima en la Tierra.
Dos figuras visibles de la cerrazón y la
necedad ante un problema de esta magnitud son, lastimosamente, presidentes de
países gravitantes en el contexto internacional. El primero es el mandatario
estadounidense Donald Trump, caracterizado por sus desplantes infantiles y por
asumir posiciones retrógradas en muchos aspectos de la política mundial,
llegando a declarar sin un ápice de rubor que los verdaderos demócratas no son
aquellos que asumen posturas globales sino los patriotas, en una demostración
más de su anquilosado aislacionismo y de su concepción reduccionista y ególatra
de las relaciones internacionales. Prueba de ello es el haber retirado a EE UU
del Acuerdo de París, el único foro mundial que podía comprometer a las
potencias del orbe en la lucha contra el calentamiento global. El otro es el
presidente brasileño Jair Bolsonaro, émulo del primero y su versión
tercermundista, quien ha llegado al despropósito de decir que la Amazonía no es
el pulmón de la humanidad, ni que la soberanía de ella concierna a otro país
que no sea el suyo, cuando lo que está sobre el tapete de la preocupación
mundial no es el tema de la soberanía, sino la protección y preservación de la
más grande e importante selva tropical del planeta.
A ambos pequeños hombres, zafios e
insulsos, una adolescente de 16 años –casi una niña– les ha dado una valiosa
lección de madurez y sabiduría, erigiéndose en representante y símbolo de toda
una generación que por primera vez en la historia llama la atención a los
adultos sobre su responsabilidad de un futuro que parecen no entender, un
futuro que ya es un hoy para millones de esos jóvenes que sienten que los
plazos se terminan, que ya no es tiempo de discursos sino de acciones, y que el
desafío del cambio climático es la más dramática encrucijada a que se enfrenta
la humanidad.
Lima,
27 de septiembre de 2019.
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