En el año del centenario del nacimiento de
Chabuca Granda, celebrado de forma virtual este año, y que tuvo su fecha
central el jueves 3 de la semana pasada, y cuando vivimos una era marcada por
la presencia de una amenaza sanitaria mundial, nos sorprende la mañana del
lunes 14 la triste noticia del fallecimiento de una de las compositoras,
promotoras e intérpretes más importantes de nuestra música nacional. Gran conocedora
de los ritmos tanto costeños como andinos, forma con Chabuca la gran dupla
femenina de las grandes creadoras que ha dado el Perú en la última centuria.
La primera vez que vi a Alicia Maguiña fue
allá por los años finales de la década del 70 del siglo pasado, cuando en el
mes de enero el distrito de Yauyos, en la provincia de Jauja, se aprestaba a
celebrar como cada año la afamada “Fiesta del 20 de Enero”, ocasión en que la
tunantada cobraba vigor y todo el pueblo se volcaba en las tardes veraniegas,
hiciera sol o cayera lluvia, a la plaza antigua del legendario barrio de la
ciudad, para presenciar las vistosas y coloridas comparsas de las cuadrillas de
chutos, chupaquinas, príncipes, tucumanos, jamilles
y otros personajes, y disfrutar las sabrosas viandas y bocadillos que hacían la
delicia de los jaujinos. Y de pronto, en medio de la algazara y la música de
las arpas y los violines, alguien corría el rumor de que Alicia Maguiña, un
nombre que yo escuchaba por primera vez, estaba entre la multitud. Al girar la
vista, imitando a los demás que la buscaban con la mirada, hacía su paso la
figura imponente de una mujer alta y delgada, de tez blanca y ojos inmensos,
que recorría risueña el espectáculo que tanto amaría a partir de entonces, acompañada
de quien fuera su compañero de ruta –por cierto tiempo, en la música y en el corazón–,
el no menos conocido Carlos Hayre, guitarrista de vanguardia.
Y así con los años, era costumbre ya verla
cada mes de enero en la ciudad de Jauja, para gozar como cualquier lugareño de la
tradicional festividad. Crecería también mi interés por este personaje que no
sólo creaba e interpretaba música de la costa, como valses, marineras y tonderos,
sino que también demostraba el mismo fervor por los ritmos del ande,
especialmente por los del valle del Mantaro, como los huainos, las mulizas y la
propia tunantada; así como la chonguinada
de la provincia de Huancayo, adonde acudía cada año para bailar como coya en la
fiesta del distrito de Sapallanga. A esto sumaba su enorme talento como
acuciosa investigadora de toda la música del Perú, que difundía a través de las
ondas de Radio Nacional todos los sábados y domingos a las 2 de la tarde, hora
que yo reservaba con especial cuidado para entregarme a una audición bendita de
los intérpretes y los grupos diversos de
las distintas regiones de este, gracias a su arte, maravilloso país. Una tarde
podían estar Los Errantes de Chuquibamba,
otra El trío Ayacucho, o Manuel Silva
“Pichincucha”, o Raúl García Zárate, los que nos regalaran sus insondables
melodías, alternando con otros tantos representantes del criollismo nacional.
Escribo esto escuchando la voz de Alicia en
la radio, en uno de los tantos homenajes que se le ha brindado en estos días,
recordando su legado ahora que ya no está. Me consternó recibir la fatídica
noticia ese lunes aciago, mientras me preparaba para mis clases. Comenté con
mis alumnos el significado de tamaña pérdida, tratando de calar en ellos el
nombre de alguien que tal vez les sonara lejano o desconocido. Y pensaba que ya
no podré oírla cada fin de semana, su
voz modulada presentando y comentando con exquisitez y conocimiento cada
artista que emitía en su programa, en una labor que yo sé era absolutamente
sincera y legítima, porque transmitía esa pasión y frenesí que sólo se
encuentra en quienes aman de verdad la música, con rigor y propiedad, como
gustaba repetir, ajena a toda huachafería y mistificación que abunda en el
medio.
Así quería recordarla, como una mujer que
desbordaba elegancia, finura y señorío, como autora de hermosas páginas de
nuestro cancionero e incansable difusora del riquísimo acervo patrio. Y
finalizo estas líneas firmando con un par de lágrimas que usted, estimado y
anónimo lector, lectora, ya no podrán notar.
Lima, 16 de septiembre de 2020.