En el célebre monasterio de la Orden de Císter, conocido con el nombre de Santa María de Veruela, pasó una temporada Gustavo Adolfo Bécquer, el poeta sevillano que buscaba nuevos aires para su quebrantada salud. A escasas tres leguas de la ciudad de Borja, en las inmediaciones del imponente Moncayo, perteneciente a la región de Aragón, en un valle poblado de encinas y carrascas, y donde pacían libremente ciervos y jabalíes, encontró el artista un lugar propicio para su retiro de asceta.
Desde ese rincón casi abandonado escondido
entre un paisaje bucólico, Bécquer escribió un manojo de cartas a sus amigos
del periódico El Contemporáneo, donde
colaboraba en Madrid, textos reunidos en un volumen que ha titulado Desde mi celda, prosas de excelente
factura donde se puede apreciar la elegancia y finura de un escritor que fue
conocido mundialmente por sus famosas rimas, versos de tintes románticos que
causaron impacto durante un tiempo considerable hasta muy entrado el siglo XX,
para declinar lentamente al ímpetu de las corrientes de vanguardia que
insuflaron de nuevos aires a la poesía contemporánea. Pero lo sorprendente es
que su prosa no haya sufrido los embates de los tiempos, manteniéndose ágil y
amena para quien quiera recorrer los lugares, las anécdotas y las tradiciones
que el poeta va desgranado a lo largo de estas extensas misivas llenas de
descripciones y relatos increíbles de sus hallazgos por los pueblitos olvidados
de la España rural y profunda.
Sus paseos a la vera del camino para
esperar la diligencia que le traía los diarios de la capital, observando
detenidamente los arroyuelos y las plantas que circundaban el medio, los
árboles poblados de pajarillos que le transmitían la música natural de la
campiña; sus incursiones más hondas por los pueblos cercanos para conocer a la
gente y sus costumbres, sus voces y atuendos singulares, además de oír sus
relatos realistas y sus leyendas impregnadas de misterio; sus meditaciones religiosas
y filosóficas en la paz y el silencio de una celda de la abadía, todo ello
reluce y deslumbra bajo la escritura plena de belleza del poeta. Son nueve
extensas e intensas cartas que uno lee sintiendo la presencia indescriptible
del ser humano excepcional que en tan sólo 34 años dejó una obra que el tiempo
no ha marchitado, luchando hasta el fin con una enfermedad que lo martilló
desde muy temprano, pero que no impidió el efluvio maravilloso de un delicado
lirismo que impregna cada palabra y cada frase de sus magníficos libros.
Lima, 27 de septiembre de 2020.
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