domingo, 18 de octubre de 2020

La celda del poeta

     En el célebre monasterio de la Orden de Císter, conocido con el nombre de Santa María de Veruela, pasó una temporada Gustavo Adolfo Bécquer, el poeta sevillano que buscaba nuevos aires para su quebrantada salud. A escasas tres leguas de la ciudad de Borja, en las inmediaciones del imponente Moncayo, perteneciente a la región de Aragón, en un valle poblado de encinas y carrascas, y donde pacían libremente ciervos y jabalíes, encontró el artista un lugar propicio para su retiro de asceta.

    Desde ese rincón casi abandonado escondido entre un paisaje bucólico, Bécquer escribió un manojo de cartas a sus amigos del periódico El Contemporáneo, donde colaboraba en Madrid, textos reunidos en un volumen que ha titulado Desde mi celda, prosas de excelente factura donde se puede apreciar la elegancia y finura de un escritor que fue conocido mundialmente por sus famosas rimas, versos de tintes románticos que causaron impacto durante un tiempo considerable hasta muy entrado el siglo XX, para declinar lentamente al ímpetu de las corrientes de vanguardia que insuflaron de nuevos aires a la poesía contemporánea. Pero lo sorprendente es que su prosa no haya sufrido los embates de los tiempos, manteniéndose ágil y amena para quien quiera recorrer los lugares, las anécdotas y las tradiciones que el poeta va desgranado a lo largo de estas extensas misivas llenas de descripciones y relatos increíbles de sus hallazgos por los pueblitos olvidados de la España rural y profunda.

    Sus paseos a la vera del camino para esperar la diligencia que le traía los diarios de la capital, observando detenidamente los arroyuelos y las plantas que circundaban el medio, los árboles poblados de pajarillos que le transmitían la música natural de la campiña; sus incursiones más hondas por los pueblos cercanos para conocer a la gente y sus costumbres, sus voces y atuendos singulares, además de oír sus relatos realistas y sus leyendas impregnadas de misterio; sus meditaciones religiosas y filosóficas en la paz y el silencio de una celda de la abadía, todo ello reluce y deslumbra bajo la escritura plena de belleza del poeta. Son nueve extensas e intensas cartas que uno lee sintiendo la presencia indescriptible del ser humano excepcional que en tan sólo 34 años dejó una obra que el tiempo no ha marchitado, luchando hasta el fin con una enfermedad que lo martilló desde muy temprano, pero que no impidió el efluvio maravilloso de un delicado lirismo que impregna cada palabra y cada frase de sus magníficos libros.

 

Lima, 27 de septiembre de 2020.  

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