La desaparición física de Joaquín
Salvador Lavado Tejón, mundialmente conocido como Quino, ha provocado la
tristeza y congoja más universales entre sus miles y millones de seguidores y
admiradores repartidos por todas las latitudes del planeta. Dotado de ese arte
prodigioso del humor más inteligente plasmado en unas viñetas que sintetizaban
la problemática esencial del ser humano, premunido de una aguda mirada
reflexiva sobre el destino y el significado del hombre en este mundo
inexplicable, premiado por los dioses con el don maravilloso de entregarnos un
tratado de filosofía en los trazos sencillos de una historieta, Quino ha tenido
que partir a otras dimensiones, después de un viaje sorprendente por este
minúsculo globo hecho de agua y roca que ha durado 88 años, desde que en 1932
vio la primera luz de la vida en su natal Mendoza, Argentina, hasta este
estrambótico 2020 que tanto le habría dado que pensar e imaginar para hacernos
entender una realidad que se nos escapa no solo de las manos sino de todos los
poros de nuestra indigente capacidad de comprensión.
Cuando apenas unos días antes su más
inmortal creación Mafalda cumplía 56 años, Quino tuvo la delicadeza de esperar
que pasara la celebración para despedirse luego como en la conmovedora viñeta
de una humorista chilena que se hizo viral inmediatamente por todas las redes
sociales al conocerse la noticia de su muerte. Quino se acerca a Mafalda para
preguntarle si ella se queda porque él ya se va, entonces la niña impávida le
contesta que sí, que ella se queda todavía acá. Qué enternecedor mensaje donde
un creador anuncia su retiro de esta breve experiencia vital y su creatura nos
consuela haciéndonos saber que se quedará con nosotros para siempre, pues la
obra genial trasciende al paso lisonjero de un hombre por este mundo, porque su
creación permanece y se hace inmortal.
Hijo de inmigrantes españoles,
concretamente andaluces, vivió con desgarro las secuelas de la guerra civil
española, acontecimiento que marcaría hondamente su espíritu sensible de
artista en ciernes. Parco, reservado, tímido, Quino hablaba a través de sus
dibujos y sus trazos que delineaban con inaudita elocuencia las grandezas y las
miserias de este mundo. Amaba contemplar el mar y beber el buen vino, que sus
amigos le enviaban a raudales. Fervoroso adherente del socialismo, creía que
era el único sistema de gobierno que podía hacer menos injusto y desigual este
mundo, más allá de las experiencias fallidas y burdas experimentadas en el
siglo XX, pues así como el cristianismo había demorado tres siglos en
establecerse, por qué pensar que en apenas 73 años podía consolidarse un
régimen socialista. Una nueva forma de socialismo era la esperanza de esta
humanidad sumida en la incertidumbre y la apatía. Él ya no estaría para cuando
eso fuera posible.
Se ha
dicho que Mafalda, su personaje emblema, es una niña curiosa, rebelde,
inteligente, contestataria, etcétera, cosa que podemos comprobarlo al instante
al abrir una página cualquiera de una de sus historietas, o leyendo las tiras
cómicas que publican todavía algunos diarios del continente. Las diversas
escenas de sus viñetas que tratan sobre la paz mundial, la contaminación de la
Tierra, la injusticia y la desigualdad, la soberbia y estupidez de los
políticos, la abrumadora tontería de los adultos, la insignificancia de las
preocupaciones humanas, el negligente descuido de las cosas verdaderamente
importantes, y miles de situaciones más, Quino las aborda con una agudeza y
finura realmente insuperables. Y cuando dejó de publicar Mafalda, su vena
satírica, pesimista y cínica muchas veces, siguió transitando por sus personajes
anónimos que discutían y debatían los eternos problemas políticos y sociales de
los hombres.
Estaba prohibido leer Mafalda allá por los
años 60 y 70 del siglo pasado, aunque no se lo dijera abiertamente; un veto
impronunciable nos impidió conocerla entonces, llenando de bruma el pensamiento
y la imaginación de los niños que especulábamos secretamente sobre las razones
o sinrazones de tal temor a que supiéramos de su oculto mensaje, y cuando por
fin accedimos a la maravilla de su discurso subversivo y disolvente,
comprobamos en silencio cuáles eran los verdaderos motivos por los que se había
instalado una barrera invisible entre el verbo y las palabras corrosivas de
aquella niña y sus ávidos lectores que aprendimos con ella a pensar y a
cuestionar el mundo que nos rodeaba, y a mirarlo con otros ojos atravesando los
convencionalismos y la realidad indiscutible que alguien buscaba imponérnosla.
Fue el momento también en que aprendimos a amarla. La única vez que tuve la
suerte de ver a Quino fue hace como quince años cuando vino a Lima para la
Feria del Libro y se presentó en una charla frente a cientos de niños, jóvenes
y adultos que se afanaban por acercársele y escuchar sus palabras junto a su
icónico personaje. Fue una tarde excepcional.
Hay una sola discrepancia que siempre
manifesté con Mafalda, pues en todo lo demás estuve perfectamente de acuerdo
con sus frases lapidarias, y es cuando ella declara incansablemente su rechazo
y odio a la sopa; debo entender, sin embargo, que es una niña como las demás,
probablemente caprichosa o exquisita, como tantas que he conocido en la vida,
que en general no poseen una particular afición a la comida casera. Pero más me
gusta imaginar que a Mafalda no le gustaba la sopa porque nunca había venido al
Perú, y que por lo tanto jamás pudo saber y saborear de la riquísima variedad
de esos deliciosos platillos de nuestra gastronomía que son un verdadero
prodigio de la culinaria. Alguna vez quizás tenga ocasión de venir por estas
tierras y cambiar su infantil perspectiva sobre aquellos sabrosos potajes. No
paso por alto, empero, la simbología que en la semántica de dicha historieta
posee ese elemento tradicional de la cocina universal, que es la única forma de
aceptar la actitud y sentir de la entrañable niña. Quino explicaba que la sopa
era una alegoría de las dictaduras militares que asolaron nuestro continente en
buena parte del siglo pasado, regímenes que eran impuestos por la fuerza y que
no dejaban un atisbo de libertad a los atemorizados ciudadanos. Pero Mafalda
amaba a los Beatles, con lo que no puedo estar más de acuerdo; amaba la
justicia y abogaba por el respeto a la naturaleza, discrepaba con el absurdo
comportamiento de los adultos, que ella cuestionaba desde su lúcida cabecita de
niña filósofa, cosas que yo también sigo haciendo hasta ahora.
Nos hará una falta sin fondo, como diría
Vallejo, este extraordinario humorista que supo desentrañar el sinsentido y la
angustia del hombre contemporáneo, despellejar ese sustrato de hipocresía y grisura
que domina casi todo lo que el ser humano ha erigido como normal y sacrosanto a
través de sistemas absolutamente injustos e inhumanos. ¡Hasta siempre Maestro!
Lima, 4 de octubre de 2020.
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