Como si de una especie de cábala nefasta se tratara, el día del partido de fútbol –jugado el supersticioso y temible martes 13 reciente– entre los seleccionados del Perú y Brasil, que compiten por la clasificación para el próximo Mundial de Qatar 2022, se produjo un incidente que ocasionó una gran sensación de amargura e indignación entre el público aficionado del país anfitrión, pues a poco menos de los 10 minutos para que acabara el encuentro, el árbitro chileno Julio Bascuñán tomó una polémica y escandalosa decisión al cobrar la pena máxima a favor de Brasil por una acción que a todas luces no existió dentro del área peruana. La ejecución del tiro de los doce pasos dio ocasión al seleccionado brasileño de ponerse en ventaja y, a la larga, de definir el partido a su favor. Lo curioso es que, siendo dudosa la jugada que dio motivo al fallo, el juez no decidiera acudir al VAR, moderno sistema implementado en las últimas lides mundialistas con el fin de hacer más precisas y justas las decisiones de quienes están encargados de dirigir los encuentros. Mientras que cada incidente en que estuviera involucrado un jugador blanquirrojo era inmediatamente contrastado con el asistente de vídeo mencionado, sobre todo cuando se produjo la expulsión, legítima por lo demás, del zaguero Zambrano, las otras que tal vez eran más relevantes para el curso del match, no eran sencillamente tomadas en cuenta.
Qué maldición de martes 13 era
ésta en que un partido que era enfrentado de igual a igual por un valiente seleccionado
ante un rival precedido de glorias y laureles, se tornaba de pronto en un
desastre por la culpa exclusiva de las desatinadas medidas de un juez que
actuaba de la manera más arbitraria posible y en evidente complicidad con
quienes monitoreaban desde una cabina todos los incidentes del partido y que en
ningún momento le hicieron ver al árbitro que estaba cometiendo un error, o que
por lo menos tuviera el tino de observar la repetición de una jugada
considerada poco transparente. Creo que en ese momento dejaron de actuar
responsablemente los miembros del VAR, dando la impresión de ser más los
asistentes despabilados y emotivos de un BAR que los juiciosos y diligentes
colaboradores de la buena marcha de un evento deportivo.
En fin, después de todo es sólo
el comienzo de un largo camino que espera al equipo de la franja, que deberá
seguir batallando con el mismo denuedo y entrega para alcanzar su gran objetivo
de ser nuevamente protagonista en la competición más importante del globo.
Mientras tanto, las autoridades deportivas del país ya han elevado una queja
ante la Conmebol por la actuación desafortunada del mentado juez, quien es
también señalado en su país por similares actuaciones en otras jornadas
futbolísticas. Y aunque lo que decidan los miembros de dicha organización no
cambiará sustancialmente los resultados, es bueno que se establezca un
precedente para que en futuros encuentros no se vuelvan a presentar
espectáculos tan bochornosos de un colegiado que se supone debe reunir todas
las condiciones de objetividad e imparcialidad para dirigir un partido de
fútbol de esta categoría.
También para que no tengamos que
experimentar un nuevo robo como éste, reviviendo lo que sucedió allá en 1969
cuando el Perú disputaba un importante partido de visitante ante Bolivia en el
estadio Hernando Siles de La Paz por la clasificación para el Mundial de México
70. En esa malhadada ocasión, el árbitro yugoslavo nacionalizado venezolano
Sergio Chechelev anuló un gol legítimo de Alberto Gallardo que ponía el 2-2 al
encuentro. La reacción de los peruanos no se hizo esperar, con Perico León,
Teófilo Cubillas y Roberto Challe a la cabeza, pero el juez se empecinó en
anular el tanto, expulsando al final a Roberto Mifflin creyendo que él había
sido el que le propinó el cabezazo que le nubló momentáneamente la vista.
Es de esperar, pues, que en los
sucesivos compromisos no sólo del seleccionado peruano, sino de cualquiera de
los equipos que compiten en esta fase clasificatoria, los jueces encargados de
dirigir los mismos sean los más calificados y competentes, para evitar empañar
los triunfos de selecciones que evidentemente no necesitan este tipo de
favoritismos, como es el caso de Brasil, país donde se ha puesto también en
tela de juicio la actuación del cuestionado réferi.
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