sábado, 30 de julio de 2022

Una breve historia de la humanidad

 

Hace dos millones de años los humanos eran apenas unos animales insignificantes en África oriental. Varias especies humanas convivían en el mundo hasta hace aproximadamente 10 000 años, cuando una de ellas logró imponerse y dominar la Tierra como nadie lo había hecho hasta entonces. La historia de esta sorprendente travesía está narrada con gran precisión de datos y de una manera amena y documentada en Sapiens. De animales a dioses (Debate, 2013), del historiador israelí Yuval Noah Harari, profesor de historia en la Universidad Hebrea de Jerusalén y autor de numerosos libros de difusión masiva donde expone sus fascinantes investigaciones sobre la materia en la que es todo un experto.

Me ha llevado un buen par de meses en la gratísima compañía de este texto que considero fundamental para el conocimiento de cómo el hombre actual ha logrado alcanzar el grado de desarrollo que le ha permitido enseñorearse del planeta, a veces pasando por encima de las vidas de otras especies y sobre la misma naturaleza, causando estragos increíbles que nos ponen al borde de nuestra propia extinción. El autor aborda el tema a partir de tres grandes revoluciones que ha atravesado la peripecia humana: la cognitiva, la agrícola y la científica. Pasos importantes en ese devenir han sido indudablemente la domesticación del fuego y la cocción de los alimentos, así como el cerebro extremadamente grande de los sapiens y el coste de pensar.

Uno de los factores decisivos para el predominio del homo sapiens ha sido la existencia del mito, pues como señala Harari «un gran número de extraños pueden cooperar con éxito si creen en mitos comunes». Esta sería la explicación de por qué los humanos pueden formar imperios que gobiernan a millones de personas, cuando el umbral en el caso de los chimpancés es de 150 individuos. Contrasta para el caso la realidad objetiva y la realidad imaginada en la leyenda de Peugeot, la marca francesa que es un verdadero modelo de organización en la esfera de esta abstracción. Concluye el autor: «La verdadera diferencia entre nosotros y los chimpancés es el pegamento mítico que une a un gran número de individuos, familias y grupos. Este pegamento nos ha convertido en los dueños de la creación».

Un aspecto de la preocupación moderna con relación a la salud de la población mundial encuentra una explicación bastante atendible en el razonamiento de Harari. Se trata de la propensión del hombre contemporáneo al consumo de exageradas dosis de calorías, que ha traído aparejado el problema de la obesidad en grandes sectores de la población de los países especialmente occidentales. «El instinto de hartarnos de comida de alto contenido calórico está profundamente arraigado en nuestros genes», pues en los tiempos en que éramos cazadores y recolectores la idea era aprovechar al máximo la ración disponible de los alimentos que encontráramos a mano, porque no podíamos saber si más adelante tendríamos la misma suerte para hallarlos.

Se detiene también en algunas características de este período de nuestra evolución, donde los cazadores-recolectores eran animistas, o suponemos que lo eran. «El perro fue el primer animal en ser domesticado por Homo sapiens, y esto tuvo lugar antes de la revolución agrícola», sentencia el autor confirmando un dato que la historia ha registrado hace ya un tiempo. Asimismo, pone de relieve el rol de los sapiens en la extinción del 90% de la megafauna australiana, adonde llegaron hace 45 000 años. Califica a nuestra especie como la «más mortífera en los anales del planeta Tierra», y de forma más contundente aún lo define como «un asesino ecológico en serie».

El relato de que la revolución agrícola fue un gran salto adelante para la humanidad constituye, para Harari, una fantasía, el mayor fraude de la historia, porque «no se tradujo en una dieta mejor o en más ratos de ocio». Sostiene que el trigo, el arroz y las papas domesticaron a Homo sapiens, pero este proceso duró miles de años, y al final fue una trampa de la que ya no pudimos salir. Diagnostica una contradicción entre el éxito evolutivo y el sufrimiento individual que se acentuó, o por lo menos permaneció inalterable. Con la agricultura surgió también la preocupación por el futuro. Insiste varias veces en que los mitos y los órdenes imaginados son los que permiten la existencia de redes de cooperación en masa.

Realiza un breve registro de las escrituras del mundo, iniciada entre los sumerios, en Mesopotamia, luego siguieron los egipcios, los chinos y la América central. Hay una importante mención al quipu inca como sistema de memoria para conservar datos que sirvieron para la administración de un imperio. Es importante recordar que los textos como la Biblia, La Ilíada, el Mahabharata y el Tipitika budista empezaron como obras orales. Agrega que los números que llamamos arábigos lo inventaron en realidad los hindúes, mientras que actualmente los árabes usan dígitos muy diferentes de los occidentales.

Una comprobación recorre estas elucubraciones del autor: las redes de cooperación que se fundan en ficciones, y también en la escritura, no reconocen que no son naturales, es por eso que persiste la injusticia en la historia. Una expresión de ello sería el mito creacionista hindú, según el cual el sol fue creado del ojo de Purusha; la luna, de su cerebro; los brahmanes, de su boca; los chatrias, de sus brazos; los vaishias, de sus muslos; los sudras, de sus piernas. Otra certeza que establece es que en realidad nada es antinatural desde la perspectiva de la biología. Los conceptos de natural y antinatural han sido tomados de la teología cristiana, no de la biología, así como la discusión sobre sexo y género, los mitos en los que se han fundado las sociedades patriarcales.

La flecha de la historia apunta en una sola dirección, los mundos humanos de los siglos pasados tienden a unificarse. La visión global se va imponiendo lentamente a través de tres órdenes fundamentales: el económico (monetario), el político (imperios) y el religioso. Por ello afirma categóricamente: «El dinero es el más universal y más eficiente sistema de confianza que jamás se haya inventado». En el acápite «Visiones imperiales», desdemoniza el término «imperio»; enfatiza los lados positivos de su vigencia; hace un recuento de los principales imperios que han prosperado en la historia y los múltiples beneficios aportados al desarrollo de la humanidad. El mundo marcha hacia el establecimiento de un imperio global. Y en seguida abona con una reflexión no exenta de polémica: «Hoy en día se suele considerar que la religión es una fuente de discriminación, desacuerdo y desunión. Pero, en realidad, la religión ha sido la tercera gran unificadora de la humanidad, junto con el dinero y los imperios».

Figura también una interesante explicación del politeísmo, así como una aclaración histórica sobre la relación entre Roma y el cristianismo, teniendo en cuenta que primero fue una religión perseguida y sorprendentemente luego se convierte en religión oficial. Otro lado de este fenómeno es la posterior ruptura entre católicos y protestantes, una lucha encarnizada por la interpretación auténtica del mensaje cristiano. Es sorprendente el caso de que esta secta judía se haya apoderado de todo un imperio. El mundo pasó de ser politeísta a monoteísta al comenzar el siglo XVI. «El cristiano cree en el Dios monoteísta, pero también en el Diablo dualista, en santos politeístas y en espíritus animistas», observa el historiador. Esto se llama sincretismo, que, reconoce, «podría ser la gran y única religión del mundo».

El budismo es una religión que prescinde de los dioses, o que no los considera tan importantes. Siddharta Gautama, el Buda, «resumió sus enseñanzas en una única ley: el sufrimiento surge del deseo; la única manera de liberarse completamente del sufrimiento es liberarse completamente del deseo, y la única manera de liberarse del deseo es educar la mente para experimentar la realidad tal como es», apunta con perspicacia Harari, para quien hay religiones humanistas como el liberalismo, el capitalismo y el comunismo; así como el humanismo liberal, el humanismo socialista y el humanismo evolutivo.

Sobre el conocimiento de la historia posee una visión bastante particular: «Estudiamos historia no para conocer el futuro, sino para ampliar nuestros horizontes, para comprender que nuestra situación actual no es natural ni inevitable y que, en consecuencia, tenemos ante nosotros muchas más posibilidades de las que imaginamos». De la misma manera: «Al igual que la evolución, la historia hace caso omiso de la felicidad de los organismos individuales. Y los individuos humanos, por su parte, suelen ser demasiado ignorantes y débiles para influir sobre el curso de la historia para su propio beneficio». Estamos por una parte ante los destellos purísimos de la libertad, cuyas alas desplegadas nos pueden servir provechosamente para cambiar nuestro destino, pero también ante los designios implacables de la fatalidad, o de la voluntad como diría Schopenhauer, sobre todo por nuestra propia incapacidad para hacerle frente con la fuerza de la inteligencia. La historia sería como ese jardín de senderos que se bifurcan de la ficción borgiana.

Leyendo el capítulo titulado «El descubrimiento de la ignorancia», no pude evitar recordar las palabras de Sábato en uno de sus luminosos ensayos, donde afirmaba con gran sentido de la ironía y usando una de sus clásicas paradojas, que el porvenir de la ciencia era la ignorancia, pues cuanto más el ser humano había avanzado en su conocimiento del mundo, más se percataba de que la vastedad del saber humano era inabarcable. Más allá del sapere aude latino y del «saber es poder» de Bacon, lo cierto es que la parcela de nuestro dominio de la ciencia es infinitamente pequeña frente a la inmensidad de aquello que ignoramos. Aun así, el acto supremo de haber arrebatado el fuego del saber a los dioses, nos equipara al héroe mítico Prometeo, símbolo de esa innata aspiración humana por desentrañar las verdades de la existencia.

En esta perspectiva podemos entender mejor el maridaje entre ciencia, industria y tecnología, facilitado por la imposición del sistema capitalista a través de la revolución industrial, cuyo auge entre 1750 y 1850 significó un vuelco absoluto en las dimensiones del desarrollo moderno, que trajo consigo una serie de innovaciones que mejoraron de manera innegable la calidad de vida del hombre, aunque con la cuota injustificable de sufrimiento y degradación para importantes segmentos de la población, algo que tampoco debemos olvidar. Estos avances nos hicieron también contemporáneos de todos los hombres, aun cuando sujetos al molde cultural del Viejo Mundo. Harari lo demuestra de la siguiente manera: «En la actualidad, todos los humanos son, en mucha mayor medida de lo que en general quieren admitir, europeos por su manera de vestir, de pensar y por sus gustos. Pueden ser ferozmente antieuropeos en su retórica, pero casi todo el mundo en el planeta ve la política, la medicina, la guerra y la economía con ojos europeos, y escucha música escrita al modo europeo con letras en idiomas europeos». Una forma visible de ese «amor entre el imperialismo europeo y la ciencia moderna» que el autor ha rastreado en su estudio.   

En otro acápite aborda el tema de Colón, quien era todavía un hombre medieval, mientras que Américo Vespucci fue el primero moderno. Quizá ello explique el hecho de que el gran cartógrafo alemán Martin Waldseemüller le pusiera América al nuevo continente descubierto, creyendo que su descubridor era Vespucci. En fin, son los curiosos vaivenes de la historia y las decisiones muchas veces erradas que luego se prolongan por los siglos estableciendo verdades incontrastables. Por lo demás, así como las campañas napoleónicas permitieron que un estudioso francés descifrara la escritura jeroglífica, igualmente el oficial inglés Rawlinson, enviado a Persia en 1830, logró descifrar la escritura cuneiforme, tal vez la más antigua de la humanidad. Son conquistas surgidas del azar, consecuencias de hechos de armas muy concretos que terminan en aportes fundamentales para el acervo cultural mundial.

En otro orden de cosas, la extensión del crédito permitió el crecimiento de la economía, un acto de confianza en el futuro por parte del emprendedor. Pues el capitalismo consiste en esencia en invertir la riqueza obtenida, a través de dinero, bienes y recursos, en producción. Y a propósito del capitalismo intercala un dato histórico sorprendente. Resulta que la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales (WIC) logró el dominio de la costa atlántica de América y fundó Nueva Amsterdam a orillas del río Hudson; sin embargo, los indios y los ingleses atacaron dichas posesiones movidos por causas disímiles, por lo que los holandeses decidieron construir una muralla para defenderla. Finalmente, los ingleses logran apoderarse de la zona y rebautizan la colonia como Nueva York. Actualmente la muralla yace bajo la principal arteria de la ciudad, Wall Street, la calle de la muralla.  

Un apunte más sobre economía: entre los trastornos que trajo la revolución industrial, uno de los más notables fue la imposición del tiempo de los relojes. Sobre el mismo tópico hay una reflexión muy sagaz de Ernesto Sábato en su libro Hombres y engranajes (Alianza Editorial, 1980). La vida natural se rige por el tiempo de las auroras y los crepúsculos, por la presencia del sol vertical al mediodía y por las necesidades espontáneas de los hombres, no por el tiempo simultáneo de las oficinas y los horarios laborales. El despuntar del alba y la puesta del sol están hoy velados por esas torres babilónicas que dominan las ciudades; la hora del comer y del dormir ya no están determinadas por el hambre ni por el sueño, sino por los requerimientos cronométricos de las jornadas unánimes del trabajo que dictan la industria y la vida moderna.

El Estado y el mercado han fortalecido así cada vez más al individuo, pero a un costo muy alto: su alienación. Según Harari, el Estado y el mercado han sustituido a la familia tradicional y a las comunidades. Ahora hay nacionalismo y consumismo, lo que él llama «comunidades imaginadas». Demuestra con cifras que nuestra época, en comparación con otras del pasado, es esencialmente pacífica, tanto por los costes de la guerra como por los beneficios del comercio en tiempos de paz. No obstante, reconoce que es arduo el problema de medir la felicidad, porque ésta no sería objetiva, pues no siempre el dinero, la salud y las relaciones sociales nos proporcionan la dicha a todos por igual, sino que más bien depende de las expectativas subjetivas de las personas. La conclusión es clarísima: la historia no se ha preocupado de saber de qué manera los acontecimientos del mundo influyen o no en la felicidad humana.

Finalmente, avizora lo que nos depara el porvenir a partir de lo que contemplamos en estos albores del siglo XXI, donde Homos sapiens ha rebasado los límites de la selección natural a través del diseño inteligente que ya empieza a tener un asombroso futuro. Entre la bioingeniería, los cíborgs y la vida inorgánica se desenvolverá la humanidad en las próximas décadas. No sabemos a dónde puede llevarnos todos esos cambios que se avecinan, pero no cabe duda de que se trata de una realidad que sobrepasa cualquier previsión. El libro del profesor Harari es una valiosa contribución para entender la marcha de nuestra especie desde sus orígenes hasta nuestros días, escrito con la lucidez y el conocimiento propios de alguien que ha hurgado con paciencia y dedicación en los entramados más profundos de esta insólita especie a la que pertenecemos.

 

Lima, 28 de julio de 2022.



domingo, 10 de julio de 2022

Hay futuro si hay verdad

 

Colombia ha sufrido los últimos sesenta años uno de los conflictos armados más prolongados y cruentos del hemisferio, con cerca de medio millón de muertos y otros tantos millones de desplazados y desaparecidos. Esta tragedia humanitaria parece estar llegando a su fin, ese es el anhelo de todos los colombianos y latinoamericanos, con la entrega del Informe Final de la Comisión de la Verdad realizada el pasado martes 28 en Bogotá. Su presidente, el sacerdote jesuita Francisco de Roux, en una ceremonia acorde a las circunstancias, ha pronunciado un discurso muy sentido sobre las décadas de la violencia que ha padecido su país, incidiendo en la importancia del conocimiento de los hechos para no repetirlos. Se ha notado la ausencia en dicho acto del presidente Iván Duque, de visita en Europa, en un gesto bastante revelador, pues a lo largo de su mandato, que ya llega a su fin, poco o nada se hizo por apuntalar el trabajo de los comisionados y por implementar los acuerdos de paz firmados entre el gobierno y las Farc el año 2016.  

Quien sí estuvo presente es el presidente electo Gustavo Petro, quien asumirá las riendas del gobierno el próximo 7 de agosto. Esto da gratas esperanzas en medio de un clima de pesimismo por los años transcurridos sin ver materializados los puntos acordados en La Habana cuando el presidente de ese entonces, Juan Manuel Santos, llevó a cabo un encuentro positivo con los líderes de la guerrilla que habían decidido entregar las armas y encaminar a Colombia por un futuro de paz y reconciliación, arduo y saturado de obstáculos es cierto, pero fundamental para devolverle a toda la nación ese mínimo de tranquilidad y concordia que todo pueblo requiere para lograr su desarrollo y prosperidad.

Cerca de cuatro años ha trabajado la comisión bajo la batuta del padre Francisco de Roux, un hombre sumamente respetado por todos los sectores de la sociedad colombiana, filósofo, economista, sacerdote jesuita y voz dialogante de la comunidad religiosa. Durante ese tiempo han tenido la ocasión de visitar la mayor cantidad de poblados de las diversas regiones del territorio, escuchando los testimonios y dramas de miles de ciudadanos víctimas de una guerra demencial que ha transcurrido ante los ojos impasibles de un país jaqueado por los grupos guerrilleros, las fuerzas armadas, las bandas de paramilitares y los delincuentes del narcotráfico. Muchos de esos relatos son verdaderamente espeluznantes, tragedias que describen la vesania y bestialidad a la que puede descender el ser humano cuando es atrapado por la locura homicida del que piensa que el otro es sencillamente el enemigo.

Oyendo al padre Francisco, su elocuencia cauta y honesta, sus gestos mesurados y sabios, uno tiene la sensación de estar frente a un ser excepcional, alguien que a sus 79 años recién cumplidos ha forjado un espíritu poseedor de una agudeza tal que le permite entender en su cabal dimensión el laberinto inextricable de la condición humana, y que desde allí es capaz de proponer y preconizar salidas razonadas y justas a los increíbles callejones, en apariencia sin salida, en que cae el hombre cuando es jaloneado por las fuerzas oscuras del fanatismo, el odio, la venganza y la muerte. Esas ocho mil páginas de que se compone el informe son, como ha recordado el escritor Juan Gabriel Vásquez, el primer eslabón para pasar página a una era de horror y espanto que no debe repetirse jamás.  

Son tantos años en que el país entero vivió, como resume el padre Francisco, en “modo guerra”, sintiendo que la violencia que se apoderaba de todos los pueblos y ciudades era la forma única de la lucha política por el poder, un pueblo anestesiado por los sucesos que se iban precipitando arteros como si se tratara de una fatalidad inexorable. “¿Qué nos pasó a todos?”, es la pregunta que se hacen los comisionados, cuestionando la apatía o indiferencia de toda una sociedad que contemplaba con una mezcla de espanto y perplejidad, pero también paralizada por el miedo, lo que venía ocurriendo. Eran muy pocos los que levantaban sus voces demandando una acción frontal contra este enfrentamiento fratricida de los colombianos. Tal vez porque hacerlo les hubiese significado una segura condena a muerte de parte de alguno de los bandos enfrentados, tal vez porque confiaban que en algún momento iría a cesar la sinrazón desatada.

Es lo mismo que pasó en muchos de nuestros países, como el Perú, Argentina y Chile, donde después de duras épocas de terror llegó el momento de realizar el balance, para entender aquello que había pasado. Desde la memoria, desde la recuperación de lo vivido, se podría acceder posteriormente a la reconciliación y la reparación, con la promesa firme de no repetir jamás aquello que costó sangre, dolor y lágrimas para millones de ciudadanos. Lo terrible es que más del 80% de las víctimas fueron civiles, hombres y mujeres que no tenían ninguna razón de ser parte de la contienda, pero que sufrieron los peores castigos a manos de quienes se enzarzaron en aquella demencia cainita.

Celebro este logro la Comisión de la Verdad. Viene ahora un período de socialización de las conclusiones del informe, así como el seguimiento respectivo de su implementación en todo el cuerpo de la nación, con el fin de sanar heridas, restablecer la justicia, recuperar la paz y reconstruir la vida cotidiana bajo los cimientos del entendimiento, la armonía y el compromiso de edificar juntos el país que todos los colombianos merecen. He ahí la fe y la esperanza del padre Francisco de Roux, artífice de este magno instante en la historia del país de García Márquez, de la ubérrima tierra de las cumbias y los vallenatos, de la patria grande que soñó forjar alguna vez Simón Bolívar.

 

Lima, 9 de julio de 2022.


 

     

domingo, 3 de julio de 2022

La última noche es la primera noche

 

Uno de los grandes libros clásicos de todos los tiempos es, qué duda cabe, esa preciosa colección de cuentos persas, indios y árabes reunidos bajo el poético título de Las mil y una noches, fontana inagotable de un sinnúmero de episodios, aventuras y vicisitudes donde bulle la fantasía y el ingenio, la originalidad y la sorpresa, y cuya lectura mantiene en vilo al sagaz lector que tiene la dicha de internarse por sus meandros y vericuetos, gozando como un bendito ante las maravillosas historias que no son otra cosa, finalmente, que fieles retratos de nuestra real condición humana.

Es por eso gratificante que un escritor de nuestro tiempo haya tenido la feliz idea de cristalizar esos relatos en una presencia concreta a través de la escenificación teatral. No de todos, por supuesto, porque sería casi imposible, pero sí de una muestra representativa del genio y la desmesura que inspiraron a los contadores de historias del mundo antiguo. Así nace, pues, el proyecto concebido por Mario Vargas Llosa y llevado a la práctica por primera vez en el año 2008 en Madrid, con el concurso de un valioso contingente de hombres y mujeres que fueron quienes hicieron posible su realización, destacando sobre todo la figura de la actriz española Aitana Sánchez-Gijón, encarnando a la legendaria Sherezada, así como la presencia escénica del propio novelista en el papel principal del rey Sahrigar.

Dan cuenta de todo ello el libro que el autor publicó inmediatamente, Las mil noches y una noche (Alfaguara, 2008), y que he disfrutado en algunas noches y mañanas de este frío invierno limeño. El libro se lee prácticamente de un tirón, pero he tratado de prolongar un poco su lectura para retener en algo la sensación de donde parte toda la trama de la ficción. Pues, como es bien sabido, este rey sasánida ha experimentado la desventura de la traición, y no ha tenido mejor respuesta que saciar sus instintos de venganza, sacrificando cada noche a una muchacha de su pueblo, como pago por la afrenta recibida de su mujer y de sus servidores de palacio, quienes mientras su amo se iba de cacería, se entregaban a escandalosas orgías en los mismos aposentos de su señor.

Es así que decide desposar cada noche a una núbil súbdita del reino, para mandarla decapitar a la mañana siguiente. Ante tan cruel designio, los habitantes entran en pánico no sabiendo qué hacer para escamotear a sus hijas del cruento destino que les espera. Pero he ahí que insurge la salvadora figura de Sherezada, nada menos que la hija del visir, quien convence a su padre, el primer ministro, de que ella debe convertirse en la esposa de Sahrigar. El funcionario no puede negarse ante tan temeraria decisión, y se celebran las bodas en una fastuosa ceremonia que permanecerá en la memoria de las gentes por muchas generaciones. Lo insólito radica en que mientras las demás muchachas del pueblo eran llevadas a la fuerza a las garras del sátrapa, Sherezada lo haga por su propia voluntad, diferencia que al final notará el propio rey.

Sin embargo, en la primera noche después del enlace, Sherezada debe enfrentar su prueba de fuego. Para aplacar los deseos sanguinarios de su flamante esposo, concibe la idea de contarle una historia cada noche, con la audaz estratagema de dejar el final en suspenso por hallarse próximo el amanecer. Y como el rey, movido de su natural curiosidad, desea conocer el desenlace de la historia, va postergando la ejecución de la víctima manteniendo cada vez en su sitio la cimitarra del verdugo. Sherezada tiene la precaución de recordarle a Sahrigar de que la mañana ha llegado y debe marchar al sacrificio, pero éste le recuerda que es él quien tomará la final resolución. De esta manera, van pasando una, dos, tres… mil noches, y la ejecución se va aplazando. Los cuentos de la bella han obrado el milagro de ir amansando el carácter iracundo del monarca, devolviéndole su condición de hombre civil y sensible.

Es la literatura, a fin de cuentas, la que salva la vida de Sherezada, pues el rey en esa hora crucial percibe la auténtica belleza de su esposa y el poder seductor de sus historias. Se enamora de ella, reflexiona lo injusto que había sido hasta entonces, y a partir de esa noche celebran por fin su luna de miel y viven felices para siempre.

El cuento elegido por el autor para hacernos vivir todo el hechizo de las palabras es la historia del príncipe Camar Asamán, hijo de Sharimán, rey de Jalidán. Es una aventura prodigiosa, plagada de sucesos inesperados e inverosímiles, narrados por la diestra mano de un contador avezado, curtido en miles de páginas que ha dado a la imprenta para el solaz y admiración de sus incontables y agradecidos lectores. No he visto, desafortunadamente, la representación que se hizo en Lima en marzo del 2011 con la actuación de la hermosa y talentosa Vanessa Saba, pero ya puedo imaginarme en el teatro asistiendo a la puesta en escena de una vieja historia, rejuvenecida por la magia extraordinaria del dramaturgo y su exquisita parafernalia de parlamentos, actuación, vestuario y demás elementos que dan vida al arte dramático.

Como conclusión, a mí me queda claro que la literatura es un asunto de vida o muerte, que nos salva, como a Sherezada, de ser triturados por la pedestre realidad y sus prosaicos designios. Siempre podemos tener la esperanza de que antes de que llegue nuestro final, un caudal de fabulosas historias matizarán nuestras vidas de ilusiones y sueños que enriquecerán lo que de otra manera serían grises y aburridas existencias.

 

Lima, 2 de julio de 2022.




La muliza en el debate

 

A raíz del reconocimiento de la muliza, que se realizó el año 2014, como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación, vía una resolución ministerial, se produjo todo un debate en los medios artísticos e intelectuales de la provincia de Jauja, por la razón de que dicho documento legal no mencionaba por ningún lado el aporte de esta ciudad en el proceso de creación, desarrollo y práctica de este género musical emblemático de la región central del Perú. El asunto no pudo ser más motivador para que un grupo de estudiosos y cultores del género trataran de desvirtuar los vacíos en que incurrió la instancia oficial al momento de otorgar el valor que ya merecía la muliza desde hacía un buen tiempo.

Se suscitaron entonces debates, mesas redondas, discusiones y ponencias donde se argumentaba con fundamento la presencia central de Jauja en todo este proceso de consolidación de uno de los ritmos más apreciados, selectos y exquisitos de nuestro cancionero nacional. De entre todo ese material llega a mis manos el libro La muliza jaujina, del profesor Nicolás Martínez Oviedo, compositor e intérprete reconocido de la provincia y uno de los más acuciosos investigadores de la materia. Es él justamente una de las voces más airadas que se alzaron cuando en dicho reconocimiento no se nombró a Jauja para nada, descubriendo que una de las causas para este olvido fue una clamorosa negligencia de las propias autoridades del Concejo Provincial, quienes no enviaron en su momento la información requerida por el Ministerio de Cultura. Lamentable dejadez de ciertos funcionarios para quienes probablemente la cultura es la quinta rueda del coche de la gestión edil.

Sin embargo, como señala el prologuista, el debate sobre el lugar de origen de la muliza se revela estéril, pues se trataría de todo un proceso cultural de integración e intercambio, en una región que posee singularidades propias. Lo novedoso, acaso, como apunta al finalizar su introducción, es que la muliza en Jauja se baila, especialmente en los carnavales; es más ligera y termina en huaino, a diferencia de las versiones que se cultivan en Tarma y Cerro de Pasco. Además, la cuna exacta de esta expresión musical sigue siendo un enigma, pues hasta ahora no se ha demostrado de manera fidedigna el punto preciso de su nacimiento, a pesar de los muy serios y considerables argumentos que sustentan unos y otros, si bien en el caso de la muliza jaujina existe el poderoso fundamento de la historia, al ser un territorio políticamente más antiguo y que en algún momento comprendió a las mencionadas provincias donde también se cultiva la muliza.

Este fenómeno no es único. El hecho adicional de que las áreas culturales casi nunca coincidan con las demarcaciones políticas, hace difícil establecer teorías o hipótesis concluyentes. Es lo que pasa también con el tango, sin ir muy lejos, pues es bien sabido que Uruguay y Argentina se disputan su primacía, cuando la verdad es que en la cuenca del río de La Plata se gestó y desarrolló esta expresión musical, teniendo además a uno de sus máximos cultores y exponentes, como es Carlos Gardel, en medio de una controversia sobre si su nacimiento fue en Francia, Uruguay o Argentina. En fin, esto es lo de menos, pues lo importante aquí es cómo se forjó uno de los géneros más significativos de Latinoamérica.

Volviendo a la muliza, se entiende el surgimiento del mismo al tener presente el factor histórico, al suprimirse el monopolio comercial por el rey Carlos III en el siglo XVIII, decretándose el libre comercio. Esto trajo como consecuencia que los puertos de Cádiz, Sevilla, Callao y Cartagena de Indias ya no serían los únicos habilitados para el tráfico de especies, sino que surgen otros como Montevideo y Buenos Aires, más accesibles al Viejo Continente y convirtiéndose en los principales centros del movimiento económico durante la colonia. Esto trajo aparejado el surgimiento de un intenso tráfico comercial entre el noroeste argentino y las regiones del altiplano boliviano, peruano y la sierra sur de nuestro país, teniendo su punto de llegada la región central, donde ya gravitaba Jauja como primera ciudad fundada por los españoles en dicha zona, y la concurrencia de ciudades como Tarma y Cerro de Pasco en cuanto a su significación agrícola, ganadera y minera en el caso de esta última. Por tanto, los arrieros o muleros que hacían el largo camino, se acompañaban en el trayecto de guitarras y cantos que iban surgiendo al calor de los trabajos y los días, las fatigas y las nostalgias. 

Todos coinciden en que la muliza posee la estructura poética del zéjel, composición árabe-andaluza traída por los conquistadores; y que, musicalmente, deriva de la vidala, género colonial originario del Perú, pero muy bien aclimatado por cierto en las provincias argentinas de Tucumán, Salta, Jujuy y Santiago del Estero. Otros sugieren que un antecedente podría ser asimismo la chimaycha, especie de huaino cultivado en tierra tarmeña. Es decir, la muliza es el producto de un interesante mestizaje al que concurren distintas vertientes culturales que le dan su condición de expresión híbrida, creación que amalgama todas las corrientes que han forjado nuestra identidad nacional.

En el libro hay además testimonios de personalidades ligadas al mundo de la muliza, así como un cancionero que abarca más de la mitad del volumen. He leído con detenimiento las letras de las mulizas y recordaba mis primeros poemas de amor, malos poemas por supuesto, pues al ser de temática amorosa es muy difícil alcanzar la excelencia, que es la única condición de la poesía, como nos lo enseñó el gran Rainer María Rilke, que en sus Cartas a un joven poeta le recomienda que jamás escriba poemas de amor, por la razón ya apuntada. Se advierte por ello un prosaísmo demasiado evidente, una retórica al uso llena de lugares comunes, con una fraseología que ha echado mano a recursos muy manidos de la peor poesía “romántica”. Hay varias que empiezan bien, pierden brillo a medio camino y al final se enfangan en versos pueriles. Se pueden salvar algunas estrofas bien construidas y uno que otro destello lírico en ciertos versos de varias canciones. Es por ello que, después de un somero análisis de las letras, sinceramente, creo que carecemos de un gran letrista de mulizas. Tal vez pueda sonar muy lapidario lo que afirmo, pero mi juicio es apenas una visión subjetiva y relativa, pues no descarto la probabilidad de otras composiciones no insertas en el libro.

Hay aquí, en todo caso, un serio desafío para quienes van a continuar con el legado, para que puedan elevar la calidad poética de una melodía que es hermosísima, de una música entrañable que es representativa de nuestra tierra. El libro es, sin duda, una valiosa contribución al estudio y conocimiento de esta expresión artística del centro del Perú.

 

Lima, 25 de junio de 2022.