viernes, 24 de diciembre de 2010

Recuerdos de Navidad

Siempre que está próxima la mayor celebración religiosa del mundo cristiano, y cuyo sentido ha adquirido cada vez más connotaciones paganas y fenicias, me viene a la memoria lo que era para mí la llegada de la Navidad en mi lejana, y a veces cercana, infancia. Con mis hermanos esperábamos con ansias el arribo de la mágica noche, que traería para nuestros sueños y fantasías, un tropel de magníficos frutos que serían la delicia del paladar lúdico más exigente.

La llamada noche buena, nos reuníamos todos en familia en la casa de Antu, que es como llamamos a la tía más querida y más próxima que todos hemos tenido, cuya presencia tiene en más de un sentido un halo maternal que ha desplegado en todos sus sobrinos con una abnegación y una entrega inusitadas. Allí aguardábamos, mientras las mujeres mayores preparaban la cena, el momento en que los relojes dijeran que eran las doce de la noche, instante que disparaba nuestra ansiedad por abrir los regalos y vivir ese tiempo sin tiempo del más puro deleite infantil.

Sin embargo, como los regalos nos esperaban en la casa de Juya, nuestra mamá grande -como diría García Márquez-, teníamos que ser pacientes y esperar el momento del brindis, la cena pascual, la charla de sobremesa y demás interludios, para recién encaminarnos a casa y abalanzarnos con loco frenesí a los paquetes envueltos en vistosos papeles que mi madre, a escondidas y furtivamente, había dejado sobre las camas antes de salir todos para la casa de la tía.

La velada transcurría apaciblemente, cada quien degustaba su plato en silencio, algún comentario o broma matizaba la reunión y luego del brindis con el infaltable champagne, nos poníamos a dialogar más animadamente, hasta percatarnos de que los minutos habían volado y teníamos que regresar a casa.

Sin embargo, había algo que quedaba flotando en nuestras almas niñas que no compatibilizaba con ese espíritu generalizado que parecía embargar a todos, algo que la inquieta curiosidad de un muchacho captaba intuitivamente, y a veces frontalmente, en la realidad que observaba en su entorno. Uno no se explicaba cómo es que por estas fechas proliferaban por las calles y las plazas, en una cantidad inusitada, niños menesterosos, mendigos, mujeres cargando y arrastrando a sus hijos, hombres sumidos en la miseria más obscena. Todos ellos discurriendo ante nuestros ojos navideños, mostrándonos la otra cara de la medalla, restregándonos en la cara satisfecha y complacida de criaturas privilegiadas, una imagen que siempre iría unida a celebraciones como éstas.

Porque la realidad humana posee ese carácter dual, que ya el filósofo danés Kierkegaard había observado en un aforismo que más adelante conocería: “las cuerdas de la alegría y de la tristeza están tan juntas, que cuando suena la primera, inmediatamente resuena la segunda”. Los extremos se tocan, las antípodas se reconocen, el yin y el yang de los chinos se columpian armónicamente en el trapecio inefable del destino humano.

Los regalos de que tengo memoria son muchos, empezando por un carro de combate de un ejército imaginario, un juego de monopolio, una bicicleta y un reloj. Quizás son los que recuerdo con más nitidez, y que están engarzados en mis evocaciones con la figura tierna de mi madre y con el hondo significado que esta fiesta cristiana pueda tener para un hombre agnóstico como soy ahora. Quién sabe si en esta paradoja se revela esa inmensa riqueza y ese calado trascendente de esta festividad que ha superado los límites de lo estrictamente religioso para asumir un significado entrañablemente humano.

Lima, 24 de diciembre de 2010.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Miscelánea de opiniones

WIKILEAKS. La revelación del contenido de una ingente masa de documentos clasificados del Departamento de Estado de los Estados Unidos, compuesto por un cuarto de millón de cables, ha hecho el efecto de una bomba informática en el mismo centro neurálgico del poder mundial. La posterior detención de Julian Assange en el Reino Unido a solicitud de la justicia sueca, que pide su extradición por supuestos delitos sexuales que habría cometido en el país nórdico, no ha logrado sino aumentar la curiosidad por un fenómeno singular de estos tiempos: la radical transformación de la naturaleza del periodismo, o de la concepción que teníamos de las formas de transmitir información que hasta ahora había prevalecido. El haber desnudado inmisericordemente el actuar de la diplomacia estadounidense en todos los rincones del planeta, ha puesto contra las cuerdas a la propia Casa Blanca y a toda la jerarquía gubernamental del imperio del norte. Si bien muchos de los datos no pasan de ser simples chismorreos de salón, otros atañen a aspectos esenciales en la relación de dicho país con diversos países del mundo, especialmente los latinoamericanos. También se pone en tela de juicio la misma práctica de una actividad que tiene como rasgo característico el secretismo de estado, la diplomacia como una muy sutil manera de sobrellevar las diferencias naturales entre los estados y los gobiernos. Esto obligará a replantearse los viejos canales sobre los que discurría dicha actividad, en medio de una época que, bajo el sello de la apertura y la transparencia, ha convertido al ciudadano común y corriente en un ojo crítico que escruta la conducta de quienes dirigen el destino de los pueblos, haciéndolos vulnerables a la mirada censora de un público cada vez más informado.

DISCURSOS. El vibrante y conmovedor discurso pronunciado por Mario Vargas Llosa durante una de las ceremonias por el Premio Nobel en Estocolmo, coronado con las palabras del brindis en la respectiva cena de gala, ha quedado como una de las piezas oratorias más memorables en la centenaria historia de los Premios Nobel, una auténtica obra maestra digna de figurar en la más selecta antología de discursos célebres. El texto, leído con altas dosis de emoción y fervor, y que titula Elogio de la lectura y la ficción, es un recuento intenso de una vida signada por una pasión absorbente y placentera, una actividad que le ha prodigado los más grandes desafíos pero también los más placenteros logros. Es la descripción de una existencia con sus propios avatares de búsquedas y hallazgos, una cartografía de su peripecia humana que lo ha colocado en el máximo pedestal de la literatura universal. Posición que de ninguna manera lo va a enterrar o convertir en una estatua, como el mismo escritor lo ha manifestado, pues él seguirá escribiendo y creando hasta el fin de sus días, demostrando que la vocación de la escritura lo lleva en las entrañas. A propósito, se ha publicado también Yo no vengo a decir un discurso (Mondadori 2010), un volumen que reúne todos los discursos pronunciados por Gabriel García Márquez a lo largo de su dilatada existencia; desde aquel que dijo a los 17 años en la despedida de sus compañeros del bachillerato de Zipaquirá, hasta el que leyó en la apertura del IV Congreso Internacional de la Lengua que se celebró en Cartagena de Indias en 2007, pasando desde luego por el espléndido discurso que dio en 1982 en ocasión de la recepción del Premio Nobel de ese año, titulado La soledad de América Latina. Discursos todos, el del peruano y el del colombiano, despojados de toda retórica rimbombante, libres de la grave ampulosidad y de la hueca cursilería con que muchos nos agreden los oídos en los eventos más disímiles que la vida nos pone.

KEIKO. Las declaraciones realizadas ante la prensa por el escritor Mario Vargas Llosa a su arribo al territorio nacional, sobre lo que significaría para el Perú un triunfo de la candidata Keiko Fujimori en las elecciones presidenciales del próximo año, han desatado un vendaval de comentarios y opiniones a través de los diversos medios de comunicación. Lo que ha dicho el flamante Nobel de Literatura es que sería una verdadera catástrofe para nuestro país un gobierno probable de quien representa a las fuerzas más oscuras y peligrosas del régimen cleptocrático que asoló el Perú en la década de los noventa del siglo pasado, y que si ello sucediera él intervendría con los medios legales a su alcance para impedirlo. Pues tras el sonriente rostro de rasgos orientales que exhibe la congresista fujimorista, se agazapan figuras y nombres nefastos que durante el gobierno de Alberto Fujimori instauraron un cuasi perfecto sistema de corruptela y venalidad a gran escala. No se trata, tampoco, como muchos han dicho, de quedarse anclado en el odio y el rencor, pues en el caso de Vargas Llosa lo que existe es una firme postura de advertencia y prevención ante una amenaza real que se cierne sobre toda la sociedad peruana. Y aunque ella diga que no le teme al novelista, habría que recordarle que a quien debe temer realmente es a la verdad, pues todavía no ha aclarado sobre la forma cómo se pagaron sus estudios en una universidad estadounidense, sabiendo que los ingresos de su padre siendo presidente apenas llegaban oficialmente a los dos mil soles. Keiko Fujimori, además, no tiene la talla política necesaria para tentar la Casa de Pizarro; sus méritos intelectuales apenas le alcanzan para ser presidenta de alguna asociación de padres de familia del colegio de sus hijos, o, a lo sumo, para ser dirigente vecinal, mas no para atreverse a dirigir los destinos de un país.

Lima, 18 de diciembre de 2010.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Autorretrato del artista adolescente

Me parece ya lejano, y sin embargo tan próximo, ese soleado día de mayo de 1980, cuando, exultante de alegría, corrí a mi casa con el periódico recién comprado en el brazo, en cuyas páginas aparecía mi primer artículo periodístico. Tenía quince años y una inmensa ilusión.

Había pasado varios días en vilo, esperando que mi colaboración salga publicada en letras de molde; y cuando al fin lo hizo, mi gozo no tuvo límites. Se acabaron los días previos en que cada mañana acudía al quiosco de periódicos para comprar los diarios que leía cotidianamente, y al no encontrar mi texto me invadía la decepción y el pesimismo; mientras en mi familia me animaban diciéndome que tuviera paciencia, que esperara con calma pues de todas maneras lo publicarían. Y no se equivocaron.

Pero todo empezó cuando un buen día, alentado por las lecturas de reconocidos columnistas de la prensa nacional y algunos otros de dimensión continental, decidí escribir un artículo de opinión, diciéndome que no era posible que yo no pudiera decir algo sobre cualquier tema si otros lo hacían con cierta frecuencia desde las páginas de los diarios que leía.

Es así que una mañana, premunido de lápiz y papel, me encerré en la sala de mi casa, y durante largos minutos libré un duro combate -luché denodadamente con las palabras y con mi incipiente saber-, tratando de enhebrar las oraciones y las frases para que dijeran aproximadamente lo que pensaba y sentía, o lo que creía pensar y sentir. Era un asunto político de la mayor importancia el que embargaba mi interés: la vuelta a la democracia en el Perú luego de doce años de dictadura militar.

Cuando hube terminado, emergí de la caverna oscura de la creación con la sensación de haber vivido una experiencia única; y con el producto en mis manos, acudí de inmediato donde mi madre para leérselo, pues creía y sentía que era ella el primer ser que debía conocer el engendro de mi intelecto e imaginación. Igualmente, cuando salió al fin publicado, fue a mi madre a la primera persona que mostré mi hazaña periodística, quien exhibiendo con modestia su satisfacción y orgullo, me regaló una tierna sonrisa de aprobación y beneplácito.

Luego de pasar en limpio el borrador del artículo, surgió el problema de cómo llevarlo a la redacción del diario elegido. Un pequeño conciliábulo familiar decretó el nombre de la persona que me acompañaría en aquella empresa que yo me imaginaba no sólo ardua, sino además estéril y quimérica.

En las oficinas del diario, nos hicieron esperar en una salita de estar para ser recibidos presumiblemente por el director. Pero quien en verdad nos atendió fue el jefe de redacción, que hacía las veces del director en calidad de encargado -según nos explicó. Su trato fue amable y cordial, y cuando estuvo al tanto de nuestra visita, quiso conocer el artículo que yo llevaba; se lo di y, después de leerlo rápidamente, nos dijo que estaba bien y que en los días siguientes saldría publicado. Fue un trámite sencillo y expeditivo, lejos de ese encuentro tortuoso y erizado de obstáculos que yo tanto había temido.

Han pasado treinta años de ese bautizo de fuego en la prensa nacional, y, desde entonces, volví otras veces más en esporádicas ocasiones en que tenía listo un nuevo artículo. Siempre era publicado, asentando así mi pequeña fama entre el círculo estrecho de mis conocidos. Hasta que uno de esos cambios de destino más o menos imprevistos, me hizo abandonar mi provincia natal y radicarme definitivamente en la capital.

Y es desde aquí que ahora fraguo mis artículos, que, tres décadas después, le deben mucho a ese primer impulso de ese tímido adolescente que en un acto inusual de coraje decidió darse a conocer al mundo limitado de su región para desde allí dar el salto a esta nueva experiencia que vive a través de otros medios, entre ellos de éste que tan amicalmente me da cabida y cobijo.

Lima, 10 de diciembre de 2010.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Roger Casement: el incorregible irlandés

Cuando hace aproximadamente nueve años atrás, Mario Vargas Llosa conoció la historia de Roger Casement, y se dijo que bien merecía una novela, su sagaz intuición de fabulador no se había equivocado. Pues lo que ahora nos entrega, para el deleite y solaz de sus rendidos lectores, es una espléndida obra de arte, una ficción novelística de factura inigualable titulada El sueño del celta (Alfaguara, 2010), donde relata las aventuras y desventuras del cónsul británico por el Congo y la Amazonía, donde estuvo para constatar las atrocidades que los colonos explotadores del caucho cometían contra los aborígenes en ambas regiones del mundo. Pero también la historia de un patriota irlandés que luchó por la emancipación de su pueblo al punto de enemistarse mortalmente con el Imperio al cual sirvió diligentemente en misión diplomática.

Estructurada en tres capítulos: El Congo, La Amazonía e Irlanda, la novela se inicia cuando Roger Casement despierta en la prisión de Pentonville Prison, adonde su abogado -maître George Gavan Duffy- envía a su pasante para comunicarle que la petición de clemencia, que ha elevado al gabinete para que le sea conmutada la pena de la horca, se compromete peligrosamente por el hallazgo de sus diarios.

Nacido en 1864 en un suburbio de Dublín, la capital de Irlanda, Casement tuvo una educación anglicana, junto con sus hermanos Agnes (Nina), Charles y Tom. Le gustaba escuchar los relatos que hacía de sus viajes su padre, el Capitán Roger Casement, que había servido en el Tercer Regimiento de dragones en la India por ocho años. Su madre, Anne Jephson, era católica en secreto y murió cuando Roger tenía nueve años. Es enviado, así como sus hermanos, a la casa del tío abuelo paterno John en el Ulster. Posteriormente se iría a vivir con su tía Grace, hermana de su madre, y con su tío Edward, esposo de aquella. Trabajó en la misma Compañía que su tío cuando acababa de cumplir veinte años; y, luego de dos viajes previos, decidió irse al África.

Allí conoce de los viajes de dos exploradores famosos por el continente negro: David Livingstone y Henry Morton Stanley; sirviendo temporalmente en el grupo de éste último. Estando de cónsul en Boma fue atacado por la malaria por tercera vez, en vísperas de emprender viaje Congo arriba. Ya había hecho un primer viaje, allá por 1884, bajo las órdenes de Stanley, a quien el Rey Leopoldo II de Bélgica encargó preparar el terreno para la llegada de la Asociación Internacional del Congo (AIC). Pudo observar, como testigo presencial, los métodos bestiales de que se valían los europeos para reclutar a los nativos para los múltiples trabajos que exigía el dominio de ese vasto territorio que en la Conferencia de Berlín había sido cedido al monarca belga.

Estando en el Congo conoce al marino mercante polaco Konrad Korzeniowski, más tarde famoso escritor con el nombre de Joseph Conrad, autor de la estupenda novela El corazón de las tinieblas, crónica desgarrada sobre el laberinto humano de la colonización europea en territorio africano. En un encuentro posterior en Londres, Conrad le diría a Casement que merecía ser llamado “el Bartolomé de las Casas británico”; razón por la que no entendía ahora el que no haya firmado el pedido de clemencia para que le conmutaran la pena, solicitud que sí habían suscrito numerosos y connotados intelectuales europeos.

Además de haber despertado en él los ideales independentistas de su vieja Irlanda, que sufre los horrores de la opresión británica, la estadía en el Congo también lo llevó a una pavorosa comprobación. “Si algo he aprendido en el Congo -le dice Roger Casement al padre Hutot, un monje trapense cuya misión se asentaba en la localidad de Coquilhatville-, es que no hay peor fiera sanguinaria que el ser humano.”

Descripción: http://t2.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcS---3OIgt19ba5hdg9CC_1jKQ0Ou2jhpnnHkHC10U9b8vI2t_o Producto de este dantesco recorrido por el territorio desmesurado de la colonización europea, hecha paradójicamente en nombre de la civilización, pero con medios bárbaros, y moviéndose dramáticamente en las orillas de la locura, Roger Casement redacta su valioso “Informe sobre el Congo”, documento que el gobierno inglés le había encargado al tener noticia de los abusos e iniquidades que perpetraban los súbditos de Leopoldo II en tierras africanas.

Luego de una breve estadía en el Brasil en misión diplomática, recibe el encargo del canciller del Reino de trasladarse a Iquitos, y de ahí a la región del Putumayo, para inspeccionar las denuncias que existían sobre la forma cómo operaba la Peruvian Amazon Compañy del peruano Julio C. Arana. La empresa tenía capitales ingleses, incluso estaba registrada como tal, pero el dueño era este menudo lugareño que había escalado vertiginosamente hasta hacerse propietario de la Compañía.

Estando ya en Iquitos, se entera de las acusaciones -al igual que Edmund D. Morel en Europa- que hacen Benjamín Saldaña Roca y Walter Hardenburg de asesinatos, flagelaciones, mutilaciones y violaciones que se cometen contra los indígenas de las tribus amazónicas, especialmente contra los huitotos, por parte de los empleados de la Peruvian Amazon Company de propiedad de Julio C. Arana. Conoce uno por uno a todos los jefes de cada estación en el Putumayo, una sarta de facinerosos a los que el poder y la impunidad llevaban a perpetrar toda clase de monstruosidades.

Su experiencia en las selvas sudamericanas lo enfrenta otra vez a esos extremos de villanía y ferocidad a los que el ser humano suele descender, espoleado por los demonios de la ambición y del apetito de poder, pues en sus entrañas también alberga un fondo siniestro de maldad ingénita. De ese viaje delirante por las espesuras de la iniquidad humana surge otro escrito, el “Informe sobre el Putumayo”, publicado por el gobierno inglés, previa aprobación, como el Blue Book (El Libro Azul).

La ruina de Arana sobrevendría con la conformación de una Comisión especial en la Cámara de los Comunes en 1912, para investigar las atrocidades de la Peruvian Amazon Company en el Putumayo. Pero antes, el gobierno del Perú, presionado por los gobiernos de Gran Bretaña y de los Estados Unidos, envía al juez Carlos A. Valcárcel, quien es víctima de una infame e implacable persecución que emprenden los criminales de la Casa Arana.

De regreso a Europa, Roger se concentrará en lo que va a convertirse en el “designio excluyente de su vida: la emancipación de Irlanda”. Luego de renunciar al Foreign Office, alegando problemas de salud -los cuales serían probados por los exámenes a que se somete-, se instala en Dublín para dedicarse a la causa irlandesa, mientras aprende gaélico, y no seguir viviendo en esa duplicidad que ya comenzaba a escarnecerlo.

Las discusiones con su amigo Herbert Ward en París recrudecieron por el acusado nacionalismo que empezaban a adquirir las ideas de Roger con respecto a Irlanda. Dice Vargas Llosa que Ward, “burlándose de su nacionalismo, lo exhortaba a volver a la realidad y salir de ese ‘sueño del celta’ en el que se había encastillado”.

Descripción: http://t3.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcRjJ41y3-f8TW2e08ic6Wp4B0gEVrVOlWWRnNWD9dyG3sRaotjgNgORypoR Viaja a los Estados Unidos para entrar en contacto con la comunidad irlandesa residente en New York -agrupada en el Clan na Gael-, con el fin de solicitar apoyo económico para la causa independentista. Allí conoce también, para su desgracia, al noruego Eivind Adler Christensen, que cambiaría radicalmente su vida. Este encuentro precipita el final de la peripecia homérica de Roger Casement, delatado como espía al servicio del gobierno alemán durante la Primera Guerra Mundial que se iniciaba por entonces. En su afán de ganar voluntarios para su lucha, visita el campo de los prisioneros irlandeses de Limburg en Alemania, tratando de conseguir adeptos. Su resultado es magro, pues apenas consigue medio centenar de adherentes que son reclutados en el campo de los Brigadistas de Zossen.

Tratando de impedir el levantamiento de Semana Santa de 1916, que él quería coincidiera con el ataque alemán a la flota inglesa, pues de lo contrario sería suicida, es capturado, juzgado y condenado a la horca. En la cárcel, los rumores del hallazgo de sus diarios, que contenían descripciones -mezcla de realidad y fantasía- de íntimos contactos sexuales con jóvenes de los diversos lugares donde había estado, lo cercan moralmente, confinándolo en uno de los tormentos de conciencia más dramáticos que ser humano pueda haber enfrentado.

Al final, valerosamente encara la decisión del gabinete de no aceptar el pedido de clemencia; afronta esos momentos aciagos con el auxilio de dos sacerdotes católicos que le dan la necesaria ayuda espiritual y, entre ensoñaciones y sueños balsámicos en los que aparece prodigiosamente su madre, es ejecutado.

Son conmovedores los momentos en que recibe la visita de Gertrude -Gee, como él la llamaba-, su prima más querida; y después la de Alice Stopford Green, historiadora irlandesa, su amiga y consejera, que abogó hasta el último por su suerte, y quien fue la primera que comenzó a llamarlo con el apodo que le había puesto Herbert Ward: “El celta”. También es conmovedora la escena en que el sheriff Stacey, el guardián de su celda, muestra su lado más humano, hasta el grado de sensibilizarse contándole a Roger su dolor por la pérdida de su único hijo en el frente.

Es, en suma, una portentosa crónica novelística sobre los abismos de la condición humana, encarnados en los abusos y las brutalidades cometidas por los seres humanos en contra de otros seres humanos, azuzados exclusivamente por el invencible demonio de la codicia.

Lima, 4 de diciembre de 2010.

sábado, 27 de noviembre de 2010

El legado de la Revolución Mexicana

Se cumplen este 2010 los cien años de uno de los acontecimientos más trascendentales de la historia de Latinoamérica en general, y de México en particular. Se trata de aquel movimiento revolucionario que convulsionó la vida social y política del país de los aztecas a fines de 1910 y que significó un hito en el evolucionar de los pueblos del continente.

Los hombres y las mujeres humildes que se alzaron contra la longeva dictadura de Porfirio Díaz, demandando una vida más justa a partir de exigencias básicas como tierra y libertad, jamás se imaginaron que lo que comenzó como una revuelta social por mejores condiciones de existencia, crecería hasta convertirse en una hecatombe política que le cambiaría la faz de un modo definitivo a una sociedad que se hallaba anclada en formas semifeudales de organización económica y anacrónicos hábitos culturales.

Durante toda esa década de principios del siglo XX, la sociedad mexicana estuvo inmersa en una conflagración que revolucionó todos los órdenes de su existencia y que transformó profundamente sus raíces como nación y como país. En medio de acontecimientos abigarrados y confusos, al calor de esa azarosa trifulca en la que nombres como Pancho Villa y Emiliano Zapata -sin duda ya históricos-, más un grueso de militares y civiles que también fueron los protagonistas de la refriega, se destacó el empuje y la energía de un pueblo hastiado de la opresión y sediento de libertad.

Una vez expulsado el sátrapa del poder, los insurrectos se lanzaron a una fratricida carrera por la posesión plena de ese ansiado oropel, desbaratando los ideales y los principios que hicieron germinar una de las gestas más admirables de nuestros pueblos. Por varios años, el caos y la anarquía acechó la naciente república de los desheredados, para finalmente terminar confinados, ellos, los verdaderos agentes de la revolución, a un segundo plano por obra y gracia de una clase dirigente que se embriagó con sus triunfos y que hegemonizó los logros visibles de la epopeya.

Cuando al fin se logra institucionalizar la gesta revolucionaria, México ya comenzaba a ser otro país, otro rostro asomaba tras las máscaras que sucesivamente habían ido recubriendo la imagen real de esa vieja civilización. Pues si algo se debe agradecer al ventarrón transformador que asoló la tierra de Cuauhtémoc y de Benito Juárez, de Alfonso Reyes y de Sor Juana Inés de la Cruz, es la amalgama social que trajo consigo en el seno de la hasta entonces excluyente sociedad mexicana, heredera directa de la colonia y sus arrestos novohispanos.

Esa influencia también se dejó sentir en el terreno del arte, al cual fecundó ricamente en todas sus manifestaciones, especialmente en la literatura, la pintura, la música y el cine. Las vicisitudes y los avatares de las luchas populares fueron materia de inspiración de tantísimas obras que los artistas mexicanos produjeron, transmutando en magníficas creaciones estéticas todo el espíritu de ese fenómeno singular.

Destacan entre ellos los pintores agrupados en torno a lo que se denomina el muralismo, característica corriente de la plástica mexicana de la primera mitad del siglo XX que tuvo entre sus principales exponentes a Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros. En el terreno literario, son visibles las huellas del tema histórico de la revolución en las obras de Juan Rulfo, Martín Luis Guzmán, Mariano Azuela y Carlos Fuentes. Pedro Páramo, El águila y la serpiente, Los de abajo y La muerte de Artemio Cruz, son las novelas que, respectivamente, escribieron los autores mencionados a propósito de ello.

En el llamado séptimo arte sobresale nítidamente la cinematografía de Luis Buñuel, un cineasta español afincado en México, pero que fue capaz de identificarse con el alma de la tierra que lo recibió hasta el punto de que su obra es el fiel reflejo de la sensibilidad y el espíritu de sus compatriotas adoptivos. Y en la música, aparte de la notable producción del gran compositor Silvestre Revueltas, México ha logrado lo que quizás ningún otro pueblo latinoamericano: integrar la música popular a la corriente sanguínea del sentir de los mexicanos, que ellos viven cada una de sus expresiones musicales con la intensidad y el frenesí de lo que es propio, de aquello que se ha sabido crear y elaborar con las fibras más íntimas del ser nacional.

Algo de esto y mucho más explora el eximio poeta y ensayista mexicano Octavio Paz en su imprescindible El laberinto de la soledad, descollante ensayo de mediados de siglo que sintetiza la esencia de ese ser mexicano proyectado a una dimensión latinoamericana. Cómo habría reaccionado el poeta al observar lo que hoy sucede en su país, atenazado ferozmente por la violencia delictiva del narcotráfico, en medio del fuego cruzado de esas hordas bestiales que se disputan los espacios para el negocio inmundo de la droga.

Pero esto ya es motivo para otro artículo; quedémonos por lo pronto con lo mejor del legado de aquellos heroicos luchadores, que regaron su sangre para edificar una patria más justa y más igualitaria, más grande y más humana.

Lima, 27 de noviembre de 2010.

El legado de la Revolución Mexicana

Se cumplen este 2010 los cien años de uno de los acontecimientos más trascendentales de la historia de Latinoamérica en general, y de México en particular. Se trata de aquel movimiento revolucionario que convulsionó la vida social y política del país de los aztecas a fines de 1910 y que significó un hito en el evolucionar de los pueblos del continente.

Los hombres y las mujeres humildes que se alzaron contra la longeva dictadura de Porfirio Díaz, demandando una vida más justa a partir de exigencias básicas como tierra y libertad, jamás se imaginaron que lo que comenzó como una revuelta social por mejores condiciones de existencia, crecería hasta convertirse en una hecatombe política que le cambiaría la faz de un modo definitivo a una sociedad que se hallaba anclada en formas semifeudales de organización económica y anacrónicos hábitos culturales.

Durante toda esa década de principios del siglo XX, la sociedad mexicana estuvo inmersa en una conflagración que revolucionó todos los órdenes de su existencia y que transformó profundamente sus raíces como nación y como país. En medio de acontecimientos abigarrados y confusos, al calor de esa azarosa trifulca en la que nombres como Pancho Villa y Emiliano Zapata -sin duda ya históricos-, más un grueso de militares y civiles que también fueron los protagonistas de la refriega, se destacó el empuje y la energía de un pueblo hastiado de la opresión y sediento de libertad.

Una vez expulsado el sátrapa del poder, los insurrectos se lanzaron a una fratricida carrera por la posesión plena de ese ansiado oropel, desbaratando los ideales y los principios que hicieron germinar una de las gestas más admirables de nuestros pueblos. Por varios años, el caos y la anarquía acechó la naciente república de los desheredados, para finalmente terminar confinados, ellos, los verdaderos agentes de la revolución, a un segundo plano por obra y gracia de una clase dirigente que se embriagó con sus triunfos y que hegemonizó los logros visibles de la epopeya.

Cuando al fin se logra institucionalizar la gesta revolucionaria, México ya comenzaba a ser otro país, otro rostro asomaba tras las máscaras que sucesivamente habían ido recubriendo la imagen real de esa vieja civilización. Pues si algo se debe agradecer al ventarrón transformador que asoló la tierra de Cuauhtémoc y de Benito Juárez, de Alfonso Reyes y de Sor Juana Inés de la Cruz, es la amalgama social que trajo consigo en el seno de la hasta entonces excluyente sociedad mexicana, heredera directa de la colonia y sus arrestos novohispanos.

Esa influencia también se dejó sentir en el terreno del arte, al cual fecundó ricamente en todas sus manifestaciones, especialmente en la literatura, la pintura, la música y el cine. Las vicisitudes y los avatares de las luchas populares fueron materia de inspiración de tantísimas obras que los artistas mexicanos produjeron, transmutando en magníficas creaciones estéticas todo el espíritu de ese fenómeno singular.

Destacan entre ellos los pintores agrupados en torno a lo que se denomina el muralismo, característica corriente de la plástica mexicana de la primera mitad del siglo XX que tuvo entre sus principales exponentes a Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros. En el terreno literario, son visibles las huellas del tema histórico de la revolución en las obras de Juan Rulfo, Martín Luis Guzmán, Mariano Azuela y Carlos Fuentes. Pedro Páramo, El águila y la serpiente, Los de abajo y La muerte de Artemio Cruz, son las novelas que, respectivamente, escribieron los autores mencionados a propósito de ello.

En el llamado séptimo arte sobresale nítidamente la cinematografía de Luis Buñuel, un cineasta español afincado en México, pero que fue capaz de identificarse con el alma de la tierra que lo recibió hasta el punto de que su obra es el fiel reflejo de la sensibilidad y el espíritu de sus compatriotas adoptivos. Y en la música, aparte de la notable producción del gran compositor Silvestre Revueltas, México ha logrado lo que quizás ningún otro pueblo latinoamericano: integrar la música popular a la corriente sanguínea del sentir de los mexicanos, que ellos viven cada una de sus expresiones musicales con la intensidad y el frenesí de lo que es propio, de aquello que se ha sabido crear y elaborar con las fibras más íntimas del ser nacional.

Algo de esto y mucho más explora el eximio poeta y ensayista mexicano Octavio Paz en su imprescindible El laberinto de la soledad, descollante ensayo de mediados de siglo que sintetiza la esencia de ese ser mexicano proyectado a una dimensión latinoamericana. Cómo habría reaccionado el poeta al observar lo que hoy sucede en su país, atenazado ferozmente por la violencia delictiva del narcotráfico, en medio del fuego cruzado de esas hordas bestiales que se disputan los espacios para el negocio inmundo de la droga.

Pero esto ya es motivo para otro artículo; quedémonos por lo pronto con lo mejor del legado de aquellos heroicos luchadores, que regaron su sangre para edificar una patria más justa y más igualitaria, más grande y más humana.

Lima, 27 de noviembre de 2010.

sábado, 20 de noviembre de 2010

La revuelta saharaui

El asalto al campamento saharaui de Agdaym Izik, en las afueras de El Aaiún, por parte de las fuerzas del orden marroquíes, el pasado 8 de noviembre, no ha hecho sino enconar un viejo conflicto en el Sáhara Occidental que ya lleva alrededor de 35 años. Lo que parecía una simple protesta por mejores condiciones sociales, como viviendas y puestos de trabajo, se ha trocado en reivindicaciones de carácter independentista por el desatino de Rabat de enfrentar violentamente las exigencias de esta población tradicional de la región.

Los hechos coincidían con la ronda de negociaciones que se iniciaba en Nueva York entre representantes del gobierno de Marruecos y los del Frente Polisario, bajo el auspicio de las Naciones Unidas, con el fin de encontrar una salida a un litigio de rezagos coloniales que involucra a países como Marruecos, Mauritania, Argelia y España, principalmente.

El desmantelamiento, bajo el accionar de fuerzas auxiliares combinadas con militares, ha arrasado el Campamento de la Dignidad, según ha relatado en una entrevista digital Isabel Terraza, una activista española del Grupo de Resistencia Saharaui. Entraron por la madrugada de ese lunes, desatando el pánico y la angustia en cientos de pobladores que veían como sus jaimas eran incendiadas por las fuerzas represivas.

La acción ha sido justificada por las autoridades en razón de que en el campamento se encontraban elementos perseguidos por la justicia, acusados de ser los promotores de otros levantamientos y protestas de esta etnia que sufre los embates de una situación a todas luces injusta. La impunidad con que actúa el régimen de Mohamed VI, ante la mirada atónita y complaciente de la comunidad internacional, se debe a que los países europeos concernidos, España sobre todo, tienen poderosos intereses que defender en una zona con ingentes recursos económicos.

El gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, así como el de sus colegas de la Unión Europea, ha demostrado una actitud tibia y hasta cierto punto cómplice con los desmanes y tropelías de las fuerzas de seguridad marroquíes, en una región donde viven un promedio de medio millón de habitantes, siendo aproximadamente un tercio de ellos de procedencia saharaui. Esto demuestra el doble rasero con el que se conducen las civilizadas naciones europeas y occidentales, pues mientras proclaman en cualquier foro internacional su respeto por los derechos humanos, la democracia y el estado de derecho, en la práctica guardan oprobioso silencio cuando se trata de condenar actos brutales como los perpetrados por el gobierno de Rabat en contra de los saharauis.

Cientos de detenidos, decenas de muertos y una población temerosa e inquieta que ha sufrido el asalto de sus propiedades por parte de marroquíes azuzados por las fuerzas del orden, es el saldo doloroso de una jornada más de enfrentamientos entre el gobierno monárquico de Marruecos y un pueblo que lucha por su independencia. A pesar de que el régimen marroquí ha dicho de que está dispuesto a concederle la autonomía, en territorio de la ex colonia española, al pueblo saharaui, el Frente Polisario -el brazo político armado de las reivindicaciones de aquél-, aboga por su total independencia, pasando por el ejercicio del derecho a la autodeterminación, con vistas a la creación de la República Árabe Saharahui Democrática (RASD).

Las informaciones sobre los reales incidentes ocurridos en la región han sido bloqueadas por la férrea censura impuesta por Rabat a los medios de prensa europeos, impidiendo que la opinión pública mundial tenga un conocimiento certero de los sucesos y que por lo tanto se conozca en toda su magnitud la tragedia saharaui. Sin embargo, son los detalles en relación a datos los que se desconocen por el momento, pues en cuanto al proceder de las fuerzas represivas no hay ninguna duda, motivo por el que el gobierno español no puede escudarse en la falta de información para eludir una condena sin atenuantes al gobierno de Mohamed VI, como lo ha dicho ingenuamente la ministra de Asuntos Exteriores Trinidad Jiménez.

Lima, 20 de noviembre de 2010.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Promiscua amistad

Escuchamos decir que nuestros tiempos están signados por una verdadera revolución en el campo de las comunicaciones, que ahora la humanidad asiste a la apoteosis de los medios y mecanismos más diversos y sorprendentes de establecer relaciones entre los seres humanos. Pero esto, que puede sonar en principio maravilloso, tiene no obstante un lado oculto que puede acarrear, como todo, una no menos sorprendente cantidad de problemas para la vida de los individuos concretos que somos.

El vertiginoso desarrollo de la cibernética y la informática, esas tecnologías propias del siglo XX que han entrado con mejor pie en el XXI, no puede menos que dejar extasiado a todo aquel que contemple el devenir de la cultura humana y haga una simple comparación con lo que el hombre contaba hace apenas cincuenta años en el terreno de la información y la comunicación.

Los inventos que la ciencia ha puesto al servicio del hombre han terminado avasallándolo y, en muchos sentidos, sometiéndolo a sus fríos dictados cuando éste no ha sabido deslindar claramente entre los medios y los fines de aquellos. Muchas veces, se han visto como fines en sí mismos lo que naturalmente no eran sino medios, es decir, caminos, vías para alcanzar otros estadios de la evolución humana.

Esto es lo que pasa, por ejemplo, con Internet, esa prodigiosa telaraña mundial de las comunicaciones, que ha entronizado sus reales en el mundo contemporáneo de tal manera, que no hay prácticamente actividad humana que pueda sustraerse a sus redes, o que no tenga su correlato virtual en eso que ha sido bautizado como el ciberespacio, un universo fantasmagórico de espectros potenciales y de presencias posibles.

Nadie ignora los inmensos beneficios que puede aportarnos este medio, siendo lo más importante de ello, sin embargo, el no olvidarse de usarlos. Pues como todo medio, cada quien hace uso de ellos de acuerdo a sus necesidades y de acuerdo también a su altura. Porque el medio en sí mismo no es bueno ni malo, es amoral, está -como dice Nietzsche- más allá del bien y del mal. Son los individuos los que le dan la estatura y el nivel que puede cobijar.

No voy a abundar además en sus ventajas, que son evidentes. Quiero detenerme, más bien, en algunos aspectos que ya los expertos están haciendo notar como amenazas o peligros para la sana convivencia humana. Cuántos, de los millones de usuarios que a diario acceden a esta verdadera galaxia de Gutenberg, hacen uso, verbi gratia, de manera que esta exposición universal del conocimiento redunde en su propio enriquecimiento personal. Y cuántos, por lo contrario, no hacen sino prolongar sus mediocres y grises existencias a esa esfera cósmica, potenciándolas y desnudándolas.

¿Para cuántas personas internet no es sinónimo sino de correo electrónico -messenger- y de Facebook? Ignoran, o pretenden ignorar, que a través de esta conexión se puede acceder a medios de comunicación del mundo, a bibliotecas virtuales, a museos, a una ingente información en todas las ramas del saber humano que, si la aprovecháramos de verdad, sería como la universidad de nuestros días.

Existen a este respecto las llamadas redes sociales, auténticas pasarelas -mayoritariamente hablando-, de la superficialidad y la frivolidad más rampantes, cuando no simplemente del mal gusto. Sus usuarios, que se cuentan por millones, exhiben sin la menor impudicia, sus menudencias cotidianas y sus hazañas de papel. O se dedican a comentar, en el lenguaje más desaliñado y oprobioso, las imágenes y enlaces de los numerosos amigos que han logrado reunir en esa esquina invisible, fantasmal pero real, de la comunidad virtual.

Y aquí llego al meollo del asunto. ¿Cómo es posible que se pueda tener tantos amigos sin denigrar realmente a la palabra? Esa graciosa utopía del millón de amigos, que era cantada hace un tiempo por un intérprete de la música contemporánea, muchos creen haberla realizado a través del Hi5, del Facebook, del My Speace, y de otros tantos clubes del ciberespacio que les venden la piadosa mentira de estar relacionados con seres a los que no ven, a los que no tocan, y con quienes apenas se puede establecer un quimérico puente de contactos episódicos y de mensajes fugaces. Eso por un lado, pues por el otro, esas mismas personas, obsesionadas ya por visitar esas páginas electrónicas, se alejan cada vez de los seres de su entorno, se desentienden de personas a quienes pueden ver y tocar, postergan hasta el olvido esa relación entrañable que deberían tener con los suyos.

Y es en este sentido que, muchas veces, dichas redes sociales pueden fungir el nada halagüeño papel de celestinas virtuales, de burdas y groseras alcahuetas que se prestan a los tráficos más innobles y a las deslealtades más vergonzosas. Hechos que, como se comprenderá, pueden terminar arruinando sólidas relaciones construidas pacientemente a lo largo de los años. Las tentaciones abundan en un medio como este, y el escudo de la privacidad o el anonimato azuzan conductas que normalmente no se darían en la realidad.

He ahí pues la trampa que acecha en este modernísimo espacio de encuentros cibernéticos, la potencial bomba de tiempo que podríamos estar incubando en cada hogar, en cada familia, cuando los que la usan no tienen bien definidos los límites que la ética y el respeto por el otro imponen a toda relación. Cuando el abuso de una libertad mal concebida domina los comportamientos humanos, puede convertirse en la perfecta coartada para el engaño artero y para la traición alevosa.

Lima 13 de noviembre de 2010.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Dilma, Cristina, Latinoamérica

La escena política latinoamericana ha experimentado en las últimas semanas vuelcos importantes a partir, primero, del lamentable fallecimiento del ex presidente argentino Néstor Kirchner, y, luego, del triunfo en Brasil de Dilma Rousseff, la primera mujer que accede a la presidencia de la mano del ya legendario Luiz Inácio Lula da Silva.

Descripción: Murió el ex presidente Néstor Kirchner La muerte de quien fuera el presidente de la República Argentina entre los años 2003 y 2007, líder indiscutible del movimiento peronista y figura notoria tras el poder que ejerce su esposa Cristina Fernández de Kirchner en la nación del plata, ha generado reacciones diversas en el mundo político latinoamericano; pero el común denominador ha sido el reconocimiento de sus innegables dotes de líder y político de raza.

Contra quienes se figuraban que su presencia se alejaba cada vez más de las masas populares que lo encumbraron en su momento al poder, su desaparición súbita del firmamento político argentino ha servido para demostrar que el ascendiente social y humano que se había granjeado entre la gente común y corriente se mantenía al tope. No es fácil olvidar, pues, el papel que le cupo asumir cuando la honda crisis de 2001 casi precipita al país de Borges y Gardel a los abismos de la ingobernabilidad.

El país que veía cómo su destino colectivo se hundía en la debacle económica y social, fruto de los desaciertos de políticas equivocadas que se implementaron en la última década del siglo XX -al calor de los efluvios hechiceros de la corriente neoliberal-, y que tuvo en el inefable Carlos Saúl Menem a su símbolo perfecto, lentamente emergió de la crisis merced a la firme muñeca de un gobernante que le supo imprimir a sus actos políticos una orientación que armonizaba el pragmatismo y la responsabilidad, el compromiso con el pueblo y la mesura del estadista.

Descripción: http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/0/05/Cristina_Fern%C3%A1ndez_de_Kirchner_-_Foto_Oficial_2.jpg Contra el tropel de los verdaderos idiotas latinoamericanos, que lo encasillaron en la vertiente del populismo y de lo que Hugo Chávez llama el socialismo del siglo XXI, conjuntamente con otros mandatarios sudamericanos como Evo Morales, Rafael Correa y el mismo Chávez, la imagen de Néstor Kirchner se destacó nítida por negarse a ser estereotipado por una prensa adicta a los mandatos de los grandes centros de poder.

Es difícil, no cabe duda, el panorama que deja su ausencia en el entorno de la Casa Rosada. Pero es seguro que Cristina, más allá del dolor y la desolación por la pérdida de su inseparable compañero, sabrá sortear este remezón imprevisto en su camino personal, con la lucidez e inteligencia que ha demostrado para conducir la nave del Estado por el rumbo correcto.

El triunfo en segunda vuelta de la candidata del Partido de los Trabajadores (PT), la ex guerrillera Dilma Rosseff, frente al candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), José Serra, ha significado la confirmación de la magnífica gestión de su mentor y amigo, el actual presidente Lula, quien se retira del cargo con una histórica aprobación que bordea el 85%.

Descripción: Dilma Rousseff, nueva presidenta de Brasil En muchos sentidos es singular la elección de esta economista de 62 años que fuera Ministra de Energía, Jefe de la Casa Civil y Jefe de Gabinete durante el gobierno del actual mandatario. El hecho de ser la primera mujer que accede a un cargo de esta naturaleza, ya puede considerarse un logro significativo; pero también el gesto sin precedentes en el género -pues existe el caso de José Mujica en Uruguay-, de haber el pueblo brasileño elegido a quien fuera en su juventud militante de un movimiento guerrillero que en los años ’60 se enfrentó a la dictadura de su país, siendo detenida y torturada como cualquiera, encarcelada y posteriormente indemnizada por la Comisión de Reparación de Derechos Humanos.

Esta trayectoria de lucha y compromiso permanente con las causas populares se ve coronada ahora con el puesto más alto de la nación, pero también el que exige mayores responsabilidades a todo político, que debe enfrentar en lo concreto y cotidiano, el desafío descomunal de los decisiones diarias en el manejo del poder, y que en el caso específico de Dilma, será nada menos que el coloso sudamericano, la octava mayor economía del mundo, considerado en el contexto internacional como una de las potencias emergentes del planeta.

Menuda tarea la que le espera a la sucesora de uno de los presidentes más exitosos que ha tenido el país de Pelé y de Garrincha, de José Guimaraes Rosa y de Jorge Amado, de Caetano Veloso y de Joao Gilberto; éxito que ha estado cifrado fundamentalmente en la reducción importante de los índices de pobreza, en el crecimiento sostenido de su economía y en la incorporación de los desheredados y olvidados de siempre a los beneficios de un desarrollo impresionante.

Lima, 6 de noviembre de 2010.

domingo, 31 de octubre de 2010

Los papeles de Irak

La revelación de una impresionante cantidad de documentos que desnudan la actuación de las tropas de ocupación y sus aliados locales en el país de las mil y una noches, ha constituido una auténtica bomba informativa que ha hecho remecer los cimientos del mismísimo Pentágono en los Estados Unidos y ha levantado una ola de comentarios y declaraciones en sentidos contrarios en la prensa mundial.
El responsable de este remezón informativo es Julian Assange, un australiano de 39 años, de cabellera entrecana y escurridizo peregrinar, que dirige el portal Wikileaks, donde ha publicado, gracias a las filtraciones de que se ha valido, cerca de 400 000 documentos secretos de archivos clasificados sobre la guerra de Irak, que luego han rebotado en los más importantes diarios del mundo, como The New York Times, The Guardian, Der Spiegel, Al Jazeera, Le Monde y otros.
Se trata de vídeos, partes de guerra, informes de rutina y otros papeles que testimonian el accionar de los soldados enviados al país asiático por Bush y sus aliados a partir de 2003, y que ha dejado el saldo nefasto de 109 000 muertos, el 63% de los cuales son civiles, en una invasión cruenta e injustificable que ha complicado el panorama político de una zona del mundo ya de por sí caótica y aparentemente sin salida.
En ellos se pueden conocer los abusos, torturas, violaciones, asesinatos y otros atentados contra los derechos humados perpetrados tanto por las tropas estadounidenses como por soldados del ejército iraquí, en acciones muchas de ellas conjuntas en diversas regiones del país. Se pueden ver, por ejemplo, prisioneros con los ojos vendados, maniatados y recibiendo golpes, latigazos y descargas eléctricas. O los casos concretos, difundidos anteriormente por la prensa mundial, del fotógrafo de la agencia inglesa Reuters, fulminado por un disparo de mortero desde un helicóptero invasor al ser dizque confundido con un militante enemigo que blandía su arma -su cámara- para atacarlos; o el de Nabiha, la mujer embarazada que acudía de emergencia a un centro de salud, también acribillada por estos soldaditos de plomo que pareciera que jugaran inocentemente a la guerra. O los casos de la niña que jugaba en Basora y el de los discapacitados en un control de carretera, tiroteados inmisericordemente y a mansalva por estos agentes alados que desde el aire pueden cometer todo tipo de tropelías parapetados en la inmunidad y la impunidad que provee el anonimato. Esto es lo que ellos llaman, en el eufemismo más canalla, “daños colaterales”, como si la vida humana debiera estar supeditada a sus diabólicos objetivos bélicos.
En julio de este año Wikileaks había dado a conocer los llamados papeles de Afganistán, un volumen de 77 000 documentos que describían la invasión estadounidense a dicho país y que ocasionaron alrededor de 20 000 muertos. En 2004 también se conocieron los abusos que se cometían contra presos iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib, en vídeos e imágenes inéditas que dieron la vuelta al mundo. Y en 1971 Daniel Ellsberg desveló los papeles del Pentágono sobre la guerra de Vietnam. Estos últimos son los antecedentes más sorprendentes de la labor que ahora emprende Assange y su portal incómodo, dolor de cabeza para el Departamento de Defensa yanqui, que ya ha puesto a 120 especialistas para que se ocupen de menguar los efectos de este material explosivo.
Después de haberme zambullido en sólo una parte de la información que al respecto ha publicado la prensa del mundo, he salido asqueado y sacudido por las espeluznantes revelaciones que contienen los documentos filtrados. Y aunque muchos acusen hipócritamente a Julian Assange de haber utilizado medios ilegales para conseguir el material en mención, condenando dicha actividad en nombre de principios que aluden a la privacidad y secretismo de los archivos citados, no puedo menos que celebrar el hecho de habernos entregado las pruebas contundentes de lo que legítimamente puede calificarse como crímenes de guerra, éstos sí condenables desde la perspectiva de los valores que consagran los organismos internacionales y que encarnan la democracia y la civilización occidentales.
La gente que vive en los Estados Unidos, pero que tiene otro origen, y que en muchos casos le está agradecida al país que le dio la oportunidad de alcanzar el éxito y la prosperidad material, no puede ignorar lo que significa la actuación del gran imperio gringo en el mundo. Pues el sueño americano alcanzado por algunos -ese privilegio minoritario y excepcional-, no puede avalar la pesadilla que sus fuerzas armadas imponen a los pueblos en muchas regiones del globo, y menos hacerlos juzgar la realidad mundial desde la óptica acomodaticia y muelle de su propio bienestar doméstico.

Lima, 29 de octubre de 2010.

Los papeles de Irak

La revelación de una impresionante cantidad de documentos que desnudan la actuación de las tropas de ocupación y sus aliados locales en el país de las mil y una noches, ha constituido una auténtica bomba informativa que ha hecho remecer los cimientos del mismísimo Pentágono en los Estados Unidos y ha levantado una ola de comentarios y declaraciones en sentidos contrarios en la prensa mundial.
El responsable de este remezón informativo es Julian Assange, un australiano de 39 años, de cabellera entrecana y escurridizo peregrinar, que dirige el portal Wikileaks, donde ha publicado, gracias a las filtraciones de que se ha valido, cerca de 400 000 documentos secretos de archivos clasificados sobre la guerra de Irak, que luego han rebotado en los más importantes diarios del mundo, como The New York Times, The Guardian, Der Spiegel, Al Jazeera, Le Monde y otros.
Se trata de vídeos, partes de guerra, informes de rutina y otros papeles que testimonian el accionar de los soldados enviados al país asiático por Bush y sus aliados a partir de 2003, y que ha dejado el saldo nefasto de 109 000 muertos, el 63% de los cuales son civiles, en una invasión cruenta e injustificable que ha complicado el panorama político de una zona del mundo ya de por sí caótica y aparentemente sin salida.
En ellos se pueden conocer los abusos, torturas, violaciones, asesinatos y otros atentados contra los derechos humados perpetrados tanto por las tropas estadounidenses como por soldados del ejército iraquí, en acciones muchas de ellas conjuntas en diversas regiones del país. Se pueden ver, por ejemplo, prisioneros con los ojos vendados, maniatados y recibiendo golpes, latigazos y descargas eléctricas. O los casos concretos, difundidos anteriormente por la prensa mundial, del fotógrafo de la agencia inglesa Reuters, fulminado por un disparo de mortero desde un helicóptero invasor al ser dizque confundido con un militante enemigo que blandía su arma -su cámara- para atacarlos; o el de Nabiha, la mujer embarazada que acudía de emergencia a un centro de salud, también acribillada por estos soldaditos de plomo que pareciera que jugaran inocentemente a la guerra. O los casos de la niña que jugaba en Basora y el de los discapacitados en un control de carretera, tiroteados inmisericordemente y a mansalva por estos agentes alados que desde el aire pueden cometer todo tipo de tropelías parapetados en la inmunidad y la impunidad que provee el anonimato. Esto es lo que ellos llaman, en el eufemismo más canalla, “daños colaterales”, como si la vida humana debiera estar supeditada a sus diabólicos objetivos bélicos.
En julio de este año Wikileaks había dado a conocer los llamados papeles de Afganistán, un volumen de 77 000 documentos que describían la invasión estadounidense a dicho país y que ocasionaron alrededor de 20 000 muertos. En 2004 también se conocieron los abusos que se cometían contra presos iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib, en vídeos e imágenes inéditas que dieron la vuelta al mundo. Y en 1971 Daniel Ellsberg desveló los papeles del Pentágono sobre la guerra de Vietnam. Estos últimos son los antecedentes más sorprendentes de la labor que ahora emprende Assange y su portal incómodo, dolor de cabeza para el Departamento de Defensa yanqui, que ya ha puesto a 120 especialistas para que se ocupen de menguar los efectos de este material explosivo.
Después de haberme zambullido en sólo una parte de la información que al respecto ha publicado la prensa del mundo, he salido asqueado y sacudido por las espeluznantes revelaciones que contienen los documentos filtrados. Y aunque muchos acusen hipócritamente a Julian Assange de haber utilizado medios ilegales para conseguir el material en mención, condenando dicha actividad en nombre de principios que aluden a la privacidad y secretismo de los archivos citados, no puedo menos que celebrar el hecho de habernos entregado las pruebas contundentes de lo que legítimamente puede calificarse como crímenes de guerra, éstos sí condenables desde la perspectiva de los valores que consagran los organismos internacionales y que encarnan la democracia y la civilización occidentales.
La gente que vive en los Estados Unidos, pero que tiene otro origen, y que en muchos casos le está agradecida al país que le dio la oportunidad de alcanzar el éxito y la prosperidad material, no puede ignorar lo que significa la actuación del gran imperio gringo en el mundo. Pues el sueño americano alcanzado por algunos -ese privilegio minoritario y excepcional-, no puede avalar la pesadilla que sus fuerzas armadas imponen a los pueblos en muchas regiones del globo, y menos hacerlos juzgar la realidad mundial desde la óptica acomodaticia y muelle de su propio bienestar doméstico.

Lima, 29 de octubre de 2010.

Los papeles de Irak

La revelación de una impresionante cantidad de documentos que desnudan la actuación de las tropas de ocupación y sus aliados locales en el país de las mil y una noches, ha constituido una auténtica bomba informativa que ha hecho remecer los cimientos del mismísimo Pentágono en los Estados Unidos y ha levantado una ola de comentarios y declaraciones en sentidos contrarios en la prensa mundial.
El responsable de este remezón informativo es Julian Assange, un australiano de 39 años, de cabellera entrecana y escurridizo peregrinar, que dirige el portal Wikileaks, donde ha publicado, gracias a las filtraciones de que se ha valido, cerca de 400 000 documentos secretos de archivos clasificados sobre la guerra de Irak, que luego han rebotado en los más importantes diarios del mundo, como The New York Times, The Guardian, Der Spiegel, Al Jazeera, Le Monde y otros.
Se trata de vídeos, partes de guerra, informes de rutina y otros papeles que testimonian el accionar de los soldados enviados al país asiático por Bush y sus aliados a partir de 2003, y que ha dejado el saldo nefasto de 109 000 muertos, el 63% de los cuales son civiles, en una invasión cruenta e injustificable que ha complicado el panorama político de una zona del mundo ya de por sí caótica y aparentemente sin salida.
En ellos se pueden conocer los abusos, torturas, violaciones, asesinatos y otros atentados contra los derechos humados perpetrados tanto por las tropas estadounidenses como por soldados del ejército iraquí, en acciones muchas de ellas conjuntas en diversas regiones del país. Se pueden ver, por ejemplo, prisioneros con los ojos vendados, maniatados y recibiendo golpes, latigazos y descargas eléctricas. O los casos concretos, difundidos anteriormente por la prensa mundial, del fotógrafo de la agencia inglesa Reuters, fulminado por un disparo de mortero desde un helicóptero invasor al ser dizque confundido con un militante enemigo que blandía su arma -su cámara- para atacarlos; o el de Nabiha, la mujer embarazada que acudía de emergencia a un centro de salud, también acribillada por estos soldaditos de plomo que pareciera que jugaran inocentemente a la guerra. O los casos de la niña que jugaba en Basora y el de los discapacitados en un control de carretera, tiroteados inmisericordemente y a mansalva por estos agentes alados que desde el aire pueden cometer todo tipo de tropelías parapetados en la inmunidad y la impunidad que provee el anonimato. Esto es lo que ellos llaman, en el eufemismo más canalla, “daños colaterales”, como si la vida humana debiera estar supeditada a sus diabólicos objetivos bélicos.
En julio de este año Wikileaks había dado a conocer los llamados papeles de Afganistán, un volumen de 77 000 documentos que describían la invasión estadounidense a dicho país y que ocasionaron alrededor de 20 000 muertos. En 2004 también se conocieron los abusos que se cometían contra presos iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib, en vídeos e imágenes inéditas que dieron la vuelta al mundo. Y en 1971 Daniel Ellsberg desveló los papeles del Pentágono sobre la guerra de Vietnam. Estos últimos son los antecedentes más sorprendentes de la labor que ahora emprende Assange y su portal incómodo, dolor de cabeza para el Departamento de Defensa yanqui, que ya ha puesto a 120 especialistas para que se ocupen de menguar los efectos de este material explosivo.
Después de haberme zambullido en sólo una parte de la información que al respecto ha publicado la prensa del mundo, he salido asqueado y sacudido por las espeluznantes revelaciones que contienen los documentos filtrados. Y aunque muchos acusen hipócritamente a Julian Assange de haber utilizado medios ilegales para conseguir el material en mención, condenando dicha actividad en nombre de principios que aluden a la privacidad y secretismo de los archivos citados, no puedo menos que celebrar el hecho de habernos entregado las pruebas contundentes de lo que legítimamente puede calificarse como crímenes de guerra, éstos sí condenables desde la perspectiva de los valores que consagran los organismos internacionales y que encarnan la democracia y la civilización occidentales.
La gente que vive en los Estados Unidos, pero que tiene otro origen, y que en muchos casos le está agradecida al país que le dio la oportunidad de alcanzar el éxito y la prosperidad material, no puede ignorar lo que significa la actuación del gran imperio gringo en el mundo. Pues el sueño americano alcanzado por algunos -ese privilegio minoritario y excepcional-, no puede avalar la pesadilla que sus fuerzas armadas imponen a los pueblos en muchas regiones del globo, y menos hacerlos juzgar la realidad mundial desde la óptica acomodaticia y muelle de su propio bienestar doméstico.

Lima, 29 de octubre de 2010.

Los papeles de Irak

La revelación de una impresionante cantidad de documentos que desnudan la actuación de las tropas de ocupación y sus aliados locales en el país de las mil y una noches, ha constituido una auténtica bomba informativa que ha hecho remecer los cimientos del mismísimo Pentágono en los Estados Unidos y ha levantado una ola de comentarios y declaraciones en sentidos contrarios en la prensa mundial.
El responsable de este remezón informativo es Julian Assange, un australiano de 39 años, de cabellera entrecana y escurridizo peregrinar, que dirige el portal Wikileaks, donde ha publicado, gracias a las filtraciones de que se ha valido, cerca de 400 000 documentos secretos de archivos clasificados sobre la guerra de Irak, que luego han rebotado en los más importantes diarios del mundo, como The New York Times, The Guardian, Der Spiegel, Al Jazeera, Le Monde y otros.
Se trata de vídeos, partes de guerra, informes de rutina y otros papeles que testimonian el accionar de los soldados enviados al país asiático por Bush y sus aliados a partir de 2003, y que ha dejado el saldo nefasto de 109 000 muertos, el 63% de los cuales son civiles, en una invasión cruenta e injustificable que ha complicado el panorama político de una zona del mundo ya de por sí caótica y aparentemente sin salida.
En ellos se pueden conocer los abusos, torturas, violaciones, asesinatos y otros atentados contra los derechos humados perpetrados tanto por las tropas estadounidenses como por soldados del ejército iraquí, en acciones muchas de ellas conjuntas en diversas regiones del país. Se pueden ver, por ejemplo, prisioneros con los ojos vendados, maniatados y recibiendo golpes, latigazos y descargas eléctricas. O los casos concretos, difundidos anteriormente por la prensa mundial, del fotógrafo de la agencia inglesa Reuters, fulminado por un disparo de mortero desde un helicóptero invasor al ser dizque confundido con un militante enemigo que blandía su arma -su cámara- para atacarlos; o el de Nabiha, la mujer embarazada que acudía de emergencia a un centro de salud, también acribillada por estos soldaditos de plomo que pareciera que jugaran inocentemente a la guerra. O los casos de la niña que jugaba en Basora y el de los discapacitados en un control de carretera, tiroteados inmisericordemente y a mansalva por estos agentes alados que desde el aire pueden cometer todo tipo de tropelías parapetados en la inmunidad y la impunidad que provee el anonimato. Esto es lo que ellos llaman, en el eufemismo más canalla, “daños colaterales”, como si la vida humana debiera estar supeditada a sus diabólicos objetivos bélicos.
En julio de este año Wikileaks había dado a conocer los llamados papeles de Afganistán, un volumen de 77 000 documentos que describían la invasión estadounidense a dicho país y que ocasionaron alrededor de 20 000 muertos. En 2004 también se conocieron los abusos que se cometían contra presos iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib, en vídeos e imágenes inéditas que dieron la vuelta al mundo. Y en 1971 Daniel Ellsberg desveló los papeles del Pentágono sobre la guerra de Vietnam. Estos últimos son los antecedentes más sorprendentes de la labor que ahora emprende Assange y su portal incómodo, dolor de cabeza para el Departamento de Defensa yanqui, que ya ha puesto a 120 especialistas para que se ocupen de menguar los efectos de este material explosivo.
Después de haberme zambullido en sólo una parte de la información que al respecto ha publicado la prensa del mundo, he salido asqueado y sacudido por las espeluznantes revelaciones que contienen los documentos filtrados. Y aunque muchos acusen hipócritamente a Julian Assange de haber utilizado medios ilegales para conseguir el material en mención, condenando dicha actividad en nombre de principios que aluden a la privacidad y secretismo de los archivos citados, no puedo menos que celebrar el hecho de habernos entregado las pruebas contundentes de lo que legítimamente puede calificarse como crímenes de guerra, éstos sí condenables desde la perspectiva de los valores que consagran los organismos internacionales y que encarnan la democracia y la civilización occidentales.
La gente que vive en los Estados Unidos, pero que tiene otro origen, y que en muchos casos le está agradecida al país que le dio la oportunidad de alcanzar el éxito y la prosperidad material, no puede ignorar lo que significa la actuación del gran imperio gringo en el mundo. Pues el sueño americano alcanzado por algunos -ese privilegio minoritario y excepcional-, no puede avalar la pesadilla que sus fuerzas armadas imponen a los pueblos en muchas regiones del globo, y menos hacerlos juzgar la realidad mundial desde la óptica acomodaticia y muelle de su propio bienestar doméstico.

Lima, 29 de octubre de 2010.