sábado, 3 de marzo de 2012

La diatriba perfecta

La inmensa y atrabiliaria recusación bíblica, perpetrada por el escritor colombiano Fernando Vallejo contra la Iglesia Católica en su libro La puta de Babilonia (Planeta, 2007), se deja leer con el regusto de esos textos que nos hacen justicia, que vindican el lado más preterido de nuestras vapuleadas almas. No se ahorra ningún adjetivo lapidario para endilgarle a quien considera la farsa histórica más grande de Occidente.
Comienza su recuento recordando la matanza de albigenses en 1209 a manos de Arnoldo Amalrico, mercenario al servicio de Inocencio III. Luego sigue el desfile dantesco de tantos hechos y personajes que han jalonado la negra historia de una de las instituciones que paradójicamente gozan de más prestigio en este hemisferio. Ahí está por ejemplo Torquemada, el “dominico vesánico”, quien ejerciera el inicuo cargo de inquisidor durante once años, culpable de diez mil quemados en las parrillas de la Inquisición.
También están los dominicos, los jesuitas y los miembros del Opus Dei, motejados por el autor de lacayos y esbirros de Su Santidad. Ironiza con respecto a las “prioridades de la Puta”: “salvar” y “convertir”. Recuerda la palabra acuñada por el Cardenal Baronio para referirse al gobierno de la jerarquía vaticana: “Pornocracia”.
Este bien documentado alegato contra la Gran Ramera -otro nombre que usa el autor para su víctima-, precisa que en el año 1555, Gian Pietro Carafa, alias Pablo IV, promulgó su bula Cum nimis absurdum, creando el primer gueto para confinar a los judíos de que se tenga memoria. Se iniciaba así la gran persecución de la “raza elegida”, uno de los episodios más nefastos de la historia de la humanidad. Este Carafa es el mismo que estableció el Índice en 1557, para conjurar los peligros de la imprenta.
Menciona al Tercer Concilio de Cartago realizado el año 397, donde se escogió los 27 textos del Nuevo Testamento, dejando relegados una cantidad significativa de escritos que pasaron a integrar el poco halagador conjunto de los llamados textos apócrifos. De paso, no deja de tener presente el sucio historial del papado, con su desfile de vergüenza y bochorno más un largo etcétera de incestos, orgías, venganzas y asesinatos.
Se detiene en la revisión histórica de la figura de Cristo, quien para el autor sería una simple reelaboración hipostática de las figuras de Atis, Mitra, Buda, Dioniso, Krishna, Zoroastro y Horus, basándose en la fecha de su nacimiento, que en todos ellos coinciden asombrosamente, y en el hecho de haber nacido todos ellos de una mujer virgen. Concluye, con algunos investigadores -como Albert Schweitzer, Rudolf Bultmann, W.D. Davies, Ernst Käsemann y E.P. Sanders-, que Cristo fue un invento de Pablo; así como valora los aportes de Hermann Samuel Reimarus, profesor de lenguas orientales y padre de la investigación histórica sobre Jesús de Nazaret. Un dato adicional completa este cuadro: que el evangelio de Marcos fue el primero, y que el de Mateos y Lucas proceden de él.
Un punto en el que insiste en varios momentos del libro es aquel donde reclama que Cristo no haya dicho nada del esclavismo ni del maltrato a los animales. Anota Fernando Vallejo: “No hay una sola palabra de amor o de compasión por los animales en todos los evangelios”. ¡Qué culpa tienen las ovejas, las cabras y los becerros para morir degollados por nuestros “pecados”! El Levítico y los Números, dice, son los libros más viles que se hayan escrito, sobre todo el Levítico, un verdadero manual de los carniceros. “En crueldad y maldad, misoginia y esclavismo, el Corán compite con la Biblia”, remata.
Las deficiencias y las contradicciones de los llamados textos sagrados son sacadas a relucir gracias a los estudios y las obras de un grupo selecto de escritores de la antigüedad, como Celso y su La palabra verdadera; Porfirio y su Contra los cristianos; y más cercano a nosotros Thomas Paine, autor de Los derechos del hombre y La edad de la razón, auténticas antítesis de la metafísica cristiana. Para Celso, verbi gratia, el cristianismo es una mitología más, copiada de Grecia y Oriente, sin ninguna originalidad. O el caso de Isaac ibn Yashush, médico judío que “hizo ver que la lista de reyes edomitas que aparecen en el capítulo 36 del Génesis menciona reyes que vivieron mucho después de Moisés”, habiéndosele atribuido a este profeta la autoría del primer libro de la Biblia.
Los problemas contemporáneos que confronta la Iglesia Católica, como el caso del dinero sucio depositado en el Banco Vaticano, o los líos millonarios que enfrenta la Arquidiócesis de Boston por demandas desde 1990, son tomados como referencia de la debacle moral de una organización religiosa que siempre ha pretendido erigirse en autoridad espiritual de buena parte del planeta. La incómoda presencia del padre Marcial Maciel, que en su momento ocasionó más de un dolor de cabeza a la curia romana, es uno más de los tantísimos ejemplos de la decadencia del catolicismo en nuestros tiempos.
Al final, concluye que con Woytila se puso fin al reinado y la ascendencia de Roma, y que ahora es el turno de los musulmanes, “la Gran Bestia Negra de los ayatolas”. Ratzinger no sería sino el administrador desangelado de los despojos y los restos de un cuerpo que por muchos siglos contó con la anuencia y la complicidad de todos los poderes, y que ahora se precipita a su caída definitiva.
Cuestiona la tan mentada civilización occidental y cristiana cuando afirma: “¡Cómo va a haber una civilización cristiana, eso es un oximorón! El cristianismo es obcecación, cerrazón, barbarie. Como el Islam. Los dos grandes fanatismos semíticos sólo han traído sufrimiento y oscuridad a la tierra”. Pensamiento en consonancia con la frase de Wyclif: “Todas las religiones sin distinción son inventos del diablo”. Si para Lutero la razón era “la novia del diablo”, “una bella ramera” y “el peor enemigo de Dios”; para Wyclif el Papa era el “esbirro de Lucifer”.
Por tanto Vallejo cree que Mahavira, el legendario predicador y asceta indio, es “la máxima luz moral de la humanidad”, pues el cristianismo ha demostrado ser una falsificación y una mistificación dañinas para el género humano.
El libro es un inventario prolijo, minucioso y bien documentado de los crímenes de lo que el autor denomina la Puta; es la invectiva más sostenida que yo haya leído en toda mi vida; 317 páginas de incontenibles acusaciones, señalamientos, reprimendas y un rosario de achaques fundamentados contra una institución que innegablemente ha sido polémica y protagónica en la historia de Occidente.

Lima, 3 de marzo de 2012.

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