La partida final de Carlos Fuentes, el más
importante de los novelistas mexicanos del siglo XX junto con Juan Rulfo, ha
consternado al mundo de la cultura latinoamericana, especialmente a la
literatura. Artífice y protagonista del boom
de la novela de los años sesenta, su obra estuvo marcada por un interés
permanente por el riquísimo pasado de su país, un pasado que el escritor ha
hurgado con apasionamiento para encontrar las claves de su presente y de su
futuro.
Acababa de llegar de vuelta al terruño
luego de su reciente visita a la Feria del Libro de Buenos Aires, donde había
presentado su último libro La nueva
novela latinoamericana, y tenía entre sus proyectos publicar una novela ya
terminada y ponerse a escribir otra, cuando la muerte lo ha sorprendido esa
mañana inesperada, a este viajero impenitente, en pleno poder de sus facultades
intelectuales, siempre agudo y perspicaz para el comentario inteligente y la
crítica certera.
Solía leer sus artículos periodísticos
sobre temas internacionales que publicaba regularmente en diversos medios del
continente y España, textos donde exhibía ese profundo conocimiento que poseía
de los entresijos y la dinámica de la realidad mundial. Sus puntos de vista,
siempre polémicos y llenos de ideas novedosas, ponían la pauta de la discusión
pública de aquellos asuntos que concernían a una realidad acuciante.
Pero sobre todo, Carlos Fuentes fue un
incansable autor de obras de ficción, repartidas entre cuentos y novelas,
género este último donde ha legado a la humanidad títulos imprescindibles para
acercarse a la realidad mexicana y latinoamericana, como es el caso de La región más transparente, su primera
novela, y de Aura y La muerte de Artemio Cruz, que este año
cumplen cincuenta años de publicadas. Pero también podemos mencionar Cambio de piel y Terra Nostra entre las innumerables historias que luego han
seguido.
Títulos que integran lo que el novelista
ha denominado La Edad del Tiempo, una
saga novelesca al estilo de la Comedia
Humana de Balzac, razón por la que muchos críticos y estudiosos de su obra
se han referido a él como el Balzac mexicano, por ese afán totalizador de
abarcar todos los planos y las facetas de la realidad, una ambición similar a
la que impulsó al novelista francés a fraguar su portentosa publicación
novelística.
Fuentes fue, hace algunos años, el autor y
presentador de una serie de programas televisivos referidos a la historia
mexicana, promovidos y patrocinados por CONACULTA, el organismo que vela por la
cultura en el país azteca. Ocasión en la que el escritor lució su elegante
dicción y su apostura de dandy intelectual, cualidades que corrían parejas a
sus brillantes reflexiones y atinados juicios.
Como su padre, también ejerció la diplomacia,
representando a México en diversos países del mundo, especialmente en Francia,
donde caería víctima del hechizo de París, como tantos artistas y escritores
del continente, la ciudad más hermosa y fascinante que haya conocido. Vivió
intensamente sus años parisinos en la compañía de amigos que con el tiempo se
harían notables figuras de las letras y las artes de Hispanoamérica. Allí
forjaría su amistad sin límites con nombres como Gabriel García Márquez, Julio
Cortázar y Mario Vargas Llosa, sus compinches del llamado boom.
Hace unos meses, Fuentes fue protagonista
involuntario del anecdotario político mexicano, cuando un candidato
presidencial confundió una de sus obras adjudicándole a otro autor, en una
entrevista pública durante la Feria del Libro de Guadalajara, motivo de
múltiples comentarios descalificatorios y burlescos en la prensa y en los
corrillos políticos de América Latina. Por lo demás, nuestro novelista también
fue un hombre muy preocupado e interesado en la conducción política de nuestros
pueblos, donde su voz era escuchada y valorada cada vez que emitía juicios
sobre gobiernos y presidentes, y su opinión tenida en cuenta, pues siempre su
pluma servía para la comprensión de los mecanismos del poder. Es por eso y por
la anécdota referida que se había involucrado indirectamente en la actual
campaña política para las elecciones presidenciales.
Con su muerte, se va el último de los
mandarines intelectuales de México, posición que ocupó a la muerte de Octavio
Paz en 1998. Referente indiscutible del panorama literario de su país y
Latinoamérica, protagonista insustituible de la cultura y el pensamiento,
nombre irreemplazable en el paisaje espiritual de nuestro subcontinente, Fuentes
deja verdaderamente un vacío sin fondo, difícil de olvidar. Sólo la compañía de
su obra, la lectura de esos libros magníficos que escribió, puede consolarnos
algo de su partida, pues como ha dicho la presidenta de CONACULTA en su
discurso de despedida en el Palacio de Bellas Artes, Carlos Fuentes no se ha
ido, nosotros nos hemos quedado sin él.
Lima, 19 de mayo
de 2012.