Quizás la novela que mejor haya retratado
y descrito el momento histórico de la ocupación alemana de Francia durante la
Segunda Guerra Mundial, sea Suite francesa,
de la escritora ucraniana de origen judío Irene Némirovsky (1903-1942),
exterminada ella misma en los campos de concentración nazis y convertida con el
tiempo en una de las grandes creadoras de las letras francesas del siglo XX.
Mucho antes de lo que realmente esperaba,
el azar me ha deparado el placentero privilegio de leer esta maravillosa
novela, cuya concepción, travesía y revelación constituyen por sí mismas una de
las aventuras novelescas más subyugantes de la historia de la literatura.
Escrita en medio del fragor de la persecución nacional-socialista a los judíos,
en los aciagos años de la conflagración bélica de mitad de siglo, el increíble
recorrido que realiza hasta su publicación, puede perfectamente ser el tema de
una inquietante obra de ficción.
Tanto como los avatares de la escritura y
publicación de la novela, la misma vida de Irene Némirovsky ha estado jaloneada
por una cadena insólita de acontecimientos que bien vale el ser igualmente
considerada una auténtica proeza vital teñida con los colores subidos de una
inaudita hazaña épica. Odiada y abandonada por su madre, siguió la suerte de su
padre, un prominente banquero en la Rusia zarista, perseguidos por el poder
bolchevique primero, y luego por la infernal maquinaria nazi que asolaría los
campos de Europa en aquella singular contienda.
Ese sería el vino de la soledad que Irene
bebería desde su más tierna infancia. Casada posteriormente con Michel Epstein,
hijo también de un hombre de la banca rusa, con quien tuvieron dos hijas, su
destino estaría marcado por ese halo trágico que era al parecer el signo de los
tiempos. Huyendo de las zarpas totalitarias, en medio del caos instalado en la
capital francesa por la presencia de las tropas de ocupación, finalmente sería
capturada por los sabuesos del régimen colaboracionista y confinada en el campo
de concentración de Pithiviers, escala previa a su deportación a Auschwitz,
sinónimo del infierno en la Tierra, donde sería ejecutada por la barbarie
fascista.
Suite
francesa está concebida como una sinfonía, inspirada en la Quinta sinfonía de Beethoven, con cinco
partes o capítulos, de los cuales la autora sólo llegó a escribir los dos
primeros, que son los que integran la novela, pues los tres restantes quedaron
en proyecto al ser detenida y posteriormente asesinada por la demencia nazi.
Myriam Anissimov sostiene en el prólogo que la obra es el “retrato implacable
de la Francia abúlica, vencida y ocupada.”
En “Tempestad en junio”, la primera parte,
nos topamos con cuatro historias paralelas: la de los Péricand, la del escritor
Gabriel Corte, la de los Michaud y la de Charles Langelet. Adrien Péricand y su
mujer Charlotte tienen cinco hijos: Philippe, el mayor, que es sacerdote;
Hubert, de 18 años; Jacqueline, de 9; Bernard, de 8 y Emmanuel, el benjamín.
Hubert, joven vehemente e inconformista, huye para enrolarse a las tropas de la
resistencia. Su familia recibe la noticia de su muerte en la batalla de
Moulins; pero él se aparece el día que todos iban a la catedral para la misa
por el descanso de su alma. Philippe, el padre, muere apedreado bestialmente
por sus propios pupilos.
Gabriel Corte es un escritor de 50 años,
tiene una amante llamada Florence. Una llamada de la presidencia del Consejo
les advierte de la presencia de los alemanes en París, pues ya han cruzado el
Sena. Todos trataban de huir de la capital, una muchedumbre nerviosa, poseída
por un temor casi animal, abandonaba su ciudad buscando un refugio ante la
inminencia del ataque enemigo.
Los Corte llegan al Grand Hotel, donde una
multitud de conocidos pululan por sus pasadizos y salones, estableciendo algo
parecido a una camaradería en el infortunio que no está exenta, sin embargo, de
resquemores y distancias. Un pasaje sumamente ilustrativo de las condiciones en
que se desenvuelve la existencia tras el éxodo de París, es el que describe el
incidente que vive Gabriel cuando sale a buscar comida y, en medio del tumulto
que se forma en las calles dominadas por la desesperación, alguien le arrebata
la cesta y el escritor debe regresar al alojamiento con las manos vacías.
Simultáneamente los Michaud, empleados de
banco, tienen que salir de París por sus propios medios, pues a último momento
Corbin -su jefe-, decide llevar en su coche a Arlett, una de sus amantes. Como
no pueden llegar a tiempo al destino acordado con Corbin, deciden regresar a
París, razón por la que son echados del banco por éste, quien apenas les
reconoce dos meses de indemnización. Mientras tanto, Jean-Marie, el hijo de los
Michaud, estaba herido y vivía en el campo, donde vive una singular historia
con una campesina.
Por otro lado, Charles Langelet, después
de haberles jugado una trastada a una pareja de jóvenes, robándoles la gasolina
que su auto necesitaba para continuar la huida de París, muere arrollado cuando
se dirigía a reunirse con sus amigos a cenar en un restaurante que él les había
recomendado. El coche que le ocasiona la muerte lo conducía Arlett Corail, de
quien ya teníamos noticias por lo de Corbin.
Los estandartes rojos con la cruz gamada
ondeaban sobre los edificios públicos de París. Era una ciudad sitiada y
comenzaba la lenta y gradual ocupación del país tras los prodigiosos avances de
la maquinaria bélica de los seguidores de Hitler.
En la segunda parte, “Dolce”, se repiten
los mismos dramas pero con distintos actores. Los primeros que aparecen son los
Langellier, dos señoras, la madre una y la esposa la otra de Gaston Langellier,
prisionero de los alemanes, de quien evitaban en lo posible hablar las dos
mujeres que lo esperaban y vivían pendientes de él. Ponen a buen recaudo sus
cosas ante la presencia de las tropas de ocupación. Lucile, la esposa, es
constantemente resondrada por su suegra por el hecho de sonreírle y hablar con
un oficial alemán que llega a alojarse en su casa, mientras que ella no olvida
que Gaston tiene una modista en Dijon, única respuesta que ensaya ante la
anciana. Pero las aproximaciones del teniente Bruno von Falk hacia Lucile son
más que evidentes y previsiblemente peligrosas. Una prosa exuberante, de una
elegante plasticidad, es el vehículo perfecto para relatarnos el idilio
culpable que viven Lucile Langellier y el teniente alemán.
Irrumpen también en escena los Labarie,
una familia de campesinos, cuya hija adoptiva Madeleine se había casado con
Benoit, que era el hijo biológico, y tenían un hijo. Ella igualmente vive una
situación comprometedora cuando un joven oficial alemán se presenta en la casa
con una tarjeta de alojamiento. El militar, Kurt Bonnet, se acerca a Madeleine,
desatando los celos y las quejas del marido de ésta, quien era seguido por los
alemanes. Cuando ya lo van a detener, en un incidente increíble, Benoit mata a
Bonnet y a su perro, con la escopeta que era el motivo de su detención. El rudo
labrador huye, mientras su mujer acude a Lucile para que lo esconda en su casa.
Esto ocasiona una serie de situaciones muy riesgosas para la familia
Langellier.
Así discurren esos tensos días de
expectación e incertidumbre. Una noche de junio, Bruno pretende tomar a Lucile
en el jardín, pero ella se niega. En el momento supremo, un instinto superior a
la pasión, la inhibe y rechaza los asedios del boche. Llega el momento de marcharse, pero antes los alemanes
celebran con una fiesta un aniversario de su entrada en París. Enseguida
reciben las órdenes de alistarse para la retirada; serán enviados al frente
ruso, pues Rusia les ha declarado la guerra.
Hasta allí llega la novela, dejándonos con
las ansias de saber lo que habría continuado según el plan que tenía esbozado
Irene Némirovsky. En el apéndice hay unas notas manuscritas de la autora sobre
el proyecto total del libro, así como las cartas que Irene y Michel Epstein
intercambian desde 1936. Este epistolario incluye también el de otros
personajes ligados a la pareja, haciendo las gestiones para la liberación de
Irene, cuando es detenida, y el fracaso rotundo de todos sus intentos.
Un libro memorable, doblemente admirable
por las circunstancias que rodeó su escritura y la inverosímil odisea que hizo
posible su publicación.
Lima, 8 de
noviembre de 2012.