domingo, 23 de diciembre de 2012

Cría cuervos


     Todavía están frescos en la memoria de todos los espeluznantes acontecimientos de Newtown, una hasta ahora apacible localidad del Estado de Connecticut en los Estados Unidos, que de pronto se ha convertido en el escenario de un macabro hecho de sangre. El pasado 14 de diciembre, un joven de 20 años ha empuñado tres armas que su madre coleccionaba, y luego de acabar con la vida de ésta, se ha dirigido al centro educativo primario a 8 kilómetros de su casa para consumar la masacre que ha espantado al mundo entero.
     Las investigaciones aún no han esclarecido los motivos del múltiple asesinato, violenta deriva que ha terminado con la vida de 20 niños y 6 adultos en el centro de enseñanza, además de la del propio criminal y la de su madre. Se trata de la enésima matanza de ese tipo en el país que ha hecho del culto de las armas toda una característica de su ser nacional.
     Muchas veces los norteamericanos se han visto confrontados por una situación de este tipo, y en todas las ocasiones postraumáticas siempre se han repetido las mismas reflexiones sobre la posesión de armas y su necesaria regulación a través de una legislación más restrictiva, para terminar a las pocas semanas en el silencio y el olvido que incubaría a su vez una próxima tragedia.
     Eso, cuando no se han perdido en elucubraciones entre ingenuas y disparatadas sobre las causales profundas de esta conducta, que ya se puede calificar de sistemática dentro de los márgenes que la clasificación permite. Se ha dicho, por ejemplo, y nada menos que de la boca de un congresista, que estas actitudes se deberían a la educación laica que impera en las escuelas. O que las armas no son las culpables de los crímenes, sino los hombres que las usan. Y otras más descabelladas aún, como sugerir que se permitan armas en dichos centros de enseñanza.
     Lo que estas visiones quieren eludir es la realidad apabullante de un reguero de muertos debido a la proliferación de armas que son vendidas con suma facilidad y sin mayor control. El poderoso lobby de los fabricantes de armas -conglomerado siniestro de los negociantes de la muerte-, tiene evidentemente mucho de responsabilidad en este asunto que concierne a la nación en su conjunto.
     Si a esto le añadimos una cultura orientada al más despiadado materialismo, con la vorágine del consumo, el individualismo rampante y la industrialización de la violencia como tendencias dominantes, tendremos las consecuencias letales que ahora ya no tienen que ser solamente lamentadas ni lloradas, sino asumidas drásticamente desde el poder para restringir al máximo al menos uno de estos explosivos ingredientes.
     Las propuestas a este respecto del presidente Obama deben ir hasta conseguir la aprobación por el Congreso de una norma que limite severamente la posesión de armas entre los ciudadanos de la unión. Los congresistas que se opongan a una nueva legislación para un control más estricto de las armas serán cómplices de futuros crímenes de esta magnitud.
     Una sociedad que ha inculcado a sus miembros la cultura del más fuerte, que le prodiga a cada paso ejemplos nada edificantes de una actitud como gobierno frente al resto del mundo, que vive inmersa en la alocada carrera por el crecimiento económico, pero donde los valores del auténtico humanismo estás ausentes, no puede realmente esperar otra cosa.
     No sólo es esta madre la que no sabía a quién estaba criando bajo su techo, sino un país entero el que quizás ignora qué seres se forman bajo estos influjos nefastos que terminan produciendo estos cuervos que cada tanto arrancan los ojos de una nación ya en franca ceguera que se encamina a su definitiva decadencia moral.  

Lima, 22 de diciembre de 2012.

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