lunes, 10 de diciembre de 2012

El litigio de La Haya


    El inicio de la fase de los alegatos orales en el diferendo que sostienen los Estados de Perú y Chile ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya, ha dado motivo para un amplio debate sobre los pormenores del caso y a una difusión inusitada de los considerandos y argumentos de ambas partes. La prensa viene cumpliendo al respecto un importantísimo papel al informar sobre los entretelones del suceso y al disponer en sus páginas amplios espacios para el conocimiento y el análisis del mismo.
     Le ha correspondido al Perú abrir los fuegos con la presentación de sus agentes y abogados ante el tribunal internacional, mientras que en días sucesivos le ha tocado a Chile responder con los argumentos que más o menos ya son del dominio público. Pues en el turno correspondiente al Perú se han presentado verdaderas sorpresas que podrían dar el giro definitivo a favor de la posición que defiende el gobierno de Lima.
     En tanto que Santiago mantiene su idea central de que existe un tratado de límites reconocido por ambos países, el Perú no reconoce al acuerdo pesquero de 1952 la calidad de tal. Pues la postura chilena pretende que la Declaración de Santiago, acuerdo tripartito firmado en 1952, y el Convenio sobre Zona Especial Marítima suscrito en 1954, constituyen sendos tratados limítrofes.
     Pero la verdad es que ambos documentos son más bien proclamas jurídicas de los gobiernos costeros que veían con preocupación la amenazante presencia de los grandes balleneros que venían a depredar nuestro mar. Surgió, pues, como un intento de defender la soberanía marítima de nuestros países -su potencial riqueza-, proclamada a su vez al mundo en 1947 por los gobiernos de Chile y Perú. Además, y lo que resulta altamente curioso, los dos instrumentos legales no han ratificados por los congresos de sus respectivos países.
     La sólida defensa esgrimida por el jurista Alain Pellet de la causa peruana ha llenado de nervios a los representantes chilenos en La Haya, a pesar de ciertas declaraciones altisonantes de su clase política y de la reacción triunfalista de sus voceros mediáticos. Esencialmente, aquella se ha basado en que los tratados no se presumen, pues deben ser explícitos e indubitables. Además, siempre un tratado de este tipo es bilateral, requisito que no reúnen los acuerdos mencionados.
     Los expresidentes del país del sur Eduardo Frei y Ricardo Lagos, han dicho que los fallos de La Haya son salomónicos y no sujetos a derecho, con lo cual han abierto un resquicio por donde podría colarse una eventual negativa de su país a acatar una sentencia adversa a su posición. Felizmente, estas declaraciones han sido desautorizadas tácitamente por los representantes oficiales chilenos ante el tribunal holandés.
     Por otro lado, el reclamo peruano es perfectamente legítimo, más allá del tiempo transcurrido y de los supuestos acuerdos reconociendo la inequitativa línea paralela como límite marítimo. Un elemental sentido de la lógica permite entender que cuando existen fronteras que forman una curva, existiendo por consiguiente mares superpuestos en las proyecciones costeras de ambos países, se impone la línea equidistante como separación justa en los dominios marítimos respectivos. Y ese es el sentido en que ha fallado en los numerosos litigios que ha resuelto la Corte, resolviendo casos similares en diferentes regiones del globo.
     Por su parte, Chile arguye un largo historial de actos administrativos que darían validez a su tesis del tratado de límites que no existe, pues la práctica y la costumbre no constituyen necesariamente fuentes del derecho. El que durante 60 años se haya mantenido una situación de hecho de flagrante injusticia, no quiere decir que se deba mantenerla ni mucho menos consagrarla. Es tiempo de sanear definitivamente una controversia de límites para que estos vecinos, que en muchos aspectos cooperan y traban relaciones de mutuo beneficio comercial y económico, puedan ingresar al futuro en las mejores condiciones de legitimidad histórica y de recíproco reconocimiento y respeto. Esa legendaria enemistad  patriótica, o patriotera más bien, debe dar paso a una coexistencia pacífica de valioso intercambio en todos los órdenes, como corresponde a dos verdaderos países civilizados.

Lima, 9 de diciembre de 2012.

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