El apasionante proceso que ha vivido
nuestro país desde el fenómeno de la conquista, para recuperar, o intentar
recuperar, un pasado envuelto por el mito y la leyenda, es materia de un sesudo
y exhaustivo trabajo de un joven historiador peruano, prematuramente fallecido,
pero que ha dejado una obra valiosa en pos de ese objetivo. Buscando un Inca. Identidad y utopía en los
Andes (Biblioteca Imprescindibles Peruanos, Ed. El Comercio, 2010), de
Alberto Flores Galindo, tiene el mérito de ser una obra fundamental en el
propósito de rastrear nuestras raíces para iluminar un presente algo confuso y
otear con una mirada más desprejuiciada el inescrutable futuro.
Organizado alrededor de 11 capítulos, el
libro traza el derrotero de una utopía localizada en el mundo andino, haciendo
un repaso de los principales hitos que han marcado la evolución de una idea
entre los siglos XVI y XX. La primera constatación que realiza Flores Galindo
es que la conquista significó el desmoronamiento de la estructura política del
Estado Inca, mas no la desaparición del sustrato cultural de aquella
civilización.
Cuando Tomás Moro publica su Utopía en 1516, muchos de sus lectores
identificarán ese lugar fuera del tiempo y de cualquier geografía con el país
de los incas. En Europa se tenían noticias ya de la existencia de una
formidable civilización en el sur del continente recién descubierto, y toda su
imaginación y sus deseos terminarán moldeando la imagen apetecible de un reino
dorado que bien valía la pena el riesgo.
Mas cuando se da inicio a la conquista,
cuyo objeto central era evidentemente el saqueo del oro y demás metales
preciosos, la empresa debe ser recubierta con la pátina de un fin superior,
racionalizado a partir de la declarada misión de evangelizar a los habitantes
del Nuevo Mundo, para así ganarlos a la fe cristiana arrancándolos de la
barbarie. Surge así un movimiento contestatario, el Taqui Onqoy, hecho decisivo para la utopía andina, que predicaba la
resurrección de las huacas, divinidades locales anteriores a los incas.
Si la utopía revestía formas orales hasta
ese momento, sería con la obra del Inca Garcilaso de la Vega que empezaría la
utopía escrita. Los Comentarios Reales,
obra del primer mestizo peruano, sería leída profusamente en el Viejo Mundo, constituyéndose
en la referencia obligada para la comprensión de un mundo totalmente
desconocido para los europeos y sujeto, a partir de ello, de una copiosa
investigación histórica y etnográfica.
En medio de la labor de los jesuitas en la
extirpación de las idolatrías durante el siglo XVII, se iría gestando un
movimiento rebelde que asumiría visos de revuelta contra el orden establecido,
que incendiaría la selva central un siglo después, cuando Juan Santos Atahualpa
y sus huestes se levantan en 1742 para acabar con los abusos y tropelías del
dominio hispano. Prolegómeno del otro gran alzamiento indígena encabezado por
Túpac Amaru en 1780, una revuelta de mayores dimensiones y que terminaría
violentamente con la ejecución del líder cusqueño.
Alberto Flores Galindo desliza una de las
posibles razones por las que no hemos tenido una revolución social: la
“naturaleza distinta” de indios y mestizos, lo que no ha permitido articular un
movimiento cohesionado y con objetivos comunes. Los levantamientos antes
mencionados lo habrían demostrado. Hipótesis discutible, pero que tiene fuertes
dosis de veracidad.
Curiosamente, en 1980, doscientos años
después del levantamiento de Túpac Amaru, otra insurgencia armada se desataría
en el mundo andino, pero esta vez asumiendo características distintas. ¿Era
acaso otra forma de encarnar la utopía andina? Sí, probablemente; una forma
desaforada que rompió todo sentido mínimo de racionalidad y que ocasionó el
mayor baño de sangre de nuestra historia republicana.
La autoridad colonial no estaba claramente
delimitada: curatos, corregimientos y curacazgos superponían sus áreas de
influencia. Ello hacía enrevesada y caótica la administración del territorio,
derivando en una burocracia parasitaria e inepta que abonó el terreno
revolucionario. Si a esto agregamos las reformas borbónicas, nos explicaremos
mejor los factores que determinaron los levantamientos de indios, especialmente
el del cacique de Tungasuca y Pampamarca.
Un capítulo particularmente interesante es
aquel dedicado a los sueños de Gabriel Aguilar, un patriota huanuqueño con
ciertos arrebatos místicos. Su sueño de restaurar la monarquía inca en el
Cusco, se bifurca en una serie de sueños y pesadillas de lo más simbólicos,
interpretados por expertos desde el psicoanálisis, y que arrojan curiosos
resultados sobre el significado y el sentido de las luchas en los Andes.
La posición racista de las clases
dominantes está expresada en el pensamiento de intelectuales como Javier Prado
y Ugarteche, Francisco García Calderón, Clemente Palma y Alejandro Deustua,
quienes llegan a hablar, sin ambages, de la inferioridad, decrepitud y
agotamiento de la raza indígena, causa, según ellos, de la desgracia del Perú. La
otra cara de esta postura retrógrada sería el gamonalismo, heredero del poder
local que ostentaban en la colonia esa tríada inverosímil: cura, corregidor y
curaca.
La insurgencia del marxismo en el
pensamiento del siglo XX en el Perú, sirve a Flores Galindo para un
esclarecimiento: “La vuelta al incario sería romántica pero ineficaz para
cambiar la sociedad. Es como si alguien quisiera enfrentar a la república con
hondas y rejones: hace falta también un producto europeo, esa pólvora importada
que en el campo de las ideas era el marxismo.” También es clarísimo el deslinde
que establece entre Haya y Mariátegui, cuando conjetura que son dos posiciones
distintas ante la revolución socialista, peruana e indigenista. El mesianismo
aprista versus el utopismo de Mariátegui constituye, indudablemente, “una
discusión inacabada”.
Una referencia infaltable en un análisis
de esta naturaleza es, qué duda cabe, José María Arguedas, quien es visto como
el gran articulador, a nivel ideológico y literario, de las diversas vertientes
que irrigan nuestra realidad cultural. Al respecto, bien vale la pena
interpolar una provocadora cita: “Sendero Luminoso nos recuerda a personajes,
imágenes y propuestas que nacen de sus narraciones, pero no podemos omitir que
escribiendo como antropólogo sobre las comunidades indígenas en el valle del
Mantaro, se entusiasmó con esos campesinos mestizos, con espíritu empresarial,
que mantenían compatibles la modernidad con el mundo andino.”
En “El Perú hirviente de estos días…” y
“La guerra silenciosa”, el autor analiza el momento presente, es decir los
inicios de la década del 80, y la emergencia de la lucha armada. En relación a
la comisión investigadora del caso Uchuraccay, donde fueron asesinados ocho
periodistas y un guía en enero de 1983, destaca su función encubridora. Al
parecer, se habría tratado de parte de una estrategia oficial para impedir que
la prensa cumpla su papel.
Una conclusión primordial: “Un proyecto
socialista utiliza cimientos, columnas y ladrillos de la antigua sociedad,
junto con armazones nuevos.” Pues la utopía andina ha encarnado, sucesivamente
en los siglos XVI, XVIII y XX, en singulares movimientos que han tenido por
objetivo cambiar la sociedad, desde los primeros escarceos indígenas de las
primeras décadas de la colonia, pasando por los vastos levantamientos indios y
mestizos de la lucha independentista, hasta las trágicas jornadas guerrilleras
de la segunda mitad del siglo pasado, cuya deriva final remeció las estructuras
sociales y mentales de un país que no ha terminado de encontrar ese destino
superior al que estaba señalado por siglos de historia y civilización.
Lima, 24 de febrero de 2013.
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