Motivado
por la visión de la película que en 1966 hiciera Carlos Velo sobre la base de
la obra, he releído, después de más de dos décadas, Pedro Páramo, la emblemática novela del mítico escritor mexicano
Juan Rulfo. Ha sido una experiencia altamente placentera, revisitando los
espacios narrativos y degustando la espléndida prosa coloquial que nos cuenta
la historia de Comala, un pueblo lleno de ecos, poblado de fantasmas, un
auténtico purgatorio en la tierra donde las ánimas errabundean sin perdón.
Las desventuras de Juan Preciado al llegar
a Comala, adonde llega enviado por su madre, que en su lecho de muerte le
encarga buscar a su padre y hacerle pagar caro el olvido y el abandono en que
los ha tenido, es el eje argumental sobre el que gira la ficción. No bien ha
pisado el suelo desolado del pueblo fantasma, un arriero le sale al encuentro y
traban un breve diálogo. El lugareño le señala la dirección exacta donde hallar
a Pedro Páramo, su hacienda de la Media Luna; pero antes le sugiere visitar a
doña Eduviges.
Cada personaje con el que Juan Preciado se
va encontrando, con el que conversa a veces animadamente, se enterará después
que es simplemente un muerto, es decir, un alma, pues Comala es, como ya dije,
un mundo de espectros cuyas voces no suenan, sino que se sienten, como en los
sueños, un trasmundo al que arriba Juan Preciado para ser matado por los
murmullos.
Eduviges era amiga de Dolores, la madre de
Juan, que lo recibe y le informa que aquel arriero que le recomendó visitarla
era Abundio, otro hijo de Pedro Páramo, pero ya muerto. Esa será la tónica de
toda la novela, las revelaciones sucesivas por las que Juan se va enterando de
que todos en el pueblo ya son fallecidos. Pero también por ellos conoce la historia
de su padre y la del pueblo. Sabe por ejemplo que ese tal Pedro Páramo al que
venía a buscar era el más rico hacendado de la región, dueño de la hacienda de
la Media Luna y de todos sus habitantes, a quienes trataba como un señor de
horca y cuchillo.
Según Bartolomé, el padre de Susana San
Juan, la mujer a la que más amó Pedro Páramo, este era “la pura maldad”, un
terrateniente despiadado que luego manda quemar todos los bienes de Comala y
desalojarla después cuando aquella muere. Una constante en la novela son los
monólogos de Pedro Páramo, quien la recuerda con verdadera pasión, evocando
cada instante, cada recodo de su cuerpo, cada locura de Susana San Juan, su
verdadera razón de vivir.
Luego está Fulgor Sedano, el capataz de la
hacienda y hombre de confianza de Pedro Páramo, quien se encarga de ejecutar
todas las órdenes del patrón como si fueran las propias. Cumple su labor con
diligencia y celo de criado, tratando de agradar en todo momento al amo
inmisericorde y todopoderoso que hace y deshace en la Media Luna. Hasta cuando
llegan los cristeros, esos rebeldes alzados en armas contra las imposiciones de
la revolución triunfante, sus estrategias de sobrevivencia le señalan el camino
de la cooperación y el allanamiento, política que secunda con pericia de siervo
el opaco Fulgor.
Una revelación paralela que deslumbra
después del tiempo transcurrido es definitivamente el lenguaje de Rulfo, una
prosa que se mueve al compás del habla y la expresión del hombre común y
corriente, mostrando esos destellos ocultos a fuerza del uso y la costumbre,
exhibiendo una fuerza inusitada de comunicación a través de ciertos logros
poéticos engarzados en el fluir cotidiano y natural de los diálogos y las
descripciones.
El viaje al purgatorio que emprende Juan
Preciado tiene ese simbolismo de las incursiones a mundos desconocidos que
están dentro de nosotros, que nos pertenecen y que moldean nuestro ser y
nuestro estar en el mundo. Ese cotejo con las sombras es también una forma de
comparecer ante nuestras propias oscuridades, ese reino insondable donde se
cuecen a fuego lento nuestro pasado y nuestro futuro, en un presente engañoso
por fantasmagórico, pero donde está la clave de lo que fuimos y de lo que
seremos.
Magistral demostración del poder creativo
y de esa pasión por las palabras que sólo un escritor como Rulfo puede
entregarnos. El placer de la lectura y la riqueza de significados que el texto
nos procura son valores que trascienden la mera consideración literaria, para
acceder a una cabal comprensión de la condición humana y sus múltiples
manifestaciones.
Lima, 4 de marzo
de 2013.
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