martes, 5 de marzo de 2013

El eco de las sombras


Motivado por la visión de la película que en 1966 hiciera Carlos Velo sobre la base de la obra, he releído, después de más de dos décadas, Pedro Páramo, la emblemática novela del mítico escritor mexicano Juan Rulfo. Ha sido una experiencia altamente placentera, revisitando los espacios narrativos y degustando la espléndida prosa coloquial que nos cuenta la historia de Comala, un pueblo lleno de ecos, poblado de fantasmas, un auténtico purgatorio en la tierra donde las ánimas errabundean sin perdón.
     Las desventuras de Juan Preciado al llegar a Comala, adonde llega enviado por su madre, que en su lecho de muerte le encarga buscar a su padre y hacerle pagar caro el olvido y el abandono en que los ha tenido, es el eje argumental sobre el que gira la ficción. No bien ha pisado el suelo desolado del pueblo fantasma, un arriero le sale al encuentro y traban un breve diálogo. El lugareño le señala la dirección exacta donde hallar a Pedro Páramo, su hacienda de la Media Luna; pero antes le sugiere visitar a doña Eduviges.
     Cada personaje con el que Juan Preciado se va encontrando, con el que conversa a veces animadamente, se enterará después que es simplemente un muerto, es decir, un alma, pues Comala es, como ya dije, un mundo de espectros cuyas voces no suenan, sino que se sienten, como en los sueños, un trasmundo al que arriba Juan Preciado para ser matado por los murmullos.
     Eduviges era amiga de Dolores, la madre de Juan, que lo recibe y le informa que aquel arriero que le recomendó visitarla era Abundio, otro hijo de Pedro Páramo, pero ya muerto. Esa será la tónica de toda la novela, las revelaciones sucesivas por las que Juan se va enterando de que todos en el pueblo ya son fallecidos. Pero también por ellos conoce la historia de su padre y la del pueblo. Sabe por ejemplo que ese tal Pedro Páramo al que venía a buscar era el más rico hacendado de la región, dueño de la hacienda de la Media Luna y de todos sus habitantes, a quienes trataba como un señor de horca y cuchillo.
     Según Bartolomé, el padre de Susana San Juan, la mujer a la que más amó Pedro Páramo, este era “la pura maldad”, un terrateniente despiadado que luego manda quemar todos los bienes de Comala y desalojarla después cuando aquella muere. Una constante en la novela son los monólogos de Pedro Páramo, quien la recuerda con verdadera pasión, evocando cada instante, cada recodo de su cuerpo, cada locura de Susana San Juan, su verdadera razón de vivir.
     Luego está Fulgor Sedano, el capataz de la hacienda y hombre de confianza de Pedro Páramo, quien se encarga de ejecutar todas las órdenes del patrón como si fueran las propias. Cumple su labor con diligencia y celo de criado, tratando de agradar en todo momento al amo inmisericorde y todopoderoso que hace y deshace en la Media Luna. Hasta cuando llegan los cristeros, esos rebeldes alzados en armas contra las imposiciones de la revolución triunfante, sus estrategias de sobrevivencia le señalan el camino de la cooperación y el allanamiento, política que secunda con pericia de siervo el opaco Fulgor.
     Una revelación paralela que deslumbra después del tiempo transcurrido es definitivamente el lenguaje de Rulfo, una prosa que se mueve al compás del habla y la expresión del hombre común y corriente, mostrando esos destellos ocultos a fuerza del uso y la costumbre, exhibiendo una fuerza inusitada de comunicación a través de ciertos logros poéticos engarzados en el fluir cotidiano y natural de los diálogos y las descripciones.
     El viaje al purgatorio que emprende Juan Preciado tiene ese simbolismo de las incursiones a mundos desconocidos que están dentro de nosotros, que nos pertenecen y que moldean nuestro ser y nuestro estar en el mundo. Ese cotejo con las sombras es también una forma de comparecer ante nuestras propias oscuridades, ese reino insondable donde se cuecen a fuego lento nuestro pasado y nuestro futuro, en un presente engañoso por fantasmagórico, pero donde está la clave de lo que fuimos y de lo que seremos.
     Magistral demostración del poder creativo y de esa pasión por las palabras que sólo un escritor como Rulfo puede entregarnos. El placer de la lectura y la riqueza de significados que el texto nos procura son valores que trascienden la mera consideración literaria, para acceder a una cabal comprensión de la condición humana y sus múltiples manifestaciones.

Lima, 4 de marzo de 2013. 

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