lunes, 25 de marzo de 2013

Fumata blanca


     La elección del cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio como el flamante Papa Francisco, ha suscitado una serie de reacciones en la prensa internacional, además de los lógicos entusiasmos de quienes abrigan esperanzas por el hecho de ser el primer latinoamericano que accede a un cargo de esa magnitud en la Iglesia Católica, en el sentido de cuestionar algunos aspectos de su pasado a raíz de serias denuncias que se han documentado en su país de origen.
     El número 266 sucesor de Pedro en la silla vaticana ya había figurado entre los primeros lugares en la elección anterior, que dio como resultado la entronización de Benedicto XVI. Casi era previsible, entre los más experimentados vaticanistas, la final designación de este primer jesuita que logra ocupar el máximo sitial en la rígida jerarquía de una iglesia que hace denodados esfuerzos por no perder su vigencia en un mundo lanzado a un vertiginoso proceso de secularización.
     El periodista argentino Horacio Verbitsky, en su libro El silencio, ha hurgado en los entretelones del caso de la desaparición, vía secuestro, y posterior tortura de dos sacerdotes jesuitas, Francisco Jalics y Orlando Yorio, durante los ignominiosos años de la dictadura militar argentina, a manos del no menos siniestro jefe de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), Emilio Eduardo Massera. En esa ocasión el padre Bergoglio era el superior de la orden, y como tal, el primer llamado a brindarles protección a quienes, según todos los indicios, dejó totalmente desprotegidos.
     Y aunque ambos religiosos -Jalics vive actualmente en Alemania y Yorio falleció hace unos años- han superado ese penoso incidente de sus vidas, o mejor dicho, han dado por concluido el terrible suceso a través del perdón, eso no exime de culpa la actuación tibia, por decir lo menos, de quien debió asumir una defensa más férrea y comprometida con sus propios hermanos de congregación.
     Fue la misma época en que se produjo la sospechosa muerte del obispo de Mendoza, Enrique Angelleli, también jesuita, y quien seguía con mucho interés el destino de Jalics y de Yorio, empeñando en ello su propia seguridad y hasta su propia vida. Al parecer, nada dijo ante esto el padre Bergoglio mientras los sátrapas argentinos convertían al país del plata en un inmenso campo de concentración.
     El periodista argentino,  radicado muchos años en el Perú, Guillermo Giacosa, también ha contado cómo mataron a 14 de sus amigos, y cómo él mismo tuvo que exiliarse para no correr la misma suerte. Eran, pues,  los turbulentos años que van de 1976 a 1983, cuando el general Videla y sus compinches, la mayoría de ellos hoy procesados y sometidos a juicio, perpetraban sus crímenes y asolaban con sus secuestros, desapariciones y torturas a miles de opositores, o a quienes simplemente creían opositores.
     Existe igualmente la versión del Premio Nobel de la Paz argentino Adolfo Pérez Esquivel, quien en recientes declaraciones ha exculpado al arzobispo Bergoglio de las acusaciones que pesan en su contra, manifestando por lo contrario que fue él quien, gracias a sus buenos oficios, consiguió el salvoconducto para que muchos miembros de la orden perseguidos por el régimen, u otros simples compatriotas, pudieran encontrar refugio en el extranjero. Han dado testimonio de esto un sacerdote español y un exactivista uruguayo, para contrabalancear las acusaciones en el otro sentido que viene recibiendo el papa.
     Los católicos deberán estar atentos a la conducción de las riendas pontificias, en medio de tantos problemas que debe enfrentar ahora el papa Francisco, y que propiciaron la dimisión intempestiva de Benedicto XVI. Los numerosos casos de pederastia, del cual son acusados integrantes del clero; el dédalo de las cuentas vaticanas y la corrupción imperante al interior del Instituto para las Obras de Religión (IOR); las finanzas sucias de los bancos ligados al Estado Pontificio, son algunos de los grandes desafíos que pondrán a prueba las agallas y la muñeca de Francisco, un hombre que posee una vasta experiencia pastoral y que es reconocido también por su compromiso con los valores esenciales del cristianismo original, como son la pobreza y la caridad.
     A pesar de su talante conservador, el nuevo Obispo de Roma ha imprimido a sus recientes actos un aire renovador que deja amplios espacios para la esperanza; mas en aquellos aspectos que competen a la ortodoxia católica, es difícil que pueda realizar esos cambios que exige a gritos un mundo cambiante, pero que serían los únicos que pondrían a la iglesia verdaderamente a tono con los tiempos.

Lima, 23 de marzo de 2013. 

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