La elección del cardenal argentino Jorge
Mario Bergoglio como el flamante Papa Francisco, ha suscitado una serie de
reacciones en la prensa internacional, además de los lógicos entusiasmos de
quienes abrigan esperanzas por el hecho de ser el primer latinoamericano que
accede a un cargo de esa magnitud en la Iglesia Católica, en el sentido de
cuestionar algunos aspectos de su pasado a raíz de serias denuncias que se han
documentado en su país de origen.
El número 266 sucesor de Pedro en la silla
vaticana ya había figurado entre los primeros lugares en la elección anterior,
que dio como resultado la entronización de Benedicto XVI. Casi era previsible,
entre los más experimentados vaticanistas, la final designación de este primer
jesuita que logra ocupar el máximo sitial en la rígida jerarquía de una iglesia
que hace denodados esfuerzos por no perder su vigencia en un mundo lanzado a un
vertiginoso proceso de secularización.
El periodista argentino Horacio Verbitsky,
en su libro El silencio, ha hurgado
en los entretelones del caso de la desaparición, vía secuestro, y posterior
tortura de dos sacerdotes jesuitas, Francisco Jalics y Orlando Yorio, durante
los ignominiosos años de la dictadura militar argentina, a manos del no menos
siniestro jefe de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), Emilio Eduardo
Massera. En esa ocasión el padre Bergoglio era el superior de la orden, y como
tal, el primer llamado a brindarles protección a quienes, según todos los
indicios, dejó totalmente desprotegidos.
Y aunque ambos religiosos -Jalics vive
actualmente en Alemania y Yorio falleció hace unos años- han superado ese
penoso incidente de sus vidas, o mejor dicho, han dado por concluido el
terrible suceso a través del perdón, eso no exime de culpa la actuación tibia,
por decir lo menos, de quien debió asumir una defensa más férrea y comprometida
con sus propios hermanos de congregación.
Fue la misma época en que se produjo la
sospechosa muerte del obispo de Mendoza, Enrique Angelleli, también jesuita, y
quien seguía con mucho interés el destino de Jalics y de Yorio, empeñando en
ello su propia seguridad y hasta su propia vida. Al parecer, nada dijo ante
esto el padre Bergoglio mientras los sátrapas argentinos convertían al país del
plata en un inmenso campo de concentración.
El periodista argentino, radicado muchos años en el Perú, Guillermo
Giacosa, también ha contado cómo mataron a 14 de sus amigos, y cómo él mismo
tuvo que exiliarse para no correr la misma suerte. Eran, pues, los turbulentos años que van de 1976 a 1983, cuando
el general Videla y sus compinches, la mayoría de ellos hoy procesados y
sometidos a juicio, perpetraban sus crímenes y asolaban con sus secuestros,
desapariciones y torturas a miles de opositores, o a quienes simplemente creían
opositores.
Existe igualmente la versión del Premio
Nobel de la Paz argentino Adolfo Pérez Esquivel, quien en recientes
declaraciones ha exculpado al arzobispo Bergoglio de las acusaciones que pesan
en su contra, manifestando por lo contrario que fue él quien, gracias a sus
buenos oficios, consiguió el salvoconducto para que muchos miembros de la orden
perseguidos por el régimen, u otros simples compatriotas, pudieran encontrar
refugio en el extranjero. Han dado testimonio de esto un sacerdote español y un
exactivista uruguayo, para contrabalancear las acusaciones en el otro sentido
que viene recibiendo el papa.
Los católicos deberán estar atentos a la
conducción de las riendas pontificias, en medio de tantos problemas que debe
enfrentar ahora el papa Francisco, y que propiciaron la dimisión intempestiva
de Benedicto XVI. Los numerosos casos de pederastia, del cual son acusados
integrantes del clero; el dédalo de las cuentas vaticanas y la corrupción
imperante al interior del Instituto para las Obras de Religión (IOR); las
finanzas sucias de los bancos ligados al Estado Pontificio, son algunos de los
grandes desafíos que pondrán a prueba las agallas y la muñeca de Francisco, un
hombre que posee una vasta experiencia pastoral y que es reconocido también por
su compromiso con los valores esenciales del cristianismo original, como son la
pobreza y la caridad.
A pesar de su talante conservador, el
nuevo Obispo de Roma ha imprimido a sus recientes actos un aire renovador que
deja amplios espacios para la esperanza; mas en aquellos aspectos que competen
a la ortodoxia católica, es difícil que pueda realizar esos cambios que exige a
gritos un mundo cambiante, pero que serían los únicos que pondrían a la iglesia
verdaderamente a tono con los tiempos.
Lima, 23 de
marzo de 2013.