En la mejor tradición ensayística, género
del cual es uno de sus mejores exponentes, se ha publicado La llamada de la tribu (Alfaguara, 2018), libro en el que Mario
Vargas Llosa traza magistralmente la cartografía ideológica de su derrotero
intelectual, a través del análisis y la crítica de siete pensadores que han
influido notablemente en su gradual acercamiento y abrazo a la fe liberal.
To the Finland Station, de Edmund
Wilson, sería el origen y la semilla instigadora de esta inusual obra que pasa
a engrosar la ya vasta producción del escritor peruano. Especie de
autobiografía intelectual, al decir de los críticos, repasa las vidas, anécdotas,
vicisitudes, libros e ideas de un puñado de autores -representantes conspicuos
del liberalismo- que han ido configurando a lo largo de los últimos cincuenta
años el viraje ideológico del Premio Nobel desde sus iniciales simpatías
comunistas hacia el credo que hoy tiene en él a su mejor valedor en el mundo
contemporáneo.
Desfilan por sus páginas, y en orden
cronológico, el filósofo y moralista escocés Adam Smith, curiosamente
encumbrado para la posteridad como el padre de la Economía Política, autor de
un libro capital en la historia del pensamiento: Investigación sobre la causa de la riqueza de las naciones (1776);
el filósofo español José Ortega y Gasset, figura descollante de la primera
mitad del siglo XX y autor de ese libro pionero que fue La
rebelión de las masas (1930); el economista austriaco Friedrich August von
Hayek, crítico implacable de la planificación y pope indiscutible de la
economía liberal; el filósofo de origen judío Karl Popper, nacido en Viena y
autor de esa monumental obra maestra que es La
sociedad abierta y sus enemigos (1945).
Le siguen Raymond Aron, pensador francés de
origen judío, firme defensor de la independencia de Argelia y desmitificador
del marxismo; Isaiah Berlin, filósofo letón educado en Inglaterra, autor de
sugestivas teorías sobre la verdad y la libertad; y Jean-Francois Revel,
periodista y ensayista político francés, defensor de la socialdemocracia como
sistema que garantiza el desarrollo simultáneo de la justicia social y
económica y la democracia política.
Entre los aportes más significativos de
cada personaje, que el autor destaca en su recorrido, podemos mencionar los
siguientes: el descubrimiento del mercado libre como motor del progreso hecho
por Adam Smith, influido por sus lecturas de Francis Hutcheson y David Hume,
este último nombrado como su albacea. Dicha teoría, qué duda cabe, es una de
las más polémicas entre aquellas que tratan de explicar el funcionamiento de
las sociedades capitalistas, y que en los tiempos que corren han mostrado sus
costuras en diversos países en los que se ha implantado como artículo de fe,
apuntalando muchas veces las injustificables desigualdades que prevalecen en su
seno.
De Ortega y Gasset subraya su idea de
nación “como un proyecto de vida en común”, complementaria de aquella de Renán:
“Una nación es un plebiscito cotidiano”. Envuelto entre los dos fuegos de los
bandos contrarios durante la Guerra Civil, su distancia tanto del franquismo
como de los republicanos en un momento dramático para España, le valió ser confinado,
por algunos sectores intelectuales de la península, tal vez injustamente, en el
bando cómplice con los excesos y las tropelías de la dictadura.
La tesis central del pensamiento de Hayek,
la de que la planificación en la economía socava la democracia, instalando el
totalitarismo, ya sea fascista o comunista, es también ciertamente discutible,
a juzgar por los hechos históricos del último medio siglo. El autor señala, con
muy buenas razones, algunos reparos a su pensamiento, como aquel donde afirma
que es preferible una dictadura que practica una economía liberal a una
democracia que no lo hace, o cuando dijo que con Pinochet había más libertad
que con Allende. Sin duda, dos despropósitos enormes y temerarios. Otro
reproche que habría que hacerle es cuando afirma que la ambición es el motor
del progreso, mas si tenemos en cuenta que el apetito de lucro nace de la
ambición -como dice más adelante- y relaja la moral pública, permitiendo entre
otras cosas el surgimiento de la corrupción, he ahí una evidente contradicción
en el pensamiento de Hayek, a ratos desprolijo y falto de claridad.
El siguiente autor en someterse a la criba
conceptual del ensayista es Karl Popper, tal vez el más importante de todos,
tanto por el calado de su original pensamiento, como por el peso que sus
convicciones adquiridas le deben al autor de La sociedad abierta y sus enemigos. Exiliado en Nueva Zelanda
cuando se produce el ascenso del nazismo al poder en Alemania, vivió hasta
entonces en su natal Viena, la ciudad más culta y cosmopolita de su tiempo.
Execró del nacionalismo, la bestia negra enemiga de la cultura de la libertad
que él profesó con genuina pasión. Señaló al sionismo como un peligro, por
encarnar una forma de racismo, pues hablar de “el pueblo elegido” -como después
se haría con “la clase elegida” o “la raza elegida”- le parece una terrible
expresión que presagia el advenimiento del totalitarismo y la entronización de
la sociedad cerrada, a la que combatió con denuedo en su libro capital.
Refutó el historicismo de Marx, especialmente;
pero es a Hegel a quien califica con dureza, remontándose hasta Platón y
Aristóteles para rastrear los orígenes de esa nefasta teoría que creía ver
leyes que gobernaban la sociedad de los hombres, líneas implacables que
sometían la evolución de la historia a una especie de corsé inevitable. Popper
niega que haya leyes históricas; a lo sumo, decía, lo que habría son tendencias
en la evolución humana, pues finalmente la historia no tiene sentido. Vargas
Llosa reprocha a su maestro el menospreciar o subestimar la naturaleza de las
palabras, cuyas consecuencias están en las poco felices denominaciones y
fórmulas que utiliza a lo largo de su obra, situándose en las antípodas de otro
pensador contemporáneo, como Roland Barthes, que llevó al extremo la idolatría
de las mismas.
Otro pensador francés de origen judío es
Raymond Aron, dedicado a la sociología y la filosofía; abogó ardientemente,
como decía antes, por la independencia de Argelia, en contra de la opinión
dominante en Francia, tanto en la derecha -que lo consideraba su vocero- como
en la izquierda. Llamó al marxismo “religión secular”, calificándola además
como opio de los intelectuales. Se abocó a desmitificar lo que él llamaba los
dogmas ideológicos del marxismo: el proletariado, la revolución, el Partido
Comunista y su Comité Central, el Secretario General, creados estos últimos por
Lenin y usados por Stalin.
Crítico feroz de la revuelta estudiantil de
mayo del 68, a la que no adjudicó ningún viso de trascendencia histórica, sus
posiciones muchas veces se situaron a contracorriente de lo políticamente
correcto. Vargas Llosa le achaca, sin embargo -lo mismo que a Camus-, su
desinterés por América Latina, África y Asia. Coteja en este ensayo la vigencia
del pensamiento de Sartre y Aron, inclinándose por este último.
Pero es Isaiah Berlin quizá el más original
y polémico de todos. Nacido en Letonia y formado en Inglaterra, su obra se
encontraba enterrada en publicaciones académicas, hasta que su discípulo Henry
Hardy la puso al alcance del público. Para Berlin, son las ideas las que deben someterse
si entran en contradicción con la realidad humana, y no al revés. Judío,
sionista, ateo y practicante no creyente, fue un buen ejemplo de su famosa
teoría de las verdades contradictorias. La primera de las cuales consistía, por
ejemplo, en que los mecanismos del poder entraban en colisión con los valores
de la vida cristiana, lo que podría dar para una larga discusión en los
terrenos de la filosofía política y de la ética.
Otra de sus teorías, sugerentes y
sugestivas, es aquella de las dos verdades. Las clasifica en libertad
“negativa”, que nace de las limitaciones del medio y es más individual que
social; y libertad “positiva”, la de quien busca adueñarse de ella para el
despliegue de todas sus capacidades y es más social que individual. Todas las
utopías sociales se fundan en esta última, mientras que las teorías
democráticas se basan en la primera. Vienen a ser la misma, en verdad, según
decía el filósofo, como las dos caras de una misma moneda, separadas apenas por
sutiles marcos de observación conceptual.
Su vida sentimental da -al decir del autor-
“para una deliciosa comedia de enredos”. Ejemplo de esto es, y no el menos
relevante, su encuentro en Leningrado, en 1945, con las gran poeta rusa Anna
Ajmátova, del cual diría Berlin que había sido el más importante de su vida,
pues a pesar de que luego se casó y tuvo una familia más bien convencional, el
impacto que le causó este episodio quedaría marcado para él hasta el final de
sus días.
Su fábula del zorro y el erizo, que le
permite clasificar a los seres humanos, proviene de un texto del poeta griego
Arquíloco: “El zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una gran cosa”. El
zorro es centrífugo; el erizo, centrípeta. En el zorro predomina lo particular;
en el erizo, lo general. Hay excepciones en que se puede ser ambas cosas
simultáneamente, como el caso único de Tolstói, zorro y erizo a la vez.
Sus héroes poseían dos virtudes: una
intelectual y otra moral. Sabio, modesto y escritor profundo, dominaba una
docena de lenguas y se movía con gran versatilidad por disciplinas y ciencias
disímiles. El autor destaca su calidad de gran prosista, junto con Ortega y
Gasset; sin embargo, hay una dimensión de lo humano que no aparece en su obra:
el del inconsciente, explorada denodadamente tanto por Sigmund Freud como por
Georges Bataille con resultados altamente lúcidos como discutibles.
Por último, está el periodista y ensayista
político francés Jean-Francois Revel, defensor, como ya lo decía líneas arriba,
de la socialdemocracia, la corriente de pensamiento que mejor podía conjugar
esos dos aspectos sociales, como son la justicia y la democracia, a través del
armonioso equilibrio entre la economía y la política en un régimen determinado.
Sostenía que la mentira es la fuerza que mueve a la sociedad de estos tiempos.
Observador agudo de los acontecimientos contemporáneos, sus escritos
incendiaron las discusiones políticas de la época colocándolo en un sitial
singular del combate de las ideas del siglo XX. Fogoso polemista, infatigable luchador
por sus ideales, el autor reconoce en él a uno de los últimos combatientes y aguerridos
intelectuales, en la estela de los grandes inconformistas franceses, tras cuya
muerte ha dejado un vacío difícil de llenar en el panorama de la cultura
liberal.
Notable libro, escrito con la fruición y el
talento de un consumado crítico, del agradecido lector que reconoce a quienes
infundieron a su alma esa pasión por la cultura de la libertad, a quienes
dotaron a su espíritu de esa magia inmarcesible de las ideas.
Lima,
18 de agosto de 2018.