sábado, 26 de octubre de 2019

Olla de presión


    Latinoamérica ha sido testigo, en las últimas semanas, de intensas jornadas de movilización ciudadana en protesta por impopulares medidas económicas dictadas por sendos gobiernos de la región, manifestaciones que han tenido una secuela trágica de muertes, heridos, detenidos y grandes daños a los bienes públicos.
    Dos países han sido los focos de atención más preocupantes, tanto por la envergadura de los acontecimientos como por lo que aquello significa desde el punto de vista de la imposición de un modelo económico que no ha hecho sino agravar las condiciones de vida de las grandes mayorías de la población.
    Ecuador ha sido uno de ellos, donde a partir del alza del precio de los combustibles, quitando el subsidio a los mismos, decretado por el gobierno del presidente Lenín Moreno, se ha desatado una reacción masiva en diversas ciudades del país, especialmente en Quito, la capital, contra una receta claramente inspirada en las recomendaciones del FMI. El primer mandatario se instaló inclusive en Guayaquil en los primeros días de la crisis, como tratando de huir de los hechos, para inmediatamente regresar a la capital cuando las protestas desbordaban lo previsible.
    Un periodista y presentador mediático peruano, que dirige un programa muy sintonizado de televisión desde Miami, ha tenido el desparpajo de preguntarse ante la teleaudiencia por qué reclaman los indígenas del Ecuador por el precio de la gasolina si ni siquiera tienen automóvil, citando irónicamente marcas lujosas como un Audi o un Jaguar. ¿Puede haber un comentario más cretino que este? ¿No sabe acaso este espécimen que la elevación del precio de los combustibles incide directamente en toda la economía de un país? ¿Lo ignora realmente, o quiere hacerse el desentendido para confundir a la opinión pública? Es un caso que pareciera ya linda con lo patológico.
    El otro país en cuestión es Chile, que ha sufrido uno de esos episodios extraños y paradojales de una sociedad que hasta ese momento era vista como un oasis en medio de este desierto caótico que es Sudamérica, un verdadero milagro del crecimiento económico que lo ha puesto a las puertas del primer mundo, un ejemplo envidiable de desarrollo que bien podía ser imitado por cualquiera de sus vecinos. Y, sin embargo, de pronto estalla esa burbuja de una manera descomunal. El gobierno decreta la subida de los pasajes en el metro y súbitamente los usuarios, donde han jugado un rol protagónico los estudiantes, reaccionan violentamente exigiendo su eliminación. Se suceden días caldeados de marchas, saqueos, enfrentamientos con la policía, incendios de vagones de metro y de centros comerciales, y al gobierno no se le ocurre mejor cosa que imponer el estado de emergencia y el toque de queda, reminiscencias funestas de los peores años de la dictadura pinochetista.
    Sin duda que el alza de los pasajes ha sido sólo el pretexto, el detonante de un malestar que se ha ido incubando mucho tiempo, algunos piensan que hasta treinta años; una tensión que ha llegado al punto de ebullición, que sólo esperaba una mínima grieta por donde explotar de la forma como lo ha hecho, asombrando al observador externo que creía que efectivamente Chile se encaminaba con pasos seguros a ser el primer país de Latinoamérica en alcanzar el tan ansiado desarrollo. ¡Vana ilusión! Lo que han desnudado esta crisis han sido las carencias de un modelo económico neoliberal que es la prolongación de aquél impuesto por el régimen de Pinochet, cuyas consecuencias han saltado por los aires en los sucesos de octubre, como son uno de los sistemas de transporte más caros del mundo, una economía privatizada, una educación de baja calidad, pensiones de hambre, los servicios de salud inalcanzables; es decir, el ensanchamiento de las desigualdades sociales, la brecha entre un puñado de ricos con los privilegios de siempre y una masa de pobres presa del hartazgo de una realidad que los margina, los excluye y termina por arrebatarles la dignidad como seres humanos.
    Esta respuesta inédita de una ciudadanía que cada vez es más consciente de sus aspiraciones y derechos, es un mensaje clarísimo que los más desfavorecidos lanzan a los cuatro vientos, un clamor que las clases dirigentes deben ser capaces de leer y aprehender, si quieren evitar la profundización de una flagrante injusticia social que concluya devorando el futuro y los sueños de millones de hombres y mujeres de nuestros países.
    Se ha destapado, pues, una gigantesca olla de presión, un conjunto de tensiones reprimidas durante años. Cuando el pueblo vive bajo estas condiciones y no se atienden sus expectativas, cuando se ignoran sus necesidades y se soslayan sus derechos, se crea una atmósfera altamente hostil que en algún momento va a producir una reacción, como justamente lo acaba de demostrar una película que es ampliamente comentada por estos días, Joker, el caso de un individuo, con ciertos visos de alguna enfermedad mental es cierto, asediado y agredido por el medio, que termina reaccionando de manera desaforada y demencial ante un sistema que no ha hecho otra cosa que pisotearlo y ningunearlo en todas sus formas.
    Este viernes 25 Chile ha sido escenario de la más multitudinaria marcha pacífica de su historia moderna, con cerca de un millón y medio de personas en las concentraciones en todo el país. Entonando cánticos alusivos a la exclusión, con pancartas elocuentes expresando las frustraciones y los abusos que han sufrido en todo este tiempo, la ciudadanía ha dejado sentir su amargo descontento. Grandes lecciones nos dejan estos hechos, que ojalá como sociedad podamos asimilarlas y aquilatarlas, para que se puedan ir corrigiendo esas taras que arrastramos como vestigios atávicos de una época que ya debió ser superada.

Lima, 25 de octubre de 2019.

martes, 15 de octubre de 2019

Ricardo Palma: cien años


    Este 6 de octubre se han cumplido los primeros cien años de la muerte del más importante escritor peruano del siglo XIX, autor de una obra valiosa en varios sentidos, tanto en el aspecto de creación literaria como en el de su rol como director de la Biblioteca Nacional durante los años aciagos de la Reconstrucción Nacional. Pero sobre todo es recordado por un libro memorable, que ya es un clásico de las letras peruanas y americanas: las Tradiciones Peruanas.
    Es reconocido en todo el continente por su heroica labor al frente de la Biblioteca Nacional, cuya reconstrucción después del desastre, saqueo incluido, de la guerra con Chile, emprendió con un denuedo inaudito. Tal demostración cabal de compromiso cívico y patriota le valieron la admiración y el agradecimiento –no sé si suficientes– de un país que nunca ha sido muy propenso al fervor de los libros y la cultura en general. Amigos de las tres Américas lo auxiliaron en esta vasta y titánica tarea que es otro de sus legados perdurables.
    Cuenta Octavio Paz que su abuelo, Ireneo Paz, que también era escritor, mantuvo alguna correspondencia con el tradicionista, de quien tenía en su biblioteca un retrato en una colección de tarjetas sostenidas en una especie de atril con su firma correspondiente, al lado de otras tantas figuras de las letras de la época, situación que lo sitúa en un lugar preponderante en la cultura de nuestra América.
    Leer el conjunto de sus tradiciones me ha deparado una de las experiencias más gratas y placenteras en mi vida de lector, desde aquella vez en que estando aún en el colegio leímos en la clase de literatura esas sabrosas historias que mezclaban ficción y realidad–, gozando de ese estilo lleno de gracejo y buen humor que traslucía tras la anécdota, llevándonos a los escenarios del pasado colonial–, hasta el presente en que releo gran parte de sus más de trescientas tradiciones, saboreando cada relato como un preciado obsequio de un hombre que después de cien años de su partida, sigue presente en este sorprendente y proteico siglo.
    Fue en aquella ocasión en que me atreví, siendo un simple mozuelo de quince años, a escribir mis primeras impresiones de la obra, que empezaba a conocer, de este limeño singular que tuvo la feliz intuición de crear un género nuevo en el que no ha podido ser superado. No recuerdo exactamente lo que decía yo esa vez, aunque no debía ser nada novedoso ni original, pues seguro que me limitaba a parafrasear lo que probablemente había leído en alguna reseña bibliográfica, en una publicación periodística o en una biografía escolar. Pero después emprendería una lectura sistemática y rigurosa de cada una de esas piezas maestras de ingenio, talento narrativo y gracia sin par.
    Además de esta obra mayor, don Ricardo Palma también es autor de otros libros que constituyen aportes valiosos a nuestra literatura, como es el caso de Anales de la Inquisición de Lima, cuya primera edición data de 1863, donde el autor realiza un estudio histórico de una institución que fue fundada por orden del Papa Sixto IV en 1483, siendo su primer Inquisidor General el siniestro Tomás de Torquemada, y que se estableció en la Ciudad de los Reyes el 7 de febrero de 1569 por Real Cédula emitida en Madrid por mandato del rey Felipe II, siendo virrey del Perú don Francisco de Toledo. El licenciado Serván de Cerezuela se encargó de la organización del Tribunal del Santo Oficio.
    El primer auto de fe se celebró el 15 de noviembre de 1573 en la Plaza Mayor: seis herejes fueron penitenciados y el francés Mateo Salade fue el primero que ardió en la hoguera. La obra es un registro minucioso de hechiceros, bígamos, blasfemos, judíos judaizantes, relajados, luteranos, etc., sometidos a penitencia por la Inquisición. El más feroz de los tribunales, según abundantes testimonios, usaba tres géneros de tormentos: la garrucha, el potro y el fuego. Las imágenes de procesiones con reos vistiendo sambenito, soga al cuello y vela verde fueron cosa corriente por aquellos años.
    El Santo Oficio penaba por leer a Voltaire, Rousseau, Diderot, algunos de los hombres más brillantes del siglo XVIII. Ello es sin duda expresión de la más reverenda estupidez, producto del fanatismo y del fundamentalismo más rancio y obtuso. La infernal institución se abolió por decreto expedido en Cádiz por las Cortes del reino, el 22 de febrero de 1813, que el virrey Abascal hizo promulgar por estas tierras recién el 23 de septiembre del mismo año.
    En mis años de estudiante visité el local donde funcionó el tenebroso Tribunal, ahora convertido en museo, sorprendiéndome toda esa parafernalia del horror increíblemente concebida por mente humana so capa de proteger los principios de una fe. Eran crímenes aparatosos y teatralizados llamados eufemísticamente autos de fe, infligidos por auténticos jueces del infierno.
    Se puede afirmar que don Ricardo Palma fue, sobre todo, el gran tradicionista de Lima, y que su obra cumbre debió llamarse con todo rigor “Tradiciones Limeñas”, pues amén de alguna que otra tradición ambientada en el Cuzco o Arequipa, la mayoría abrumadora de ellas tienen como escenario la antigua Ciudad de los Reyes. Su espíritu criollo y zumbón le sirve para dotar a sus narraciones de esa pátina de celebración y júbilo propios de una visión optimista y festiva de la vida, aun cuando muchos de los hechos narrados posean un carácter luctuoso y desdichado.
    La actividad lingüística fue también otra de sus preocupaciones constantes, recogiendo centenares de vocablos de estas tierras que tuvo ocasión de presentarlos, para su admisión, en la misma Real Academia de la Lengua Española, aporte que en su mayor parte le fue denegado, hecho que fue motivo de un ligero entredicho con la pomposamente llamada Docta Corporación Matritense. Producto de esta vena de sus intereses filológicos es el sabroso libro Papeletas lexicográficas, un estudio prolijo de un conjunto de palabras de origen peruano que han pasado a enriquecer con el tiempo la lengua castellana.
    Decenas de calles, avenidas y plazas del país llevan su nombre, así como instituciones de la más variada índole, amén de monumentos que le rinden homenaje, pero el verdadero tributo a la memoria de su egregia figura es definitivamente la lectura gozosa y agradecida de esa prosa singular donde están condensados todo ese carácter y espíritu juguetón de peruano ejemplar.        
   
Lima, 6 de octubre de 2019.
          

sábado, 5 de octubre de 2019

Nosotros el soberano


    Con inmenso estupor ha seguido la población peruana los insólitos sucesos del lunes 30 de septiembre último, que ya está inscrito como uno de esos días históricos que luego recordaremos porque en él se marcó un hito trascendental en nuestro devenir como nación. Fue el día clave en que se llegó al clímax de la confrontación de poderes que ya venía de muy atrás, todo ello debido a la prepotencia y la necedad de una mayoría congresal que se empeñó, desde el mismo inicio del régimen, en sabotear toda cuanta iniciativa emprendiera el Ejecutivo en materia de lucha contra la corrupción.
    Las motivaciones de tal proceder no son desconocidas por la ciudadanía, pues es ampliamente conocido el accionar de un grupo político –lo más parecido a una banda de cuatreros– que nunca abandonó su genética propensión al abuso y al autoritarismo, todo con el fin de apañar y proteger a sus miembros y cómplices envueltos en serias acusaciones por diversos delitos actualmente procesados en el Poder Judicial. Además, se prestaron para escudar hasta la náusea a pandillas de delincuentes que pretendían copar las más altas instancias de la judicatura.
    Ante ello, el Presidente de la República, en ejercicio de sus atribuciones constitucionales, planteó a través de sendos proyectos de ley reformas importantes en materia política y judicial, propuestas que el fujiaprismo  desestimó sistemáticamente. Sólo al verse acorralados por la cuestión de confianza –mecanismo que le faculta la ley al primer mandatario–, otorgaban ésta, pero de manera tramposa e hipócrita, pues ante lo que formalmente decían que sí, en el fondo y en la práctica era no. Se hizo esto varias veces, tomándole el pelo groseramente al gobierno y al pueblo en general. En vista de esta real negativa, el Ejecutivo propuso un adelanto de elecciones generales, discusión que se dilató mañosamente con la fantochada aquella de la invitación a la Comisión de Venecia, sesión que fue otra puesta en escena de la desvergüenza mayúscula del fujimorismo ramplón y del aprismo, sus secuaces de ocasión, que sin esperar siquiera la opinión del cuerpo consultivo invitado, archivó el proyecto mencionado.
    Mientras tanto, y en paralelo, se cocinaba la toma del Tribunal Constitucional vía una elección apresurada y amañada. Es por eso que el presidente Vizcarra, en clara sintonía con el hartazgo popular, decidió disolver constitucionalmente el Congreso, en razón de que su propuesta de reconsideración de la elección de miembros del TC, para hacerla de manera transparente, fue desestimada al iniciarse el proceso de elección, votando en contra de la cuestión previa planteada por la congresista Huilca, y elegirse al primero de ellos cuando el Primer Ministro ya había planteado la cuestión de confianza sobre dicho proyecto. Demás está comentar el comportamiento bochornoso de los congresistas ese día, que pretendieron impedir el ingreso del presidente del Consejo de Ministros al hemiciclo, estando expedito su derecho para hacerlo en virtud del art. 129 de la Constitución Política del Estado.
    Se ha procedido entonces a una delicada pero necesaria operación quirúrgica sobre el cuerpo de la República, extirpando el tumor canceroso que amenazaba devorar la precaria vida de nuestra democracia. La medida, enmarcada en el art. 134 de la Carta Magna, ha sido interpretada en diversos sentidos por esos señores que fungen de exégetas sacrosantos de la ley llamados constitucionalistas. Para unos, la decisión presidencial es anticonstitucional y estaríamos ante un “golpe de Estado”; para otros, en cambio, es perfectamente constitucional y se ciñe al estricto cumplimiento de la norma mayor. Es decir que, finalmente, el asunto es debatible, que se presta a la discusión y a la interpretación, en razón pues de que un documento así no puede ser perfecto y exhibe algunos vacíos o grietas que lo hacen falible. Si fuera así, la salida a este laberinto no puede quedar estrictamente y a rajatabla en el terreno jurídico, sino que se trata de encontrarle una salida política, y en este sentido no podemos seguir actuando como los fariseos, pretendiendo una observancia rigurosa y ortodoxa de la ley hasta llegar a límites del ridículo, pues de lo que se trata es de salvar una realidad urgente que evidentemente ha desbordado el marco legal. Sin embargo, creo que la resolución adoptada por el Presidente se ajusta a la Constitución y es respetuosa del Estado de Derecho.
    La respuesta de la mayoría parlamentaria ha sido propia de un circo de baja estofa, suspendiendo al presidente en sus funciones, amparados en una interpretación errada de la Constitución y desde su condición de flamantes fantasmas, juramentando a la vicepresidenta para el supuesto cargo vacante en una ceremonia grotesca que pasará a formar parte de los anales de la irrisión y de la estulticia. La pandilla de bribones y facinerosos sabe que se le acaba la inmunidad, que para ella siempre fue impunidad, y por eso sus miembros se aferran con uñas y dientes a sus cargos en disfuerzos inauditos de resistencia, en un triste espectáculo que más parece pataleta de niñatos engreídos y malcriados.  
    En el escenario internacional, diversos organismos, como la OEA, e instituciones que resguardan la democracia y los derechos humanos, se han pronunciado en el sentido de que corresponde al TC dirimir esta contienda, aconsejando de paso que la solución más acertada es acudir en consulta al pueblo, para que sea el soberano el que finalmente decida a través de las urnas. Y he aquí el punto en que la responsabilidad recae nuevamente en nosotros, los ciudadanos de esta república que debemos elegir esta vez con mucho cuidado, desplegando sagacidad, discreción y conocimiento, informándonos del historial mínimo de quienes van a convertirse en los nuevos integrantes del futuro Congreso, con el fin de evitarnos sorpresas desagradables como lamentablemente nos ha brindado el extinto Parlamento.
    Es de destacar la multitudinaria participación del pueblo, volcado a las calles y plazas de las principales ciudades del país desde el mismo instante del anuncio presidencial, respaldando con entusiasmo una medida que era un clamor mayoritario desde hace varios meses, hecho que desbarata cualquier acusación de “golpe de Estado” que han deslizado los miembros de la mafia, en una actitud que busca desacreditar una medida de profilaxis cívica, tratando de confundir a una opinión pública que ya no puede seguir creyendo las sandeces y bobadas que han soltado a granel durante tanto tiempo.   

Lima, 4 de octubre de 2019.

miércoles, 2 de octubre de 2019

Joyas absolutas


    Tengo pensado escribir un artículo, o un conjunto de artículos, para mencionar todas aquellas producciones musicales que a lo largo de mi vida he sentido que constituyen lo más alto, lo más selecto y elaborado que se ha podido realizar en materia de creación artística, tanto de la música popular como de la llamada música clásica o académica. Mientras voy recopilando todo ese material, en una paciente labor de audición que es a la vez de goce fruitivo, pues pienso como Nietzsche que la vida sin la música sería un error, quiero comentar mis impresiones de un disco que acaba de lanzarse al mercado y que perfectamente podría formar parte de esa privilegiada antología, de ese exclusivo club digamos, y que ha venido a incorporarse de pleno derecho a la lista querida de mis preferencias y de mis muy personales gustos musicales.
    Se trata del volumen A Chabuca dos, la segunda entrega de versiones originales y personalísimas de canciones escritas y musicalizadas por la notable compositora peruana Isabel Granda Larco (Apurímac, 1920 – Lima, 1983), bajo la producción de Mabela Martínez y Susana Roca Rey, responsables ambas también del primer disco, lanzado el año 2017. Esta vez, ha contado con la participación de Armando Manzanero, Pablo Milanés, Juan Diego Flórez, Soledad Pastorutti, Rosario Flores, Carlos Vives, Chabuco, Antonio Zambujo y otros grandes exponentes del cancionero latinoamericano.
    El disco va en un increscendo, desde la apertura con Armando Manzanero y su buena, pero previsible, interpretación del tema “Bello durmiente”, canción que la autora dedicó al Perú, hasta la apoteósica y deslumbrante versión de Carlos Vives de la canción “Me he de guardar”, todo un logro de la fusión con esos aires de cumbia y vallenato que el colombiano le sabe insuflar al ritmo afroperuano de Chabuca.
    La cantante Ile está muy bien con su “María Landó”, bajo el molde establecido por el canon de la gran Susana Baca. Juan Diego, como siempre, magnífico con su soberbia interpretación de “Callecita encendida”, un hermoso vals de tonos melancólicos. “La torre de marfil” calza precisa en el estilo melódico y trovadoresco de Pablo Milanés. Ecos de fado se sienten en la voz de Antonio Zambujo, con el prodigioso sonido de la guitarra portuguesa, en la pista correspondiente a “Amor viajero”.
    Tonadas de flamenco es el aporte de la voz de la española Rosario para “Gracia”, un vals que la autora dedicó a su madre. El latin jazz se hace presente en la intervención de Chabuco para “El barco ciego”, bello tema. Soledad de Argentina nos regala su intensa versión de la hermosa zamacueca titulada “Una larga noche”. La inconfundible guitarra de Luis Salinas acompañando a la estupenda Sandra Mihanovich nos obsequian la pieza “Pobre voz”, otro poema, como son todas las canciones de Chabuca Granda.
    “En la grama”, en la voz de Zizi Possi, posee resonancias más internacionales, sin duda un hallazgo adicional de la versátil inspiración de la cantautora nuestra. “La vals creole” es una curiosa composición que Chabuca escribió en francés y que Nancy Vieira ejecuta con gran belleza y solvencia. Por último, como ya dije antes, la descollante e insuperable recreación de Carlos Vives, el número más logrado, rítmico y espléndido del volumen.
    Son doce piezas musicales de gran factura, plenas de virtuosismo y de una entrega sin límites al arte maravilloso de la música. Da gusto saber que en una época en que esta parece tiranizada por el chisporroteo de los llamados géneros urbanos, ante cuyos fuegos fatuos caen increíblemente rendidos con alarmante facilidad intérpretes jóvenes y no tan jóvenes de la actualidad artística, hay un grupo de personas que hacen posible tener en nuestras manos, para el deleite infinito de nuestros oídos y el goce perpetuo de nuestras almas, una auténtica joya de la música de siempre, un divino canto al arte con mayúscula. Gaudeamus.

Lima, 28 de septiembre de 2019.

La batalla por el clima


    La semana de protestas y manifestaciones contra el cambio climático iniciadas el pasado 20 de septiembre en Nueva York, se ha cerrado este viernes 27 con una huelga mundial por el clima: desde Montreal –donde ha estado Greta Thunberg encabezando la marcha pacífica– hasta Wellington, desde Barcelona hasta Hanoi, desde Milán hasta Estocolmo, miles de activistas, sobre todo jóvenes como la adolescente sueca líder de esta campaña, han dejado sentir su voz de alerta y reclamo ante la inacción de los dirigentes mundiales frente al problema número uno que amenaza la existencia humana en el planeta. Se podría decir que el rostro de las movilizaciones ha sido esencialmente juvenil.
    El poderoso, contundente y diáfano discurso pronunciado por la activista sueca Greta Thunberg en el marco de la Cumbre de las Naciones Unidas en su sesión del lunes, no puede haber sido más elocuente. En su mensaje, ha desnudado las carencias y los vacíos que las autoridades y gobernantes de los principales países concernidos en esta problemática han exhibido ante uno de los retos más cruciales de nuestros tiempos. Les ha espetado que están robándole sus sueños, que constituye algo insólito que una chica de su edad tenga que haber hecho esta travesía por el océano Atlántico en velero para asistir a ese encuentro cuando tendría que estar en su colegio recibiendo sus clases como cualquier otra estudiante del mundo.
    Esas marchas y protestas impulsadas a nivel global a través de la campaña Fridays for Future, con el decisivo protagonismo de las generaciones más jóvenes, aquellas que vivirán con mayor encarnizamiento ese mañana tan lúgubre que se ha vaticinado si no se hace nada al respecto, han servido de clarinada para que los políticos y los mayores comiencen a tomar conciencia y asumir el rol que les cabe en una lucha que debe corresponder a toda la humanidad.
    Las evidencias científicas del cambio climático son tan incontrastables, así como la responsabilidad humana en su generación, que pretender rebatirlas o negarlas, como hacen algunos con afanes inconfesables, sólo puede obedecer a una dosis de enorme irresponsabilidad, a intereses económicos en juego o sencillamente a una supina ignorancia. Nadie puede ignorar la estrecha relación de los negacionistas con los dueños de las grandes corporaciones de empresas ligadas al uso de combustibles fósiles, ni tampoco su cercanía con grupos de fanáticos y fundamentalistas que arguyen motivaciones insostenibles para desconocer una realidad tan patente y clamorosa.
    El grupo de expertos que asesoran a las Naciones Unidad –IPCC por sus siglas en inglés– han demostrado con suficientes pruebas de carácter científico las causales de desaparición de los glaciares, del aumento del nivel de los océanos, así como de la lenta erosión del permafrost, el hielo permanente de los suelos que permite concentrar los gases de efecto invernadero que al ser liberados contribuyen a la elevación de la temperatura. Todo ello a su vez factor desencadenante de importantes alteraciones de los fenómenos meteorológicos, como huracanes y tifones, que sumados a los incendios forestales como el de Brasil, Paraguay y Bolivia de hace unas semanas, poseen un peligroso potencial destructivo que dañan irremisiblemente las condiciones del clima en la Tierra.
    Dos figuras visibles de la cerrazón y la necedad ante un problema de esta magnitud son, lastimosamente, presidentes de países gravitantes en el contexto internacional. El primero es el mandatario estadounidense Donald Trump, caracterizado por sus desplantes infantiles y por asumir posiciones retrógradas en muchos aspectos de la política mundial, llegando a declarar sin un ápice de rubor que los verdaderos demócratas no son aquellos que asumen posturas globales sino los patriotas, en una demostración más de su anquilosado aislacionismo y de su concepción reduccionista y ególatra de las relaciones internacionales. Prueba de ello es el haber retirado a EE UU del Acuerdo de París, el único foro mundial que podía comprometer a las potencias del orbe en la lucha contra el calentamiento global. El otro es el presidente brasileño Jair Bolsonaro, émulo del primero y su versión tercermundista, quien ha llegado al despropósito de decir que la Amazonía no es el pulmón de la humanidad, ni que la soberanía de ella concierna a otro país que no sea el suyo, cuando lo que está sobre el tapete de la preocupación mundial no es el tema de la soberanía, sino la protección y preservación de la más grande e importante selva tropical del planeta.
    A ambos pequeños hombres, zafios e insulsos, una adolescente de 16 años –casi una niña– les ha dado una valiosa lección de madurez y sabiduría, erigiéndose en representante y símbolo de toda una generación que por primera vez en la historia llama la atención a los adultos sobre su responsabilidad de un futuro que parecen no entender, un futuro que ya es un hoy para millones de esos jóvenes que sienten que los plazos se terminan, que ya no es tiempo de discursos sino de acciones, y que el desafío del cambio climático es la más dramática encrucijada a que se enfrenta la humanidad.

Lima, 27 de septiembre de 2019.