La farsa terminó en tragedia. Hay dos peruanos muertos, más de un centenar de heridos y algunos desaparecidos como producto de la criminal represión policial de las jornadas de protesta del sábado en las calles del país. Hay dos familias sumidas en el dolor por la actuación salvaje de las fuerzas del orden. Todos los peruanos estamos de duelo llorando por el asesinato alevoso de un par de jóvenes valientes –Inti Sotelo Camargo y Jack Bryan Pintado Sánchez– que acaban de ser sacrificados en el altar de la patria. ¿No podían prever todo esto los 105 irresponsables que votaron por declarar la vacancia presidencial el lunes pasado? ¿Era necesario este baño de sangre provocada por ese centenar de insensatos que arrastraron al país al precipicio? ¿O van a salir ahora con las leguleyadas de siempre, con la cantaleta, que repiten como guacamayos amaestrados ciertos personajes cuyos nombres no quiero recordar, de decir que por razones de control constitucional y en el marco de la lucha contra la corrupción el presidente Vizcarra no merecía ocupar el cargo y que debía ser vacado –verbo que no me resulta muy simpático por cierto– de la Presidencia de la República? Eso no lo cree absolutamente nadie con un mínimo de sentido común. Si ese era el objetivo, por qué blindaron y siguen blindando a integrantes de sus propias bancadas, muy seriamente cuestionados, algunos enjuiciados por delitos de corrupción. Eso demuestra la desconexión increíble de una clase política con el sentir profundo de una población totalmente decepcionada de sus representantes que terminan traicionando la voluntad popular.
Los culpables de ambas muertes no pueden
quedar en la impunidad, de inmediato el Ministerio Público debe estar iniciando
el proceso correspondiente para tramitar la acusación respectiva contra los responsables
de esta tragedia. Desde el presidente usurpador, que sigue escondido en la más
absoluta soledad del poder, pasando por quien decidió secundar el golpe de
Estado en el cargo de jefe del gabinete, el otro señor que también se prestó a
la astracanada en el puesto de ministro del Interior, los oficiales jefes de
los comandos operativos, hasta los efectivos que dispararon a matar utilizando
perdigones, canicas y balas directamente al cuerpo de los manifestantes. Los
fiscales deben ser muy minuciosos para identificar a esos asesinos, que se han
agazapado tras los uniformes que les brinda el Estado, para ejecutar
extrajudicialmente a dos compatriotas de la forma más inmisericorde bajo el
principio dudoso de la obediencia debida. Tienen las manos manchadas de sangre
los señores Merino, Flórez-Aráoz, Rodríguez y sus lugartenientes en los mandos
policiales que actuaron bajo sus órdenes.
Por otro lado, es maravilloso comprobar
cómo el pueblo, ejerciendo su rol de poder constituyente, actuando como el
auténtico soberano en un sistema democrático, ha logrado expectorar al
usurpador del poder. Pero también es necesario señalar la penosa actuación de
un grupúsculo de individuos, periodistas algunos de ellos, que tuvieron un
comportamiento miserable frente a la iniciativa de los miles de jóvenes que
espontáneamente expresaron su rechazo a lo sucedido, como es el caso del señor,
aunque no sé si le alcance el término, Humberto Ortiz, quien desde su programa
de televisión tuvo la desfachatez de subestimar las marchas de toda la semana
comentando el día jueves, en el tonito burlón e irónico que lo caracteriza, que
después del partido de fútbol, que el seleccionado peruano jugaba el día
viernes frente a su similar chileno, todos se olvidarían de dichas marchas y
que él no vio sino fogatas esporádicas durante los días anteriores y, lo que es
más canalla, que no estaría mal que se consiguieran un “muertito” para ello. Es
increíble cómo, de ser un referente del periodismo en los años 90, se ha
convertido ahora en la encarnación más carca del conservadurismo ramplón, precozmente
instalado en el camino de Flórez-Aráoz, d’Alessio, Fernández Chacón y otros
seres antediluvianos. Otros dos de la misma calaña son Rafael Rey y José Barba,
cobijados en esa guarida llamada Willax, cuyos comentarios tóxicos contaminan
los medios desfigurando la realidad y tergiversando los hechos a su antojo,
además de haberse estancado en el más rancio machismo que celebran ellos mismos
como si de una hazaña intelectual se tratara. O como la inefable congresista
fujimorista Martha Chávez, que igualmente tuvo el descaro mayúsculo de sugerir
que quienes organizaban las marchas pertenecían a Sendero Luminoso y al MRTA, y
que durante las sesiones del pleno para la elección de la nueva junta directiva
del Congreso, exhibió nuevamente toda su grosería y malcriadez interrumpiendo
constantemente con su conocido discurso destemplado y demencial. O como el caso
también lamentable del otro congresista fujimorista Carlos Mesía, quien declaró
muy orondo y soberbio que no se arrepiente de nada, que se reafirma en su
decisión del lunes pasado, demostrando con ello su nula capacidad de
autocrítica y por tanto cerrándose a toda posible actitud de un mea culpa. La misma postura fue
expresada por el congresista del Frente Amplio Enrique Fernández Chacón,
exponente de una terquedad senil francamente deplorable. Por lo menos, ya
tenemos cinco, de muchísimos más por supuesto, que la gente tendrá que sepultar
para siempre en el basurero de la historia.
Como padre, no puedo sentirme más orgulloso
por el protagonismo central que tuvieron los jóvenes en estas jornadas
apoteósicas, bautizados con mucha precisión Generación del Bicentenario por la
socióloga Noelia Chávez, conglomerado idealista y heroico al que pertenecen
también mi hija y mi hijo, que fueron parte del glorioso contingente que desde
el primer día estuvieron en el campo de batalla por la recuperación de la decencia,
la democracia y la honra nacional pisoteadas. Es la juventud que muchas veces
fue minimizada y ninguneada por los adultos, que creían que sus mentes e
intereses sólo estaban capturadas por la tecnología y divagaban por las redes
sociales, pero que ahora nos han demostrado su consciencia cívica invicta frente a lo que sucede en su país,
atentos también a la realidad social y política del que forman parte, y
vigilantes a la actuación de las autoridades cuando pretenden imponer
decisiones abusivas y contrarias a la ley, a la ética y a la dignidad del ser
humano.
La mesa directiva elegida hoy en el
Congreso, después de fatigosas negociaciones entre las bancadas desde la noche
del domingo de la renuncia del golpista, puede significar un primer respiro
para lo que se viene ahora como un reto enorme de un gobierno de transición con
tareas muy específicas, que deberá poner manos a la obra de inmediato para
tratar de restañar en lo que fuera posible las heridas profundas dejadas en el
alma nacional por ese intento irracional de quienes nunca pensaron en el país,
sino exclusivamente en sus propios y mezquinos intereses. El congresista
Francisco Sagasti, quien tiene en sus manos la conducción de esta transición
democrática en los próximos meses, es un hombre cauto, ponderado y que inspira
confianza, características que pueden llevarlo a ejercer el mismo papel que
cumplió Valentín Paniagua hace exactamente veinte años atrás, cuando el Perú vivió
un momento crucial al desmoronarse el régimen putrefacto del fujimorismo que
fue el verdadero culpable de toda esta crisis moral y política que vivimos
hasta ahora.
Sin embargo, estaremos alertas y vigilantes,
con los ojos puestos en los próximos pasos que se vaya a dar en el Poder
Ejecutivo, en el Poder Legislativo y en todas las instancias de la
administración pública, para que ya no puedan cometerse los mismos errores que
precipitaron este ominoso paréntesis de nuestra historia reciente, momentos que
nos hicieron exclamar como en los versos memorables de César Vallejo: Perú,
aparta de mí este cáliz, porque sentíamos que la historia nos acercaba otra vez
el brebaje más amargo de nuestras vidas.
Lima, 16 de noviembre de 2020.
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