domingo, 8 de noviembre de 2020

Todo vence el amor

 

    En el pueblo de Saumur discurre la previsible existencia de una familia provinciana, encabezada por el padre, el señor Grandet, un hombre avaro dedicado a la producción y al comercio de vinos, más otras actividades, todas ellas lucrativas, y que es poseedor además de extensas zonas de cultivo. Luego está la madre, una mujer sumisa y conservadora, que depende en forma absoluta de la voluntad y las decisiones del marido; la hija es una muchacha que a los 23 años está en la flor de su edad; y la criada, Nanon, vieja mujer fiel e incansable que lleva las riendas del hogar y sirve a la familia por más de treinta años. La historia de esta familia, su apogeo, decadencia y renacimiento, está narrada en la célebre novela Eugenia Grandet de Honoré de Balzac, libro que he leído con gran interés y placer.

    Hay dos familias en el pueblo que buscan emparentarse con el tonelero a través de la unión de sus vástagos con la rica heredera. Los Cruchot y los Des Grassins compiten, a veces sorda y otras abiertamente, por obtener la mano de Eugenia, el medio más acariciado para acceder a la riqueza del comerciante. Pero el vinatero, conocedor de las intenciones de sus amigos de juegos, los deja estar, sabiendo que su hija jamás se unirá a ninguno de los jóvenes, instrumentos de la codicia paralela de aquellas dos familias.

    Cierto día en que todos reunidos en casa de los Grandet juegan a las cartas, costumbre muy arraigada entre los pobladores de la comarca, hace su llegada sorpresiva el sobrino Charles que viene de París, hijo del hermano del jefe de casa. Llega portando una carta del padre para su hermano donde le anuncia su inminente muerte por mano propia porque ha sido alcanzado por la deshonra de la bancarrota. Le encarga en ella a su único hijo, quien ignora hasta ese momento la terrible decisión de su padre.

    Ante la presencia de su primo, Eugenia ve despertar en ella sentimientos escondidos que aflorarán de una manera radiante en su vida. Pero el joven debe partir a la India por expreso deseo y mandato de su progenitor, quien dejará en él la tarea de reivindicar su nombre. Eugenia facilita al primo sus ahorros para tratar de mitigar su dolor ante el abatimiento que le sobreviene al enterarse de la realidad y de su verdadera situación actual. Para entonces había nacido entre ellos un sentimiento que los va a comprometer a pesar de la próxima partida de Charles. Sin embargo, las cosas cambiarían una vez el joven se establece en el Oriente y otras expectativas y otras oportunidades lo llevan por otros caminos.

    Mientras tanto, Eugenia ha sido objeto de la furia paterna por haberse deshecho de su pequeño patrimonio, los ahorros que venía atesorando por varios años. Apoyada por su madre, resiste el castigo que se le impone, con el pensamiento y el corazón puestos en ese futuro prometedor al lado de quien ama. Pero al percibir que eso ya no era posible, acepta humildemente los vaivenes del destino no sin experimentar obviamente una decepción y un dolor que ponen a prueba sus profundos valores humanos. La madre muere a causa precisamente del sufrimiento de ver a su hija envuelta en una situación injusta por la actitud del viejo Grandet y sus severas medidas dictadas obedeciendo exclusivamente al interés material y a su afán obsesivo por las riquezas.

    Cuando el tío Grandet enferma e ingresa a un gradual proceso de senescencia, será la hija quien tomará a su cargo las atenciones y los cuidados respectivos, acompañada de la increíble Nanon, personaje que es indudablemente uno de los baluartes fundamentales para el sostenimiento no sólo material sino también moral de la familia. Pero es al fallecer el señor Grandet cuando ambas pueden definitivamente enrumbar sus vidas. Nanon se casa con el señor Cornoiller,  y Eugenia con el joven pretendiente De Bonfons, celebrándose las bodas casi una tras de otra. Un final feliz, al margen de los tristes sucesos que tuvieron que sortear cuando estuvo de por medio el pragmatismo crudo y absorbente del patriarca y su ambición desmedida por el oro.

    No cabe duda de que la novela de Balzac es uno de los mejores ejemplos del realismo, narrada en tercera persona y con la clásica estructura lineal que va creando en el lector esa viva expectativa por ir envolviéndose en la narración para ser testigo de los acontecimientos que se precipitan en ese final redentor en donde el amor, después de tantos avatares, triunfa por sobre todos los escollos que la vida le opone. Y también esa necesidad que el ser humano tiene de compartir con otro su destino para hacer juntos un camino bajo el signo de la comunión. Una reflexión del narrador nos permite entender mejor esta búsqueda constante del ser humano: «En la vida moral, lo mismo que en la vida física, existe una aspiración y una respiración: el alma necesita absorber los sentimientos de otra alma, asimilárselos para devolverlos enriquecidos. Sin este hermoso fenómeno humano el corazón no puede vivir, pues le falta el aire, y sufre y expira».

 

Lima, 7 de noviembre de 2020.



No hay comentarios:

Publicar un comentario