En el pueblo de Saumur
discurre la previsible existencia de una familia provinciana, encabezada por el
padre, el señor Grandet, un hombre avaro dedicado a la producción y al comercio
de vinos, más otras actividades, todas ellas lucrativas, y que es poseedor
además de extensas zonas de cultivo. Luego está la madre, una mujer sumisa y
conservadora, que depende en forma absoluta de la voluntad y las decisiones del
marido; la hija es una muchacha que a los 23 años está en la flor de su edad; y
la criada, Nanon, vieja mujer fiel e incansable que lleva las riendas del hogar
y sirve a la familia por más de treinta años. La historia de esta familia, su
apogeo, decadencia y renacimiento, está narrada en la célebre novela Eugenia Grandet de Honoré de Balzac,
libro que he leído con gran interés y placer.
Hay dos familias en el pueblo
que buscan emparentarse con el tonelero a través de la unión de sus vástagos
con la rica heredera. Los Cruchot y los Des Grassins compiten, a veces sorda y
otras abiertamente, por obtener la mano de Eugenia, el medio más acariciado
para acceder a la riqueza del comerciante. Pero el vinatero, conocedor de las
intenciones de sus amigos de juegos, los deja estar, sabiendo que su hija jamás
se unirá a ninguno de los jóvenes, instrumentos de la codicia paralela de
aquellas dos familias.
Cierto día en que todos
reunidos en casa de los Grandet juegan a las cartas, costumbre muy arraigada
entre los pobladores de la comarca, hace su llegada sorpresiva el sobrino
Charles que viene de París, hijo del hermano del jefe de casa. Llega portando
una carta del padre para su hermano donde le anuncia su inminente muerte por mano
propia porque ha sido alcanzado por la deshonra de la bancarrota. Le encarga en
ella a su único hijo, quien ignora hasta ese momento la terrible decisión de su
padre.
Ante la presencia de su
primo, Eugenia ve despertar en ella sentimientos escondidos que aflorarán de
una manera radiante en su vida. Pero el joven debe partir a la India por
expreso deseo y mandato de su progenitor, quien dejará en él la tarea de
reivindicar su nombre. Eugenia facilita al primo sus ahorros para tratar de
mitigar su dolor ante el abatimiento que le sobreviene al enterarse de la
realidad y de su verdadera situación actual. Para entonces había nacido entre
ellos un sentimiento que los va a comprometer a pesar de la próxima partida de
Charles. Sin embargo, las cosas cambiarían una vez el joven se establece en el
Oriente y otras expectativas y otras oportunidades lo llevan por otros caminos.
Mientras tanto, Eugenia ha
sido objeto de la furia paterna por haberse deshecho de su pequeño patrimonio,
los ahorros que venía atesorando por varios años. Apoyada por su madre, resiste
el castigo que se le impone, con el pensamiento y el corazón puestos en ese
futuro prometedor al lado de quien ama. Pero al percibir que eso ya no era
posible, acepta humildemente los vaivenes del destino no sin experimentar
obviamente una decepción y un dolor que ponen a prueba sus profundos valores
humanos. La madre muere a causa precisamente del sufrimiento de ver a su hija
envuelta en una situación injusta por la actitud del viejo Grandet y sus
severas medidas dictadas obedeciendo exclusivamente al interés material y a su
afán obsesivo por las riquezas.
Cuando el tío Grandet enferma
e ingresa a un gradual proceso de senescencia, será la hija quien tomará a su
cargo las atenciones y los cuidados respectivos, acompañada de la increíble
Nanon, personaje que es indudablemente uno de los baluartes fundamentales para
el sostenimiento no sólo material sino también moral de la familia. Pero es al
fallecer el señor Grandet cuando ambas pueden definitivamente enrumbar sus
vidas. Nanon se casa con el señor Cornoiller, y Eugenia con el joven pretendiente De
Bonfons, celebrándose las bodas casi una tras de otra. Un final feliz, al
margen de los tristes sucesos que tuvieron que sortear cuando estuvo de por
medio el pragmatismo crudo y absorbente del patriarca y su ambición desmedida
por el oro.
No cabe duda de que la novela
de Balzac es uno de los mejores ejemplos del realismo, narrada en tercera
persona y con la clásica estructura lineal que va creando en el lector esa viva
expectativa por ir envolviéndose en la narración para ser testigo de los
acontecimientos que se precipitan en ese final redentor en donde el amor,
después de tantos avatares, triunfa por sobre todos los escollos que la vida le
opone. Y también esa necesidad que el ser humano tiene de compartir con otro su
destino para hacer juntos un camino bajo el signo de la comunión. Una reflexión
del narrador nos permite entender mejor esta búsqueda constante del ser humano:
«En la vida moral, lo mismo que en la vida física, existe una aspiración y una
respiración: el alma necesita absorber los sentimientos de otra alma, asimilárselos
para devolverlos enriquecidos. Sin este hermoso fenómeno humano el corazón no
puede vivir, pues le falta el aire, y sufre y expira».
Lima, 7 de noviembre de 2020.
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