domingo, 8 de noviembre de 2020

Tiempo de sanar

     A veces la historia se complace en jugar con nosotros a ese péndulo que nos lleva de un extremo a otro con la alegría inconsciente de no saber cuánto de ansiedad y sufrimiento deposita en toda una generación que vive los acontecimientos del mundo como si en ellos se jugara el porvenir de la especie humana. Lo asombroso y paradójico es que esa historia la hacemos precisamente nosotros, y que efectivamente en ella está cifrada el futuro que laboriosamente vamos construyendo día a día. Un futuro que sentimos cada vez ya es visible presente.

    Digo esto por los increíbles sucesos que estamos presenciando a lo largo de estos tiempos signados por cambios y vueltas de tuerca teniendo como terrible telón de fondo a una de las pestes más letales y perseverantes que ha azotado a la humanidad. Los hechos se remontan a octubre del año pasado cuando en Chile surgen los primeros actos de protesta encabezados por la juventud exigiendo cambios radicales al modelo que ha prevalecido desde la época de la dictadura y que en democracia no han podido ser revertidos debido, entre otras cosas, a la Constitución pinochetista que ha servido de camisa de fuerza para la construcción de una sociedad más justa e igualitaria, más libre y equitativa. Todo ello tuvo su primer punto de inflexión en la convocatoria que hizo el gobierno a un plebiscito para abril de este año, postergado por las razones que ya todos conocemos y que finalmente se ha realizado en octubre pasado con los resultados esperanzadores de una sólida mayoría del 78 por ciento de la ciudadanía votando por el cambio de su carta fundamental, tarea que será encargada a una convención constituyente ajena totalmente a la actual representación parlamentaria.

    El otro acontecimiento que removió la relativa estabilidad del continente fue el golpe de Estado promovido en noviembre del 2019 por la derecha en Bolivia, aduciendo fraude en las elecciones que sellaron el triunfo del MAS y el tercer mandato de Evo Morales. Tal vez el error mayúsculo del líder aimara haya sido presentarse para una reelección sucesiva, lo que en términos democráticos no es lo más aconsejable. Pero lo que vino después fue sencillamente inaceptable, con un sector de las fuerzas armadas avalando el gobierno ilegítimo de Jeanine Añez y una feroz persecución a quienes conformaron el gobierno progresista que llevó a situarse al país altiplánico entre uno de los de mayor crecimiento de la región, a contrapelo de quienes creen lo contrario obedeciendo simplemente a prejuicios ideológicos que les impide reconocer la incontrastable y terca realidad. Recuerdo que en aquella ocasión yo me encontraba en México, invitado para una serie de presentaciones en homenaje a los poetas Netzahualcóyotl y Sor Juana Inés de la Cruz, cuando repentinamente el domingo 10 los medios de comunicación anunciaban la llegada de Evo Morales procedente de La Paz, en el avión presidencial que ofreció el gobierno de AMLO, que sorteando todas las dificultades había arribado esa mañana a la capital. Hubo sin duda un revuelo entre los mexicanos, bromeando algunos amigos si no habíamos sido nosotros los que habíamos sido los responsables de esa visita. Bueno pues, después de un año el pueblo boliviano ha vuelto a ratificar su voluntad de otorgarle nuevamente el poder al partido de Evo Morales, eligiendo a Luis Arce, eficiente ministro de economía del gobierno de éste, como presidente de la República para el siguiente período.

    Y en tercer lugar están las elecciones estadounidenses, las más dramáticas y decisivas de los últimos tiempos, que después de cuatro días se va definiendo claramente por el triunfo del candidato demócrata Joe Biden y de su vicepresidenta Kamala Harris, la primera mujer negra e hija de inmigrantes que accede a la Casa Blanca en un país asaeteado por el racismo y la xenofobia, atizados en los cuatro últimos años por quien será recordado como el presidente más estrafalario y burdo de esa nación, indigno del país de Washington, Franklin, Jefferson y Lincoln.

    Hasta ahora nos resulta increíble, como si de una novela distópica se tratara, que los estadounidenses hayan podido elegir el 2016 a un matón, narcisista, sociópata, sexista, machista, racista, xenófobo y otras perlas, como presidente de la primera potencia económica del planeta. Quizás la explicación sólo puede caber en una palabra: venganza. Venganza de una población harta de su clase política que apostó por un advenedizo, por un bufón mediático, sólo por el gusto de arrebatarles el poder a quienes poco o nada habían hecho para satisfacer sus necesidades más apremiantes. Pero fue también una decisión que actuó como un bumerang, dañando profundamente el alma del país, dividiéndolo más que nunca e infligiéndole una herida que demorará largos años en restañar el próximo mandatario y luego el que venga. No sé si abrigar grandes esperanzas en el presidente electo, pero el objetivo conseguido de expulsar de la Casa Blanca al sujeto en cuestión ya es un magnífico logro, no sólo para los estadounidenses, sino para todo el mundo civilizado.

    Y en el entreacto qué tenemos: un niño berrinchudo y malcriado que se niega a aceptar los hechos, un negacionista de marca mayor escenificando una pataleta descomunal y amenazando con impugnar los votos que él considera fraudulentos e ilegítimos, evidentemente sin pruebas, sólo porque es incapaz de reconocer la realidad, porque vive en su propio mundo, esa realidad paralela donde rige su sacrosanta voluntad. Pero las cartas ya están echadas, es imposible que la necedad y la inmadurez de un energúmeno puedan revertir los hechos consumados. Los resultado son clarísimos y los principales líderes gobiernos de los cinco continentes ya han expresado su saludo por el triunfo demócrata.

     Es el tiempo de la sanación, como ha dicho el presidente electo en su primer mensaje la noche del sábado desde Wilmington, el tiempo de restañar las heridas del alma de una nación que ha dado figuras notables a la cultura universal como Whitman, Faulkner, Hemingway, Copland, Hershwin, Dylan, Warhol, Rothko, Hopper, Allen, Scorsese, Coppola y cientos más que ya no cabrían en estas páginas. La tarea es titánica porque implica reconstruir el tejido social de un país polarizado como nunca y enfrentado a su propio ocaso por culpa del suicida aislacionismo de un gobernante peligroso y nefasto  que ha campado a sus anchas con un discurso plagado de odio y mentiras  en estos cuatro años de pesadilla que esperamos lleguen a su fin.

Lima, 8 de noviembre de 2020.  



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