A veces la historia se complace en jugar con nosotros a ese péndulo que nos lleva de un extremo a otro con la alegría inconsciente de no saber cuánto de ansiedad y sufrimiento deposita en toda una generación que vive los acontecimientos del mundo como si en ellos se jugara el porvenir de la especie humana. Lo asombroso y paradójico es que esa historia la hacemos precisamente nosotros, y que efectivamente en ella está cifrada el futuro que laboriosamente vamos construyendo día a día. Un futuro que sentimos cada vez ya es visible presente.
Digo esto por los increíbles
sucesos que estamos presenciando a lo largo de estos tiempos signados por
cambios y vueltas de tuerca teniendo como terrible telón de fondo a una de las
pestes más letales y perseverantes que ha azotado a la humanidad. Los hechos se
remontan a octubre del año pasado cuando en Chile surgen los primeros actos de
protesta encabezados por la juventud exigiendo cambios radicales al modelo que
ha prevalecido desde la época de la dictadura y que en democracia no han podido
ser revertidos debido, entre otras cosas, a la Constitución pinochetista que ha
servido de camisa de fuerza para la construcción de una sociedad más justa e
igualitaria, más libre y equitativa. Todo ello tuvo su primer punto de inflexión
en la convocatoria que hizo el gobierno a un plebiscito para abril de este año,
postergado por las razones que ya todos conocemos y que finalmente se ha
realizado en octubre pasado con los resultados esperanzadores de una sólida
mayoría del 78 por ciento de la ciudadanía votando por el cambio de su carta
fundamental, tarea que será encargada a una convención constituyente ajena
totalmente a la actual representación parlamentaria.
El otro acontecimiento que
removió la relativa estabilidad del continente fue el golpe de Estado promovido
en noviembre del 2019 por la derecha en Bolivia, aduciendo fraude en las
elecciones que sellaron el triunfo del MAS y el tercer mandato de Evo Morales.
Tal vez el error mayúsculo del líder aimara haya sido presentarse para una
reelección sucesiva, lo que en términos democráticos no es lo más aconsejable.
Pero lo que vino después fue sencillamente inaceptable, con un sector de las
fuerzas armadas avalando el gobierno ilegítimo de Jeanine Añez y una feroz
persecución a quienes conformaron el gobierno progresista que llevó a situarse
al país altiplánico entre uno de los de mayor crecimiento de la región, a
contrapelo de quienes creen lo contrario obedeciendo simplemente a prejuicios
ideológicos que les impide reconocer la incontrastable y terca realidad. Recuerdo
que en aquella ocasión yo me encontraba en México, invitado para una serie de
presentaciones en homenaje a los poetas Netzahualcóyotl y Sor Juana Inés de la
Cruz, cuando repentinamente el domingo 10 los medios de comunicación anunciaban
la llegada de Evo Morales procedente de La Paz, en el avión presidencial que
ofreció el gobierno de AMLO, que sorteando todas las dificultades había
arribado esa mañana a la capital. Hubo sin duda un revuelo entre los mexicanos,
bromeando algunos amigos si no habíamos sido nosotros los que habíamos sido los
responsables de esa visita. Bueno pues, después de un año el pueblo boliviano
ha vuelto a ratificar su voluntad de otorgarle nuevamente el poder al partido
de Evo Morales, eligiendo a Luis Arce, eficiente ministro de economía del
gobierno de éste, como presidente de la República para el siguiente período.
Y en tercer lugar están las
elecciones estadounidenses, las más dramáticas y decisivas de los últimos
tiempos, que después de cuatro días se va definiendo claramente por el triunfo
del candidato demócrata Joe Biden y de su vicepresidenta Kamala Harris, la
primera mujer negra e hija de inmigrantes que accede a la Casa Blanca en un
país asaeteado por el racismo y la xenofobia, atizados en los cuatro últimos
años por quien será recordado como el presidente más estrafalario y burdo de
esa nación, indigno del país de Washington, Franklin, Jefferson y Lincoln.
Hasta ahora nos resulta
increíble, como si de una novela distópica se tratara, que los estadounidenses
hayan podido elegir el 2016 a un matón, narcisista, sociópata, sexista,
machista, racista, xenófobo y otras perlas, como presidente de la primera
potencia económica del planeta. Quizás la explicación sólo puede caber en una
palabra: venganza. Venganza de una población harta de su clase política que
apostó por un advenedizo, por un bufón mediático, sólo por el gusto de
arrebatarles el poder a quienes poco o nada habían hecho para satisfacer sus
necesidades más apremiantes. Pero fue también una decisión que actuó como un
bumerang, dañando profundamente el alma del país, dividiéndolo más que nunca e infligiéndole
una herida que demorará largos años en restañar el próximo mandatario y luego
el que venga. No sé si abrigar grandes esperanzas en el presidente electo, pero
el objetivo conseguido de expulsar de la Casa Blanca al sujeto en cuestión ya
es un magnífico logro, no sólo para los estadounidenses, sino para todo el
mundo civilizado.
Y en el entreacto qué
tenemos: un niño berrinchudo y malcriado que se niega a aceptar los hechos, un
negacionista de marca mayor escenificando una pataleta descomunal y amenazando
con impugnar los votos que él considera fraudulentos e ilegítimos,
evidentemente sin pruebas, sólo porque es incapaz de reconocer la realidad,
porque vive en su propio mundo, esa realidad paralela donde rige su sacrosanta
voluntad. Pero las cartas ya están echadas, es imposible que la necedad y la
inmadurez de un energúmeno puedan revertir los hechos consumados. Los resultado
son clarísimos y los principales líderes gobiernos de los cinco continentes ya
han expresado su saludo por el triunfo demócrata.
Es el tiempo de la sanación, como ha dicho el presidente electo en su primer mensaje la noche del sábado desde Wilmington, el tiempo de restañar las heridas del alma de una nación que ha dado figuras notables a la cultura universal como Whitman, Faulkner, Hemingway, Copland, Hershwin, Dylan, Warhol, Rothko, Hopper, Allen, Scorsese, Coppola y cientos más que ya no cabrían en estas páginas. La tarea es titánica porque implica reconstruir el tejido social de un país polarizado como nunca y enfrentado a su propio ocaso por culpa del suicida aislacionismo de un gobernante peligroso y nefasto que ha campado a sus anchas con un discurso plagado de odio y mentiras en estos cuatro años de pesadilla que esperamos lleguen a su fin.
Lima, 8 de noviembre de 2020.
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