La historia de los movimientos revolucionarios en América
Latina es un fenómeno fascinante, de donde se extraen enseñanzas valiosas para
entender los proyectos que se han ideado y puesto en práctica con el fin de
imponer los cambios que nuestras sociedades necesitan para alcanzar los niveles
de vida que los pueblos se merecen desde hace siglos. Uno de esos
levantamientos guerrilleros, el primero llevado a cabo en el Perú, que tuvo
como escenario la ciudad de Jauja en el año 1962, es recreado por el novelista
Mario Vargas Llosa en Historia de Mayta (Seix Barral, 1984), obra que he
releído después de casi cuarenta años, en mi afán por comprender y abarcar ese
hecho singular, materia también de otras publicaciones que he consultado con
gran interés.
El autor se permite, como en toda obra de ficción, algunas
licencias con respecto al hecho histórico, como por ejemplo situarla en un
tiempo anterior al real. Los sucesos narrados transcurren en 1958, es decir,
antes del acontecimiento que fue capital para todos los intentos
revolucionarios del continente: la Revolución Cubana. Asimismo, construye su
personaje protagónico, Alejandro Mayta, a partir de un personaje secundario en
los hechos reales de Jauja. Así, el narrador es condiscípulo de Mayta del
Colegio Salesianos. Sabemos también que está recopilando toda la información
posible sobre éste, pues, aunque es un novelista que está escribiendo una
ficción, quiere conocer la verdad, “para mentir con conocimiento de causa”. No
es su pretensión escribir “la verdadera historia de Mayta”, sino una inventada.
La narración inicia cuando el escritor-personaje corre una
mañana por el malecón de Barranco y recuerda a Mayta. El relato va alternando
los recuerdos del amigo y la visita que hace a Josefa Arrisueño, la tía madrina
que crió al revolucionario. Allí, en la casa de esta mujer de setenta años, se
conocieron Mayta y Vallejos -el líder de la asonada-, durante la fiesta de
cumpleaños de la dueña de casa. La decisión del narrador de reconstruir la
historia de Mayta lo lleva también a entrevistarse con el Dr. Moisés Barba
Leyva, quien integrara junto con Mayta el comité de una de las facciones en que
se escindió el Partido Obrero Revolucionario (POR), de tendencia trotskista.
Luego visita a Juanita, la hermana de Vallejos. Es una monja
y vive en una modesta casa en lo que ahora es San Juan de Lurigancho, por la
Av. Los chasquis, a la entrada de Zárate. Ella conoció a Mayta muy escasamente.
En cambio, en su diálogo con el senador Campos, éste le revela que Mayta era
agente de la CIA, es decir, un soplón, y que por eso fue expulsado del POR(T),
antes de la revuelta de Jauja. Anatolio Campos fue uno de los camaradas más
cercanos de Mayta, con quien incluso vivió un delicado y tenso momento, alguna
vez que lo visitó en su cuartucho del Jirón Zepita, en el centro de Lima,
debido a la homosexualidad de éste. Más adelante el narrador revela que le
asignó esta característica para acentuar la marginalidad del protagonista.
El narrador viaja a Jauja con el fin de entrevistarse con el
profesor Ubilluz, un hombre fornido y bajito que se había jubilado después de
enseñar treinta años en el Colegio San José de la provincia. De la estación de
ferrocarril, donde lo espera éste, se dirigen al Jirón Alfonso Ugarte, casi al
frente de la cárcel, donde vive el profesor. Se dice que es la persona que más sabe
de marxismo en la ciudad, con una biblioteca completa de libros de autores
comunistas.
En su encuentro con el estalinista Blacquer, el narrador va
sacando en limpio los pormenores de la expulsión de Mayta del POR(T), una
expulsión disfrazada de renuncia. La razón verdadera habría sido la traición
cometida por Mayta al reunirse con Blacquer, un conspicuo miembro del comunismo
en su vertiente moscovita. Van saliendo también a la luz otros detalles de la
conspiración, como que el rebelde solicitó la ayuda de los otros partidos de
izquierda para desatar la revolución, una vez iniciada con la toma de la cárcel
de Jauja, cuyo jefe era nada menos que el alférez Vallejos.
Adelaida, la mujer con la que se casó Mayta y con la que
tuvo un hijo, Julián, le revela algunos otros aspectos de su vida conyugal con
el revolucionario. Por ejemplo, que ese matrimonio fue sólo una máscara que
utilizó Mayta para ocultar su verdadera orientación sexual. De la misma manera,
don Ezequiel, el dueño de una tienda de artefactos eléctricos en plena plaza
principal de Jauja, brinda su testimonio a regañadientes, pues guarda un mal
sabor de ese recuerdo. Es un hombre irascible, enojado todavía con todo y con
todos, descrito por el narrador como un personaje arcimboldiano.
El español Pedro Bautista Lozada; el comerciante japonés, y
ocasional taxista, Onaka; los josefinos Felicio Tapia, Gualberto Bravo, Perico
Temoche, Cordero Espinoza y los comuneros Condori y Zenón Gonzáles, componen la
galería de personajes que, de alguna manera, fueron testigos y protagonistas de
aquella asonada que remeció los Andes centrales a mediados del siglo pasado. En
la novela se explica el fracaso de la revuelta, entre otros factores, debido a
la traición de Ubilluz, quien el mismo día en que los guerrilleros tomaban las
armas y se disponían a desatar el polvorín de la revolución, viajaba sin
remilgos a Lima llevando un cargamento de habas para venderlo en los mercados
de la capital. Otra perspectiva de los hechos nos informa que Vallejos habría
decidido adelantar el levantamiento por un incidente desagradable con
militantes apristas, lo cual podría acarrearle un castigo de parte de la
superioridad y un posible cambio de puesto.
Don Eugenio Fernández Cristóbal, Juez de Paz de Quero al
momento de la insurgencia, rinde gustoso su versión de los hechos. La
persecución de los rebeldes se inició en Huancayo, pues el teniente Dongo había
logrado salir del calabozo donde fue confinado por Vallejos, y se comunicó con
sus superiores de la capital del departamento a través de la línea telefónica
de la estación del ferrocarril, la única que olvidaron cortar los guerrilleros
en su precipitada huida a la montaña.
Al final, Vallejos y Condori fueron abatidos por el
contingente de guardias civiles comandados por un oficial, todos llegados desde
Huancayo. Vallejos cayó en la quebrada de “Huayjaco”, grafía que emplea el
autor para designar el lugar que en Jauja se conoce simplemente como Huajaco. Los
demás fueron tomados prisioneros, quienes pasaron a la cárcel de Jauja y
después a la de Huancayo. Los josefinos fueron liberados por ser menores de
edad. Zenón Gonzáles y Mayta fueron llevados al Sexto de Lima, enseguida al
Frontón y nuevamente al Sexto.
La obra es también, de modo subterráneo, la descripción de la
gesta de una novela, de una obra de ficción, consciente el autor de cuáles
fueron los sucesos que conoce, cuáles son los que inventa y cuáles son lo que
no podrá conocer jamás. Es curioso comprobar cómo el propio Vargas Llosa estuvo
una temporada en Jauja indagando por aquellos acontecimientos y entrevistándose
con todos quienes podían brindarle información sobre los pormenores de un hecho
que muchos ya han olvidado, pero que sigue removiendo la memoria de quienes
buscan encontrar las claves de un fenómeno que se repetiría, en otras regiones
del Perú, en esa década crucial para la historia de nuestro país.
En el último capítulo, el autor-narrador se encara con el “verdadero
Mayta”, quien después de varios años de prisión, se dedica a vender en una
heladería en Miraflores. Es interesante contrastar a los dos Maytas, el
ficticio que protagoniza las vicisitudes de la novela, y el real -para la
novela- que recuerda, en una entrevista con aquél, los episodios donde participó
hace tantos años. Es bueno decir que en la vida real Mayta fue uno de los
fallecidos en la refriega, cuyo nombre verdadero es Humberto y era un dirigente
comunal de Quero que estaba recluido en la cárcel de Jauja en el instante en
que estalla el levantamiento, siendo liberado por Vallejos para sumarse a la
lucha. Esta es otra licencia que se toma el escritor, pues quien figura en la
novela con estas características es Condori.
Como siempre, estamos ante una obra de gran factura, narrada
con soltura, fluidez y versatilidad. El empleo de modernos recursos de la
narrativa contemporánea, como el simultaneísmo y el salto de puntos de vista,
le dan esa dimensión extraordinaria y excepcional que hacen de la lectura de
las novelas de este escritor una experiencia única y enriquecedora.
Jauja, 28 de enero
de 2023.