José Emilio Pacheco
Una buena noticia ha recibido Latinoamérica con el anuncio de la concesión del Premio Cervantes 2009 al entrañable poeta mexicano José Emilio Pacheco. Tal pareciera que a sus 70 años, los homenajes y los reconocimientos le llegaran abrumadoramente, pues hace apenas unas semanas recibía el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en Madrid.
Este modesto y humilde creador, como lo reafirman todos quienes lo conocen, es, después de Octavio Paz, el más importante poeta que ha dado México en el siglo XX a la literatura universal, con una obra que cruza todos los géneros, desde la poesía propiamente, hasta la novela, el ensayo y el periodismo. Nacido allá por 1939, y perteneciente a la generación del 50 --aquella a la que también pertenecen Carlos Monsiváis, Sergio Pitol y Elena Poniatowska--, Pacheco ha descollado limpiamente por su poesía ejemplar, libre de retórica y sencilla hasta la profundidad.
“Un poeta excepcional de la vida cotidiana”, lo ha llamado el presidente del jurado, destacando una de las características centrales de la obra de José Emilio Pacheco, dueño de una voz inconfundible para recrear el discurrir silencioso de la vida, el vertiginoso trasiego de las cosas y los hombres, su inmutable perplejidad. Han dicho que la suya es una poesía filosófica, sólo si admitimos que el pensamiento es una operación a la vez racional e instintiva. Y sólo si recordamos con Nietzsche que toda la filosofía está en medio de la calle.
Carlos Fuentes, otro referente de la vida cultural mexicana y latinoamericana, ha dicho que José Emilio Pacheco merecía el premio desde que nació, enfatizando la condición innata para la poesía que singulariza al autor de Alta Traición, ese poema que generaciones enteras de mexicanos se lo saben de memoria desde que fuera publicado en 1967, y que es a la vez el más representativo de la obra de Pacheco: “No amo mi patria. / Su fulgor abstracto / es inasible. / Pero (aunque suene mal) / daría la vida / por diez lugares suyos, / cierta gente, / puertos, bosques de pinos, fortalezas, / una ciudad deshecha, gris, monstruosa, / varias figuras de su historia, montañas / -y tres o cuatro ríos”.
Todo quien lee la poesía de Pacheco se siente inmediatamente identificado con el instante presente que describe: “A mí sólo me importa / el testimonio / del momento que pasa / las palabras / que dicta en su fluir / el tiempo en vuelo”, dicen por ejemplo uno de sus versos, constituyéndose en lo que generalmente se llama su arte poética.
Otro tema recurrente en su poetizar es el tiempo, el sentimiento desolador de su transcurrir, como cuando dice: “Es verdad que los muertos tampoco duran / Ni siquiera la muerte permanece / Todo vuelve a ser polvo”. Esa temporalidad gusanera de la que hablaba Keats, es una constante obsesión para el poeta, quien lo confiesa abiertamente es estos otros versos: “Mi único tema es lo que ya no está / Y mi obsesión se llama lo perdido”.
En la Feria Internacional del Libro de Guadalajara --la feria más grande del mundo hispano--, que se realiza en estos días en México, Pacheco es objeto de una persecución periodística incesante y de la demostración del afecto popular hacia quien en estos momentos es motivo de legítimo orgullo para todos los latinoamericanos. Autor de libros como Las batallas en el desierto y La edad de las tinieblas, entre tantísimos otros, no puede revelar sino con ello su buen gusto y certera elección de los títulos, guías indispensables para valorar la presencia de un auténtico artista.
Creo que José Emilio Pacheco vive su mejor momento en cuanto al reconocimiento de su obra, pero sólo él sabe que, lo que esencialmente cuenta para un escritor, es ese reconocimiento secreto y silencioso con las palabras, en el recinto más sagrado de su espíritu.
Lima 5 de diciembre de 2009.
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