La detección y posterior captura de un suboficial de la Fuerza Aérea Peruana (FAP), quien habría suministrado información de inteligencia a dos militares de las Fuerzas Armadas chilenas desde hace aproximadamente cuatro años, ha colocado las relaciones diplomáticas entre Perú y Chile en el nivel más crítico de los últimos años. Es cierto que dichas relaciones no gozaban precisamente de buena salud, sobre todo desde que el Perú decidió elevar ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya el delicado asunto de la delimitación marítima.
Históricamente, la vecindad entre ambos países ha sido conflictiva, como sucede también en muchas partes del mundo entre países que comparten una frontera común. Es casi normal que suceda así. Si no, pensemos en los casos de la India y Pakistán, de Israel y Palestina (aun cuando este último no sea reconocido oficialmente como Estado), de la China y el Tíbet, de Venezuela y Colombia entre nosotros, de Francia y Alemania en el pasado. Pues nada más difícil, a veces, que aprender a saber convivir con el vecino.
La arbitraria enumeración de apellidos de personajes chilenos que encabeza la presente columna, obedece --como ya se habrá percatado el zahorí lector--, a razones exclusivamente fonéticas, aun cuando en el fondo muy bien puede responder a dar cuenta de la variopinta representatividad que caracteriza a dicha nación. Si Pinochet fue el dictador prototípico del Mapocho, y Bachelet la actual presidenta que ya juega los descuentos en el cargo, Fuguet es un escritor de las últimas generaciones literarias de esa tierra que vio nacer en su seno nombres señeros como los de Pablo Neruda y Gabriela Mistral, Vicente Huidobro y José Donoso.
Porque este lío de espionajes y declaraciones altisonantes de uno y otro lado, de respuestas soberbias y acusaciones destempladas, se mueve en un terreno en el que es fácil caer en el desafuero, como ese candidato del Partido de la Concertación, que ya fue presidente una vez, hijo a su vez de otro ex presidente, que ante las insistentes preguntas de una periodista peruana, no tuvo mejor salida que el exabrupto, la frase injuriosa y la actitud altanera. Y porque el asunto aquel de las fronteras, los nacionalismos, la patria ultrajada, el honor nacional, convoca siempre una fuerte dosis de intolerancia, algo de xenofobia y otro tanto de racismo, como se puede comprobar al leer tantos comentarios aparecidos en diferentes medios a partir de este hecho.
Lo que debiera ser una relación sana, democrática y civilizada entre dos pueblos hermanos, se ve enturbiada por la mano sucia de los estrechos intereses políticos y las mezquinas consideraciones económicas. Porque nadie me quita de la cabeza que todo este desbarajuste es propio de la clase política de ambos países, al cual sirven diligentemente los uniformados respectivos, llegando incluso hasta la traición.
Yo no me imagino en ese nivel a ilustres personajes de la cultura chilena a quienes admiro, como Violeta Parra o Víctor Jara, Roberto Matta o Sergio Arrau; como tampoco me imagino sumándose al cargamontón chauvinista del sur a los integrantes de grupos emblemáticos de la música latinoamericana como Quilapayún, Inti Illimani o Illapu, por nombrar solo a los más famosos. Siempre que los he escuchado me han transmitido ese sentimiento de hermandad latinoamericana, de fraternidad continental, alejados a años luz de toda esta proterva compañía de marchantes que flamean las banderas más provincianas y aldeanas en ridículas poses de postín.
Esa cáfila de bandidos que detentaban el poder, y que, espoleados a su vez por potencias extranjeras, declararon la guerra al Perú y Bolivia en 1879, que invadieron el territorio nacional y que en los siguientes años se entregaron al hurto y al pillaje, saqueando nuestro patrimonio histórico, monumental y cultural, y que luego esperaron confiados que el manto del olvido cubriera todas sus tropelías, mientras se consumaba la política de los hechos consumados, parece que tiene todavía sus herederos morales en muchos de quienes ocupan ahora cargos gubernamentales o aspiran a tenerlos, así como en un grueso sector de la opinión pública que demuestra su nivel de ciudadanía farfullando invectivas excluyentes en contra de millones de compatriotas.
El caso del espionaje es gravísimo, qué duda cabe, teniendo que investigarse hasta sancionar a todos los involucrados, y no sólo a la punta del iceberg, pues todo hace suponer que aquí estarían comprometidos otros integrantes de las Fuerzas Armadas, de otro modo no se explica la cantidad de tiempo transcurrido sin el menor viso de sospecha o culpabilidad.
Lo mejor del espíritu de cada pueblo está más allá de estos líos de comadres, de estas tristes querellas de la vieja quinta, como diría parafraseando al gran Julio Ramón Ribeyro; pues quienes en ambos pueblos representan lo más elevado de la creación humana que es el arte y la cultura, deben observar consternados cómo los politiquillos y politicastros enquistados en sus feudos de pacotilla siguen alimentando esta sempiterna historia en que Caín sigue matando a Abel.
Lima, 21 de noviembre de 2009.
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