Ha conmocionado al
mundo entero la horrorosa tragedia del avión alemán de Germanwings, estrellado
contra las montañas rocosas de los Alpes franceses el pasado 24 de marzo, con
el saldo desolador de 150 muertos. No se trata de un accidente de aviación,
como se podría suponer en estos casos, sino de un acto deliberado de buscar la
muerte, perpetrado por nada menos que el copiloto de la nave, un joven de 27
años con serios problemas psicológicos y recurrentes ataques de depresión.
El vuelo de Barcelona a Düsseldorf se
realizaba aparentemente con toda normalidad, cuando el piloto decidió ir al
baño, dejando el mando a cargo de Andreas Lubitz, quien en esos cruciales
instantes habría decidido precipitar a la aeronave contra los macizos alpinos
que tenía a la vista. Fue cuestión de minutos. Cuando el avión empezó a perder
altura, producto de la decisión voluntaria de Lubitz, el piloto regresó de
inmediato para retomar el mando, pero le fue imposible ingresar a la cabina.
Los fuertes golpes en la puerta y los intentos de forzarla con una herramienta
metálica, no inmutaron al suicida en su viaje inexorable.
Terminar despedazado, producto de una
colisión a la velocidad de crucero de un viaje en avión, debe ser sin duda una
de las muertes más atroces. En los dramáticos segundos que preceden al choque,
la desesperación debe cundir a niveles inauditos, como lo revelan todas las
cajas negras que se han analizado de aviones siniestrados. Enseguida es el
silencio, la macabra escena de los cuerpos –o lo que queda de ellos– regados en
medio de los restos de la máquina.
Pero el enigma mayor en este caso será la
mente de Andreas Lubitz, pues aunque nos perdamos en las más desaforadas
especulaciones sobre los motivos de su acto, nunca podremos penetrar los
sinuosos laberintos de una decisión que seguirá interrogándonos hasta los
límites de la perplejidad. Dicen que era un chico normal, sus familiares y sus
vecinos lo describen como una persona común y silvestre, dominado por la pasión
de volar. Su carrera ascendente peligraba por la enfermedad que amenazaba con
inhabilitarlo para cumplir sus ansiados sueños. Tal vez en este nicho su puede
escarbar un poco más para hallar las razones profundas de su determinación.
Los 16 estudiantes -14 chicas y 2
muchachos de entre 14 y 16 años- de un instituto alemán, que regresaban de
Barcelona luego de pasar una semana en un viaje de intercambio, y las dos
profesoras que los acompañaban, desaparecidos ese luctuoso martes, constituyen
solo alguno de los casos que le ponen rostros concretos a la tragedia. Conmueve
la suerte que corrieron después de enterarnos de los pormenores de su partida
del aeropuerto El Prat de la capital catalana. Dos de sus compañeros decidieron
quedarse hasta la noche para conocer ese día el Camp Nou, el moderno estadio
del club más famoso de la ciudad y uno de los mayores del mundo. Curiosamente,
ese simple y pequeño capricho los salvó.
Las decenas de vidas segadas abruptamente,
las familias devastadas por el dolor, las investigaciones que establecerán las
reales causales del hecho, serán parte de un proceso irreversible en la marcha
natural de las cosas. Todos los controles y las precauciones que pongamos para
anteponernos a lo imprevisible, se estrellarán también contra las duras rocas
del misterio inabarcable que es el hombre, este ser insondable que siempre nos
sorprenderá y dejará estupefactos.
Lima,
6 de abril de 2015.
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