domingo, 29 de noviembre de 2020

El segundo violín

     Se ha recordado este 28 de noviembre último el bicentenario del nacimiento de Friedrich Engels, el indiscutido ideólogo y líder de los movimientos obreros del mundo, compañero inseparable de Karl Marx y creador con éste de una de las filosofías políticas más polémicas y subversivas de nuestra era: el comunismo científico. Había nacido en el seno de una familia acomodada de la ciudad de Barmen, en la Renania prusiana, en 1920, donde su padre era un importante empresario textil. Fue educado con el fin de continuar las actividades familiares, pero el joven Friedrich ya manifestaba muy tempranamente un particular espíritu de rebeldía ante las injusticias que observaba en el medio, siguiendo sus estudios en forma paralela al trabajo asignado por vía paterna. Colaboraba en diversos medios de su ciudad con artículos donde era clara su orientación hacia una crítica del sistema económico imperante, el capitalismo naciente que se encargaría de estudiar y enjuiciar en sus escritos posteriores. Pronto se alineó con los jóvenes hegelianos de izquierda, discípulos del gran tótem de la filosofía europea de entonces, Hegel, que sin embargo le sirvió para encauzar una doctrina que, valiéndose de la dialéctica, interpreta cabalmente el sentido de la historia.  

    Su trashumante periplo europeo, luego de haber estado en Mánchester, lo lleva por diversos países como Francia, Suiza, Bélgica, y Alemania otra vez. Precisamente en la afamada ciudad industrial inglesa, adonde llega para hacerse cargo de los negocios de su padre, tiene ocasión de conocer la médula del capitalismo incipiente, dándose la paradójica situación de trabajar en la mañana en las cómodas oficinas del centro fabril, y en las tardes visitar las humildes y precarias casas de los obreros en los suburbios de la ciudad. Allí es donde afianza su conocimiento práctico de sus estudios teóricos de economía política que ya había empezado. Luego de este acercamiento directo a la realidad clamorosa de los trabajadores, en un verdadero trabajo de campo, conversando con ellos, observando sus condiciones de vida y recogiendo testimonios sobre sus necesidades y dificultades, es que escribe ese primer libro fundamental de su producción como es La situación de la clase obrera en Inglaterra, que sale a la luz en 1845. En este libro figura un diagnóstico tan lúcido como éste: «La única diferencia en comparación con la antigua esclavitud abierta es que el trabajador de hoy parece libre porque no es vendido de una vez por todas, sino poco a poco, por día, semana, año, y porque ningún dueño lo vende a otro, sino que se ve obligado a venderse a sí mismo».

    En uno de esos constantes viajes por las ciudades europeas tendría lugar en 1842 su encuentro histórico con Marx, ese otro gran pensador del socialismo, de quien se convertiría, luego de algunos pequeños desencuentros iniciales, en el mejor amigo y compañero de ruta en pos de los objetivos de la clase obrera en el mundo. Marx atravesaba, como en casi todo el resto de su vida, importantes apuros económicos, con una familia a la que mantener y con una actividad periodística que también era blanco de la persecución y la censura de las autoridades alemanas. Engels sería a partir de ese momento también su mejor ayuda, el hombre que prácticamente sostuvo materialmente al amigo en dificultades. Su sólida posición económica, la doble actividad que le permitía obtener los recursos suficientes para financiar su labor intelectual y política, la compartió solidariamente con la persona que él intuyó certeramente sería el portavoz ideológico de los sectores más explotados y humildes de la sociedad. Y a pesar de que su aporte en ese sentido igualmente fue valioso para erigir el corpus del pensamiento comunista, Engels siempre se consideró el según violín de Marx, otorgándole a éste la primacía en cuanto a su creación y dirección.

    Juntos escribirían precisamente ese texto que es probablemente el escrito más incendiario de la historia de las ideas, el Manifiesto del Partico Comunista de 1848, que cuando salió publicado no tuvo la repercusión que uno se pueda imaginar, en medio de la insurrección de la Comuna de París y otros levantamientos campesinos y obreros en Francia y Alemania. Pero transcurrido el tiempo, su potencial efecto disolvente y revolucionario haría estragos en el mundo entero, remeciendo las estructuras de las sociedades capitalistas desde sus cimientos con esa frase inflamable y trepidante que cierra el manifiesto: «¡Proletarios de todos los países, uníos!». Es increíble cómo una publicación de apenas treinta páginas pudo haber significado tanto en la historia de la humanidad, con un poder teórico conceptual equivalente a varios tomos de filosofía política, como lo señaló Lenin. Es autor asimismo Engels de obras fundamentales como Dialéctica de la Naturaleza, el Antidühring, El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado y Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, libros que cimentarían la comprensión cabal de una ideología que ha jugado un rol protagónico en el siglo XX, controvertida y perseguida por muchos, estigmatizada y dogmatizada por algunos, desconocida realmente e ignorada por la mayoría.

    Otro libro donde el papel de Engels sería igualmente capital en la bibliografía marxista es justamente Das Kapital, probablemente el volumen señero de la colaboración de ambos pensadores, la obra cumbre del pensamiento comunista, escrita al alimón. Marx, a su muerte en 1883, deja el primer tomo concluido y el segundo y tercero inconclusos. Entonces Engels asume la tarea de revisarlos y editarlos, saliendo a luz en 1885 y 1894 respectivamente. La obra es el compendio de toda una vida dedicada al escrutinio de un fenómeno económico de enormes repercusiones en la vida política y social de nuestros pueblos, origen de grandes adelantos tecnológicos y materiales, pero también de inconcebibles injusticias y clamorosas desigualdades en el mundo. En fin, lo cierto es que el legado de Engels, secundando brillantemente a Marx, seguirá latente mientras no se haya edificado en este planeta una sociedad justa y equitativa, mientras no se hayan erradicado la explotación, el hambre y la pobreza en la que malviven millones de seres humanos en la faz de la tierra.

 

Lima, 29 de noviembre de 2020.

 

lunes, 16 de noviembre de 2020

El Perú al pie del orbe

     La farsa terminó en tragedia. Hay dos peruanos muertos, más de un centenar de heridos y algunos desaparecidos como producto de la criminal represión policial de las jornadas de protesta del sábado en las calles del país. Hay dos familias sumidas en el dolor por la actuación salvaje de las fuerzas del orden. Todos los peruanos estamos de duelo llorando por el asesinato alevoso de un par de jóvenes valientes –Inti Sotelo Camargo y Jack Bryan Pintado Sánchez–  que acaban de ser sacrificados en el altar de la patria. ¿No podían prever todo esto los 105 irresponsables que votaron por declarar la vacancia presidencial el lunes pasado? ¿Era necesario este baño de sangre provocada por ese centenar de insensatos que arrastraron al país al precipicio? ¿O van a salir ahora con las leguleyadas de siempre, con la cantaleta, que repiten como guacamayos amaestrados ciertos personajes cuyos nombres no quiero recordar, de decir que por razones de control constitucional y en el marco de la lucha contra la corrupción el presidente Vizcarra no merecía ocupar el cargo y que debía ser vacado –verbo que no me resulta muy simpático por cierto– de la Presidencia de la República? Eso no lo cree absolutamente nadie con un mínimo de sentido común. Si ese era el objetivo, por qué blindaron y siguen blindando a integrantes de sus propias bancadas, muy  seriamente cuestionados, algunos enjuiciados por delitos de corrupción. Eso demuestra la desconexión increíble de una clase política con el sentir profundo de una población totalmente decepcionada de sus representantes que terminan traicionando la voluntad popular.

    Los culpables de ambas muertes no pueden quedar en la impunidad, de inmediato el Ministerio Público debe estar iniciando el proceso correspondiente para tramitar la acusación respectiva contra los responsables de esta tragedia. Desde el presidente usurpador, que sigue escondido en la más absoluta soledad del poder, pasando por quien decidió secundar el golpe de Estado en el cargo de jefe del gabinete, el otro señor que también se prestó a la astracanada en el puesto de ministro del Interior, los oficiales jefes de los comandos operativos, hasta los efectivos que dispararon a matar utilizando perdigones, canicas y balas directamente al cuerpo de los manifestantes. Los fiscales deben ser muy minuciosos para identificar a esos asesinos, que se han agazapado tras los uniformes que les brinda el Estado, para ejecutar extrajudicialmente a dos compatriotas de la forma más inmisericorde bajo el principio dudoso de la obediencia debida. Tienen las manos manchadas de sangre los señores Merino, Flórez-Aráoz, Rodríguez y sus lugartenientes en los mandos policiales que actuaron bajo sus órdenes.

    Por otro lado, es maravilloso comprobar cómo el pueblo, ejerciendo su rol de poder constituyente, actuando como el auténtico soberano en un sistema democrático, ha logrado expectorar al usurpador del poder. Pero también es necesario señalar la penosa actuación de un grupúsculo de individuos, periodistas algunos de ellos, que tuvieron un comportamiento miserable frente a la iniciativa de los miles de jóvenes que espontáneamente expresaron su rechazo a lo sucedido, como es el caso del señor, aunque no sé si le alcance el término, Humberto Ortiz, quien desde su programa de televisión tuvo la desfachatez de subestimar las marchas de toda la semana comentando el día jueves, en el tonito burlón e irónico que lo caracteriza, que después del partido de fútbol, que el seleccionado peruano jugaba el día viernes frente a su similar chileno, todos se olvidarían de dichas marchas y que él no vio sino fogatas esporádicas durante los días anteriores y, lo que es más canalla, que no estaría mal que se consiguieran un “muertito” para ello. Es increíble cómo, de ser un referente del periodismo en los años 90, se ha convertido ahora en la encarnación más carca del conservadurismo ramplón, precozmente instalado en el camino de Flórez-Aráoz, d’Alessio, Fernández Chacón y otros seres antediluvianos. Otros dos de la misma calaña son Rafael Rey y José Barba, cobijados en esa guarida llamada Willax, cuyos comentarios tóxicos contaminan los medios desfigurando la realidad y tergiversando los hechos a su antojo, además de haberse estancado en el más rancio machismo que celebran ellos mismos como si de una hazaña intelectual se tratara. O como la inefable congresista fujimorista Martha Chávez, que igualmente tuvo el descaro mayúsculo de sugerir que quienes organizaban las marchas pertenecían a Sendero Luminoso y al MRTA, y que durante las sesiones del pleno para la elección de la nueva junta directiva del Congreso, exhibió nuevamente toda su grosería y malcriadez interrumpiendo constantemente con su conocido discurso destemplado y demencial. O como el caso también lamentable del otro congresista fujimorista Carlos Mesía, quien declaró muy orondo y soberbio que no se arrepiente de nada, que se reafirma en su decisión del lunes pasado, demostrando con ello su nula capacidad de autocrítica y por tanto cerrándose a toda posible actitud de un mea culpa. La misma postura fue expresada por el congresista del Frente Amplio Enrique Fernández Chacón, exponente de una terquedad senil francamente deplorable. Por lo menos, ya tenemos cinco, de muchísimos más por supuesto, que la gente tendrá que sepultar para siempre en el basurero de la historia.

    Como padre, no puedo sentirme más orgulloso por el protagonismo central que tuvieron los jóvenes en estas jornadas apoteósicas, bautizados con mucha precisión Generación del Bicentenario por la socióloga Noelia Chávez, conglomerado idealista y heroico al que pertenecen también mi hija y mi hijo, que fueron parte del glorioso contingente que desde el primer día estuvieron en el campo de batalla por la recuperación de la decencia, la democracia y la honra nacional pisoteadas. Es la juventud que muchas veces fue minimizada y ninguneada por los adultos, que creían que sus mentes e intereses sólo estaban capturadas por la tecnología y divagaban por las redes sociales, pero que ahora nos han demostrado su consciencia cívica  invicta frente a lo que sucede en su país, atentos también a la realidad social y política del que forman parte, y vigilantes a la actuación de las autoridades cuando pretenden imponer decisiones abusivas y contrarias a la ley, a la ética y a la dignidad del ser humano.

    La mesa directiva elegida hoy en el Congreso, después de fatigosas negociaciones entre las bancadas desde la noche del domingo de la renuncia del golpista, puede significar un primer respiro para lo que se viene ahora como un reto enorme de un gobierno de transición con tareas muy específicas, que deberá poner manos a la obra de inmediato para tratar de restañar en lo que fuera posible las heridas profundas dejadas en el alma nacional por ese intento irracional de quienes nunca pensaron en el país, sino exclusivamente en sus propios y mezquinos intereses. El congresista Francisco Sagasti, quien tiene en sus manos la conducción de esta transición democrática en los próximos meses, es un hombre cauto, ponderado y que inspira confianza, características que pueden llevarlo a ejercer el mismo papel que cumplió Valentín Paniagua hace exactamente veinte años atrás, cuando el Perú vivió un momento crucial al desmoronarse el régimen putrefacto del fujimorismo que fue el verdadero culpable de toda esta crisis moral y política que vivimos hasta ahora.

    Sin embargo, estaremos alertas y vigilantes, con los ojos puestos en los próximos pasos que se vaya a dar en el Poder Ejecutivo, en el Poder Legislativo y en todas las instancias de la administración pública, para que ya no puedan cometerse los mismos errores que precipitaron este ominoso paréntesis de nuestra historia reciente, momentos que nos hicieron exclamar como en los versos memorables de César Vallejo: Perú, aparta de mí este cáliz, porque sentíamos que la historia nos acercaba otra vez el brebaje más amargo de nuestras vidas.

 

Lima, 16 de noviembre de 2020.     



sábado, 14 de noviembre de 2020

Bajo el oprobio

     La multitudinaria y contundente marcha de protesta del 12 de noviembre en el Perú marca un hito fundamental en la lucha por la defensa del Estado de Derecho, por la democracia arrebatada y por la dignidad de una ciudadanía que ha asumido con gran coraje la respuesta indignada de una nación, porque estamos viviendo horas funestas bajo un régimen que ha conculcado desde su siniestra inauguración todo vestigio de decencia y decoro al encaramarse en el poder de una manera burda y  trapacera. Fiel al estilo de piratas y corsarios de otros tiempos, han asaltado la nave del Estado y pretenden conducir al país al abismo, zozobrando en ese vil intento a una población entera que no reconoce, ni puede reconocer jamás, a estos bandidos de baja estofa que se han instalado a sus anchas con la mayor desvergüenza en dos poderes del Estado, amenazando con ir por más, como lo han demostrado a las pocas horas de su grotesca ceremonia de juramentación, a través de sus cómplices que han aceptado integrar sin el menor escrúpulo el llamado «gabinete», que no es sino una cúpula teratológica de individuos ávidos de poder, salidos de sus cavernas esperando una oportunidad como ésta acceder adonde jamás podrían haber  llegado por el camino democrático.

    Miles de peruanos y peruanas, sobre todo jóvenes, han hecho sentir su voz de protesta ante el mundo, desplazándose por las calles de las principales ciudades del país, como Chiclayo, Trujillo, Cusco, Ayacucho, Arequipa y muchas más, enfrentándose a una de las más brutales represiones policiales de los últimos tiempos, donde se han usado gases lacrimógenos, perdigones, balas y hasta gas pimienta, contraviniendo los marcos internacionales del manejo policial en este tipo de eventos, mientras el personaje que funge de “ministro del interior” mentía descaradamente en un canal de televisión aseverando que la policía no había usado ninguno de esos elementos. En simultáneo, en el mismo canal se presentaba la evidencia del actuar abusivo y desproporcionado de las fuerzas del orden ante jóvenes transeúntes que inocentemente caminaban por las inmediaciones del lugar de los hechos.

    El personaje designado por quien se hace llamar «presidente de la república» para ocupar el puesto de su compinche mayor es nada menos que un sujeto responsable del asesinato de 34 compatriotas nuestros en las jornadas de lucha de Bagua en el año 2009, oportunista al acecho para figurar en cualquier gobierno de ocasión, además de racista consumado que alguna tuvo la desdicha de tildar de llamas y vicuñas al electorado nacional. Y para abonar más este precioso prontuario, representante de los sectores ultramontanos y neofascistas del país, miembro de una orden medieval y anacrónica caracterizada por su ideología ultraconservadora y fanática. La prensa lo llamó en su momento “Gato gordo” por su apariencia de felino trasnochado y goloso, presto a la caza de su alimento preferido, es decir que debe de estar de plácemes por los roedores que ahora lo acompañan en los escondrijos de la casa que alguna vez fue el escenario de la degollina del conquistador, como lo ha recordado a propósito el periodista César Hildebrandt.

    Por su parte, el periodista y politólogo peruano Alberto Vergara, profesor principal de la Universidad del Pacífico y reconocido analista de los medios de prensa extranjeros, ha publicado un artículo en el diario The New York Times titulado «La democracia peruana agoniza», donde con gran lucidez y precisión describe la realidad peruana calificando lo sucedido esta semana como el asalto al Estado por quienes representan la política del carterista. Asimismo, el mencionado periodista César Hildebrandt, quizás el más brillante del medio, publica una carta abierta al señor Merino, es decir al usurpador, en el semanario que dirige. Le recuerda al susodicho una cantidad considerable de personajes de nuestra historia que alguna vez ocuparon el sillón de Pizarro por breve tiempo, pero que jamás aparecen en los libros de historia, y mucho menos son recordados por nadie en el Perú, sombras chinescas que se desvanecieron para siempre en la más absoluta irrelevancia, destino al parecer de quien ha querido jugar a la política no estando calificado ni siquiera tal vez para administrar un establo.

    Escribo esto sobre todo para quienes me conocen de algún momento de mi vida, compañeros de clase en la escuela primaria y secundaria, alumnos de diversos centros de enseñanza, tanto de nivel secundaria como superior, amigos que he conocido en las pocas ocasiones que he tenido de hacer lo que se llama vida social, y que a raíz de estos comentarios míos han expresado puntos de vista discordantes, estando en su derecho por supuesto, pero carentes de fundamento, faltos de consistencia, desconociendo clamorosamente en qué consiste la marcha política de un Estado, además de huérfanos de empatía para con la inmensa mayoría de hombres y mujeres de nuestro país que no pueden aceptar la vileza cometida con la patria, más allá de los nombres de quienes han ocupado la presidencia de la República, más allá de los políticos, a quienes no defiendo ni tengo por qué defender, puesto que ellos solos tendrán que afrontar los juicios que sean y los castigos que se merezcan. Siento mucho que sea así, pero me gustaría recomendarles, dicho esto con el máximo respeto, que se formen y lean más, no basta con tener un título y creer así que se está calificado para opinar sobre todo, o que por el simple hecho de ser usuario de las redes sociales uno está capacitado para proferir conceptos erráticos o balbuceos gramaticales.

    Pero lo más sorprendente es que no logre entenderse lo que está pasando en la realidad, con discursos evasivos y carentes de sintonía con el sentir de una ciudadanía que ha dado la alerta ante el mundo entero de aquello que realmente está sucediendo aquí. Los organismos internacionales, las organizaciones de derechos humanos, diversos gobiernos y personalidades del mundo de la cultura y las artes, han expresado su preocupación por la forma cómo se ha actuado desde el Congreso y ahora por la manera criminal con que el régimen de facto reacciona ante las expresiones de repudio de esa ciudadanía que sabe perfectamente que las personas que se han sumado al conglomerado mafioso no los representan, que jamás habrían sido elegidas, repito, por la vía democrática para implementar medidas retrógradas y antihistóricas como las que a todas luces se preparan a poner en práctica, una generación decrépita y caduca no sólo por la edad biológica de sus integrantes, sino por sus ideas –una especie de gerontocracia mental–  ajenas a la apertura fresca de una juventud que espera una conexión, aunque sea superficial, con sus aspiraciones. Este es el sentido profundo del mensaje que hace más de cien años lanzara el insigne anarquista don Manuel González Prada en su famoso discurso en el teatro Politeama, rematando con una frase que en estos momentos cobra una actualidad asombrosa: «Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra», lema que estas generaciones del siglo XXI –llamada ya con gran pertinencia por una socióloga la Generación del Bicentenario– muy bien tomarían como bandera de sus luchas por una sociedad más justa e igualitaria, por un mundo auténticamente civilizado donde no se hayan normalizado la corrupción, las pillerías, la política del carterismo como dice Vergara, los intereses facciosos medrando el poder al servicio de sus mezquinas ambiciones personales y de grupo.

    Un grupo importante de constitucionalistas también están de acuerdo en que se trata de una alevosa vulneración de la Carta Magna; los doctores Omar Cairo, Samuel Abad y César Landa y David Lobatón han explicado con lujo de detalles cómo se ha logrado declarar la vacancia de la presidencia merced a una interpretación mañosa del artículo 113 sobre la incapacidad moral, una figura jurídica del siglo XIX que en su origen se refería a la incapacidad mental, y que se ha mantenido con el tiempo sin aclararse cuál es el sentido recto de su disposición. Y si a esto agregamos aquello de “permanente”, le añadimos más confusión al asunto puesto que todos sabemos que en el terreno de la moral nos movemos en un ámbito totalmente subjetivo, y que si se aplicara como se ha hecho, la gran mayoría de congresista estarían incursos en la misma causal, debiendo también ser cuestionados y expectorados de sus cargos.

    Por último, estoy seguro de que ningún intelectual, artista o persona ligada al mundo de la cultura avala la felonía cometida. Susana Baca, valiosa exponente de la música peruana y latinoamericana, ha renunciado al cargo que ocupaba en una instancia gubernamental; Sonaly Tuesta, poeta y periodista conductora del programa «Costumbres» en el canal estatal, igualmente ha presentado su renuncia por las mismas razones, lo mismo ha tenido que hacer el queridísimo Ricardo Bedoya con su magnífico programa de cine «El placer de los ojos», porque más allá de las estrictas cuestiones jurídicas o legales aquí está en juego también el asunto supremo de la ética. Si esto no les dice nada a quienes se empeñan en seguir apoyando al usurpador y a sus felipillos, es que sencillamente no entendieron nada. Seguiremos en el combate con las armas de la pluma y del pensamiento hasta lograr la salida de los impostores del mando de la preciosa barca de la patria, hollada y deshonrada por unos rufianes sin nombre.

 Lima, 14 de noviembre de 2020.




 

miércoles, 11 de noviembre de 2020

El infierno tan temido

 

    El escenario más temido se ha materializado en nuestro país la noche de este lunes negro cuando la mayoría de congresistas votó por declarar vacante la presidencia de la República. Lo ha hecho de forma alevosa y absolutamente irresponsable, desoyendo el clamor mayoritario de la población que no avalaba una medida como ésta que lo único que hace es agravar la triple crisis que vive el Perú. De espaldas ante la ciudadanía, movida por el sólo afán de venganza y ansias de poder, ha defenestrado al presidente Vizcarra para colocar al presidente del Congreso, un personaje seriamente cuestionado por su alianza con sectores oscuros de las bancadas amigas que buscaron claramente durante todos estos meses deshacerse de una figura que les era molesta para imponer sus propios designios en diversos ámbitos de la actividad pública y que obedecen, en último término, a intereses subalternos que nada tienen que ver con las verdaderas necesidades de los peruanos.

    El plan de Antauro y sus secuaces ha funcionado a la perfección, dictando desde la cárcel la agenda del país y moviendo sus hilos aviesamente para que sus títeres del congreso le inflijan al país una estocada letal en medio de una situación compleja y que deja a la nación en la zozobra más terrible, presa de la incertidumbre, la desesperanza, la preocupación por un mañana que se torna más gris todavía sabiendo que quienes asumirán las funciones ejecutivas son los mismos que han saboteado sistemáticamente desde el parlamento todo atisbo de sensatez, mesura y espíritu de conciliación en todo este tiempo.

    El trumpismo en su peor versión se ha impuesto en nuestro país de forma desembozada y ruin, coludidos en una pandilla de mafiosos y facinerosos que jamás tuvieron la calidad moral para juzgar a nadie, arrogándose facultades para las cuales no estaban ni mínimamente calificados. El Perú ingresa con esta medida a una crisis profunda de la cual alguna vez responderán estos cuatreros de medio pelo que amparándose en un artículo constitucional de ambigua interpretación, han decidido saltar al abismo para que todos los ciudadanos de a pie paguemos sus consecuencias. ¿Alguien se imagina siquiera quiénes van a conformar ese gabinete de espectros? ¿Podremos avizorar lo que nos espera en los próximos ocho meses y medio en medio de esta colosal cuchipanda que desatarán desde el poder estos verdugos de la democracia?  

    Era sencillo esperar hasta el 28 de julio del próximo año para que todo quede en manos del Ministerio Público y del Poder Judicial y se continúe con el debido proceso de los cargos que enfrenta el señor Vizcarra. Mas ahora todo está en riesgo mayor: la política sanitaria para enfrentar la pandemia, las elecciones convocadas para abril del 2020, las políticas en materia educativa, la reforma universitaria, la reforma política y sobre todo la condición de varios congresistas involucrados en serios delitos, que paradójicamente han estado protegidos por los mismos que ahora se rasgan las vestiduras y tramitan expeditivamente una vacancia, al mismo tiempo que retienen durante meses el caso de Edgar Alarcón, uno de los cabecillas del golpe de Estado revestido de ropajes legales que han perpetrado estos “representantes” que en realidad no representan a nadie, a no ser que alguien odie al Perú de tal manera para que simpatice con la vileza cometida.

    El artículo 46 de la Constitución reconoce al pueblo el derecho a la insurgencia, estableciendo que nadie debe obediencia a un gobierno usurpador, norma que faculta a un gran levantamiento popular que exija la dimisión del régimen espurio que se ha instalado en Palacio de Gobierno. Las calles serán en los próximos días el escenario adecuado de una lucha sin cuartel para recuperar la democracia arrebatada y los valores cívicos pisoteados por una gavilla de traidores. De hecho, al conocerse la noticia, miles de personas salieron a las calles en diferentes ciudades del país para expresar su rechazo y repudio a la decisión de un congreso que ha demostrado no estar a la altura de las expectativas de la población. Los jóvenes pisan ahora las calles nuevamente alzando sus voces iracundas por el espectáculo nauseabundo de una caterva impresentable de forajidos que han perpetrado en unas pocas horas una barrabasada monumental arrasando con todo vestigio democrático. Y lo que reciben es una represión brutal de una dictadura inicua que desata todo su odio a la voz indignada del pueblo.

    Se ha roto el principio fundamental del Estado de Derecho al abolirse de facto la separación de poderes, merced al asalto mercenario del Poder Ejecutivo por quienes fungían de representantes del pueblo agazapados en el Poder Legislativo, instancia democrática que convirtieron en una pocilga en todo este tiempo que ocupan esos escaños inmerecidamente. Afirman que han actuado legalmente, cuando está claro que han vulnerado el espíritu de la Carta Magna valiéndose de una argucia extremadamente subjetiva y cuestionable como es la “incapacidad moral”. Pero menos aún poseen legitimidad, cuando es abrumador el rechazo del pueblo peruano que en un 80 por ciento está en desacuerdo con el golpe asestado la noche aciaga del lunes. Varios periodistas de la radio y la televisión empiezan a normalizar vergonzosamente la situación, hablando de una “transición democrática” donde ha habido sencillamente un golpe de Estado, una violación canalla a la honra nacional que alguna vez tendrá que castigarse.

    Por fin tiene respuesta la legendaria pregunta de Zavalita en Conversación en La Catedral, ahora sabemos con exactitud de relojero el momento preciso de su génesis. ¿En qué momento se jodió el Perú?, inquiría el personaje vargasllosiano, pues allí está el lunes 9 de noviembre del 2020 para engrosar el ominoso libro de los anales de la historia universal de la infamia. Zozobra e insurgencia había pensado en un principio para el título de este artículo, porque lo que viviremos durante el régimen de los impostores será eso, un estado permanente de lucha y resistencia a la embestida de la dictadura encaramada en Palacio de Pizarro, y la insurgencia en las calles y en las redes y en donde haga falta y por el tiempo que sea necesario para obligar a los usurpadores a recular y regresar a sus cubículos. Ninguna persona decente podrá sumarse jamás al gabinete hediondo que pretenden armar con sus ávidos hocicos que husmean en busca de alguna alimaña que se preste a sus propósitos. Nadie ha reconocido a Merino como presidente de la República, ningún país del mundo puede rebajarse al nivel de un país de opereta, estableciendo relaciones protocolares con una republiqueta bananera que es el hazmerreír internacional gracias a un puñado de asaltantes.  

 

Lima, 10 de noviembre de 2020.


 

domingo, 8 de noviembre de 2020

Tiempo de sanar

     A veces la historia se complace en jugar con nosotros a ese péndulo que nos lleva de un extremo a otro con la alegría inconsciente de no saber cuánto de ansiedad y sufrimiento deposita en toda una generación que vive los acontecimientos del mundo como si en ellos se jugara el porvenir de la especie humana. Lo asombroso y paradójico es que esa historia la hacemos precisamente nosotros, y que efectivamente en ella está cifrada el futuro que laboriosamente vamos construyendo día a día. Un futuro que sentimos cada vez ya es visible presente.

    Digo esto por los increíbles sucesos que estamos presenciando a lo largo de estos tiempos signados por cambios y vueltas de tuerca teniendo como terrible telón de fondo a una de las pestes más letales y perseverantes que ha azotado a la humanidad. Los hechos se remontan a octubre del año pasado cuando en Chile surgen los primeros actos de protesta encabezados por la juventud exigiendo cambios radicales al modelo que ha prevalecido desde la época de la dictadura y que en democracia no han podido ser revertidos debido, entre otras cosas, a la Constitución pinochetista que ha servido de camisa de fuerza para la construcción de una sociedad más justa e igualitaria, más libre y equitativa. Todo ello tuvo su primer punto de inflexión en la convocatoria que hizo el gobierno a un plebiscito para abril de este año, postergado por las razones que ya todos conocemos y que finalmente se ha realizado en octubre pasado con los resultados esperanzadores de una sólida mayoría del 78 por ciento de la ciudadanía votando por el cambio de su carta fundamental, tarea que será encargada a una convención constituyente ajena totalmente a la actual representación parlamentaria.

    El otro acontecimiento que removió la relativa estabilidad del continente fue el golpe de Estado promovido en noviembre del 2019 por la derecha en Bolivia, aduciendo fraude en las elecciones que sellaron el triunfo del MAS y el tercer mandato de Evo Morales. Tal vez el error mayúsculo del líder aimara haya sido presentarse para una reelección sucesiva, lo que en términos democráticos no es lo más aconsejable. Pero lo que vino después fue sencillamente inaceptable, con un sector de las fuerzas armadas avalando el gobierno ilegítimo de Jeanine Añez y una feroz persecución a quienes conformaron el gobierno progresista que llevó a situarse al país altiplánico entre uno de los de mayor crecimiento de la región, a contrapelo de quienes creen lo contrario obedeciendo simplemente a prejuicios ideológicos que les impide reconocer la incontrastable y terca realidad. Recuerdo que en aquella ocasión yo me encontraba en México, invitado para una serie de presentaciones en homenaje a los poetas Netzahualcóyotl y Sor Juana Inés de la Cruz, cuando repentinamente el domingo 10 los medios de comunicación anunciaban la llegada de Evo Morales procedente de La Paz, en el avión presidencial que ofreció el gobierno de AMLO, que sorteando todas las dificultades había arribado esa mañana a la capital. Hubo sin duda un revuelo entre los mexicanos, bromeando algunos amigos si no habíamos sido nosotros los que habíamos sido los responsables de esa visita. Bueno pues, después de un año el pueblo boliviano ha vuelto a ratificar su voluntad de otorgarle nuevamente el poder al partido de Evo Morales, eligiendo a Luis Arce, eficiente ministro de economía del gobierno de éste, como presidente de la República para el siguiente período.

    Y en tercer lugar están las elecciones estadounidenses, las más dramáticas y decisivas de los últimos tiempos, que después de cuatro días se va definiendo claramente por el triunfo del candidato demócrata Joe Biden y de su vicepresidenta Kamala Harris, la primera mujer negra e hija de inmigrantes que accede a la Casa Blanca en un país asaeteado por el racismo y la xenofobia, atizados en los cuatro últimos años por quien será recordado como el presidente más estrafalario y burdo de esa nación, indigno del país de Washington, Franklin, Jefferson y Lincoln.

    Hasta ahora nos resulta increíble, como si de una novela distópica se tratara, que los estadounidenses hayan podido elegir el 2016 a un matón, narcisista, sociópata, sexista, machista, racista, xenófobo y otras perlas, como presidente de la primera potencia económica del planeta. Quizás la explicación sólo puede caber en una palabra: venganza. Venganza de una población harta de su clase política que apostó por un advenedizo, por un bufón mediático, sólo por el gusto de arrebatarles el poder a quienes poco o nada habían hecho para satisfacer sus necesidades más apremiantes. Pero fue también una decisión que actuó como un bumerang, dañando profundamente el alma del país, dividiéndolo más que nunca e infligiéndole una herida que demorará largos años en restañar el próximo mandatario y luego el que venga. No sé si abrigar grandes esperanzas en el presidente electo, pero el objetivo conseguido de expulsar de la Casa Blanca al sujeto en cuestión ya es un magnífico logro, no sólo para los estadounidenses, sino para todo el mundo civilizado.

    Y en el entreacto qué tenemos: un niño berrinchudo y malcriado que se niega a aceptar los hechos, un negacionista de marca mayor escenificando una pataleta descomunal y amenazando con impugnar los votos que él considera fraudulentos e ilegítimos, evidentemente sin pruebas, sólo porque es incapaz de reconocer la realidad, porque vive en su propio mundo, esa realidad paralela donde rige su sacrosanta voluntad. Pero las cartas ya están echadas, es imposible que la necedad y la inmadurez de un energúmeno puedan revertir los hechos consumados. Los resultado son clarísimos y los principales líderes gobiernos de los cinco continentes ya han expresado su saludo por el triunfo demócrata.

     Es el tiempo de la sanación, como ha dicho el presidente electo en su primer mensaje la noche del sábado desde Wilmington, el tiempo de restañar las heridas del alma de una nación que ha dado figuras notables a la cultura universal como Whitman, Faulkner, Hemingway, Copland, Hershwin, Dylan, Warhol, Rothko, Hopper, Allen, Scorsese, Coppola y cientos más que ya no cabrían en estas páginas. La tarea es titánica porque implica reconstruir el tejido social de un país polarizado como nunca y enfrentado a su propio ocaso por culpa del suicida aislacionismo de un gobernante peligroso y nefasto  que ha campado a sus anchas con un discurso plagado de odio y mentiras  en estos cuatro años de pesadilla que esperamos lleguen a su fin.

Lima, 8 de noviembre de 2020.  



Todo vence el amor

 

    En el pueblo de Saumur discurre la previsible existencia de una familia provinciana, encabezada por el padre, el señor Grandet, un hombre avaro dedicado a la producción y al comercio de vinos, más otras actividades, todas ellas lucrativas, y que es poseedor además de extensas zonas de cultivo. Luego está la madre, una mujer sumisa y conservadora, que depende en forma absoluta de la voluntad y las decisiones del marido; la hija es una muchacha que a los 23 años está en la flor de su edad; y la criada, Nanon, vieja mujer fiel e incansable que lleva las riendas del hogar y sirve a la familia por más de treinta años. La historia de esta familia, su apogeo, decadencia y renacimiento, está narrada en la célebre novela Eugenia Grandet de Honoré de Balzac, libro que he leído con gran interés y placer.

    Hay dos familias en el pueblo que buscan emparentarse con el tonelero a través de la unión de sus vástagos con la rica heredera. Los Cruchot y los Des Grassins compiten, a veces sorda y otras abiertamente, por obtener la mano de Eugenia, el medio más acariciado para acceder a la riqueza del comerciante. Pero el vinatero, conocedor de las intenciones de sus amigos de juegos, los deja estar, sabiendo que su hija jamás se unirá a ninguno de los jóvenes, instrumentos de la codicia paralela de aquellas dos familias.

    Cierto día en que todos reunidos en casa de los Grandet juegan a las cartas, costumbre muy arraigada entre los pobladores de la comarca, hace su llegada sorpresiva el sobrino Charles que viene de París, hijo del hermano del jefe de casa. Llega portando una carta del padre para su hermano donde le anuncia su inminente muerte por mano propia porque ha sido alcanzado por la deshonra de la bancarrota. Le encarga en ella a su único hijo, quien ignora hasta ese momento la terrible decisión de su padre.

    Ante la presencia de su primo, Eugenia ve despertar en ella sentimientos escondidos que aflorarán de una manera radiante en su vida. Pero el joven debe partir a la India por expreso deseo y mandato de su progenitor, quien dejará en él la tarea de reivindicar su nombre. Eugenia facilita al primo sus ahorros para tratar de mitigar su dolor ante el abatimiento que le sobreviene al enterarse de la realidad y de su verdadera situación actual. Para entonces había nacido entre ellos un sentimiento que los va a comprometer a pesar de la próxima partida de Charles. Sin embargo, las cosas cambiarían una vez el joven se establece en el Oriente y otras expectativas y otras oportunidades lo llevan por otros caminos.

    Mientras tanto, Eugenia ha sido objeto de la furia paterna por haberse deshecho de su pequeño patrimonio, los ahorros que venía atesorando por varios años. Apoyada por su madre, resiste el castigo que se le impone, con el pensamiento y el corazón puestos en ese futuro prometedor al lado de quien ama. Pero al percibir que eso ya no era posible, acepta humildemente los vaivenes del destino no sin experimentar obviamente una decepción y un dolor que ponen a prueba sus profundos valores humanos. La madre muere a causa precisamente del sufrimiento de ver a su hija envuelta en una situación injusta por la actitud del viejo Grandet y sus severas medidas dictadas obedeciendo exclusivamente al interés material y a su afán obsesivo por las riquezas.

    Cuando el tío Grandet enferma e ingresa a un gradual proceso de senescencia, será la hija quien tomará a su cargo las atenciones y los cuidados respectivos, acompañada de la increíble Nanon, personaje que es indudablemente uno de los baluartes fundamentales para el sostenimiento no sólo material sino también moral de la familia. Pero es al fallecer el señor Grandet cuando ambas pueden definitivamente enrumbar sus vidas. Nanon se casa con el señor Cornoiller,  y Eugenia con el joven pretendiente De Bonfons, celebrándose las bodas casi una tras de otra. Un final feliz, al margen de los tristes sucesos que tuvieron que sortear cuando estuvo de por medio el pragmatismo crudo y absorbente del patriarca y su ambición desmedida por el oro.

    No cabe duda de que la novela de Balzac es uno de los mejores ejemplos del realismo, narrada en tercera persona y con la clásica estructura lineal que va creando en el lector esa viva expectativa por ir envolviéndose en la narración para ser testigo de los acontecimientos que se precipitan en ese final redentor en donde el amor, después de tantos avatares, triunfa por sobre todos los escollos que la vida le opone. Y también esa necesidad que el ser humano tiene de compartir con otro su destino para hacer juntos un camino bajo el signo de la comunión. Una reflexión del narrador nos permite entender mejor esta búsqueda constante del ser humano: «En la vida moral, lo mismo que en la vida física, existe una aspiración y una respiración: el alma necesita absorber los sentimientos de otra alma, asimilárselos para devolverlos enriquecidos. Sin este hermoso fenómeno humano el corazón no puede vivir, pues le falta el aire, y sufre y expira».

 

Lima, 7 de noviembre de 2020.