sábado, 5 de diciembre de 2009

Vindicación de Caín

Ha aparecido Caín, la última novela del Premio Nobel portugués José Saramago, bajo el sello editorial de Alfaguara y con la traducción al español de Pilar del Río. En 189 páginas de vértigo, Saramago nos narra, con pluma maestra, la subyugante historia del hijo mayor de Adán y Eva, Caín, el pisador de barro, el primer fratricida, el amante aventajado de Lilith, el errabundo por los tiempos sin tiempo.
El libro ya ha generado una ácida controversia en los círculos literarios y, especialmente, en los religiosos, pues es la segunda vez, desde El Evangelio según Jesucristo, que el escritor lusitano se atreve a recrear episodios bíblicos desde la irreverencia, la ironía y el humor. Incluso desde antes de su publicación, en diversas entrevistas a los medios de prensa, el novelista iba adelantando lo que se venía, y su llegada no ha hecho sino confirmar lo que ya se sabía.
La figura de Caín es, indudablemente, la que ha cosechado la peor prensa y el estigma más infamante de toda la historia del cristianismo. Su nombre es casi sinónimo de crimen, traición, ofensa divina, culpa irredenta. Pero José Saramago se ha propuesto nadar contra la corriente, romper el mito construido en veinte siglos de soledad, y contarnos como Dios manda –la ironía es redonda--, lo que, según él, está mal contado en la Biblia.
Saramago pasea a su personaje por todo el Antiguo Testamento, en una especie de presente perpetuo, juntando casi en un mismo tiempo histórico a diversos sucesos bíblicos, como la historia de Abraham e Isaac, rumbo al sacrificio solicitado por el Señor; la pretensiosa hazaña de la construcción de la Torre de Babel; la inaudita destrucción de Sodoma y Gomorra; y otros tantos hechos de no tan feliz recordación.
Luego de ser expulsados del Paraíso terrenal, los primeros padres de la raza humana expían sus faltas y desobediencias en la oscuridad de una caverna y en el yermo territorio de su nueva vida. La astucia y coquetería de Eva consiguen, sin embargo, un pequeño favor de Azael, el querubín que el Señor ha puesto como guarda del Edén. Así logran sobrevivir, hasta que son hallados por una caravana de viajeros que los llevan a nuevas tierras donde nacerá Caín, el primogénito, y luego Abel, el preferido del Señor.
Aquí empieza la escisión, cuando el autor cuestiona la predilección, descaradamente injusta, que el Señor demuestra por las primicias que le ofrece el pastor Abel frente a las que le brinda el agricultor Caín. No hay ninguna motivación válida para ello; razón por la que se le ve el semblante cabizbajo y el ánimo desvaído a Caín. Lo que sigue es conocido de sobra, Caín lleva a su hermano al lugar premeditado, le descerraja un golpe fulminante con una quijada y lo mata; y para justificar su crimen, le dice al Señor --que ha venido a pedirle cuentas--: “maté a abel porque no podía matarte a ti, pero en mi intención estás muerto”.
Se suscita así el primer diálogo agreste entre dios y caín, como los llama Saramago, así con minúscula, y entre mutuas recriminaciones sobre el verdadero culpable de la muerte de Abel, que por momentos asume tensos niveles de discusión teológica, nos vamos internando por el fascinante mundo de ficción veterotestamentaria que nos propone el novelista. Es así que en el capítulo 4 asistimos a la irrupción exuberante y sensual de Lilith, señora y ama de la tierra de nod, adonde llega Caín buscando pan y trabajo, agua y sosiego. Con ella se quedará por algún tiempo, pues luego tiene que partir para cumplir con su destino, no sin antes haber engendrado a su primer hijo, Enoc, a quien conocerá varios años después.
Recorriendo los caminos se hallará con el instante preciso en que Abraham lleva a su hijo Isaac hacia el sacrificio exigido por el Señor, pero en el justo momento de la ejecución, será la mano de Caín quien salvará la vida de Isaac, y no la de un ángel como dice la Biblia, pues el mensajero celestial tuvo un contratiempo al habérsele averiado un ala. La discusión subsiguiente que se produce entre Caín y Abraham, o mejor la recriminación que hace Caín al obligado y fallido filicida, remata en una tronante frase que intercala el narrador: “Lo lógico, lo natural, lo simplemente humano hubiera sido que abraham mandara al señor a la mierda, pero no fue así”.
El capítulo 6 se cierra con una patética comprobación: “La historia de los hombres es la historia de sus desencuentros con dios, ni él nos entiende a nosotros ni nosotros lo entendemos a él”. Luego, ya en el siguiente capítulo Caín vuelve a encontrarse con Abraham, pero en un tiempo anterior a los sucesos del sacrificio de Isaac. Sin embargo, lo verdaderamente interesante de este tramo de la lectura es cuando el Señor destruye con fuego y azufre las ciudades de Sodoma y Gomorra, no obstante que, según el planteamiento de Caín, había inocentes en Sodoma y en las otras ciudades que fueron castigadas: los niños. Este solo argumento le sirve a Caín para desbaratar la presunta racionalidad del procedimiento divino.
En el capítulo 8 Caín se halla en medio del desierto del Sinaí, donde una multitud inquieta aguarda a Moisés, quien hace 40 días y 40 noches que se fue a hablar con el Señor. La desilusión y el desenfreno a los que se entrega el pueblo elegido, los hará merecedores de la cólera de Moisés y del Señor, pues en medio de la espera, se ha entregado a la idolatría más perversa, erigiendo a Baal como su nuevo dios.
Es constante a lo largo de la novela, la reflexión a la que se entrega Caín, comparando su crimen con tantos otros que observa y que terminan en la más perfecta impunidad. Dice, por ejemplo, en la página 112: “Yo no hice nada más que matar a un hermano y el señor me castigó, quiero ver quién va a castigar ahora al señor por estas muertes”. Se está refiriendo al exterminio que ordena el Señor para quienes han buscado su reemplazo en un ídolo. Aquí el narrador se permite una glosa concluyente: “Está visto que la guerra es un negocio de primer orden…a este señor habrá que llamarle algún día dios de los ejércitos, no le veo otra utilidad”.
En el capítulo 9 vemos a nuestro héroe --¿o antihéroe?--, integrando las filas del ejército de Josué, merced a un acuerdo con un albéitar. Estamos en Jericó y Caín va en busca de la célebre prostituta Rahab, por quien luego perdería el interés al enterarse que había sido la cómplice de dos espías de Josué, es decir que Caín, será todo lo homicida que quieran, pero no tolera la traición. Enseguida Caín se reencuentra con Lilith y conoce a su hijo, Enoc, que ya tenía 10 años de edad. Es aquí cuando Lilith pronuncia una frase memorable, dirigiéndose a Caín: “ven a darme noticia de tu cuerpo”, después que él le ha narrado las peripecias de su vida durante los años de la ausencia.
Posteriormente, Caín ha vuelto a partir y se encuentra en la tierra de Uz, donde consigue trabajo de mensajero en la casa de Job, legendario personaje bíblico sobre el que se abaten las pruebas más durísimas que criatura humana pueda soportar, y que a su vez un ser divino pueda concebir. Un pensamiento compartido nos desliza el narrador: “si el señor no se fía de las personas que creen en él, no veo por qué esas personas tienen que fiarse del señor”. El pacto entre dios y el diablo para probar a Job, Caín lo encuentra inaceptable, lo cual más bien le lleva a una monstruosa comprobación, la de que Satán es “el encargado de llevar a cabo los trabajos sucios que dios no puede firmar con su nombre”.
Al final de esta historia, Caín se aparece en circunstancias que se construía el Arca de Noé, contemplando los reprobables actos que cometen las hijas del patriarca, y luego también su hijo. Consigue hacerse un lugar en la nave salvadora, en medio de centenares o tal vez miles de parejas de animales de todas las especies, siéndosele asignado un papel que cumple con denuedo, abnegación y placer: ser la semilla de la nueva humanidad que el Señor ha prometido a Noé y su familia. En medio del diluvio, Caín cumple bravía y diligentemente su misión, mientras va eliminando uno a uno a la familia escogida. Primero será Cam, le seguirá Jafet, luego la mujer de Noé --con quien tendrá un breve escarceo amoroso--, enseguida Sem y su mujer, la viuda de Jafet y, finalmente, el propio Noé, a quien invita a un suicidio decoroso y digno.
La novela termina en una discusión en la que se enfrascan Caín y Dios, lanzándose mutuas acusaciones en un diálogo que arroja chispas y que va disipándose porque ya no se les oye, pero en la que siguen y seguirán sumidos. Entonces el narrador nos dice, directa y llanamente, que “la historia ha acabado, no habrá nada más que contar”. Y yo diré también que mi recensión ha terminado, y que sólo le queda a mi lector, leer. Leer la estupenda novela que Saramago ha escrito y que nos ha regalado a nosotros, sus agradecidos lectores.
Lima, 13 de noviembre de 2009.

1 comentario:

  1. Tiene razón, es una gran novela de este lauredao y afamado escritor; sobre todo lúcido, pues no se traga cuentos y trata dilucidar las dudas que todos tenemos... Ysobre todo hace un cuestionamiento bien fundamentado al "castigo" que fue condenado el pobre e inocente Caín.
    Y por último "dios no es de fiar".

    ResponderEliminar