El libro Historia de la corrupción en el Perú
(IEP. Lima, 2013), del historiador Alfonso W. Quiroz, constituye uno de esos
casos de publicaciones ante las que no cabe aplicar otro término que el de
indispensables, tanto para el conocimiento como para la concientización sobre
uno de los problemas más agudos que enfrentan las sociedades contemporáneas.
Indudablemente que el problema no es nuevo, pues, como lo señala el autor, su existencia
se remonta a los mismos orígenes de la construcción de los sistemas políticos
de nuestra era, que ha acompañado, como una presencia nefasta y sombría, el
derrotero vital de las colectividades que, como el Perú, apenas promedian dos
siglos como repúblicas.
El estudio comprende desde los primeros
indicios de corrupción en la administración colonial, hasta la caída del último
régimen del siglo XX, enlodado en la viscosa sustancia de su descomposición
moral y política. Recorre más de doscientos años rastreando minuciosamente los
casos más notables de manejos turbios del poder, describiendo la maquinaria
viciosa que hizo posible que virreyes y presidentes, así como autoridades
ligadas directamente al gobierno de turno, se enriquecieran a costa de los
bienes de la nación que deberían haber beneficiado a la población entera.
Señala ciclos de corrupción a lo largo del
periodo estudiado, cuyas consecuencias negativas frustraron el desarrollo
económico, la democracia y la sociedad civil. A instancias de la corruptela o
abuso ilegal, del cohecho o soborno y del prevaricato o perversión de la
justicia, se edificó en el Perú una estructura cuyas fuentes o modos se pueden
sintetizar en: i) las ganancias y el botín ilegales del patronazgo realizado
por virreyes, caudillos, presidentes y dictadores; ii) las corruptelas de los
militares ligadas a los contratos de adquisición de armas y equipos; y iii) el
manejo irregular de la deuda pública externa e interna en beneficio de unos
cuantos.
Abona sus asertos con numerosos ejemplos
extraídos de la historia del país, documentados con fuentes fidedignas y
presentando casos concretos de ese accionar bastardo que desfigura al poder
político, envilece al hombre y deshonra el alma de una nación. Allí está, verbi gratia, el asunto de Meiggs y los
ferrocarriles en el siglo XIX, que logró adjudicarse las obras de construcción
gracias a los sobornos y prebendas que entregaba al poder. La conclusión del
autor es por demás incontestable: “Este patrón de emplear medios corruptos para
conseguir poder político a cualquier costo, incluyendo los subsidios de parte
de intereses extranjeros, se convirtió en una larga tradición en la política
peruana”.
Tradición en la que, al parecer, seguimos
atrapados como el león de la fábula, pues a cada esfuerzo que hacemos para
zafarnos, nos enredamos más en la trampa. El libro es, por ello, como la
radiografía moral de este país que hemos convenido en llamar República del Perú
desde que un puñado de criollos latinoamericanos, investidos con el glorioso
título de patriotas, arrancara estas comarcas del dominio colonial español. Un
dominio que simplemente cambió de manos, pero que siguió ejerciéndose de modo
despótico y excluyente sobre la inmensa masa de los desposeídos y marginados de
siempre.
Sean los problemas derivados de los
papeles de la deuda, durante los años inmediatamente posteriores a la
independencia; sean los asuntos que conciernen al caso de las consignaciones,
en momentos previos a la guerra con Chile; o sean situaciones relacionadas con el
ejercicio del poder estando en vigencia algún conflicto de orden político,
económico o bélico; en todos ellos la sombra siniestra de la corrupción ha
permeado los tejidos más íntimos del accionar público y privado de los
personajes comprometidos con el manejo de la cosa pública.
Para muestra, un botón: el nexo del Apra
con el narcotráfico parece ser de larga data, desde el caso de Eduardo
Balarezo, un traficante de narcóticos que suministró armas, municiones y fondos
al partido en los años 30 del siglo pasado, cuando el levantamiento de Trujillo
y el de los marineros del Callao, hasta Carlos Langberg, conocido traficante en
los 80 que estuvo relacionado con la cúpula partidista de Alfonso Ugarte a
través del financiamiento de la campaña presidencial de ese año.
La lectura del libro es una experiencia
desoladora en términos morales, al comprobar que la corrupción está enquistada
en el ADN de nuestra actividad política. Los sobornos y los tráficos de influencias
han sido una constante de nuestra historia. Una historia que está contada como
si fuera un relato que oscilara entre la novela negra y el género denominado
del realismo sucio.
Una comprobación inquietante: el golpe del
68 sirvió también, entre otras cosas, para encubrir la investigación sobre el
contrabando que realizaba el parlamento bajo la batuta del diputado aprista
Héctor Vargas Haya, quien luego de una larga militancia fiel y leal a los
postulados primigenios de su partido, renunció en medio de los escándalos y
turbideces que rodearon tanto al primero como al segundo gobierno de García.
La obra es, pues, un rigurosísimo trabajo
de años de investigación, de paciente labor de cotejo de fuentes y de
escudriñar los entresijos de la evolución política en más de doscientos años de
vida como sociedad. El autor ha recogido evidencias fundadas de lo que ha sido
–y sigue siendo– un mal endémico del Perú a lo largo de toda su historia.
Aunque esto también podría suscribirlo cualquier ciudadano de otro país que se
animara a echar un vistazo a lo acontecido en su propio territorio en los años
que lleva de existencia.