Tal vez la más vasta y ambiciosa empresa novelística
imaginada por el escritor piurano Miguel Gutiérrez, sea aquella que lleva por
título La violencia del tiempo, publicada en 1991 y que, curiosamente,
ha pasado casi desapercibida en el panorama general de nuestras letras
nacionales, a no ser algunos importantes estudios y menciones y especialistas
que percibieron desde el inicio la rotundidad de esa apuesta y la envergadura
de su realización.
Al modo de las antiguas sagas familiares, de esas historias
que rastrean los entresijos de varias generaciones de hombres y mujeres
emparentados por los poderosos lazos de la sangre, como Los Artomonov de Máximo
Gorki, o Los Buddenbruck de Thomas Mann, por citar sólo algunos, la novela de
Gutiérrez escarba en la suya, mejor dicho, en la de los Villar, a través de
cuatro generaciones, avecindados en el mítico pueblo de Congará, que tiene
mucho del Macondo garciamarquiano y del Comala rulfiano.
La narración inicia con un largo monólogo de uno de los
narradores, quien increpa a su hermano Santos por haberlo sacado del corazón de
su padre Cruz Villar, el hijo del fundador de la estirpe, Miguel Villar, un
soldado español llegado al norte del Perú para perpetuar su especie con la
india Sacramento Chira. Otra voz, la del último descendiente y protagonista
central de la historia, Martín Villar, evoca la figura y agonía de su abuelo,
Santos Villar. Dos hermanas, Trinidad y Lucero Dioses, son las madres de los
numerosos hijos de Cruz Villar, cada uno muy distinto del otro, abarcando entre
todos, una gama variopinta de caracteres y personalidades tan disímiles que
convocan el interés y la curiosidad del joven Martín.
La agonía y muerte de Santos Villar Dioses, asistido por el
padre Azcárate, tenía como telón de fondo la parranda de los Coyuscos, mientras
las plañideras hacías su trabajo y la tía Primorosa encantaba con sus
divertidos y dementes relatos, confundiendo en una sola persona al padre, al
hermano Santos, al otro hermano Inocencio y al hombre blanco que la compró, don
Odar Benalcázar León y Seminario.
Otros personajes se van sumando a la trama, como la
enigmática Deyanira Urribarri Osejo, mezcla de musa y amor platónico de Martín;
o la ciega Gertrudis, esposa de Santos, temible por sus artes ocultos
emparentados con la hechicería; o el ciego Orejuela, “el verdadero bardo de la
tierra piurana”, narrador oral y oráculo de las venturas y desventuras de los
habitantes del pueblo; o Isidoro Villar, el temido bandolero de la región,
pesadilla y castigo de los poderosos y oveja negra del clan de los Villar.
Martín Villar está en la Universidad Católica, en medio de
los hijos de la más rancia oligarquía limeña, jóvenes de pomposos apellidos y
cargados de prejuicios. Los profesores, de filiación ideológica nazi-fascista,
como el doctor Ventura Candamo de la Romaña y Sancho-Dávila. Escribe una
monografía sobre los Benalcázar León y Seminario para su curso de Preseminario
de Historia del Perú. Luego, otra monografía, con el título de Verdadera de la
caída y destrucción del Antiguo Perú, que su amigo J.L. somete a un riguroso y
rijoso examen en páginas de exaltada discusión histórica. Hay un diálogo
extenso entre ambos sobre los escritos de primero. Hablaron de la conquista y
sus interesantes personajes: Pizarro, Almagro, Atahualpa, Felipillo, Martinillo
y otros.
Visita la casa de los Villar en Congará, ahora habitada por
don Asunción Juáres. Luego, buscando las raíces de su estirpe india, llega
donde Juan Evangelista Chanduví Mechato, quien le relata en detalle la
genealogía de Sacramento Chira. Con el brebaje que ha preparado don Asunción
Juáres, el cactus dorado, Martín contempla en una sucesión vertiginosa de
imágenes, los sucesos claves de la historia de los miembros de su estirpe.
Visiones de los suicidas, por ejemplo, y de los distintos tipos de suicidios.
En su época de estudiante de la Católica, Martín vive en una
habitación del antiguo barrio limeña de Matavilela, donde años antes se
ahorcara su querida tía Dioselina. Enseguida, acicateado por Deyanira
Urribarri, se dedica a investigar la figura de Bauman de Metz, un aventurero
que llegó a Piura enarbolando la bandera de la Comuna de París. Hay varias
cartas de este extranjero a diferentes personas, relatando los episodios donde
fue partícipe en el histórico levantamiento de los comuneros parisinos. Desbroza
también algunos elementos ideológicos de su formación política, desde Proudhon
hasta Marx, zanjando con Bakunin y otras posiciones radicales.
En otra escena, vemos a Primorosa huir con un artista de
circo, luego de haber aceptado a regañadientes su destino de concubina de Odar
Benalcázar. Fue su forma de vindicar ese sino ominoso de haber sido vendida por
su padre al terrateniente más poderoso de la región. Es, posiblemente, el hecho
neurálgico de la novela, la raíz de su epicentro que, según propia versión del
narrador, es el episodio de la humillación de Cruz Villar, el abuelo del padre
de Martín, es decir, su bisabuelo, a manos de Odar Benalcázar y sus huestes. El
blanco y sus lacayos se ensañan con el viejo Villar ante la vista de su mujer,
sus hijos y los indios del pueblo. Fue escarnecido, arrastrado con una soga al
cuello por la explanada de polvo de la Calle Real.
El otro caso es el del padre Jesús Azcárate, a quien dedica
toda la segunda parte del capítulo X. Llegado de la región vasca de España, su
extraña presencia en Congará sería motivo de sañudas controversias entre las
gentes de la región.
Las confesiones del doctor Augusto Gonzáles Urrutia al padre
de Martín Villar, aportan valiosos testimonios de un momento aciago de la
historia del país: la guerra con Chile. Siendo aún joven participó como
ayudante del doctor Pedro Rubín de Celis en la campaña del sur, viendo de cerca
la muerte de su amigo José Agustín Benalcázar luego de la batalla de Tarapacá,
y la del propio Rubín de Celis por una bala perdida en medio del jolgorio de
ese triunfo pírrico. Igualmente, en sus diarios menciona cómo el pueblo de
Congará fue abatido y arrasado por la peste.
Propiamente la novela es la historia de un agravio, el que
sufre Cruz Villar, el primer abuelo del narrador, y que está inscrito como un
estigma en la memoria entera de los Villar. Es por ello que la indagación de
Martín Villar se torna en una empresa existencial por desentrañar los orígenes
de su sangre y esa deriva entre siniestra y malhadada de muchos de sus
miembros.
Lima, 22 de mayo de
2025.
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