El último libro de ensayos que Mario Vargas Llosa dedica a
un autor contemporáneo es La mirada quieta (Alfaguara, 2022), consagrada
a un estudio completo de la obra del escritor español Benito Pérez Galdós. Con
motivo del centenario de la muerte del creador canario, conmemorada en el año
2020, se produjo un ardoroso debate entre los intelectuales, escritores y
periodistas españoles. Como cabeza de un bando estaba Antonio Muñoz Molina,
conspicuo defensor del legado del novelista; y en el otro, nada menos que
Javier Cercas, quien no ocultaba su disgusto con la prosa del autor de Fortunata
y Jacinta. La discusión se centraba sobre si Pérez Galdós había sido un
gran escritor o no.
Terció en la polémica el autor peruano-español, con un
artículo que publicó en el diario El País de España, y luego con este
libro lanzado dos años después donde demuestra con profusión de argumentos y
ejemplos el porqué se alineó desde el primer momento con el primero de los
bandos, lamentando que un autor que le parecía notable como Cercas pensara de
manera contraria. Sin embargo, luego de leer el presente volumen, encuentro no
pocos reparos del arequipeño para encumbrar a Pérez Galdós como un novelista a
la altura de los grandes demiurgos del siglo XIX europeo, como Balzac, Zola,
Dumas, Dickens, Tolstoi y Dostoievski, pero sobre todo de Flaubert, el más
admirado por Vargas Llosa.
El primer error o defecto que advierte el Premio Nobel al
comentar las novelas del español es que éste no distinguía el papel del
narrador en una ficción, enseñanza clave transmitida por Flaubert a todo aquel
que quisiera escribir ficciones. La confusión entre la voz del autor, la de los
personajes-narradores y la del narrador omnisciente es una constante en la obra
del autor canario. Creo que es el más importante reproche del libro. Y así como
analiza sus novelas, también lo hace con su teatro y con los Episodios
Nacionales, singular construcción de Pérez Galdós a caballo entre la
historia y la novela.
También le reprocha que se burle de las corridas de toros,
una tradición antiquísima de España. Sin embargo, me parece que lo hace desde
su punto de vista de taurófilo convicto, pues para mí ni la tradición ni la
supuesta elegancia, ni la alegría, el color y animación de estos espectáculos
justifican la cruel muerte de un animal, el sacrificio absurdo de un ser vivo
ante la mirada y algarabía de todos. Otro defecto en la prosa galdosiana es su
pasión por las “grandes palabras”, una retórica insulsa y grandilocuente que
llega hasta la caricatura.
Señala a Doña Perfecta (1876) como su primera gran
novela, y a la siguiente, Gloria (1877), como una de las peores. De Marianela
(1878) reconoce que es una de las más populares, que es una buena novela a
pesar de ciertos deslices hacia el “buenismo” en la caracterización de los
personajes. Luego vienen las novelas experimentales: La incógnita (1889)
y Realidad (1890), con la misma historia, pero contadas de manera
distinta, la primera, en forma de cartas; y la segunda, como un texto teatral.
Vargas Llosa las califica como “uno de los mejores éxitos… de su tarea
creativa”. Veamos qué dice de las demás novelas.
Torquemada en la hoguera (1889) es “una pequeña obra
maestra”, una “joya literaria”. Torquemada en la cruz (1894) es la
segunda novela dedicada a este personaje inspirado en el terrible inquisidor
Tomás de Torquemada, pero en calidad “queda por debajo de la primera, sobre
todo por la innecesaria intromisión moral del autor-narrador”. La tercera, Torquemada
en el purgatorio (1894), peca de “excesos retóricos” y es inferior a las
anteriores, una de sus más “desmadejadas historias”. La última, Torquemada y
San Pedro (1895), es tan mala como las previas, excepto la primera, que es
una obra maestra, como ya dijo.
Otra buena novela es La desheredada (1881). De El
amigo manso (1882) dice que es una buena novela, a pesar de algunos reparos
que le hace, como el ser el personaje algo inverosímil, estar recargada de
adjetivos y de “grandes palabras”. Entre 1883 y 1884, Galdós escribe tres
novelas de valor desigual: la primera es El doctor Centeno (1883), que
más que novela es una crónica o guía de Madrid; luego está Tormento
(1884), que es la mejor de las tres, otra historia romántica, típica de la
época; y La de Bringas (1884), una secuela de la anterior, pero menor.
Lo prohibido (1885) también es una novela menor, pero
bien construida, donde Galdós encuentra la clave del narrador-personaje. De Fortunata
y Jacinta (1887) afirma, coincidiendo con el público y la crítica, que es
su mejor novela y una de las mejores de la literatura española del siglo XIX,
el gran siglo de la novela europea. En cambio, Miau (1888) es una
“novelita menor”, mal estructurada y peor narrada, llena de los ripios en que
recae a veces Pérez Galdós. La siguiente novela, Ángel Guerra (1891) es
notable sólo por la precisa y suntuosa descripción de Toledo, la ciudad que fue
la primera capital de España. Hay una cosa que llama la atención de Vargas
Llosa, y es que Pérez Galdós no corregía sus novelas, o mejor dicho no tenía
segundas o terceras versiones, de ahí el desigual resultado.
Tristana (1892), por el contrario, es una de sus
mejores novelas, está muy bien escrita y la historia se sostiene. Nazarín
(1895) no recibe ningún juicio crítico del ensayista, aunque debemos colegir
que es positivo, por la manera con que la reseña. Tampoco Halma (1895)
es juzgada explícitamente, aunque por los argumentos que utiliza se puede
deducir que recibe una crítica adversa. Misericordia (1897) es otra
buena novela, comprometida socialmente, audaz y lograda, según el juicio del
analista. Mientras que El abuelo (1897) es una novela poco lograda, que
no funciona debido, sobre todo, a su estructura teatral y a sus excesos
retóricos.
Casandra (1905), es otra novela fallida, por la
profusión de personajes inverosímiles y por las escenas sobreactuadas, pues
también aquí vuelve a usar la estructura teatral. Igualmente, El caballero
encantado (1909) es una historia sin pies ni cabeza, al parecer escrita a
vuelapluma, por un Pérez Galdós ya casi ciego y a quien le iba mejor en el
teatro.
Y precisamente en la segunda parte del libro se ocupa de la
producción dramática del autor, empezando por Realidad (1892), que es el
primer estreno teatral de Pérez Galdós, con gran éxito adaptando una de sus
novelas fallidas. Luego viene La loca de la casa (1893), una obra, dice
Vargas Llosa, con más fallas que aciertos, debido a su fatigosa extensión y a
la abundancia increíble de personajes. Por el contrario, Gerona (1893),
adaptación teatral de una novela del autor, está muy bien hecha, aunque no
tuviera mucho éxito ante el público. Luego, La de San Quintín (1894), es una
obrita menor, que pasó sin pena ni gloria y donde son visibles, otra vez, las
“grandes palabras”.
Así también Los condenados (1894) es una obra que no
tiene salvación, por lo enredada y grandilocuente. Enseguida, Voluntad (1895),
está muy bien concebida y se deja ver con agrado. Doña Perfecta (1896)
es un arreglo teatral de la novela homónima, siendo esta última mucho más
crítica con la realidad social de España. De La fiera (1896) dice que no
vale gran cosa y que es una “obrita menor”. Pero con Electra (1901)
Pérez Galdós acertó, tuvo gran reconocimiento y mereció el éxito que logró. Sin
embargo, Alma y vida (1902), es una de las peores obras que escribió
Pérez Galdós, falta de autenticidad y enrevesada.
Otra obra comprometida socialmente es Mariucha
(1903), aunque un poco larga y necesitada de algunos ajustes. Mejor suerte
corrió El abuelo (1905), pues tuvo más aceptación de público y de
crítica. Mientras que Bárbara (1905) es una tragicomedia que comienza
bien y termina mal, con deficiencias en la escritura, algo larga y enredada. No
tuvo éxito de público. Amor y ciencia (1905) es la siguiente comedia,
que tiene demás el cuarto acto, pues constituye otra historia. Pedro Nimio (1908)
es la primera incursión en el humor del autor español, con resultados muy
aceptables. Casandra (1910), al revés, es un intento fracasado más de
fundir el teatro y la novela. En este caso particular, el texto teatral
funciona mejor que la novela. Zaragoza (1908), drama lírico que trata
del heroico levantamiento del pueblo aragonés contra la invasión napoleónica,
recibe un juicio positivo.
Continúa Celia en los infiernos (1913), una comedia
en cuatro actos, entretenida y amena con una heroína de personaje central, que
es Celia, quien pretende solucionar con una fórmula irreal los problemas
sociales de España. Otra es Alceste (1914), una tragicomedia en tres
actos, muy bien lograda, a pesar de la distancia que tal vez el espectador
siente frente al mundo mítico de los dioses griegos. Sigue Sor Simona
(1915), un drama en tres actos, con un personaje inquietante entre el cielo y
la tierra. Enseguida La razón de la sinrazón (1915), una fábula teatral
que nunca fue montada, motivo por el que el comentarista no la reseña. Y El
tacaño Salomón (1916), una comedia amena y divertida, expone una idea
constante en Galdós: que la caridad cristiana es capaz de superar la pobreza de
España.
Santa Juana de Castilla (1918), tragicomedia en tres
actos sobre esta figura histórica de la realeza europea, madre de Carlos V. Fue
tildada de “loca” por la casi totalidad de la historiografía, pero tratada con
gran indulgencia por Galdós. Antón Caballero (1921), obra póstuma que el
autor no logró terminar, es una comedia en tres actos refundida por Serafín y
Joaquín Álvarez Quintero.
Finaliza con los Episodios Nacionales, conjunto de
novelas basadas en la historia de España, cuarenta y seis relatos de desigual
calidad literaria, como casi es la comprobación que hacemos al terminar de
evaluar toda la producción de Benito Pérez Galdós gracias a la pluma de Mario
Vargas Llosa, quien, a pesar de ello, da su voto a favor para considerar al
autor español como un gran escritor. Una obra abundante e irregular, como casi
es la de todos los creadores en todos los terrenos del arte.
Lima, 7 de febrero
de 2025.
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