domingo, 26 de octubre de 2025

Viaje al centro del mundo

 

En la cosmovisión de los habitantes del antiguo Perú, cuando los incas dominaban los cuatro lados del mundo, la capital de aquel imperio constituía el centro, razón por la que se refirieron a él como “el ombligo del mundo”, que es al parecer lo que significa la palabra “qosqo”, que en la lengua general o runa simi tiene precisamente ese significado. El término se expresa en castellano como “Cuzco”, según el Inca Garcilaso de la Vega, notable exponente de la cultura mestiza, y según también la explicación que ha dado el profesor Rodolfo Cerrón Palomino, gran estudioso y experto en lenguas andinas del Perú. Sin embargo, ahora se ha impuesto la denominación “Cusco”, lo que ha generado todo un debate en los medios académicos como en los no académicos, discusión que no será materia de este artículo. Particularmente yo me quedo con el uso que le diera el autor de los Comentario Reales.

La nave ha despegado pasados unos minutos de las seis de la mañana, cruzando pronto los prodigiosos Andes sobre una plataforma constante de nubes de las formas más variadas, con algunos velos de niebla en algunos tramos del vuelo. Transcurridos cuarenta minutos los tripulantes nos anuncian que estamos próximos al aterrizaje. A una hora exacta de viaje, el avión sobrevuela la mítica ciudad, desfilando por las ventanillas una ristra de casitas sobre el fondo verde de las montañas, enseguida pisa suelo cuzqueño y nos aprestamos para el descenso. Ya estamos caminando por los pasadizos del aeropuerto Alejandro Velasco Astete. Una vez resueltos los trámites aeroportuarios, enrumbamos al departamento que será nuestra morada por los siguientes nueve días.

La primera mañana de nuestra llegada está nublada, con las calles aún mojadas, signo de que llovió la noche anterior, como nos lo confirma el taxista que, muy amable, nos conduce al apartamento. Luego de dejar los equipajes y de instalarnos en la que será nuestra efímera residencia, salimos a comprar el pan, el café y la leche para el desayuno. El resto del día lo tenemos para un recorrido por el centro histórico. Lo primero que noto de la ciudad es su relieve irregular, que hace que las calles y avenidas se eleven o bajen según el terreno. Calles que a veces son empedradas, en declive y angostas. Tampoco el trazo es regular, pues a partir de la Plaza Mayor, que está más bien en un rincón del espacio urbano, las calles toman rumbos caprichosos, formando como un dédalo curioso de vericuetos que se internan a su antojo por diversos lados. La razón es que, al ser fundada por los españoles, lo hicieron sobre los restos de lo que fue una llaqta inca, con un diseño urbanístico y un estilo arquitectónico totalmente diferentes del que traían los conquistadores. Eso explica también la cantidad de construcciones hispanas sobre las piedras enigmáticas de la antigua ciudad, la asombrosa mixtura de muros donde conviven dos materiales distintos: la piedra y el adobe o el ladrillo, lo que da esa fisonomía única al Cuzco.

El segundo día correspondió una visita al templo del Qoricancha, la famosa edificación del inca Pachacútec, una fastuosa construcción con los muros dorados sobre la que los españoles levantaron la iglesia de Santo Domingo. Alberga el recinto estancias diversas que exhiben objetos religiosos, pinturas de la escuela cuzqueña, artesanía general y las estructuras de lo que fue alguna vez el imponente palacio del gobernante inca. Luego de un merecido almuerzo en el mercado de San Pedro, casi al frente de la iglesia del mismo nombre, el siguiente destino del día fue el afamado barrio de San Blas, otro laberinto de callecitas empinadas atiborradas de tienditas de comercio de todo tipo, que parten de una plazoleta y reptan hacia las alturas. Las escaleras trepan la colina hasta dar con un mirador desde se contempla el Cuzco en toda su extensión, a esa hora ya iluminada por una miríada de lucecitas que refulgen y titilan en el fondo obscuro de la noche.

La tercera jornada constituyó toda una maratónica serie de visitas que comenzó en Sacsayhuamán, pasó por Qenqo, continuó por Pukapukara y terminó en Tambomachay. Las ciclópeas moles que conformaban una fortaleza domina en el primero de ellos. En el segundo, galerías pétreas forman caprichosos pasadizos que se internan en medio de túneles y fosos misteriosos. El tercero funcionó como un centro administrativo de la zona y el cuarto es un increíble sistema de acueductos y canales que poseen un sagrado significado de culto al agua.

El cuarto día estaba reservado para el encuentro con la joya mayor: el Santuario Histórico de Machu Picchu, la soberbia llaqta inca enclavada en una montaña. Pero antes, una vuelta por otra impresionante edificación prehispánica: Ollantaytambo, un lugar de descanso para el soberano que aún conserva sus imponentes terrazas y, como siempre en el Cuzco, las enormes rocas de granito y caliza que los incas acarrearon desde las canteras situadas pasando el río Urubamba o Willka Mayu, como lo conocían los moradores de aquellos tiempos. En cuanto a Machu Picchu, sin duda que es la más formidable muestra del genio y el talento de los arquitectos y constructores de aquella época dorada en que el imperio nacido de estas legendarias tierras lograba su apogeo como civilización. El ferrocarril discurre en paralelo al río Urubamba, que en una hora nos deja en el distrito, donde un bus nos espera para llevarnos a conocer la maravilla a través de una carretera que serpentea la montaña. El grupo es un conjunto de escalinatas, terrazas, recintos, plazoletas, galerías y patios dotados de un profundo simbolismo cosmogónico, engastados en medio de gigantescos apus que los antiguos peruanos catalogaban como deidades tutelares. De regreso, recalamos en Machu Picchu Pueblo, un antiguo poblado de casitas apretujadas en la estrecha quebrada, donde esperamos el tren que nos llevaría otra vez a Ollantaytambo y de allí de vuelta al Cuzco.

La visita a la casa del Inca Garcilaso de la Vega fue una experiencia incontrastable del quinto día. En el local ahora funciona el Museo Regional del Cuzco, con diversas salas que exhiben pintura, artesanía y objetos religiosos. Saber que allí pasó sus años de infancia y primera juventud el hijo del capitán español y de la ñusta inca, me llenó de una emoción incomparable. Más tarde estuvimos en el barrio de San Cristóbal, desde donde baja una callecita muy colorida y vistosa bautizada de los Siete borreguitos, por una leyenda que proviene de la colonia. Además de un muy nutrido comercio, sus muros exhiben macetas pintorescas y faroles que le dan ese atractivo especial.

En el sexto día correspondió realizar el recorrido por el valle sagrado de los incas. La primera parada fue Chinchero, distrito de la provincia vecina de Urubamba, un simpático pueblito de artesanos que posee igualmente importantes restos de construcciones incaicas e inclusive preincaicas. Luego siguió Moray, un bello grupo de terrazas circulares asociado a investigaciones agrícolas. Enseguida recalamos en las salineras de Maras, un sistema natural de renombre donde se cristalizan bloques de sal por acción del sol. Su origen lo envuelve la leyenda de los hermanos Ayar, pues según se dice Ayar Cachi al ser encerrado en una cueva cercana, lloró amargamente su suerte, y que sus lágrimas formaron el río que discurre por las faldas de la quebrada formando los pozos que luego, al secarse, quedaban como bloques de sal. Concluyó la jornada con una visita a Písac, una serie de terrazas escalonadas que causan impresión por su perfección en el dominio de la técnica para aprovechar las colinas como terrenos cultivables.

Al día siguiente, séptimo de nuestra estadía, visitamos tres museos: el del Qoricancha, el de Arte Nativo y el de Arte Contemporáneo. Una excelente ocasión para apreciar el talento, la creatividad y el ímpetu de los artistas peruanos de distintas épocas, demostración de una continuidad en el tiempo de un afán indestructible del ser humano por seguir plasmando la belleza a pesar de las vicisitudes más adversas de la existencia. Allí estaban desde los quipus y cerámica inca, pasando por las fotografías del célebre Martín Chambi, hasta las pinturas de los actuales artistas cuzqueños y los exquisitos mates burilados de un maestro arequipeño.

En el último día de una magnífica semana conociendo el Cuzco, los caminos nos llevaron a Andahuaylillas y a Piquillacta. El primero es un distrito de la provincia de Canchis, donde se halla una de las joyas de la arquitectura barroca andina: la iglesia de San Pedro Apóstol de Andahuaylillas, fundada en el siglo XVI por los jesuitas y conocida como la Capilla Sixtina de América, por la riqueza de sus expresiones artísticas que exornan el interior, una fastuosa exhibición de arte religioso revestido en pan de oro. Y el segundo es un parque arqueológico que conserva los restos de un asentamiento preinca, probablemente huari. Su vasta extensión está formada por muros de piedra, pasadizos, escaleras y galerías que dan cuenta de una llaqta más antigua que la conformación del imperio del Tahuantinsuyo.

Por las calles del Cuzco desfila un gentío heterogéneo, gente de la más variada procedencia, donde se escuchan diversas lenguas cuando uno pasea por la ciudad. Se diría que es una urbe cosmopolita, donde he visto a cada paso más ciudadanos extranjeros que en cualquier otra ciudad del Perú, incluida la capital Lima.

Ha llegado el momento del retorno, con un sentimiento donde se mezclan el regocijo y la nostalgia, por los intensos instantes vividos en tantos lugares mágicos e históricos, y por la despedida inminente de una ciudad que posee un magnetismo singular para cautivar el espíritu de cualquier viajero.

Una anécdota final. Esperando en el aeropuerto la hora del embarque, veo acercarse a una madre con su hija pequeña, la niña se desprende de la mano que la conduce y se encamina hacia mí, me tiende la mano y yo vacilo, no sé si viene a pedirme o entregarme algo, al fin le tiendo la mía y nos fundimos en un apretón de manos. La madre se acerca y me explica que la niña se ha acercado a saludarme porque le ha dicho que yo me parezco a Albert Einstein. Sonrío brevemente, y cuando ambas se alejan, prorrumpimos en sonoras carcajadas mi hijo y yo en los pasadizos concurridos del terminal aéreo.

 


Cuzco, 1 de marzo de 2025.

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