jueves, 31 de diciembre de 2020

2020: Annus horribilis

     El año que se acaba siempre es un pretexto para realizar un balance de nuestras vidas, de aquello que hicimos o dejamos de hacer a lo largo de estos 365 días que han transcurrido de modo vertiginoso y extraordinario para todos quienes habitamos este planeta. La llegada, como siempre inesperada, de una situación de emergencia sanitaria, que ha puesto nuevamente al mundo de rodillas, nos ha obligado a replantear algunos principios o postulados que dábamos por descontados en el ritmo ordinario de nuestras existencias. Y a pesar de que una fecha no es sino un signo convencional que el ser humano ha inventado para encasillar el tiempo, un símbolo que nos da la sensación de un final y de un comienzo a la vez, un ritual que cíclicamente repetimos como una forma de reinventarnos, sabemos perfectamente que el río heraclitano es un continuo fluir sin diques ni exclusas, que el transcurrir cósmico no sabe de fronteras ni límites, y que el tiempo no puede dejarse atrapar en compartimentos estancos que podemos utilizar a nuestro antojo.

    Sin embargo, nos agrada que una porción de ese tiempo ilimitado e infinito lo podamos cercenar y encapsular en una burbuja que llamamos pasado, con el optimista fin de que al separarlo de nuestro presente, o dejarlo atrás en un momento determinado, tengamos la posibilidad de construir otra vez el camino de nuestras vidas, o reconstruir aquello que resultó un intento fallido, ya sea por razones propias o por causas externas que nos sobrevienen en este azar interminable que es el  signo esencial de la existencia humana. Y es en ese sentido que al finalizar este extraño e increíble año 2020, que para muchos es sencillamente el peor año de sus vidas, lo menos que podemos desear es que el siguiente sea no sólo diferente, sino mejor en todos los sentidos. La sensación que compartimos casi todos es que este año la muerte ha sido una presencia constante de cada día, una imagen que llevamos grabada por los múltiples casos que hemos visto en el mundo entero a raíz de la pandemia, una realidad palpable por los familiares y amigos que han perdido la vida contaminados por la peste, y sumado a ello la cantidad de figuras del mundo del arte, el pensamiento, el deporte, la política que han sucumbido por lo mismo o por diversos otros motivos.

    Pero para que el año próximo sea mejor es indispensable que nosotros también seamos mejores, y eso es precisamente aquello que no vemos en la mayoría de los seres humanos y la forma cómo afrontan una realidad tan dramática como ésta. Pareciera que muchos ya se han dado por vencidos, o que sencillamente les importa muy poco o nada el destino común de la sociedad, pues de cada uno de nosotros depende justamente el triunfo o la derrota en una batalla que libramos en provecho de todos. La indiferencia, el cansancio, la negligencia, la ignorancia, son las armas que el virus utiliza para asestarnos su ataque mortal, y son las armas que paradójicamente nosotros mismos hemos entregado al enemigo. La llegada del fin de año y las festividades que lo acompañan, han dado lugar a que mucha gente se olvide de la realidad que nos aqueja y ha salido a las calles, los centros comerciales y los centros de diversión y esparcimiento en general como si viviéramos en una situación ordinaria, tal como años anteriores. Es increíble la actitud de esas personas, es incomprensible la necedad que guía su conducta, incapaces de experimentar un mínimo sentimiento de empatía y solidaridad frente a la tragedia que nos rodea.

    Es por ello que no necesariamente el nuevo año acarreará automáticamente una situación diferente, pues el tiempo no se deja maniatar en porciones de días que acumulamos y luego tiramos. No podemos ser ilusos y pensar que al trasponer el umbral de la medianoche del 31 de diciembre ya estaremos instalados en otro mundo. Esta realidad no se va, y no se irá mientras la irresponsabilidad de tantos nos resta fuerzas para vencer a uno de los más grandes desafíos de los últimos tiempos. Nuestro deber es seguir imbatibles resistiendo un ataque que no es ningún juego. Además, no sabemos qué otras amenazas nos aguardan en la oscuridad de un futuro que por ahora vislumbramos sombrío.   

    Suele decirse que la filosofía no es sino una larga meditatio mortis, al ser el problema de la muerte uno de los temas más cruciales del pensar filosófico, un asunto que ha planteado muchas interrogantes y pocas respuestas, numerosos misterios y enigmas que la humanidad no ha podido sondear a cabalidad. Hay quien pensaba justamente, como Schopenhauer, que la muerte después de todo no es la desgracia más grande que puede experimentar el hombre, pues al ser la vida un constante vaivén entre el dolor y el aburrimiento, el fin de la misma debería ser visto como una liberación, y que la inexistencia es preferible a la existencia. Morir sería como despertar de un sueño poblado de horrendas pesadillas para reintegrarnos al cálido seno de la naturaleza.

    Por todo ello el deseo más ferviente que puedo abrigar para el siguiente periodo de tiempo, al que llamaremos 2021, es que tengamos no felicidad, como es la aspiración abstracta de todos, sino una tranquilidad de ánimo que es en verdad el bien más preciado de la vida. También en eso poseía gran clarividencia y tanta verdad el «Buda de Frankfurt».  

 

Lima, 31 de diciembre de 2020. 


domingo, 20 de diciembre de 2020

Gamonalismo y servidumbre

 

    He visto por segunda vez La Revolución y la Tierra, el extraordinario documental estrenado en el 2019 y dirigido por Gonzalo Benavente Secco, sobre la controvertida y polémica reforma agraria implementada por el gobierno del general Juan Velasco Alvarado en 1969, decretando el fin de la feudalidad en el Perú. Utilizando un valioso material audiovisual, fotográfico y fílmico, donde vemos imágenes inéditas de la época, fragmentos decisivos de películas de Federico García, Francisco Lombardi, Inés Ascuez, Jorge Durand y otros cineastas peruanos, así como fotografías de Martín Chambi, nos presenta una visión de parte de un acontecimiento que significó un cambio radical sobre las condiciones laborales y personales de miles de campesinos del país.

    Para abordar el tema recoge los testimonios de numerosos especialistas y también protagonistas del hecho, quienes van arrojando luces sobre el mismo a través de breves análisis donde presentan diversos ángulos y perspectivas de una medida que fue y sigue siendo discutida después de medio siglo a propósito de recientes sucesos relacionados con los trabajadores de la agro-exportación en los valles de Ica. Se trata evidentemente del irresuelto problema agrario, inscrito en aquel de mayor calado relacionado al problema de la tierra. Ya José Carlos Mariátegui, el brillante ensayista peruano del siglo XX, había planteado el asunto en su verdadera dimensión, cuando lo define de la siguiente manera: «El problema agrario se presenta, ante todo, como el problema de la liquidación de la feudalidad en el Perú»; y cuando hablamos aquí de feudalidad estamos hablando del gamonalismo, esa anomalía supérstite que permitió tantos abusos y maltratos a los indios del Perú, mantenido durante buena parte del siglo XX por gobiernos de diverso tipo, sean surgidos de las urnas o mediante la vía de las armas.

    Más allá de los logros o resultados de la reforma agraria, que puede dar lugar a puntos de vista encontrados, pues como está claro no pudo ser completada y quedó trunca, hay un aspecto fundamental que no se puede soslayar, y es el hecho de haber acabado con el oprobioso régimen de servidumbre, de haberle dado al campesino un lugar que hasta ese momento jamás ocupó en la historia oficial del Perú, un objetivo de trascendencia moral que terminó para siempre con esa inicua imagen del indio inclinándose para que el patrón subiera por sus manos al caballo. Humillaciones como éstas se permitieron hasta después de ciento cincuenta años de proclamada la independencia, que por cierto para ese sector de la población peruana no significó absolutamente nada, pues en muchos sentidos empeoraron sus condiciones de vida.

    Además, como dice Antonio Zapata, una reforma agraria no se puede hacer en seis años, pues ella necesita un tiempo mucho más prolongado para asentarse y cuajar, es todo un proceso que requiere la continuación y el compromiso de una verdadera política de Estado que debe ser completada por sucesivos gobiernos democráticos. La afirmación de Hugo Neira de que si no se llevaba a cabo la reforma agraria, el triunfo de Sendero Luminoso era inminente, puede ser discutible, pero no deja de plantear interrogantes e hipótesis sobre lo que habría ocurrido en el Perú sin ese experimento revolucionario. Y que lo hubiese realizado un gobierno militar, aun con la denominación de Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, también nos enfrenta a la frustración permanente de que ningún gobierno, ni civil ni militar como señalé líneas arriba, haya acometido una tarea imprescindible para el desarrollo del país. Aquellos gobiernos que se llamaban democráticos, capitaneados por partidos que decían adscribir al credo liberal, representantes de la pequeña burguesía, no fueron coherentes con su doctrina al mantener intacta una estructura socio-económica propia del feudalismo.

    Si bien el documental presenta sobre todo un enfoque sobre la reforma agraria, con la sola excepción de una persona que discrepa abiertamente con la misma, los argumentos de los entrevistados resultan convincentes sobre las razones para una medida de esa naturaleza, pues era evidente que una realidad como la que atravesaban los indios con respecto a la tenencia de la tierra, sometidos a un trato vejatorio y claramente violatorio de los derechos humanos, no podía mantenerse por más tiempo sin que ello acarreara serias consecuencias, como las que se vio en la década del 80 cuando insurge Sendero Luminoso y desata la violencia terrorista a partir de una concepción dogmática y ortodoxa del marxismo-leninismo, con métodos que el pueblo recusaba y que combatió frontalmente a pesar de que ello le costó ser víctima de la venganza de los subversivos, quedando entre dos fuegos y sufriendo los terribles embates de una guerra desigual que desangró el país dolorosamente.

    Ciertos sectores se han levantado en la sociedad exigiendo su prohibición, o sencillamente intentando sabotear su exhibición en varias salas de la capital, lo que ha tenido indudablemente un paradójico efecto contrario, pues con mayor curiosidad los ciudadanos se han aproximado a saber lo que presentaba en sus imágenes. Otros, más tozudos aún, recayeron en el manido recurso de la descalificación a través del facilista terruqueo, el típico lugar común de los bandos conservadores y ultraconservadores, para quienes todo aquello que no cuadra con su particular forma de mirar el mundo, cae inmediatamente en el tópico vagaroso y simplista de asociarlo al comunismo, verdadero cuco que cual fantasma todavía recorre la obtusa imaginación de algunos cerebros retrógrados y antediluvianos. Sus miembros provienen generalmente de los grupos privilegiados que ostentaron el poder de la tierra durante ciento cincuenta años, y que ahora lo siguen haciendo por otros medios más modernos. Es decir, son los dueños del Perú de los que hablaba ya Carlos Malpica en el siglo pasado, apellidos de familias muy conocidas que se repiten en todos los puestos de mando de los poderes públicos, la banca, la industria, el comercio y toda actividad económica que decide finalmente el rumbo de nuestro país.

    Es bueno que cada uno vea el documental y juzgue por sí mismo, sin anteojeras ideológicas ni prejuicios de ningún tipo, ateniéndose exclusivamente a los hechos que Benavente presenta de una manera contundente y real. Quizá sea una manera de entender una vez más cuál es la realidad del Perú y por qué tantos exigen cambios profundos en sus estructuras económico-sociales, no sólo legales o jurídicas a través de una nueva Constitución, cambios que deben orientarse a la construcción de un país más justo e igualitario, sin privilegios de ningún tipo, menos aún si ellos provienen del dinero que determina la posición económica y social de dominio en una sociedad.

 

Lima, 14 de diciembre de 2020.


 

domingo, 6 de diciembre de 2020

Barbarie y civilización

     A raíz de los últimos acontecimientos vividos por nuestro país en relación a las manifestaciones y protestas por el golpe de Estado producido desde el Congreso declarando inconstitucionalmente la vacancia de la presidencia de la República, y la represión consiguiente que dejó como saldo bochornoso la muerte de dos jóvenes, decenas de heridos, muchos de ellos graves y la desaparición de otros tantos que fueron siendo liberados por la presión de los medios de comunicación y por la opinión pública a través de las redes sociales, tuve la oportunidad de ver dos documentales sobre similares sucesos acaecidos en Bagua en el año 2009, durante el segundo gobierno de Alan García, que ocasionaron más de 30 muertos, numerosos heridos y un mayor de la policía desaparecido.

    Se trata de When Two Words Collide (‘Cuando chocan dos mundos’) dirigido por Heidi Brandenburgo y Matthew Orzel, estrenado en enero del 2016 en el Festival de Sundance y también  en la plataforma de streaming Netflix. El otro es La espera, dirigido por Fernando Vílchez, igualmente del 2016 y que no tuvo la acogida en los medios televisivos peruanos, tampoco en las salas regulares, ejerciendo quizás una suerte de veto sibilino a una realidad que ciertos sectores de la sociedad quisieran ocultar. Finalmente fue el diario La República el que pudo distribuir la cinta en formato DVD con su edición correspondiente, así como ser proyectado por otros espacios no oficiales cercanos a las universidades y organizaciones de la sociedad civil interesados en preservar la memoria como forma de mantener una mirada crítica ante los inveterados abusos del poder.

    En ambos se puede apreciar la terrible dicotomía que ha caracterizado a nuestra república desde su fundación, visión que describiera magistralmente Domingo Faustino Sarmiento en el siglo XIX, sólo que esta vez trastocada e invertida, porque los términos que alguna vez encarnaron los pueblos originarios y la civilización occidental, respectivamente, se han diluido en matices semánticos de dudosa interpretación. El orgulloso Occidente, expresión acabada de la cultura  europea y su proyección en el mundo, con todos sus aportes y valores, creyó firmemente ser el portaestandarte de aquello que no sin ostentación ha llamado la civilización –que James Joyce trocó, en perfecta carambola irónica, en ‘sífilización’–, mientras que endilgó a los pueblos que conquistaba y sometía la humillante condición de barbarie, que aquellos pretendían ‘corregir’ a través de sus paternalistas políticas de evangelización, o sencillamente a través de la violenta imposición de sus formas y estilos de vida.

    Por un lado están las comunidades wampis y awajún de la Amazonía, poseedoras ancestrales de sus tierras, es más, según la cosmovisión amazónica, pertenecientes a ellas, en comunión armónica y respetuosa, generalmente ignorada por la mirada occidental. Para el habitante de aquella selva virgen, la tierra es sagrada, depositaria de sus antepasados, residencia de sus dioses y escenario de una existencia que no puede ser profanada por la avidez material mercantilista que sólo busca el lucro y la ganancia a como dé lugar. Una codicia que ha llevado a la destrucción de un hábitat natural en desmedro no sólo de la flora y fauna, o de las comunidades nativas, sino del medioambiente, en una época signada por la gran alarma ante el cambio climático y sus desastrosas consecuencias.

    Por el otro está el gobierno, representante de las clases dominantes, elegido el 2006 después de una campaña demagógica y mentirosa, donde el candidato García dirigía ampulosos discursos en las zonas aledañas prometiendo defender esas tierras de los perversos intereses del gran capital, según decía. Retórica electorera e interesada. En fin, pura palabrería, hueca y fanfarrona, pues cuando ya estuvo instalado en Palacio de Gobierno, firmó al año siguiente, en medio de una pomposa parafernalia protocolar, el TLC con el gobierno estadounidense de George Bush, que significó la carta blanca oficial para el libre acceso de las empresas petroleras internacionales a la explotación de las tierras selváticas que la visión empresarial y conquistadora habían lotizado convenientemente para ese fin. Vulnerando el Convenio 169 de la OIT sobre la consulta previa a los pueblos indígenas, el gobierno de García otorgó en concesión precisamente las tierras de la zona norte de la selva peruana a la exacción de las empresas petroleras y mineras extranjeras. Desconociendo los estudios de impacto ambiental, ajenos por ceguera voluntaria a la enorme riqueza en biodiversidad de la zona, movidos únicamente por el afán de lucro, ocasionaron la reacción justa de la población que se opuso en todo momento a tamaño abuso gubernamental. Produce desazón contemplar extensas zonas de selva anegadas por el petróleo derramado, así como cientos de hectáreas devastadas por la tala ilegal e indiscriminada.

    Teniendo como escenario la tristemente célebre Curva del Diablo, la tragedia se precipitó el 5 de junio de ese año por la incursión violenta de las fuerzas del orden que, con el afán de desalojar a los pobladores que se levantaron en pie de lucha para defender sus tierras, atacaron con helicópteros disparando a mansalva desde el aire a una masa que se dispersaba por la carretera luego de 57 días de bloqueo. El acuerdo parcial logrado por el líder indígena Alberto Pizango con el régimen los indujo a regresar a sus comunidades, pero más pesó el deseo de escarmiento de ciertas autoridades, como lo dijo claramente el informe de la comisión investigadora del Congreso. El Primer Ministro Yehude Simon, el ministro de Defensa Ántero Flores Aráoz, la ministra del Interior Mercedes Cabanillas y la de Comercio Exterior y Turismo Mercedes Aráoz, estuvieron directamente involucrados en el conflicto y su deriva sangrienta. Resulta patético e indignante a la vez oír las declaraciones de estos personajes, demostrando su tremenda indolencia y profundo desconocimiento del problema, asumiendo posiciones maniqueas y falaces que sólo buscan descalificar a los pobladores amazónicos, tan peruanos como ellos, y que gozan por tanto de los mismos derechos y de las mismas prerrogativas como integrantes del Estado peruano.   

    Mientras que los dirigentes indígenas Santiago Manuin y Alberto Pizango fueron criminalizados por los hechos, no teniendo ninguna responsabilidad en el mismo, los exministros caminan orondos cubiertos bajo el manto protector de la impunidad. Pizango tuvo que asilarse en la embajada de Nicaragua, obteniendo el salvoconducto necesario que lo condujo al país centroamericano donde estuvo un año, lejos de los suyos, bajo la amenaza de la persecución del gobierno de García y con el pensamiento y el corazón clavados en su tierra. A su regreso, inmediatamente fue puesto a disposición del Poder Judicial por las denuncias en su contra, siendo posteriormente dejado en libertad merced a una medida cautelar interpuesta por su abogado. Santiago Manuin fue absuelto de todos los cargos recién en el año 2016. Sobre Pizango todavía pende un juicio absolutamente injusto y que no hace sino encubrir a los verdaderos culpables del «Baguazo», como bautizó la prensa al luctuoso hecho.

    Está pues en entredicho quiénes representan realmente aquellas categorías conceptuales forjadas para clasificar los supuestos avances o retrocesos en el desarrollo de los pueblos. Desde la malhadada perspectiva del presidente García, que no tuvo el empacho de escribir un artículo en un diario de la capital, calificando la actitud digna de los pueblos amazónicos como correspondiente a una política de ‘perro del hortelano’, hablando de ciudadanos de segunda categoría en alusión a los mismos y calificándolos de bárbaros; hasta una cabal comprensión del fenómeno que sitúa en su real dimensión quiénes son los bárbaros, es decir, quiénes son los que asumen posiciones regresivas en materia de desarrollo sostenible y conservación de la naturaleza, abogando por la explotación de los recursos naturales en nombre de un capitalismo salvaje, depredador y genocida, que apuesta por los combustibles fósiles en una era que ya va comprendiendo que por ese camino sólo nos espera la extinción de la flora y fauna, la destrucción de la Amazonía como pulmón de la humanidad y el final exterminio de la misma vida humana de la faz de la tierra.   

    Dos documentales valiosos, imparciales, cautivantes, que dan cabida a todas las partes en conflicto, mostrando los acontecimientos sin posturas moralizantes ni pretensiones de denuncia. Con imágenes ágiles, propios del tratamiento periodístico, enfoques precisos y tomas que nunca mostró la gran prensa, como por ejemplo la huida de Pizango por los tejados de las casas vecinas cuando la policía llegaba para capturarlo, en el primero de ellos. Cada espectador sacará sus propias conclusiones, reflexionará desde su particular punto de vista, extraerá una lección de una faceta dolorosa del Perú a través de una realidad que parece ser el sino del devenir de nuestro azaroso proceso histórico.

 

Lima, 05 de diciembre de 2020.

 

domingo, 29 de noviembre de 2020

El segundo violín

     Se ha recordado este 28 de noviembre último el bicentenario del nacimiento de Friedrich Engels, el indiscutido ideólogo y líder de los movimientos obreros del mundo, compañero inseparable de Karl Marx y creador con éste de una de las filosofías políticas más polémicas y subversivas de nuestra era: el comunismo científico. Había nacido en el seno de una familia acomodada de la ciudad de Barmen, en la Renania prusiana, en 1920, donde su padre era un importante empresario textil. Fue educado con el fin de continuar las actividades familiares, pero el joven Friedrich ya manifestaba muy tempranamente un particular espíritu de rebeldía ante las injusticias que observaba en el medio, siguiendo sus estudios en forma paralela al trabajo asignado por vía paterna. Colaboraba en diversos medios de su ciudad con artículos donde era clara su orientación hacia una crítica del sistema económico imperante, el capitalismo naciente que se encargaría de estudiar y enjuiciar en sus escritos posteriores. Pronto se alineó con los jóvenes hegelianos de izquierda, discípulos del gran tótem de la filosofía europea de entonces, Hegel, que sin embargo le sirvió para encauzar una doctrina que, valiéndose de la dialéctica, interpreta cabalmente el sentido de la historia.  

    Su trashumante periplo europeo, luego de haber estado en Mánchester, lo lleva por diversos países como Francia, Suiza, Bélgica, y Alemania otra vez. Precisamente en la afamada ciudad industrial inglesa, adonde llega para hacerse cargo de los negocios de su padre, tiene ocasión de conocer la médula del capitalismo incipiente, dándose la paradójica situación de trabajar en la mañana en las cómodas oficinas del centro fabril, y en las tardes visitar las humildes y precarias casas de los obreros en los suburbios de la ciudad. Allí es donde afianza su conocimiento práctico de sus estudios teóricos de economía política que ya había empezado. Luego de este acercamiento directo a la realidad clamorosa de los trabajadores, en un verdadero trabajo de campo, conversando con ellos, observando sus condiciones de vida y recogiendo testimonios sobre sus necesidades y dificultades, es que escribe ese primer libro fundamental de su producción como es La situación de la clase obrera en Inglaterra, que sale a la luz en 1845. En este libro figura un diagnóstico tan lúcido como éste: «La única diferencia en comparación con la antigua esclavitud abierta es que el trabajador de hoy parece libre porque no es vendido de una vez por todas, sino poco a poco, por día, semana, año, y porque ningún dueño lo vende a otro, sino que se ve obligado a venderse a sí mismo».

    En uno de esos constantes viajes por las ciudades europeas tendría lugar en 1842 su encuentro histórico con Marx, ese otro gran pensador del socialismo, de quien se convertiría, luego de algunos pequeños desencuentros iniciales, en el mejor amigo y compañero de ruta en pos de los objetivos de la clase obrera en el mundo. Marx atravesaba, como en casi todo el resto de su vida, importantes apuros económicos, con una familia a la que mantener y con una actividad periodística que también era blanco de la persecución y la censura de las autoridades alemanas. Engels sería a partir de ese momento también su mejor ayuda, el hombre que prácticamente sostuvo materialmente al amigo en dificultades. Su sólida posición económica, la doble actividad que le permitía obtener los recursos suficientes para financiar su labor intelectual y política, la compartió solidariamente con la persona que él intuyó certeramente sería el portavoz ideológico de los sectores más explotados y humildes de la sociedad. Y a pesar de que su aporte en ese sentido igualmente fue valioso para erigir el corpus del pensamiento comunista, Engels siempre se consideró el según violín de Marx, otorgándole a éste la primacía en cuanto a su creación y dirección.

    Juntos escribirían precisamente ese texto que es probablemente el escrito más incendiario de la historia de las ideas, el Manifiesto del Partico Comunista de 1848, que cuando salió publicado no tuvo la repercusión que uno se pueda imaginar, en medio de la insurrección de la Comuna de París y otros levantamientos campesinos y obreros en Francia y Alemania. Pero transcurrido el tiempo, su potencial efecto disolvente y revolucionario haría estragos en el mundo entero, remeciendo las estructuras de las sociedades capitalistas desde sus cimientos con esa frase inflamable y trepidante que cierra el manifiesto: «¡Proletarios de todos los países, uníos!». Es increíble cómo una publicación de apenas treinta páginas pudo haber significado tanto en la historia de la humanidad, con un poder teórico conceptual equivalente a varios tomos de filosofía política, como lo señaló Lenin. Es autor asimismo Engels de obras fundamentales como Dialéctica de la Naturaleza, el Antidühring, El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado y Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, libros que cimentarían la comprensión cabal de una ideología que ha jugado un rol protagónico en el siglo XX, controvertida y perseguida por muchos, estigmatizada y dogmatizada por algunos, desconocida realmente e ignorada por la mayoría.

    Otro libro donde el papel de Engels sería igualmente capital en la bibliografía marxista es justamente Das Kapital, probablemente el volumen señero de la colaboración de ambos pensadores, la obra cumbre del pensamiento comunista, escrita al alimón. Marx, a su muerte en 1883, deja el primer tomo concluido y el segundo y tercero inconclusos. Entonces Engels asume la tarea de revisarlos y editarlos, saliendo a luz en 1885 y 1894 respectivamente. La obra es el compendio de toda una vida dedicada al escrutinio de un fenómeno económico de enormes repercusiones en la vida política y social de nuestros pueblos, origen de grandes adelantos tecnológicos y materiales, pero también de inconcebibles injusticias y clamorosas desigualdades en el mundo. En fin, lo cierto es que el legado de Engels, secundando brillantemente a Marx, seguirá latente mientras no se haya edificado en este planeta una sociedad justa y equitativa, mientras no se hayan erradicado la explotación, el hambre y la pobreza en la que malviven millones de seres humanos en la faz de la tierra.

 

Lima, 29 de noviembre de 2020.

 

lunes, 16 de noviembre de 2020

El Perú al pie del orbe

     La farsa terminó en tragedia. Hay dos peruanos muertos, más de un centenar de heridos y algunos desaparecidos como producto de la criminal represión policial de las jornadas de protesta del sábado en las calles del país. Hay dos familias sumidas en el dolor por la actuación salvaje de las fuerzas del orden. Todos los peruanos estamos de duelo llorando por el asesinato alevoso de un par de jóvenes valientes –Inti Sotelo Camargo y Jack Bryan Pintado Sánchez–  que acaban de ser sacrificados en el altar de la patria. ¿No podían prever todo esto los 105 irresponsables que votaron por declarar la vacancia presidencial el lunes pasado? ¿Era necesario este baño de sangre provocada por ese centenar de insensatos que arrastraron al país al precipicio? ¿O van a salir ahora con las leguleyadas de siempre, con la cantaleta, que repiten como guacamayos amaestrados ciertos personajes cuyos nombres no quiero recordar, de decir que por razones de control constitucional y en el marco de la lucha contra la corrupción el presidente Vizcarra no merecía ocupar el cargo y que debía ser vacado –verbo que no me resulta muy simpático por cierto– de la Presidencia de la República? Eso no lo cree absolutamente nadie con un mínimo de sentido común. Si ese era el objetivo, por qué blindaron y siguen blindando a integrantes de sus propias bancadas, muy  seriamente cuestionados, algunos enjuiciados por delitos de corrupción. Eso demuestra la desconexión increíble de una clase política con el sentir profundo de una población totalmente decepcionada de sus representantes que terminan traicionando la voluntad popular.

    Los culpables de ambas muertes no pueden quedar en la impunidad, de inmediato el Ministerio Público debe estar iniciando el proceso correspondiente para tramitar la acusación respectiva contra los responsables de esta tragedia. Desde el presidente usurpador, que sigue escondido en la más absoluta soledad del poder, pasando por quien decidió secundar el golpe de Estado en el cargo de jefe del gabinete, el otro señor que también se prestó a la astracanada en el puesto de ministro del Interior, los oficiales jefes de los comandos operativos, hasta los efectivos que dispararon a matar utilizando perdigones, canicas y balas directamente al cuerpo de los manifestantes. Los fiscales deben ser muy minuciosos para identificar a esos asesinos, que se han agazapado tras los uniformes que les brinda el Estado, para ejecutar extrajudicialmente a dos compatriotas de la forma más inmisericorde bajo el principio dudoso de la obediencia debida. Tienen las manos manchadas de sangre los señores Merino, Flórez-Aráoz, Rodríguez y sus lugartenientes en los mandos policiales que actuaron bajo sus órdenes.

    Por otro lado, es maravilloso comprobar cómo el pueblo, ejerciendo su rol de poder constituyente, actuando como el auténtico soberano en un sistema democrático, ha logrado expectorar al usurpador del poder. Pero también es necesario señalar la penosa actuación de un grupúsculo de individuos, periodistas algunos de ellos, que tuvieron un comportamiento miserable frente a la iniciativa de los miles de jóvenes que espontáneamente expresaron su rechazo a lo sucedido, como es el caso del señor, aunque no sé si le alcance el término, Humberto Ortiz, quien desde su programa de televisión tuvo la desfachatez de subestimar las marchas de toda la semana comentando el día jueves, en el tonito burlón e irónico que lo caracteriza, que después del partido de fútbol, que el seleccionado peruano jugaba el día viernes frente a su similar chileno, todos se olvidarían de dichas marchas y que él no vio sino fogatas esporádicas durante los días anteriores y, lo que es más canalla, que no estaría mal que se consiguieran un “muertito” para ello. Es increíble cómo, de ser un referente del periodismo en los años 90, se ha convertido ahora en la encarnación más carca del conservadurismo ramplón, precozmente instalado en el camino de Flórez-Aráoz, d’Alessio, Fernández Chacón y otros seres antediluvianos. Otros dos de la misma calaña son Rafael Rey y José Barba, cobijados en esa guarida llamada Willax, cuyos comentarios tóxicos contaminan los medios desfigurando la realidad y tergiversando los hechos a su antojo, además de haberse estancado en el más rancio machismo que celebran ellos mismos como si de una hazaña intelectual se tratara. O como la inefable congresista fujimorista Martha Chávez, que igualmente tuvo el descaro mayúsculo de sugerir que quienes organizaban las marchas pertenecían a Sendero Luminoso y al MRTA, y que durante las sesiones del pleno para la elección de la nueva junta directiva del Congreso, exhibió nuevamente toda su grosería y malcriadez interrumpiendo constantemente con su conocido discurso destemplado y demencial. O como el caso también lamentable del otro congresista fujimorista Carlos Mesía, quien declaró muy orondo y soberbio que no se arrepiente de nada, que se reafirma en su decisión del lunes pasado, demostrando con ello su nula capacidad de autocrítica y por tanto cerrándose a toda posible actitud de un mea culpa. La misma postura fue expresada por el congresista del Frente Amplio Enrique Fernández Chacón, exponente de una terquedad senil francamente deplorable. Por lo menos, ya tenemos cinco, de muchísimos más por supuesto, que la gente tendrá que sepultar para siempre en el basurero de la historia.

    Como padre, no puedo sentirme más orgulloso por el protagonismo central que tuvieron los jóvenes en estas jornadas apoteósicas, bautizados con mucha precisión Generación del Bicentenario por la socióloga Noelia Chávez, conglomerado idealista y heroico al que pertenecen también mi hija y mi hijo, que fueron parte del glorioso contingente que desde el primer día estuvieron en el campo de batalla por la recuperación de la decencia, la democracia y la honra nacional pisoteadas. Es la juventud que muchas veces fue minimizada y ninguneada por los adultos, que creían que sus mentes e intereses sólo estaban capturadas por la tecnología y divagaban por las redes sociales, pero que ahora nos han demostrado su consciencia cívica  invicta frente a lo que sucede en su país, atentos también a la realidad social y política del que forman parte, y vigilantes a la actuación de las autoridades cuando pretenden imponer decisiones abusivas y contrarias a la ley, a la ética y a la dignidad del ser humano.

    La mesa directiva elegida hoy en el Congreso, después de fatigosas negociaciones entre las bancadas desde la noche del domingo de la renuncia del golpista, puede significar un primer respiro para lo que se viene ahora como un reto enorme de un gobierno de transición con tareas muy específicas, que deberá poner manos a la obra de inmediato para tratar de restañar en lo que fuera posible las heridas profundas dejadas en el alma nacional por ese intento irracional de quienes nunca pensaron en el país, sino exclusivamente en sus propios y mezquinos intereses. El congresista Francisco Sagasti, quien tiene en sus manos la conducción de esta transición democrática en los próximos meses, es un hombre cauto, ponderado y que inspira confianza, características que pueden llevarlo a ejercer el mismo papel que cumplió Valentín Paniagua hace exactamente veinte años atrás, cuando el Perú vivió un momento crucial al desmoronarse el régimen putrefacto del fujimorismo que fue el verdadero culpable de toda esta crisis moral y política que vivimos hasta ahora.

    Sin embargo, estaremos alertas y vigilantes, con los ojos puestos en los próximos pasos que se vaya a dar en el Poder Ejecutivo, en el Poder Legislativo y en todas las instancias de la administración pública, para que ya no puedan cometerse los mismos errores que precipitaron este ominoso paréntesis de nuestra historia reciente, momentos que nos hicieron exclamar como en los versos memorables de César Vallejo: Perú, aparta de mí este cáliz, porque sentíamos que la historia nos acercaba otra vez el brebaje más amargo de nuestras vidas.

 

Lima, 16 de noviembre de 2020.     



sábado, 14 de noviembre de 2020

Bajo el oprobio

     La multitudinaria y contundente marcha de protesta del 12 de noviembre en el Perú marca un hito fundamental en la lucha por la defensa del Estado de Derecho, por la democracia arrebatada y por la dignidad de una ciudadanía que ha asumido con gran coraje la respuesta indignada de una nación, porque estamos viviendo horas funestas bajo un régimen que ha conculcado desde su siniestra inauguración todo vestigio de decencia y decoro al encaramarse en el poder de una manera burda y  trapacera. Fiel al estilo de piratas y corsarios de otros tiempos, han asaltado la nave del Estado y pretenden conducir al país al abismo, zozobrando en ese vil intento a una población entera que no reconoce, ni puede reconocer jamás, a estos bandidos de baja estofa que se han instalado a sus anchas con la mayor desvergüenza en dos poderes del Estado, amenazando con ir por más, como lo han demostrado a las pocas horas de su grotesca ceremonia de juramentación, a través de sus cómplices que han aceptado integrar sin el menor escrúpulo el llamado «gabinete», que no es sino una cúpula teratológica de individuos ávidos de poder, salidos de sus cavernas esperando una oportunidad como ésta acceder adonde jamás podrían haber  llegado por el camino democrático.

    Miles de peruanos y peruanas, sobre todo jóvenes, han hecho sentir su voz de protesta ante el mundo, desplazándose por las calles de las principales ciudades del país, como Chiclayo, Trujillo, Cusco, Ayacucho, Arequipa y muchas más, enfrentándose a una de las más brutales represiones policiales de los últimos tiempos, donde se han usado gases lacrimógenos, perdigones, balas y hasta gas pimienta, contraviniendo los marcos internacionales del manejo policial en este tipo de eventos, mientras el personaje que funge de “ministro del interior” mentía descaradamente en un canal de televisión aseverando que la policía no había usado ninguno de esos elementos. En simultáneo, en el mismo canal se presentaba la evidencia del actuar abusivo y desproporcionado de las fuerzas del orden ante jóvenes transeúntes que inocentemente caminaban por las inmediaciones del lugar de los hechos.

    El personaje designado por quien se hace llamar «presidente de la república» para ocupar el puesto de su compinche mayor es nada menos que un sujeto responsable del asesinato de 34 compatriotas nuestros en las jornadas de lucha de Bagua en el año 2009, oportunista al acecho para figurar en cualquier gobierno de ocasión, además de racista consumado que alguna tuvo la desdicha de tildar de llamas y vicuñas al electorado nacional. Y para abonar más este precioso prontuario, representante de los sectores ultramontanos y neofascistas del país, miembro de una orden medieval y anacrónica caracterizada por su ideología ultraconservadora y fanática. La prensa lo llamó en su momento “Gato gordo” por su apariencia de felino trasnochado y goloso, presto a la caza de su alimento preferido, es decir que debe de estar de plácemes por los roedores que ahora lo acompañan en los escondrijos de la casa que alguna vez fue el escenario de la degollina del conquistador, como lo ha recordado a propósito el periodista César Hildebrandt.

    Por su parte, el periodista y politólogo peruano Alberto Vergara, profesor principal de la Universidad del Pacífico y reconocido analista de los medios de prensa extranjeros, ha publicado un artículo en el diario The New York Times titulado «La democracia peruana agoniza», donde con gran lucidez y precisión describe la realidad peruana calificando lo sucedido esta semana como el asalto al Estado por quienes representan la política del carterista. Asimismo, el mencionado periodista César Hildebrandt, quizás el más brillante del medio, publica una carta abierta al señor Merino, es decir al usurpador, en el semanario que dirige. Le recuerda al susodicho una cantidad considerable de personajes de nuestra historia que alguna vez ocuparon el sillón de Pizarro por breve tiempo, pero que jamás aparecen en los libros de historia, y mucho menos son recordados por nadie en el Perú, sombras chinescas que se desvanecieron para siempre en la más absoluta irrelevancia, destino al parecer de quien ha querido jugar a la política no estando calificado ni siquiera tal vez para administrar un establo.

    Escribo esto sobre todo para quienes me conocen de algún momento de mi vida, compañeros de clase en la escuela primaria y secundaria, alumnos de diversos centros de enseñanza, tanto de nivel secundaria como superior, amigos que he conocido en las pocas ocasiones que he tenido de hacer lo que se llama vida social, y que a raíz de estos comentarios míos han expresado puntos de vista discordantes, estando en su derecho por supuesto, pero carentes de fundamento, faltos de consistencia, desconociendo clamorosamente en qué consiste la marcha política de un Estado, además de huérfanos de empatía para con la inmensa mayoría de hombres y mujeres de nuestro país que no pueden aceptar la vileza cometida con la patria, más allá de los nombres de quienes han ocupado la presidencia de la República, más allá de los políticos, a quienes no defiendo ni tengo por qué defender, puesto que ellos solos tendrán que afrontar los juicios que sean y los castigos que se merezcan. Siento mucho que sea así, pero me gustaría recomendarles, dicho esto con el máximo respeto, que se formen y lean más, no basta con tener un título y creer así que se está calificado para opinar sobre todo, o que por el simple hecho de ser usuario de las redes sociales uno está capacitado para proferir conceptos erráticos o balbuceos gramaticales.

    Pero lo más sorprendente es que no logre entenderse lo que está pasando en la realidad, con discursos evasivos y carentes de sintonía con el sentir de una ciudadanía que ha dado la alerta ante el mundo entero de aquello que realmente está sucediendo aquí. Los organismos internacionales, las organizaciones de derechos humanos, diversos gobiernos y personalidades del mundo de la cultura y las artes, han expresado su preocupación por la forma cómo se ha actuado desde el Congreso y ahora por la manera criminal con que el régimen de facto reacciona ante las expresiones de repudio de esa ciudadanía que sabe perfectamente que las personas que se han sumado al conglomerado mafioso no los representan, que jamás habrían sido elegidas, repito, por la vía democrática para implementar medidas retrógradas y antihistóricas como las que a todas luces se preparan a poner en práctica, una generación decrépita y caduca no sólo por la edad biológica de sus integrantes, sino por sus ideas –una especie de gerontocracia mental–  ajenas a la apertura fresca de una juventud que espera una conexión, aunque sea superficial, con sus aspiraciones. Este es el sentido profundo del mensaje que hace más de cien años lanzara el insigne anarquista don Manuel González Prada en su famoso discurso en el teatro Politeama, rematando con una frase que en estos momentos cobra una actualidad asombrosa: «Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra», lema que estas generaciones del siglo XXI –llamada ya con gran pertinencia por una socióloga la Generación del Bicentenario– muy bien tomarían como bandera de sus luchas por una sociedad más justa e igualitaria, por un mundo auténticamente civilizado donde no se hayan normalizado la corrupción, las pillerías, la política del carterismo como dice Vergara, los intereses facciosos medrando el poder al servicio de sus mezquinas ambiciones personales y de grupo.

    Un grupo importante de constitucionalistas también están de acuerdo en que se trata de una alevosa vulneración de la Carta Magna; los doctores Omar Cairo, Samuel Abad y César Landa y David Lobatón han explicado con lujo de detalles cómo se ha logrado declarar la vacancia de la presidencia merced a una interpretación mañosa del artículo 113 sobre la incapacidad moral, una figura jurídica del siglo XIX que en su origen se refería a la incapacidad mental, y que se ha mantenido con el tiempo sin aclararse cuál es el sentido recto de su disposición. Y si a esto agregamos aquello de “permanente”, le añadimos más confusión al asunto puesto que todos sabemos que en el terreno de la moral nos movemos en un ámbito totalmente subjetivo, y que si se aplicara como se ha hecho, la gran mayoría de congresista estarían incursos en la misma causal, debiendo también ser cuestionados y expectorados de sus cargos.

    Por último, estoy seguro de que ningún intelectual, artista o persona ligada al mundo de la cultura avala la felonía cometida. Susana Baca, valiosa exponente de la música peruana y latinoamericana, ha renunciado al cargo que ocupaba en una instancia gubernamental; Sonaly Tuesta, poeta y periodista conductora del programa «Costumbres» en el canal estatal, igualmente ha presentado su renuncia por las mismas razones, lo mismo ha tenido que hacer el queridísimo Ricardo Bedoya con su magnífico programa de cine «El placer de los ojos», porque más allá de las estrictas cuestiones jurídicas o legales aquí está en juego también el asunto supremo de la ética. Si esto no les dice nada a quienes se empeñan en seguir apoyando al usurpador y a sus felipillos, es que sencillamente no entendieron nada. Seguiremos en el combate con las armas de la pluma y del pensamiento hasta lograr la salida de los impostores del mando de la preciosa barca de la patria, hollada y deshonrada por unos rufianes sin nombre.

 Lima, 14 de noviembre de 2020.




 

miércoles, 11 de noviembre de 2020

El infierno tan temido

 

    El escenario más temido se ha materializado en nuestro país la noche de este lunes negro cuando la mayoría de congresistas votó por declarar vacante la presidencia de la República. Lo ha hecho de forma alevosa y absolutamente irresponsable, desoyendo el clamor mayoritario de la población que no avalaba una medida como ésta que lo único que hace es agravar la triple crisis que vive el Perú. De espaldas ante la ciudadanía, movida por el sólo afán de venganza y ansias de poder, ha defenestrado al presidente Vizcarra para colocar al presidente del Congreso, un personaje seriamente cuestionado por su alianza con sectores oscuros de las bancadas amigas que buscaron claramente durante todos estos meses deshacerse de una figura que les era molesta para imponer sus propios designios en diversos ámbitos de la actividad pública y que obedecen, en último término, a intereses subalternos que nada tienen que ver con las verdaderas necesidades de los peruanos.

    El plan de Antauro y sus secuaces ha funcionado a la perfección, dictando desde la cárcel la agenda del país y moviendo sus hilos aviesamente para que sus títeres del congreso le inflijan al país una estocada letal en medio de una situación compleja y que deja a la nación en la zozobra más terrible, presa de la incertidumbre, la desesperanza, la preocupación por un mañana que se torna más gris todavía sabiendo que quienes asumirán las funciones ejecutivas son los mismos que han saboteado sistemáticamente desde el parlamento todo atisbo de sensatez, mesura y espíritu de conciliación en todo este tiempo.

    El trumpismo en su peor versión se ha impuesto en nuestro país de forma desembozada y ruin, coludidos en una pandilla de mafiosos y facinerosos que jamás tuvieron la calidad moral para juzgar a nadie, arrogándose facultades para las cuales no estaban ni mínimamente calificados. El Perú ingresa con esta medida a una crisis profunda de la cual alguna vez responderán estos cuatreros de medio pelo que amparándose en un artículo constitucional de ambigua interpretación, han decidido saltar al abismo para que todos los ciudadanos de a pie paguemos sus consecuencias. ¿Alguien se imagina siquiera quiénes van a conformar ese gabinete de espectros? ¿Podremos avizorar lo que nos espera en los próximos ocho meses y medio en medio de esta colosal cuchipanda que desatarán desde el poder estos verdugos de la democracia?  

    Era sencillo esperar hasta el 28 de julio del próximo año para que todo quede en manos del Ministerio Público y del Poder Judicial y se continúe con el debido proceso de los cargos que enfrenta el señor Vizcarra. Mas ahora todo está en riesgo mayor: la política sanitaria para enfrentar la pandemia, las elecciones convocadas para abril del 2020, las políticas en materia educativa, la reforma universitaria, la reforma política y sobre todo la condición de varios congresistas involucrados en serios delitos, que paradójicamente han estado protegidos por los mismos que ahora se rasgan las vestiduras y tramitan expeditivamente una vacancia, al mismo tiempo que retienen durante meses el caso de Edgar Alarcón, uno de los cabecillas del golpe de Estado revestido de ropajes legales que han perpetrado estos “representantes” que en realidad no representan a nadie, a no ser que alguien odie al Perú de tal manera para que simpatice con la vileza cometida.

    El artículo 46 de la Constitución reconoce al pueblo el derecho a la insurgencia, estableciendo que nadie debe obediencia a un gobierno usurpador, norma que faculta a un gran levantamiento popular que exija la dimisión del régimen espurio que se ha instalado en Palacio de Gobierno. Las calles serán en los próximos días el escenario adecuado de una lucha sin cuartel para recuperar la democracia arrebatada y los valores cívicos pisoteados por una gavilla de traidores. De hecho, al conocerse la noticia, miles de personas salieron a las calles en diferentes ciudades del país para expresar su rechazo y repudio a la decisión de un congreso que ha demostrado no estar a la altura de las expectativas de la población. Los jóvenes pisan ahora las calles nuevamente alzando sus voces iracundas por el espectáculo nauseabundo de una caterva impresentable de forajidos que han perpetrado en unas pocas horas una barrabasada monumental arrasando con todo vestigio democrático. Y lo que reciben es una represión brutal de una dictadura inicua que desata todo su odio a la voz indignada del pueblo.

    Se ha roto el principio fundamental del Estado de Derecho al abolirse de facto la separación de poderes, merced al asalto mercenario del Poder Ejecutivo por quienes fungían de representantes del pueblo agazapados en el Poder Legislativo, instancia democrática que convirtieron en una pocilga en todo este tiempo que ocupan esos escaños inmerecidamente. Afirman que han actuado legalmente, cuando está claro que han vulnerado el espíritu de la Carta Magna valiéndose de una argucia extremadamente subjetiva y cuestionable como es la “incapacidad moral”. Pero menos aún poseen legitimidad, cuando es abrumador el rechazo del pueblo peruano que en un 80 por ciento está en desacuerdo con el golpe asestado la noche aciaga del lunes. Varios periodistas de la radio y la televisión empiezan a normalizar vergonzosamente la situación, hablando de una “transición democrática” donde ha habido sencillamente un golpe de Estado, una violación canalla a la honra nacional que alguna vez tendrá que castigarse.

    Por fin tiene respuesta la legendaria pregunta de Zavalita en Conversación en La Catedral, ahora sabemos con exactitud de relojero el momento preciso de su génesis. ¿En qué momento se jodió el Perú?, inquiría el personaje vargasllosiano, pues allí está el lunes 9 de noviembre del 2020 para engrosar el ominoso libro de los anales de la historia universal de la infamia. Zozobra e insurgencia había pensado en un principio para el título de este artículo, porque lo que viviremos durante el régimen de los impostores será eso, un estado permanente de lucha y resistencia a la embestida de la dictadura encaramada en Palacio de Pizarro, y la insurgencia en las calles y en las redes y en donde haga falta y por el tiempo que sea necesario para obligar a los usurpadores a recular y regresar a sus cubículos. Ninguna persona decente podrá sumarse jamás al gabinete hediondo que pretenden armar con sus ávidos hocicos que husmean en busca de alguna alimaña que se preste a sus propósitos. Nadie ha reconocido a Merino como presidente de la República, ningún país del mundo puede rebajarse al nivel de un país de opereta, estableciendo relaciones protocolares con una republiqueta bananera que es el hazmerreír internacional gracias a un puñado de asaltantes.  

 

Lima, 10 de noviembre de 2020.


 

domingo, 8 de noviembre de 2020

Tiempo de sanar

     A veces la historia se complace en jugar con nosotros a ese péndulo que nos lleva de un extremo a otro con la alegría inconsciente de no saber cuánto de ansiedad y sufrimiento deposita en toda una generación que vive los acontecimientos del mundo como si en ellos se jugara el porvenir de la especie humana. Lo asombroso y paradójico es que esa historia la hacemos precisamente nosotros, y que efectivamente en ella está cifrada el futuro que laboriosamente vamos construyendo día a día. Un futuro que sentimos cada vez ya es visible presente.

    Digo esto por los increíbles sucesos que estamos presenciando a lo largo de estos tiempos signados por cambios y vueltas de tuerca teniendo como terrible telón de fondo a una de las pestes más letales y perseverantes que ha azotado a la humanidad. Los hechos se remontan a octubre del año pasado cuando en Chile surgen los primeros actos de protesta encabezados por la juventud exigiendo cambios radicales al modelo que ha prevalecido desde la época de la dictadura y que en democracia no han podido ser revertidos debido, entre otras cosas, a la Constitución pinochetista que ha servido de camisa de fuerza para la construcción de una sociedad más justa e igualitaria, más libre y equitativa. Todo ello tuvo su primer punto de inflexión en la convocatoria que hizo el gobierno a un plebiscito para abril de este año, postergado por las razones que ya todos conocemos y que finalmente se ha realizado en octubre pasado con los resultados esperanzadores de una sólida mayoría del 78 por ciento de la ciudadanía votando por el cambio de su carta fundamental, tarea que será encargada a una convención constituyente ajena totalmente a la actual representación parlamentaria.

    El otro acontecimiento que removió la relativa estabilidad del continente fue el golpe de Estado promovido en noviembre del 2019 por la derecha en Bolivia, aduciendo fraude en las elecciones que sellaron el triunfo del MAS y el tercer mandato de Evo Morales. Tal vez el error mayúsculo del líder aimara haya sido presentarse para una reelección sucesiva, lo que en términos democráticos no es lo más aconsejable. Pero lo que vino después fue sencillamente inaceptable, con un sector de las fuerzas armadas avalando el gobierno ilegítimo de Jeanine Añez y una feroz persecución a quienes conformaron el gobierno progresista que llevó a situarse al país altiplánico entre uno de los de mayor crecimiento de la región, a contrapelo de quienes creen lo contrario obedeciendo simplemente a prejuicios ideológicos que les impide reconocer la incontrastable y terca realidad. Recuerdo que en aquella ocasión yo me encontraba en México, invitado para una serie de presentaciones en homenaje a los poetas Netzahualcóyotl y Sor Juana Inés de la Cruz, cuando repentinamente el domingo 10 los medios de comunicación anunciaban la llegada de Evo Morales procedente de La Paz, en el avión presidencial que ofreció el gobierno de AMLO, que sorteando todas las dificultades había arribado esa mañana a la capital. Hubo sin duda un revuelo entre los mexicanos, bromeando algunos amigos si no habíamos sido nosotros los que habíamos sido los responsables de esa visita. Bueno pues, después de un año el pueblo boliviano ha vuelto a ratificar su voluntad de otorgarle nuevamente el poder al partido de Evo Morales, eligiendo a Luis Arce, eficiente ministro de economía del gobierno de éste, como presidente de la República para el siguiente período.

    Y en tercer lugar están las elecciones estadounidenses, las más dramáticas y decisivas de los últimos tiempos, que después de cuatro días se va definiendo claramente por el triunfo del candidato demócrata Joe Biden y de su vicepresidenta Kamala Harris, la primera mujer negra e hija de inmigrantes que accede a la Casa Blanca en un país asaeteado por el racismo y la xenofobia, atizados en los cuatro últimos años por quien será recordado como el presidente más estrafalario y burdo de esa nación, indigno del país de Washington, Franklin, Jefferson y Lincoln.

    Hasta ahora nos resulta increíble, como si de una novela distópica se tratara, que los estadounidenses hayan podido elegir el 2016 a un matón, narcisista, sociópata, sexista, machista, racista, xenófobo y otras perlas, como presidente de la primera potencia económica del planeta. Quizás la explicación sólo puede caber en una palabra: venganza. Venganza de una población harta de su clase política que apostó por un advenedizo, por un bufón mediático, sólo por el gusto de arrebatarles el poder a quienes poco o nada habían hecho para satisfacer sus necesidades más apremiantes. Pero fue también una decisión que actuó como un bumerang, dañando profundamente el alma del país, dividiéndolo más que nunca e infligiéndole una herida que demorará largos años en restañar el próximo mandatario y luego el que venga. No sé si abrigar grandes esperanzas en el presidente electo, pero el objetivo conseguido de expulsar de la Casa Blanca al sujeto en cuestión ya es un magnífico logro, no sólo para los estadounidenses, sino para todo el mundo civilizado.

    Y en el entreacto qué tenemos: un niño berrinchudo y malcriado que se niega a aceptar los hechos, un negacionista de marca mayor escenificando una pataleta descomunal y amenazando con impugnar los votos que él considera fraudulentos e ilegítimos, evidentemente sin pruebas, sólo porque es incapaz de reconocer la realidad, porque vive en su propio mundo, esa realidad paralela donde rige su sacrosanta voluntad. Pero las cartas ya están echadas, es imposible que la necedad y la inmadurez de un energúmeno puedan revertir los hechos consumados. Los resultado son clarísimos y los principales líderes gobiernos de los cinco continentes ya han expresado su saludo por el triunfo demócrata.

     Es el tiempo de la sanación, como ha dicho el presidente electo en su primer mensaje la noche del sábado desde Wilmington, el tiempo de restañar las heridas del alma de una nación que ha dado figuras notables a la cultura universal como Whitman, Faulkner, Hemingway, Copland, Hershwin, Dylan, Warhol, Rothko, Hopper, Allen, Scorsese, Coppola y cientos más que ya no cabrían en estas páginas. La tarea es titánica porque implica reconstruir el tejido social de un país polarizado como nunca y enfrentado a su propio ocaso por culpa del suicida aislacionismo de un gobernante peligroso y nefasto  que ha campado a sus anchas con un discurso plagado de odio y mentiras  en estos cuatro años de pesadilla que esperamos lleguen a su fin.

Lima, 8 de noviembre de 2020.  



Todo vence el amor

 

    En el pueblo de Saumur discurre la previsible existencia de una familia provinciana, encabezada por el padre, el señor Grandet, un hombre avaro dedicado a la producción y al comercio de vinos, más otras actividades, todas ellas lucrativas, y que es poseedor además de extensas zonas de cultivo. Luego está la madre, una mujer sumisa y conservadora, que depende en forma absoluta de la voluntad y las decisiones del marido; la hija es una muchacha que a los 23 años está en la flor de su edad; y la criada, Nanon, vieja mujer fiel e incansable que lleva las riendas del hogar y sirve a la familia por más de treinta años. La historia de esta familia, su apogeo, decadencia y renacimiento, está narrada en la célebre novela Eugenia Grandet de Honoré de Balzac, libro que he leído con gran interés y placer.

    Hay dos familias en el pueblo que buscan emparentarse con el tonelero a través de la unión de sus vástagos con la rica heredera. Los Cruchot y los Des Grassins compiten, a veces sorda y otras abiertamente, por obtener la mano de Eugenia, el medio más acariciado para acceder a la riqueza del comerciante. Pero el vinatero, conocedor de las intenciones de sus amigos de juegos, los deja estar, sabiendo que su hija jamás se unirá a ninguno de los jóvenes, instrumentos de la codicia paralela de aquellas dos familias.

    Cierto día en que todos reunidos en casa de los Grandet juegan a las cartas, costumbre muy arraigada entre los pobladores de la comarca, hace su llegada sorpresiva el sobrino Charles que viene de París, hijo del hermano del jefe de casa. Llega portando una carta del padre para su hermano donde le anuncia su inminente muerte por mano propia porque ha sido alcanzado por la deshonra de la bancarrota. Le encarga en ella a su único hijo, quien ignora hasta ese momento la terrible decisión de su padre.

    Ante la presencia de su primo, Eugenia ve despertar en ella sentimientos escondidos que aflorarán de una manera radiante en su vida. Pero el joven debe partir a la India por expreso deseo y mandato de su progenitor, quien dejará en él la tarea de reivindicar su nombre. Eugenia facilita al primo sus ahorros para tratar de mitigar su dolor ante el abatimiento que le sobreviene al enterarse de la realidad y de su verdadera situación actual. Para entonces había nacido entre ellos un sentimiento que los va a comprometer a pesar de la próxima partida de Charles. Sin embargo, las cosas cambiarían una vez el joven se establece en el Oriente y otras expectativas y otras oportunidades lo llevan por otros caminos.

    Mientras tanto, Eugenia ha sido objeto de la furia paterna por haberse deshecho de su pequeño patrimonio, los ahorros que venía atesorando por varios años. Apoyada por su madre, resiste el castigo que se le impone, con el pensamiento y el corazón puestos en ese futuro prometedor al lado de quien ama. Pero al percibir que eso ya no era posible, acepta humildemente los vaivenes del destino no sin experimentar obviamente una decepción y un dolor que ponen a prueba sus profundos valores humanos. La madre muere a causa precisamente del sufrimiento de ver a su hija envuelta en una situación injusta por la actitud del viejo Grandet y sus severas medidas dictadas obedeciendo exclusivamente al interés material y a su afán obsesivo por las riquezas.

    Cuando el tío Grandet enferma e ingresa a un gradual proceso de senescencia, será la hija quien tomará a su cargo las atenciones y los cuidados respectivos, acompañada de la increíble Nanon, personaje que es indudablemente uno de los baluartes fundamentales para el sostenimiento no sólo material sino también moral de la familia. Pero es al fallecer el señor Grandet cuando ambas pueden definitivamente enrumbar sus vidas. Nanon se casa con el señor Cornoiller,  y Eugenia con el joven pretendiente De Bonfons, celebrándose las bodas casi una tras de otra. Un final feliz, al margen de los tristes sucesos que tuvieron que sortear cuando estuvo de por medio el pragmatismo crudo y absorbente del patriarca y su ambición desmedida por el oro.

    No cabe duda de que la novela de Balzac es uno de los mejores ejemplos del realismo, narrada en tercera persona y con la clásica estructura lineal que va creando en el lector esa viva expectativa por ir envolviéndose en la narración para ser testigo de los acontecimientos que se precipitan en ese final redentor en donde el amor, después de tantos avatares, triunfa por sobre todos los escollos que la vida le opone. Y también esa necesidad que el ser humano tiene de compartir con otro su destino para hacer juntos un camino bajo el signo de la comunión. Una reflexión del narrador nos permite entender mejor esta búsqueda constante del ser humano: «En la vida moral, lo mismo que en la vida física, existe una aspiración y una respiración: el alma necesita absorber los sentimientos de otra alma, asimilárselos para devolverlos enriquecidos. Sin este hermoso fenómeno humano el corazón no puede vivir, pues le falta el aire, y sufre y expira».

 

Lima, 7 de noviembre de 2020.



domingo, 18 de octubre de 2020

Otra vez la poesía

 Definitivamente cada año es una fiesta de la cultura la primera semana de octubre, cuando se anuncian los afamados Premios Nobel desde la circunspecta y gélida Suecia, cuya capital Estocolmo es hace ya exactamente 120 años la plataforma de los laureles más resonantes para una comunidad de hombres y mujeres que han consagrado sus existencias a los arduos y meritorios menesteres de la ciencia, el arte y la lucha por la paz.

Este extraño 2020 se ha vivido la misma expectación más allá de la devastadora pandemia que azota el planeta. El lunes 5 se anunciaron a los ganadores del Premio Nobel de Medicina, por sus valiosos hallazgos en torno al virus de la hepatitis C, una enfermedad que cada año ocasiona miles de muertos en el mundo. El martes 6 fue el turno del de Física, para tres científicos que han realizado investigaciones fascinantes sobre los tan temibles agujeros negros, una especie de descomunal nicho cósmico que todavía sigue siendo un misterio. El miércoles 7 le tocó al de Química, para dos científicas que trabajaban varios años en el perfeccionamiento de las tijeras moleculares, una valiosa técnica genética puesta al servicio de la medicina más avanzada. Y el jueves 8 correspondió el anuncio para el que es probablemente el galardón más esperado, el de Literatura, que este año recayó en Louise Glück, una discreta pero sorprendente poeta estadounidense de quien hablaremos más adelante. El viernes 9 vino el de la Paz, otorgado al Programa Mundial de Alimentos, organismo dependiente de las Naciones Unidas que cumple un rol fundamental en un mundo asolado por el hambre y la desnutrición. Y, finalmente, el lunes 12 se anunció el de Economía, que premió el esfuerzo de dos norteamericanos por «mejorar la teoría de las subastas e inventar nuevos formatos de subasta».

Decía que el Premio Nobel de Literatura es el más esperado y mediático porque logra concitar la atención y el interés de vastos segmentos de lectores del mundo entero por una actividad que toca más directamente la sensibilidad de su condición de seres humanos comunes y corrientes, atentos a los vaivenes y a las novedades de la creación literaria que nos permita conocer a quien quizás hasta ese momento ignorábamos que venía realizando una obra destacada en el siempre entrañable oficio de las letras. Y este año la sorpresa ha sido mayor, pues la poeta neoyorquina no figuraba en las quinielas que se suelen elaborar semanas previas al anuncio oficial. Pero igualmente el consenso ha sido sólido en cuanto a la aceptación de lo que los académicos suecos  han decidido premiar, por la calidad de la poesía de Glück y por su importante trayectoria que casi en secreto y en silencio ha labrado una docena de libros de impecable factura o, como reza la declaración oficial, «por su inconfundible voz poética que, con una belleza austera, hace universal la existencia individual».

La buena noticia, además, es que se trata de un premio a la poesía, ese género tan poco frecuentado a pesar de estar considerado como el príncipe de los géneros literarios. Louise Glück, nacida en 1943, es la décimo sexta poeta mujer en recibir el preciado galardón, en un año aciago para la humanidad y particularmente difícil para su país, casi en vísperas de una elección decisiva que trazará el camino para un imperio que pareciera haber perdido el rumbo y encaminarse a su declive. Ha recibido varios importantes premios en su país y en el ámbito de la lengua inglesa, como el Pulitzer y el American Book Critic Award, así como el reconocimiento cívico durante el gobierno del presidente Barack Obama en los Estados Unidos. La anorexia nerviosa que padeció de joven, el dolor, el sufrimiento, la mitología griega, la familia, la muerte, entre otros temas y asuntos, están presentes en su poesía autobiográfica, confesional, directa, descarnada, exenta casi de artificios retóricos, pero cargada de una honda sensibilidad que conecta inmediatamente con el lector. De hecho, yo recibí el primer mazazo de sus versos aparentemente sencillos cuando buscaba leer sus primeros poemas después de recibir la noticia. Descansaba la siesta, como cada tarde, cuando en la radio alguien leyó el poema “Amante de las flores”, y me dejó anegado en un escalofrío silente y solitario, como cada vez que la belleza, lo sublime, lo inefable, roza mi alma. No pude desprenderme a partir de ese instante de la desoladora imagen de un corazón de acero atraído poderosamente por ese imán que es el cuerpo del ser querido que yace bajo tierra, que le sirve a la poeta para retratar el sentimiento de su hermana ante la muerte de la madre. Sencillamente estremecedora.   

Como siempre, este premio es un gran motivo para seguir adentrándose en el goce de la poesía a través de una magnífica poeta que sale del aparente anonimato para conquistar los gustos y las sensibilidades de lectores de otros ámbitos y otras lenguas.

 

Lima, 18 de octubre de 2020.