lunes, 27 de diciembre de 2021

Un relato de viaje

 En el año 1912, el escritor, historiador y político peruano José de la Riva Agüero y Osma (1885-1944), decide emprender un viaje hacia la sierra del Perú, a contrapelo de muchos de sus contemporáneos que preferían por esos tiempos visitar las grandes ciudades europeas, especialmente París, Londres o Viena. Su instinto de historiador, de hombre preocupado por rastrear los orígenes de nuestra identidad, lo impulsan a sumergirse en el conocimiento de la cuna de nuestra cultura y civilización, para lo cual fija un itinerario que partiendo del Cuzco, la mítica ciudad imperial de los Incas, terminaría en Huancayo, la pujante urbe andina que desde el valle del Mantaro se perfilaba como un núcleo de crecimiento y desarrollo económico en la sierra central del Perú. El recorrido se prolonga hasta 1915, sorteando todo tipo de dificultades que imponía la naturaleza y la época, ante la ausencia de modernas vías y carreteras en un medio geográfico inhóspito y desafiante.

La expedición viajera parte, como ya dije, desde el Cuzco, a lomo de mulas y caballos, en dirección noroeste. Lo singular del relato de Riva Agüero es que está matizado de comentarios y recuerdos históricos, de referencias bibliográficas y hasta de alusiones míticas, merced a la gran cultura que poseía el autor. En un lenguaje de una riqueza sorprendente, con un estilo barroco pleno de figuras literarias, nos presenta los escenarios, los paisajes y los personajes con los cuales se va cruzando a lo largo de su travesía. En cada lugar en que se detiene, contempla el entorno con ojos renovados de sorpresa y curiosidad, como tratando de desentrañar los misterios que esconden las cordilleras y los valles, los ríos y las breñas, la vegetación y el clima. Su descripción de los pueblos y ciudades que atraviesa es descarnada y poco complaciente, por ejemplo cuando está frente a la vetusta iglesia de una placita pueblerina. En paralelo, cada parada le trae a la memoria algún episodio de nuestro pasado, ya sea de los tiempos prehispánicos, coloniales o republicanos, como cuando ante la pampa de Quinua, en Ayacucho, evoca la intensa jornada bélica que enfrentó a patriotas y realistas ese memorable 9 de diciembre de 1824.

El contraste de un viaje como el de Riva Agüero, cuyo testimonio son los manuscritos que recién se publicaron en 1955 con el título de Paisajes peruanos, con prólogo de Raúl Porras Barrenechea, no puede ser más evidente con el de tantos viajeros de estos tiempos que atiborran los aeropuertos y pululan por todos los rincones del planeta arrastrados por la vorágine de la industria del turismo. Las cifras son alarmantes, millones de vuelos anuales cruzan los aires transportando otros tantos visitantes fortuitos que ansían pisar con sus propios pies y mirar con sus propios ojos los espacios y los lugares que la historia y la cultura han dotado de algún significado trascendente, posando luego frente a ellos para registrar en las cámaras fotográficas de sus aparatos móviles el instante preciso en que fueron partícipes de ese momento único e intransferible de sus vidas. Por supuesto que tienen todo el derecho de hacerlo, no hay por qué poner en tela de juicio sus deseos personales, salvo el único reparo de orden medioambiental  y de salvaguarda del patrimonio histórico que se le pueda hacer.

Si bien es cierto que la ruta seguida por el  autor se cifra en el nombre de las principales ciudades de su recorrido, como Cuzco, Abancay, Ayacucho, Huancavelica, Huancayo y Lima, no se pueden olvidar los innumerables caseríos, villorrios y pequeños centros poblados incrustados en la trayectoria audaz y decisiva del autor, donde se detuvo muchas veces a comer lo que los campesinos de la zona ofrecían a los viajeros, o a dormir y pasar la noche en las punas desoladas y silenciosas de los Andes, porque la hora o las vicisitudes del clima ya no hacía posible seguir el camino. Recuerdo la magnífica pintura que logra Riva Agüero de un amanecer en las alturas de nuestro país, ribeteado de colores líricos y en una efusión de profunda y entrañable consustanciación con el medio; o la imagen poética de una noche serrana, tachonada de estrellas y presidida por un sosiego cósmico imposible de hallar en las urbes modernas donde nos hemos apiñado los hombres y las mujeres en busca de un supuesto porvenir de progreso y desarrollo. Creo que es hora de pensar en volver al campo, no en un manido regreso a la naturaleza, como decían los filósofos naturalistas y los poetas románticos, sino en un ascenso hacia ella, tal como la planteara en bellísimas páginas de honda meditación ese pensador extraordinario que fue Friedrich Nietzsche.

Hay una gran tradición de libros de viajes, desde los textos canónicos de Marco Polo, Colón o Cortés, pasando por los que escribieran los grandes cronistas de la colonia o los viajeros europeos de los siglos XVII, XVIII y XIX, hasta los contemporáneos del siglo XX que han continuado esa huella. El de Riva Agüero es tal vez uno de los más representativos del género, pues además de la riqueza de las fuentes que emplea para profundizar su visión, está el enorme talento narrativo que lo hace posible, en un lenguaje enjoyado que entrega al lector el regalo maravilloso de una contemplación única de una parte del Perú que muchas veces se ha ignorado, otras se ha ninguneado y no pocas se ha despreciado. No son ajenas a Riva Agüero  las reflexiones sociales sobre el destino de los seres que habitan esas regiones, preferentemente hombres y mujeres de ascendencia indígena, los pobladores originarios de esas tierras. Afirma tajantemente que «la suerte del Perú es inseparable de la del indio, pues se hunde o se redime con él, pero no le es dado abandonarlo sin suicidarse».


Lima, 26 de diciembre de 2021.  


viernes, 10 de diciembre de 2021

Música en la azotea

 

Se ha estrenado la última semana de noviembre, en la plataforma de streaming Disney+, el esperado documental Get back, que recoge la grabación del álbum Let it be de la legendaria banda de rock británica The Beatles. Dirigida por Peter Jackson, afamado y reconocido por su similar trabajo en la saga de El señor de los anillos, está dividida en tres partes, haciendo un promedio de siete horas en total, que es la versión condensada de más de 60 horas de un material visual y de audio que estuvo en posesión de la productora Apple Corps. Las sesiones abarcan los días de enero de 1969, cuando los cuatro de Liverpool ya eran conocidos en el mundo entero y se acercaban a las postrimerías de la existencia del que es tal vez el grupo musical más importante del siglo XX. Con variadas influencias del rock and roll, del pop, del blues y del jazz, así como de la música country y, en su último periodo, hasta de los ragas de la India, The Beatles es considerado ya, por propios y extraños, como una banda de culto.

En tres días sucesivos he podido ver, con gran interés y asombro, un material prácticamente inédito y que nos ha develado aspectos poco conocidos de la gesta de sus canciones, del trabajo musical en sus orígenes, de sus tanteos y ensayos en un estudio de Londres, de las notas, los acordes y los tonos de los que iban brotando, como una exótica flor de sonidos,  esa extraordinaria producción discográfica, mientras preparaban un proyectado concierto que debían realizar a fines de ese mes, que fue cambiando de fecha y de locación según como avanzaran los ánimos y los acuerdos entre ellos, desde el inicial propósito de utilizar un escenario en las costas del Mediterráneo, hasta su concreción final en la azotea del mismo edificio de grabación en el centro de la capital inglesa.

John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr son los protagonistas de este espléndido documental, en un ambiente de calidez y camaradería, pero también de tensiones y alejamientos que nos muestran el aspecto humano, demasiado humano, de cuatro músicos que han revolucionado definitivamente la música popular de la segunda mitad del siglo XX, y que a pesar de los años su influencia y presencia todavía es notable en el siglo XXI, efecto por supuesto de la grandeza, el talento y muchas veces la genialidad de quienes ya han inscrito sus nombres en el álbum privilegiado de la historia de la música universal. Lo singular de este cuarteto es que sus canciones poseen una factura y una calidad indiscutibles, unas tan buenas como las otras, pero todas en general imbuidas de ese sentido del gusto, de esa exquisitez, de esa maravillosa desmesura que es propia de aquellos que han sido tocados por los dioses para alcanzarnos piezas perfectas en el terreno del arte.

Una nota simpática fue conocer a Billy Preston, un joven músico estadounidense de soul, llamado el “quinto beatle”, quien colaboró al piano en muchos pasajes de la grabación. Con apenas 22 años de edad, se incorporó con gran entusiasmo al proyecto, y lo hizo con el beneplácito de todos que muchos quizás hubieran visto con buenos ojos que se incorporara oficialmente al elenco, cosa que no sucedió, pero cuya participación fue fundamental en esos históricos momentos en que la banda dejaba registrada para la posteridad el sello de su apabullante originalidad y creatividad. Su sonrisa contagiosa y su carácter ameno y distendido le permitieron limar los previsibles encontronazos de los miembros del grupo, que ocasionaron antes el temporal abandono de Harrison, quien regresó a la semana con la condición de llevar a este amigo que ellos ya habían conocido unos años antes en sus primeras giras por Hamburgo.

Uno de los mitos que se quiebra con este documental, o por lo menos se logra diluir hasta la insignificancia, es aquel de la ruptura debido a la presencia de Yoko Ono, la pareja de Lennon. Si bien es cierto que ella acude a todos los ensayos y no se separa para nada de John, no se percibe ninguna incomodidad o molestia en los demás integrantes, amén de algún comentario en broma cuando aquellos no están en el estudio. Algunas veces acudía Linda, la esposa de Paul, acompañada de la hijita que tuvo en su primer matrimonio. Probablemente un superfan de la banda y enemigo furioso de Yoko no lo vea así, sin embargo siendo objetivos las imágenes no transmiten esa sensación que años de rumores y malos entendidos se encargaron de diseminar entre los fanáticos seguidores de los pelucones de Liverpool la insidia en contra de la artista japonesa. Lo que sí se percibe es el liderazgo de Paul, quien toma la batuta del proyecto y le imprime su fuerza para salir adelante, ante un John algo difuso, un George apacible y un Ringo parco y actuando siempre de bisagra entre ellos.

El momento culminante y estelar de la cinta es el último concierto en vivo que grabaron los Beatles, en la azotea de los estudios donde quedó plasmado su penúltimo álbum. Son 42 minutos de una memorable performance donde los músicos exhiben la gran versatilidad y frescura de la que estaban dotados, interpretando medio docena de canciones ante un público que desde la calle oía sorprendido esos acordes y esas voces que literalmente venían de los cielos. La mayoría estaba gratamente sorprendida, unos cuantos que mostraban su desaprobación y la policía haciendo su papel de aguafiestas de siempre. Se presentaron algunos bobbys pidiendo explicaciones, porque según ellos habían recibido llamadas quejándose del ruido. Ingresaron al edificio y conversaron con el productor, a quien le dijeron que debían bajar el sonido, pues de lo contrario arrestarían a todos. Pidieron luego ser llevados a la azotea, donde se quedaron hasta el final presionando para que cesara la presentación. Tal vez no lo sabían, pero era la grisácea cotidianidad de la burocracia policial pretendiendo interrumpir uno de los instantes mágicos de mayor trascendencia de la música del siglo XX. De estas y otras curiosidades está poblada la historia del arte.  

Puede discutirse la extensión de la cinta, o la inclusión de ciertos pasajes muy poco relevantes, pero tratándose de los Beatles creo que todo es material de gran interés, razón por la que es altamente recomendable este documental de Peter Jackson; vale la pena sentarse por siete horas y ser testigo de los entretelones del nacimiento de un puñado de canciones que ya figuran en la antología musical de la humanidad.

 

Lima, 8 de diciembre de 2021.




domingo, 5 de diciembre de 2021

Balance y perspectivas

 

Han transcurrido ya más de cien días desde que el nuevo gobierno asumió sus funciones el 28 de julio pasado. Los analistas suelen realizar en este plazo de tiempo un balance de los aspectos más significativos de la función gubernamental con el fin de apuntar algunas perspectivas en el corto y mediano plazo. No pretendo ser muy exhaustivo ni prolijo en mi propia visión de la realidad de todo este tiempo que ha pasado. Lo primero que habría que decir es que la cifra no deja de ser arbitraria, por qué cien y no doscientos, o ciento cincuenta, en fin, lo cierto es que ello se toma de ser una referencia histórica muy conocida que sirve de marco para el enfoque de un acontecimiento político.

La instalación del nuevo gobierno en julio venía precedida de una inaudita reclamación del partido perdedor, que aducía, sin ningún fundamento, la existencia de un fraude, señal de su descontento y de su incapacidad para aceptar la derrota como parte del juego democrático. En la mentalidad de sus representantes estuvo la figura de la vacancia presidencial desde el primer momento en que se supo el resultado de la segunda vuelta, reacción poco novedosa, sin embargo, en una agrupación que había tenido la misma conducta en elecciones pasadas, si bien ahora lo hacía de una forma más alevosa y malsana. Como en el imaginario de la señora K. perder no es una opción válida, pues se embarcó en una campaña nauseabunda que buscó desprestigiar a toda institución que osara desmentir su falaz discurso del fraude.   

Los primeros pasos del nuevo gobierno fueron erráticos y cuestionables, sobre todo en la designación de algunos ministros y funcionarios que no reunían las condiciones de idoneidad y mérito suficientes para hacerse cargo de las misiones encomendadas. Eran tanteos de aprendiz, pues la verdad es que el candidato Castillo no tuvo nunca la certeza de pasar a segunda vuelta y vencer finalmente en los comicios que lo llevaron a la presidencia de la República. Sus discursos de curtido sindicalista lo fueron lentamente encumbrando a la preferencia del electorado, que finalmente decidió su triunfo por un estrecho margen de 44 mil votos. Esa imprevisión, sumada a su carencia de vínculos con los círculos de poder tradicionales, así como su formación elemental en materia política, explican tal vez los tanteos equívocos de sus primeras medidas.

Otra carga pesada que ha debido sobrellevar en estos meses es el partido que lo ha llevado al poder, una agrupación de extrema izquierda, pero conservadora y dogmática, congelada en los postulados del comunismo internacional de los años 60 del siglo pasado. Su líder es un sentenciado por la justicia por casos de corrupción, delitos que cometió siendo gobernador de la región Junín. Como parte de las cuotas de poder que le correspondía, Perú Libre (PL) colocó algunos ministros que enseguida fueron puestos en el foco de la atención pública, descubriéndose en la mayoría de ellos aspectos personales desagradables de su pasado, así como insuficientes condiciones profesionales. Más de 10 ministros han sido removidos en tres meses de gobierno, entre ellos Guido Bellido, primer presidente del Consejo de Ministros del flamante régimen. En paralelo, desde el Congreso el líder del partido de extrema derecha Renovación Popular (RP) amenazó tumbarse uno por uno a los ministros apenas designados.

De esta manera, semana tras semana de revelaciones que la prensa presentaba como motivos de escándalo, la inestabilidad se instaló como característica esencial de la vida política. Parecido escenario se observaba en el Congreso, que sin embargo no trascendía a la opinión pública de la forma como se trataba al Ejecutivo. Las mismas jugarretas, las mismas contrataciones de asesores y técnicos que realizaban los congresistas, no eran visibilizadas por los grandes medios y sus periodistas de ocasión. La crisis se hace crónica, es como si hubiésemos ingresado en un largo túnel oscuro de incertidumbre y desesperanza, en medio de una coyuntura internacional que también se yergue como factor que determina en parte la situación económica que vivimos.

Para colmo de males, con la pandemia que acogota todavía al mundo entero, una congresista con vínculos delincuenciales en el Callao, tiene la desfachatez de proponer nuevamente la vacancia a un pleno que la escucha estupefacto primero, para luego convertirse en el plan de los partidos que siempre alentaron esa medida extrema cada vez que su capricho se los dictaba. La primera en adherirse a la insensata propuesta, como no podía ser de otra manera, ha sido la excandidata de Fuerza Popular (FP), culpable de blandir esa arma como una chaveta  del lumpenaje político a un ritmo de una vez cada año. Es decir, las tres fuerzas parlamentarias que son en verdad variantes del fujimorismo de siempre, se presentan otra vez en escena para exhibir su opereta golpista, vuelven a mostrar con total impudicia sus propósitos irresponsables, antidemocráticos y demenciales.

Cuándo se ha visto que un partido político tenga como principios y convicciones la vacancia, como se colige del mensaje que ha publicado la señora K. en las redes sociales. Gente sin moral ni principios se permite pontificar delante de todo el mundo sin que se le mueva un músculo. Una persona con prontuario, a punto de volver a la cárcel por los numerosos delitos de los que se la acusa, tiene la indecencia de dictar cátedra de ética desde su cuenta en Twitter, como si el haber orquestado su actividad criminal bajo la fachada de una agrupación política le franqueara la oportunidad de convertirse en referente moral del país. No se puede estar jugando con fuego por quítame estas pajas, llevando a toda la población de zozobra en zozobra y amenazando no sólo la estabilidad política sino también la lenta recuperación económica que viene experimentando el país luego de tantos meses de paralización debido a la emergencia sanitaria.

La llegada de Mirtha Vásquez a la presidencia del Consejo de Ministros le ha aportado una pátina de sensatez y confianza a la conducción gubernamental, a pesar de que algunos voceros de la bancada cerronista y los ministros que lo representan en el gabinete hacen todo lo posible por boicotear el trabajo lleno de cordura que le ha impreso la expresidenta del Congreso de la República. De la oposición ni qué decir, la llenan de adjetivos agraviantes y misóginos sólo por pertenecer a un sector de la izquierda que quiere llevar razón y rectitud a la tambaleante gestión de Pedro Castillo. Un exministro de gobiernos pasados, haciendo gala de su clasismo y racismo más descarados, la ofende constantemente a través de tuits inmundos y rastreros donde destila esas taras coloniales de las cuales al parecer no lograremos curarnos ni en doscientos años más. Por llevar un apellido conocido en las argollas políticas de nuestro país, este señor cree que puede disparar impunemente sus dardos envenenados de odio y desprecio hacia quien representa ahora un gobierno que no es el que él hubiera deseado.

En cien días es muy poco lo que puede hacer un gobierno, si pensamos en varias décadas de inacción y salvaje imposición de un modelo económico que ha ahondado las desigualdades económicas, sumiendo en el abandono a una importante masa de ciudadanos que desde las regiones observaban con impotencia y casi desesperanza cómo los políticos desde la capital se llenaban la boca hablando del crecimiento económico y el desarrollo que estaban a punto de colocarnos a las puertas del primer mundo. La pandemia llegó para desbaratar sus sueños de opio y revelarles las desastrosas consecuencias de un neoliberalismo cruel que, sin embargo, pretenden seguir defendiendo a pesar de todo lo que hemos visto en los dos últimos años en materia de salud, educación y empleo, por nombrar sólo algunos rubros en que la desatención y la desidia del Estado ha sido alarmante y criminal.

Lo que importa vislumbrar es el rumbo, que no puede ser el mejor si todos no colaboramos para impulsar un gobierno con muchas falencias. No podemos pasarnos conspirando y poniendo cabes solamente porque no ganó el partido por el que votamos. Nuestro aporte democrático consiste en apuntalar una administración que el pueblo eligió por mayoría en comicios limpios, no en lanzar como arma arrojadiza la palabra “vacancia” para esconder la mano de nuestra propia incapacidad. La labor del Congreso tampoco ha sido hasta ahora convincente, allí están las cifras de la opinión pública para corroborarlo. Aparte del trabajo silencioso y de perfil bajo de algunas congresistas, los demás están allí simplemente de comparsa de facciones golpistas cuyo único objetivo es tirarse abajo al gobierno.

Si hay errores, delitos o decisiones dudosas, nuestro deber es señalarlos para que la justicia haga su labor, y no poner zancadillas al Perú promoviendo marchas para pedir la salida del presidente, siguiendo como carneros a pandillas de gamberros o a cabecillas de bandas delincuenciales que fungen de partidos políticos. Eso no es hacer política, eso se llama pataleta crónica de perdedores que no aceptan su condición y no saben asumir con hidalguía el papel que el pueblo les ha asignado.

 

Lima, 21 de noviembre de 2021.

sábado, 9 de octubre de 2021

Permiso para morir

 

El tema de la muerte ha sido un pensamiento constante de la humanidad desde sus orígenes, el misterio de la vida ha acompañado a ese otro enigma, tan oscuro como el primero, muchas veces incomprensible, inaceptable, negado en el fuero interno, pero al cual terminamos por rendirnos porque todas las evidencias abonan a la certeza de que nuestro final acabamiento es  lo único real de este mundo. Es por ello que la discusión del momento de la muerte siempre ha estado rodeado de controversia y polémica, tanto las religiones como las filosofías han fijado en ella su punto neurálgico de reflexión y han prodigado fundamentos y planteamientos tan diversos y contradictorios entre sí que tener una idea clara de su significado nos ha llenado muchas veces de angustia y duda.

Surgen estas divagaciones a raíz de algunos casos que la prensa coloca en el centro de la atención ciudadana, y que son indudablemente situaciones que nos llevan a su vez a tratar de entender la insondable condición humana a partir de experiencias reales de personas de carne y hueso que se convierten en protagonistas de decisiones que algunos respaldan, y otros reprueban. Es el caso, por ejemplo, de Martha Sepúlveda, una mujer colombiana de 51 años, diagnosticada hace unos años con esclerosis lateral amiotrófica (ELA) –la misma que padeció el científico Stephen Hawking– y que este domingo 10 de octubre iba a cumplir su anhelo de alcanzar la muerte vía la eutanasia, pues un Comité Científica ha cancelado el procedimiento por no reunir la paciente la condición de enfermedad terminal.  

Son pocos los países en el mundo que poseen una ley de este tipo. Países bajos fue el primero en el año 2002, le siguieron Bélgica, Luxemburgo y Nueva Zelanda. En Colombia la eutanasia es legal desde el año 1997, siendo el país pionero en América Latina en cuanto a su despenalización, pero que apenas el 2015 pudo ser regulada jurídicamente para entrar en vigencia. Bajo el amparo de esta norma es que Martha podrá tener una muerte digna, pues ese es el fundamento esencial de la eutanasia, palabra de origen griego que significa literalmente “buena muerte”. Cuando una persona en la condición de Martha ve que su deterioro es irreversible, que sus condiciones físicas empeoran cada día, y que su vida se convierte en un infierno cotidiano, cómo negarle la posibilidad de decidir cuándo poner fin a ese sufrimiento. La Iglesia Católica no está de acuerdo por supuesto, basada en la creencia de que Dios es quien da la vida y es el único que puede quitarla. Sin embargo, creo que es una decisión que se asume en el fuero interno de cada persona, independientemente de lo que sugieren las creencias de todo tipo, por muy respetables que sean.

Para su hijo único Federico, un muchacho de 22 años que vive con ella, no ha sido fácil aceptar la decisión de su madre, al principio entró en negación, pero gradualmente ha ido entendiendo las razones que ella tiene para haber elegido tan dolorosa y radical salida. Claro que en su fuero íntimo no quisiera perderla, pues su vida a partir de esa ausencia dará un vuelco absoluto, pero comprende que ya no se trata de él, de sus expectativas o deseos, sino del derecho de esa persona que es la más querida para él, que ha tomado libre y conscientemente un camino que nos conmueve, que hasta cierto punto puede parecernos incomprensible, pero que es el único que podrá evitarle una vida llena de tormento creciente e injusto.

Otro caso que motivó encendidas discusiones hace poco en el Perú fue el de Ana Estrada, la psicóloga con una enfermedad degenerativa llamada polimiositis, una rareza de la medicina que le fue diagnosticada cuando tenía doce años y que inflama y degenera sus músculos. El 2015 tuvo que ser intervenida para una traqueostomía y una gastrostomía, con el fin de colocarle sondas que le permitan respirar y comer. Desde ese momento perdió su autonomía y está al cuidado de enfermeras las 24 horas del día. En marzo de este año, con el apoyo de la Defensoría del Pueblo, una sala de la Corte Superior de Lima resolvió a su favor una acción de amparo para poder practicarle la eutanasia. Fue un logro notable después de una lucha tenaz que libró ante la justicia para que le sea reconocida la capacidad de decidir libremente, pues aunque cueste entender, Ana no quiere morir, sino que quiere que en el momento en que ya no pueda más con los dolores, y el sufrimiento sea insoportable, pueda optar por un fin decoroso.

Un político que pretendía ser presidente de la República, en una intervención poco feliz por decir lo menos, le recomendó siniestramente que se lanzara por la ventana si tanto buscaba la muerte, dando muestras no sólo de un desconocimiento absoluto de lo que entraña una muerte así, sino de una falta descomunal de un mínimo de solidaridad humana ante un ser que sufre, una carencia de empatía total que lo pinta como un auténtico engendro de mezquindad y vileza. En fin, este individuo ya había tenido otros deslices parecidos en circunstancias similares, como cuando le ofreció pagar durante nueve meses un hotel de cinco estrellas a una niña violada para que no abortara. Como podemos ver, exabruptos tan diabólicos sólo podían germinar en una mente de este jaez.

Así como la vida es un derecho inalienable, pues la muerte también debiera serlo, el ejercicio pleno de una soberanía que es parte de la libertad esencial del hombre, el gobierno de su propio destino hasta donde la razón y el sentido común lo permitan. Hay situaciones límites en que una salida radical es la última opción cuando la vida se convierte en una tortura infinita, y si bien es cierto de que no todos serían capaces de hacer algo así, ya sea por convicciones religiosas o por propia naturaleza, eso no obsta para que la ley permita, como en los casos mencionados, morir con dignidad a quienes así lo sientan.

 

Lima, 09 de octubre de 2021.








La mujer en el castillo

 

La novela histórica se ha convertido en los últimos tiempos para mí en una veta literaria de gran interés, que me gusta explorar como lo haría un arqueólogo entre los restos de una civilización del pasado, porque le deja a la vez objetos valiosos para reconstruirlo como elementos suculentos para la libre especulación intelectual. Es por eso que hará dos años, caminando por entre los pabellones de una feria del libro de reciente data, me hallé entre los estantes de una editorial con un título que en mi mente había acariciado por algunos años. Estaba allí, entre otros volúmenes de literatura mexicana, la novela Noticias del Imperio (FCE, 2012) del escritor mexicano Fernando del Paso. Desde entonces ha descansado apaciblemente entre los anaqueles de mi surtida biblioteca, hasta ahora que he tenido la grata ocurrencia de acercarme a ella para gozar, durante unas cuantas semanas, de una febril y emocionante lectura.

Sus veintitrés capítulos están organizados alternando el relato desaforado del monólogo de la emperatriz Carlota, desde su reclusión en el Castillo de Bouchout en Bélgica en 1927, para los capítulos impares; y la narración de los sucesos que rodearon al establecimiento del Segundo Imperio en México entre los años 1864 y 1867, con el archiduque Maximiliano de Austria a la cabeza, para los capítulos pares. La emperatriz, esposa de Fernando Maximiliano de Habsburgo, nos da su visión de los hechos, ese fulgurante experimento promovido por un grupo de políticos y militares mexicanos a raíz de la invasión francesa decretada por Napoleón III al haber desconocido el gobierno de Benito Juárez la deuda que el país tenía con los franceses. La difícil situación económica llevó al líder mexicano a tomar una decisión que despertó las ansias imperialistas del sobrino de Napoleón Bonaparte.

El monólogo interior de Carlota, hija del rey Leopoldo de Bélgica, es vertiginoso, fluido, incesante, de un lirismo arrebatado, que no se detiene ante nada, pues aunque ella va perdiendo la memoria, su imaginación va inventando el pasado. Ha regresado a Europa para solicitar ayuda ante la retirada de las fuerzas francesas que sostenían el Imperio. En simultáneo, se reconstruye la historia del Imperio, mejor sería decir que se recrea, a través del cotejo que hace el autor entre Napoleón III, llamado el Pequeño, rey de Francia, y Benito Juárez, el indio cetrino de Oaxaca, que hablaba zapoteca y gobernaba México en 1861. Hay otros elementos en juego del contexto histórico, como la reciente cesión de un importante territorio mexicano a los Estados Unidos, empezando por la pérdida de Texas. Así como la presencia de Antonio López de Santa Anna, presidente del país en varios períodos, personaje controversial, héroe y traidor a la vez, y que jugó un papel clave en todo este proceso.

El 30 de octubre de 1861, las tres potencias marítimas del mundo –Inglaterra, España y Francia– suscribieron la Convención Tripartita en Londres, en la que decidieron su intervención militar en México con el objetivo de exigir que cumpliera sus obligaciones financieras. Por su parte, Juárez firmaría con los ingleses y españoles el Tratado de la Soledad, acuerdo que desconoció el enviado francés, disponiéndose a ocupar el país y establecer el Imperio. Hay episodios que matizan el relato de los acontecimientos, como el baile de máscaras en el Palacio de las Tullerías en París, velada que sirve como escenario para el diálogo entre Napoleón III y Metternich, el embajador de Austria. Es importante agregar que Maximiliano era hermano de Francisco José, el emperador austríaco. Es la manera en que se va tejiendo la trama de la elección del archiduque como futuro monarca del país americano. Otro podría ser la descripción precisa de la batalla de Puebla, primer enfrentamiento entre las fuerzas invasoras y las nacionales, que el novelista presenta con lujo de detalles, tal como acostumbraban hacer Víctor Hugo y Tolstoi en sus novelas. También hay una embajada de diputados mexicanos, encabezados por José María Hidalgo, que se dirige hasta Europa para solicitar que Maximiliano asuma el trono de México.

La mañana del 14 de abril de 1864, los archiduques parten en la fragata Novara rumbo a México desde el embarcadero de Miramar, acompañados por un numeroso séquito que los escolta. Antes de ello se produjo un altercado entre Maximiliano y su hermano Francisco José por los derechos sucesorios consignados en el Pacto de Familia, documento que elimina cualquier pretensión del archiduque para poder reclamar algún derecho en la monarquía austríaca. Llegan al puerto de Veracruz la tarde del 28 de mayo del mismo año. En su recorrido entre este puerto y la ciudad de México tienen ocasión de probar algunos platillos de la tradicional cocina mexicana, como el mole por ejemplo, y también de contemplar su magnífica flora: cafetos, bananeros, agaves, jacarandas, buganvillas.

En algunos fragmentos  el presidente Juárez dialoga son su secretario sobre temas diversos de la realidad y los personajes del momento. En paralelo, Maximiliano hace lo mismo con el Comodoro Matthew Fontaine Maury, oceanógrafo y meteorólogo oficial del Imperio. Por lo demás, hay una polifonía de voces que enriquecen la narración, entre ellos la del jardinero de la Quinta Borda, la residencia de campo del emperador en Cuernavaca, cuya mujer, Concepción Sedano, afirman las malas lenguas era la amante del archiduque. Es sabroso, para ser un poco más prolijos, la plática entre el emperador Luis Napoleón, su esposa Eugenia y la madre de ésta, la condesa de Montijo, mientras juegan a la lotería con animales de todo el mundo. Hablan de la locura de Carlota, de su viaje a París para pedir apoyo y de otros chismes palaciegos.

Entre las causas de la locura de la emperatriz se han urdido numerosas hipótesis. Una de ellas habla del vudú, lo que es bastante improbable, pues esta práctica religiosa no llegó a México; otra menciona al toloache o estramonio, una yerba que ocasiona insania si se la ingiere regularmente; una tercera, alude al ololiuque, otra yerba que produce “visiones y cosas espantables”; por último, se culpa al teoxihuitl o “carne de los dioses”, cuyos efectos son “la enajenación mental definitiva, sin causar la muerte”. También se ha especulado con un posible embarazo, a pesar de su conocida imposibilidad para concebir y de que, según fuertes rumores, ya no mantenía relaciones maritales con Maximiliano. Algo que tampoco está probado fehacientemente es el nacimiento de su hijo en Bélgica, cuyo padre sería el general von Smissen. Vivía, por otro lado, obsesionada por un posible envenenamiento, razón por la que una noche tuvo que pernoctar en el Vaticano, autorizada por el Papa, sólo por única vez y de modo excepcional.

Ante el retiro de las fuerzas francesas, Maximiliano fue sitiado en Querétaro por los republicanos, ante quienes se rendiría en  mayo de 1867, después de más de dos meses de un asedio despiadado. Un tribunal militar condenó al emperador a la pena capital, y al amanecer del 19 de junio de ese año –después de haberse pospuesto la ejecución prevista para el día 16– Maximiliano y los generales Mejía y Miramón fueron escoltados desde el Convento de las Teresitas, donde se hallaban recluidos, hasta el Cerro de las Campanas para el acto final. Los restos del archiduque fueron enterrados en la capital, y más adelante fueron trasladados a su patria natal para que descanse en la cripta de su familia.

Fernando del Paso recrea, pues, en clave de ficción, el corto período en que México fue gobernado por un Emperador, un reinado donde el protagonismo de Carlota posee un atractivo singular, pues no sólo era la esposa del monarca, sino que cuando él se ausentaba de la capital para sus viajes de cacería, ella se encargaba del gobierno, y según dicen lo hacía con gran solvencia y conocimiento. Su tipo de locura fue diagnosticada por un psiquiatra como una psicosis maniaco-depresiva en la que se alternan momentos de euforia y melancolía.

La novela es una narración autónoma por supuesto, pero es posible leerla también como un intento, igualmente válido desde luego, de entender el devenir histórico del país que albergó una poderosa civilización precolombina, atravesó un proceso independentista especialmente cruento, perdió buena parte de su territorio en una injusta guerra con su vecino del norte y tuvo una revolución nacionalista a comienzos del siglo XX. Todo ello narrado con una prosa ágil y amena, con buenos momentos de efusión lírica, sobre todo en los largos soliloquios exultantes de la emperatriz, cuya muerte se produjo en 1927, con 86 años de edad, en el Castillo de Bouchout, donde dio rienda suelta a su desaforada locura escribiendo cartas estrambóticas y dedicando todas sus horas libres a labores manuales.

 

Lima, 18 de septiembre de 2021. 



   

sábado, 11 de septiembre de 2021

Los cuatro jinetes


Una de las imágenes más impactantes de la literatura universal es aquella que figura en el libro de las Revelaciones o Apocalipsis del Nuevo Testamento, con esos cuatro jinetes galopando furiosos y listos para devastar la tierra. Tal pareciera que el hambre, la peste, la enfermedad y la guerra habrían elegido ahora el suelo de Afganistán para sentar sus reales y seguir causando una de las tragedias más terribles de nuestros tiempos.

En apenas unas semanas, los talibanes se fueron apropiando de las principales ciudades del país, como Kandahar, Mazar-i-Sharif, Kunduz, Jalalabad y Herat, hasta que finalmente el 15 de agosto cayó Kabul, la capital, luego del anunciado retiro de las tropas estadounidenses y de otros países occidentales, presentes en la zona desde hace veinte años cuando se produjeron los crueles atentados contra las Torres Gemelas en Nueva York.

Las banderas blancas y negras de los estudiantes islámicos ondeaban, de las manos de sus combatientes, por las calles de la ciudad, presagiando el sombrío porvenir que aguarda a la población que ya sufrió en el pasado reciente con un gobierno en poder de estos hombres de largas barbas y túnicas blancas, acostumbrados a imponer por el terror y la fuerza la sharía, la ley islámica de severísimas penas. Por ejemplo, a los ladrones se les cercenan las manos y las mujeres que incurren en adulterio son lapidadas. Asimismo, éstas son obligadas a usar la burka, un ominoso traje que las cubre de pies a cabeza y que simboliza la esclavitud en la que son obligadas a vivir. Además, no pueden asistir a las escuelas ni trabajar, y si salen a la calle sólo pueden hacerlo acompañadas de sus padres, esposos o hijos. Es decir, un auténtico régimen fundamentalista y carcelero propio de las épocas oscurantistas del medioevo.

Las escenas del aeropuerto Hamid Karzai de Kabul, con miles de personas desesperadas agolpadas a sus puertas tratando de buscar alguna forma de poder salir del país, recuerdan otro episodio parecido de hace más de cuarenta años en Saigón, la capital vietnamita que era tomada por el ejército rebelde ante la derrota definitiva de las fuerzas imperiales de Estados Unidos. Esta sería la segunda debacle histórica de la nación norteamericana en el Lejano Oriente, una retirada oprobiosa que mella el prestigio internacional, ya de por sí deteriorado, de las fuerzas armadas de la primera potencia. Y es la tercera vez que los afganos obtienen un triunfo frente a ejércitos extranjeros, antes lo fueron los británicos y los soviéticos.

Se dice que Pakistán sirvió de refugio a los talibanes afganos, desde donde atacaban posiciones estadounidenses, a pesar de que Islamabad era el aliado oficial de USA. Esto renueva el temor del recrudecimiento de una guerra que viene del siglo pasado, cuando los soviéticos intervinieron –en occidente se habla de invasión– porque el gobierno comunista instaurado en 1978 se vio amenazado por el asedio de fuerzas opositoras financiadas por los servicios secretos de occidente. Luego de este abandono de las fuerzas de occidente, China y Rusia se aprestan a asumir un rol más protagónico en el futuro inmediato de Afganistán.

Otra imagen imborrable de esta salida anunciada ha sido la gente tratando se subirse a los aviones para escapar de una realidad que se torna imprevisible, con el corolario trágico de algunos cuerpos cayendo al vacío desde los fuselajes de las naves a pocos minutos de su despegue. Los aviones norteamericanos han trasladado a cientos de sus ciudadanos y a otros tantos de diversas nacionalidades que trabajaban en el país, mientras que apenas unos cuantos afganos han podido salir apoyados por los países de occidente. Y para agregar más sal  a la herida, un atentado terrorista en el aeropuerto se ha cobrado la vida de más de un centenar de personas, entre ellas 13 militares estadounidenses. El presidente Biden ha prometido que esa acción no quedará impune, que los culpables pagarán por sus crímenes. Mientras tanto, miles más esperan que las condiciones se puedan dar para poder escapar de un territorio que vuelve a ser terreno de la incertidumbre y la pesadilla.  

La suerte de las mujeres es una gran preocupación para quienes defienden los derechos humanos en el mundo, aunque las primeras declaraciones de los líderes radicales han tratado de dar tranquilidad a la comunidad internacional, afirmando que permitirán que ellas puedan conservar sus trabajos y tengan derecho a estudiar. Sin embargo, las propias ciudadanas de ese país han mostrado su escepticismo sobre las intenciones de los talibanes. Ya entre 1996 y 2001 impusieron, como dije líneas arriba, un régimen implacable contra las mujeres especialmente, situación que de regresar significaría un retroceso intolerable en cuanto a los pequeños avances que se han obtenido en los últimos años.

Hay pocas esperanzas de que la estabilidad y la tranquilidad reinen en un país convulsionado por décadas, víctima del engaño y la desidia de quienes prometieron llevar la democracia y la paz relativas y la dejan ahora en manos de una banda de extremistas mujaidines, combatientes despiadados que no reparan en usar del terror para sus fines políticos y religiosos. Son seguidores del islam en su rama sunita, poseen una mirada ortodoxa y anacrónica de la realidad, sus dogmas religiosos se mezclan con los políticos en una variante peligrosa que amenaza abiertamente la libertad y la vida de los seres humanos que se oponen a sus designios.

 

Lima, 07 de septiembre de 2021.




viernes, 6 de agosto de 2021

La herencia colonial

 Cuando en 1978 Julio Cotler dio a conocer a la imprenta su libro Clases, Estado y Nación en el Perú, tal vez no se imaginaba que con el tiempo se convertiría en uno de los clásicos de las ciencias sociales en nuestro medio, texto de consulta obligatorio de todo estudiante universitario que quisiera comprender las coordenadas múltiples de este enrevesado país. Era el año en que el país vivía momentos de alta efervescencia política, cuando se instalaba la Asamblea Constituyente encargada de redactar una nueva Carta Magna que entraría en vigencia con el regreso a la democracia en 1980, después de un gobierno militar de doce años que marcaría nuestra historia para bien y para mal. El proyecto surgió precisamente con el propósito de explicar el fenómeno singular del «gobierno revolucionario» de la Fuerza Armada nacido del golpe de Estado del 3 de octubre de 1968, encabezado por el General Juan Velasco Alvarado. Se interrumpió temporalmente por el exilio del autor en México, víctima de la hostilización del régimen por sus posturas críticas.

Dividido en siete capítulos, el libro es un lúcido intento por entender el devenir político y social del Perú desde la época de la conquista, y que ha configurado la estructura dominante de una sociedad que en varios siglos de desarrollo ha mantenido casi las mismas relaciones de dependencia entre las clases sociales en pugna. Lo primero que interesa a Cotler es definir la formación social que se inauguraba, ardua tarea en la que confluyen varios factores que el autor analiza y disecciona con gran rigor académico y un preciso dominio de la historia. Su amplia formación en la materia, desde sus estudios en antropología, sociología y politología, le permite abarcar el estudio de uno de los aspectos centrales de nuestra realidad: la presencia de una herencia que ha lastrado y sigue lastrando el desarrollo armónico y equitativo de nuestros pueblos.

Una vez instalados los conquistadores españoles en territorio peruano, se empezaron a definir las principales coordenadas políticas de sus intereses, centrados esencialmente en la explotación del oro y la plata a través del establecimiento de una economía mercantil y la explotación del trabajo indígena. A ese propósito, la creación de la encomienda indiana tuvo el objetivo de facilitar la ambición de encomenderos y corregidores vía los repartimientos y mitas, los agentes perfectos del etnocidio perpetrado por los españoles y sus funcionarios serviles. El régimen patrimonial era el dominante. Los doctrineros fundamentaban la dominación en algunos textos de Aristóteles, Tomás de Aquino y Séneca. La estructura política colonial «se organizó en forma estamental y corporativa». Las reformas borbónicas y la oligarquía criolla acentuaron la ambivalencia de la posición de la aristocracia colonial.

Una vez alcanzada la independencia, «la relación patrón-cliente como fundamento de la organización social de la naciente república» terminaría por definir una simple solución de continuidad entre unos dominadores y otros a través de un traspaso de poder más simbólico que real. La pugna entre conservadores y liberales, en los mismo años en que el militarismo cedía su gravitación política luego del período de la anarquía y los sucesivos levantamientos y asonadas, confluiría en la formación del primer gobierno civil de nuestra historia. Sin embargo, la plutocracia guanera de mediados del siglo XIX agudizó nuestra condición de país archipiélago, desintegrado y disgregado social y políticamente. La gran oportunidad de un despegue económico con el guano y el salitre fue desperdiciada a causa de la frivolidad e ineptitud de una clase dirigente que nunca estuvo a la altura de su responsabilidad histórica. Cuando estalló el conflicto chileno boliviano a raíz del impuesto de 10 centavos al quintal del salitre que dispuso el Congreso del país altiplánico, nos vimos arrastrados por el vórtice de los acontecimientos debido al tratado que nos vinculaba con uno de los contendientes. Esta guerra reveló descarnadamente el problema de la integración política y nacional.

Luego vino la idea de forjar la «república», la «patria», un Estado-nación que aglutine a todos, que surge en la clase intelectual ante la derrota con Chile. Dos proyectos radicalmente distintos se proponen para acometer la tarea: el de Francisco García Calderón y el de Manuel González Prada. Con motivo del Contrato Grace se enfrentan la fracción terrateniente y la burguesía limeña, conflicto que sería el germen a su vez de una larga disputa entre las provincias y la capital, entre el llamado Perú real y el Perú oficial. Son los tiempos también en que la penetración del capital norteamericano adquiere rasgos monopólicos. Cotler cita unas palabras pertinentes de Víctor Andrés Belaúnde, el pensador de la derecha peruana: «Nadie podrá negar las tendencias absentistas de nuestra oligarquía… Falta de ideales positivos, de aspiraciones elevadas y profundas, es corroída lentamente por intereses contradictorios». Simultáneamente se forman las primeras sociedades de artesanos y los primeros movimientos obreros después de la guerra con Chile y comienzos del siglo XX. Los anarquistas formaron los primeros sindicatos en 1906, mientras aparecen divisiones en la clase dominante, con los gobiernos de Pardo, Billinghurst, Leguía y el civilismo.

Ya en pleno siglo XX un nuevo sistema de clientelaje político empieza a prevalecer en los entramados del poder. El gobierno implementó gradualmente una política de total entreguismo al capital norteamericano. Aparecen las figuras de Haya y Mariátegui, los primeros partidos políticos de masas, las tesis políticas e ideológicas de estos pensadores combaten en su diagnóstico de nuestra realidad hasta la ruptura final entre ambos. La discrepancia brota de la pretensión del líder aprista de convertir en partido al frente denominado APRA. Igualmente, la disidencia de Mariátegui con respecto a la Tercera Internacional y su directiva de crear un Partido Comunista, del cual el Amauta discrepaba, lo lleva a la fundación del Partido Socialista Peruano (PSP) en 1928. Se consolida así la dominación imperialista a la par que emergen las fuerzas populares antioligárquicas.

En 1930 se presenta una nueva crisis frente al desarrollo orgánico de la lucha de clases, el protagonismo de Sánchez Cerro en el contexto de la insurgencia de las clases populares y de las tensiones entre el sector oligárquico de la clase dominante y los terratenientes y comerciantes provincianos. Se consolida el proyecto aprista que logra aglutinar a las clases medias y populares. En simultáneo, vemos un enfrentamiento entre el ejército y el APRA; Benavides como figura bisagra entre el militarismo y la clase dominante que desemboca en las elecciones de 1939 y el ascenso de Manuel Prado al poder en el contexto de la segunda guerra mundial y de la política del «buen vecino» de Roosevelt. Le seguiría el breve experimento democrático de Bustamante y Rivero y el reacomodo del APRA con su morigeración confrontacional frente a la burguesía.

Con el golpe de Estado de Odría de 1948, asonada militar que fue instigada por los exportadores, se repite «el proceso de concentración monopólica del capital extranjero» de las primeras décadas del siglo XX, lo que certifica “la afirmación de Mariátegui de que el desarrollo del capitalismo en el Perú suponía el fortalecimiento de la condición colonial del país”. Las migraciones serranas hacia la costa de mediados de los años 50 acentuaron el natural temor y desprecio de la población criolla –sectores medios y burguesía dominante– hacia los sectores populares. No es sorprendente en realidad por ello que un hombre como Bustamante diagnosticara en aquellos años la existencia de dos Perúes, el uno sometido al otro en condición colonial. El viraje en el pensamiento católico también se hace visible en cuanto significó un acercamiento a los intereses de los desprotegidos. Primero con el Concilio Vaticano II, impulsor de las comunidades de base y de los “cursillistas” que propagaban el nuevo ideario, y luego con la fundación del Partido Demócrata Cristiano, que jugó un rol relevante durante el gobierno revolucionario de las Fuerzas Armadas. Es justamente en el ejército que surgen voces propugnando su injerencia más directa en los problemas nacionales con el fin de evitar brotes subversivos.

Finalmente se produce la crisis del régimen de dominación oligárquica que pretende ser salvada a través de la coalición del APRA y la clase dominante y el llamado régimen de la “convivencia”. Es interesante de igual manera la irrupción de un Movimiento Social Progresista y su propuesta de un socialismo humanista con las cinco reformas básicas preconizadas por Augusto Salazar Bondy; así como el gobierno de Acción Popular con Fernando Belaúnde Terry, los focos guerrilleros de 1965 y el gradual debilitamiento de este gobierno al embate de odriístas y apristas que desde el Parlamento ejercieron un sabotaje permanente a un régimen de tintes reformistas que no pudo cuajar y terminó en el descalabro del golpe de Estado de 1968. La conducta de civiles y militares era la misma, y como dice Cotler «el sistema democrático era inservible para lograr la transformación del país. Es decir, no se podía transformar el carácter clasista del Estado a partir del mismo». El contrabando, los cubileteos políticos, el acuerdo con la IPC (Acta de Talara), el escándalo de la página 11, fueron los factores internos que conspiraron contra un gobierno que nació en medio de grandes expectativas populares.

En conclusión, la herencia colonial en sus dos facetas: carácter dependiente de la sociedad peruana respecto del capitalismo y la persistencia de las relaciones coloniales de la explotación indígena, han impedido la articulación de la sociedad, haciendo fracasar todo intento de desarrollo del país, sometido a la parálisis y la epilepsia en su vida política, según Basadre. Una línea de tiempo que enlaza un pasado de oprobio con un estigma que arrastramos hasta el presente, un Perú cuarteado por múltiples intereses en juego, evidenciado de forma dramática en la última campaña electoral de este 2021, escenario donde pudimos presenciar de forma descarnada esta tara colonial que ha lastrado nuestra evolución histórica desde hace casi quinientos años.

Indudablemente, Clases, Estado y Nación en el Perú es un gran libro, una formidable contribución al conocimiento de esta insondable realidad que llamamos Perú, páginas que he leído como si un médico observara la radiografía de un enfermo, comprobando a cada paso la terrible condición de un cuerpo con grandes padecimientos que tal vez algún día comiencen a remitir.

 

Lima, 02 de agosto de 2021.


martes, 27 de julio de 2021

El maestro rural


Después de la proclamación del presidente electo el pasado lunes 20 por las autoridades del JNE, a 43 días de la elección de segunda vuelta y luego de resolver un volumen ingente de apelaciones, impugnaciones y demás trastadas leguleyas interpuestas por el partido perdedor, se abre ahora una etapa de brevísima transición hacia la instalación del nuevo gobernante del Perú del bicentenario que merece algunas reflexiones. La transferencia normalmente es un período de algunas semanas donde la administración saliente prepara la entrega de la gestión del gobierno al equipo encargado del partido elegido por el pueblo. En esta ocasión, apenas será una semana, lo que evidentemente no es un pequeño escollo en vista de la estabilidad política y de la gobernabilidad en general, objetivo clarísimo de las fuerzas golpistas que sabotearon hasta el último momento la oficialización de los resultados, pues para ellos, ése no era su tema, como lo dijo de forma por demás sincera, pero no por ello menos insidiosa, el abogado de la candidata derrotada.

Pero los ojos de todo el Perú están ahora en el futuro presidente, un maestro de 51 años nacido en el poblado de Puña, provincia de Chota, en la región norteña de Cajamarca. Hijo de padres analfabetos, rondero, dirigente sindical y profesor de escuela primaria, trabajó muchos años en centros de enseñanza rural, a la par que sus labores en el campo dedicado a la agricultura y la ganadería. En su atuendo cotidiano es normal verlo con su sombrero poblano y sus maneras pausadas, aunque en un estrado político sea capaz de lanzar discursos flamígeros en contra del orden de cosas. Esto hace que en 200 años de esta discutible república, sea la primera vez que un ciudadano de esa extracción social, económica y cultural, se convierta en la primera autoridad de la nación, el mandatario de un país muy complejo y arduo, revelado cada vez que se produce una votación presidencial, mucho más esta última, por los distintos factores en juego. Fue acusado por sus adversarios de terrorista, algo que los mismos hechos desmienten, pues en su calidad de integrante de las famosas rondas campesinas, se distinguió precisamente por luchar en contra de las pretensiones de Sendero Luminoso de captar para sus filas a los pobladores de las zonas andinas de nuestro país. También lo tildaron de comunista, calificación que no resiste el menor análisis, pues siendo miembro de una iglesia cristiana, con ideas conservadoras en asuntos como la familia y la sexualidad, no calza con una ideología que los sectores de la derecha usan como insulto para descalificar todo aquello que parezca tener algún viso progresista.

Reconocido y saludado ya por presidentes de numerosos países del mundo, en una tácita demostración de que jamás hubo fraude como alegan los voceros de FP, su camino hacia Palacio de Gobierno no está en discusión. Lo que no quiere decir que su gobierno será un lecho de rosas, por el contrario, le espera un álgido período que estará amenazado constantemente por la posibilidad de la vacancia, como ya lo hizo saber implícitamente la señora derrotada en su reconocimiento de los resultados a la hora undécima. Justamente dijo, minutos antes de que la máxima instancia electoral se pronunciara, que como “demócrata” le tocaba aceptar lo dictaminado por el JNE, aun cuando mantenía su posición de que le habían robado la elección, y por tanto el gobierno electo era ilegítimo, lo cual es una tremenda contradicción en los términos, pues cómo puede sostener que reconoce los resultados y a la vez desconoce las consecuencias de los mismos. En fin, como siempre el sinuoso razonar de una persona que realmente no parece estar en sus cabales, permanentemente sometida a la doblez de un discurso que se aniquila a sí mismo con los hechos. Esto hace imprevisible su conducta en el quinquenio que se inicia, razón demás para pensar que se nos vienen cinco años más de un infierno anunciado. Los congresistas de su bancada, aliados a otras de naturaleza golpista, harán lo imposible por tumbarse a un gobierno que para ellos es “ilegítimo”.

Por otra parte, algunos de quienes acompañan al presidente electo Pedro Castillo no transmiten la confianza necesaria para asegurar un buen inicio de su gestión. Además del presidente del partido que lo llevó al poder, cuya presencia es notoriamente incómoda para quienes le han dado su apoyo en esta segunda vuelta, aquel que es voceado como el próximo Primer Ministro no es justamente una persona que califique para el cargo, con una seria acusación en su contra por un delito cometido hace años en contra de una menor de edad, hecho que de por sí ya es suficiente para descartarlo de plano de los planes que el presidente tiene para la conformación de su gabinete. El consejo que le llega de todos lados es que no se involucre con nadie que tenga algún tipo de cuestionamiento por corrupción o por cualquier otro tipo de comportamiento delictuoso. Veremos hasta qué punto es capaz de asimilar el sentir de un bloque importante de electores que le han dado el triunfo y esperan de él una conducción acorde con los márgenes democráticos y éticos de una administración gubernamental.

El potente mensaje de esta elección está pues, como ya está sugerido, en que tras ser gobernados por militares, abogados, arquitectos, ingenieros, empresarios y economistas en estos borrascosos 200 años de proyectos fallidos, oportunidades desperdiciadas, anarquías civiles y militares, un humilde profesor acceda a un puesto reservado exclusivamente a quienes detentan los poderes fácticos y sus representantes de turno, pertenecientes todos ellos a ciertas clases sociales que en todo este tiempo han sido los baluartes de la dominación oligárquica y colonial. Tengo muchos familiares, empezando por mi madre, que han sido maestros rurales en algún momento de sus carreras, es por eso que mi identificación con todo lo simbólico de este cambio político es muy fuerte, sin que eso signifique que ponga mis manos al fuego por nadie, que tampoco entregue una carta blanca al próximo gobernante, sino que resalto aquello que de trascendente posee un giro de esta magnitud: un profesor, tal vez una de las profesiones más vapuleadas en esta ingrata sociedad, en el lugar más elevado de la Nación. Es un buen comienzo, hablando en términos históricos, alguna vez será una mujer, un afroperuano u otro miembro de alguna población vulnerable. Espero que el profesor chotano esté a la altura del sitial que las circunstancias le han deparado, por el bien no sólo de él o de su partido, sino del país en general, hay muchos desafíos en el camino y es deber de todo ciudadano bien nacido prestar todo su concurso para superarlos.

 

Lima, 25 de julio de 2021.



lunes, 12 de julio de 2021

Un mundo paralelo

 

Ha transcurrido más de un mes desde la segunda vuelta electoral y todavía el JNE no ha proclamado al presidente electo. La empecinada campaña del fujimorismo por desprestigiar y deslegitimar las elecciones ha sido la principal causa para ello. A pesar de que los resultados son evidentes, validados por todos los observadores internacionales, con el respaldo de importantes gobiernos como los de Estados Unidos, la Unión Europea, Canadá y otros, los defensores de la candidata de FP se resisten a aceptar la realidad, se han instalado en un mundo paralelo donde sólo valen sus medias verdades y sus mentiras, un espacio de ficción que les hace ver lo que nadie más ve, un fraude inventado como estratagema perfecta para desconocer su derrota. La firma de la proclama ciudadana, realizada con pompa colonial en Arequipa antes del 6 de junio, es ahora un simple papel arrugado y pisoteado porque la señora nunca creyó en ella, era simplemente una farsa para disfrazarse de demócrata, una burda careta que ocultaba su verdadero rostro de autócrata en ciernes, la mascarada circense de una señora que nunca reconoció al adversario de turno que la derrotó en el 2011 y en el 2016.

Es tan errático su proceder que ya no se sabe qué es lo que quiere, pues si en un momento le pide al presidente que se abstenga de intervenir arguyendo su neutralidad, al siguiente le solicita que intervenga para gestionar su trámite ante la OEA exigiendo una inverosímil auditoría internacional. ¿En qué cabeza cabe la posibilidad de que el organismo continental le acepte algo así si sus mismos observadores han emitido un informe confirmando la limpieza y transparencia de la votación? En fin, lo cierto es que en un tercer momento le exige nuevamente que no intervenga en el proceso. Una conducta de esta naturaleza sólo puede ser calificada de peligrosa, propia casi de una psicópata, pues cuando el gobierno le responde que dicha gestión no puede ser realizada por un simple principio de neutralidad, la susodicha arremete en sus redes contra el presidente con una serie de bravatas insolentes e irrespetuosas. Pero lo más risible es que una comisión de sus defensores se dirigió nada menos que a Washington, para entregar ellos mismos ante la sede de la OEA las supuestas pruebas del fraude. Fue el papelón de sus vidas, nadie los recibió, el secretario general les envió a un funcionario de segundo orden para que los atienda, y en la conferencia de prensa que convocaron esa tarde, ante un escuálido público de cuatro gatos, una valiente periodista les espetó lo que realmente eran: golpistas. Huyeron del escenario ante el bochorno de los poquísimos asistentes, pues ni siquiera la prensa internacional estuvo presente. La única reportera enviada para la ocasión, quien los acompañó para el ridículo espectáculo a las afueras del edificio de la OEA, pertenece como es obvio al canal excrementicio de la desinformación y la infamia: Willax, propiedad de Erasmo Wong, un empresario con fuertes vínculos al fujimorismo.

A las teorías delirantes de otra perdedora, Lourdes Flores, y a la carta matonesca de un grupo de militares en retiro llamando a un golpe de Estado, se ha sumado otro personaje conocido por sus desplantes virreinales y por sus desaforados discursos post-mortem. Sí, desde las catacumbas de su exilio político, ha surgido nuevamente la figura esperpéntica de Alfredo Barnechea, ex militante aprista y ahora líder acciopopulista. En una alocución de plazuela, ha soltado una sarta de bravuconadas racistas y clasistas, invitando a la formación de una alianza entre civiles y militares para defender, según él, la democracia, azuzando un levantamiento fascista para impedir la instalación de un gobierno legítimamente elegido. Era a todas luces un acto de sedición, penado por las leyes, pero como quien lo comete es un hombre blanco de la decrépita oligarquía nacional, no le pasa nada; a diferencia de lo que sucedió hace algunos años, cuando el líder amazónico Alberto Pizango fue enjuiciado y encarcelado sólo por atreverse a defender los derechos de su comunidad. Estas cosas todavía siguen pasando en este Perú del siglo XXI, no es una escena de la historia situada en el siglo XVII o XVIII. Una señal clara de que en más de doscientos años nuestro panorama político no ha cambiado un ápice, es la misma opereta con actores diferentes.

Otro ingrediente trepidante en esta obra de comedia negra en que se ha convertido nuestro país ha sido la súbita irrupción de otro personaje infaltable en este tipo de actos: Vladimiro Montesinos, el siniestro ex asesor de Alberto Fujimori y padrino predilecto de la cabecilla del fujimorismo. Desde su encierro en la Base Naval, la cárcel de máxima seguridad de la República (otra de las mentiras universales de Sofocleto), tramaba en las sombras los pasos que debía seguir su protegida para tumbarse todo el proceso electoral, con la complicidad de oficiales de la Marina de Guerra, que ya están siendo investigados por la Fiscalía, y de dos conocidos suyos a quienes realizaba llamadas telefónicas a discreción desde tres celulares, sin la más mínima vigilancia de sus guardas como está estipulado para un preso de su categoría. El nexo para sus propósitos debía ser Luis Arce, el renunciante miembro del JNE, en una movida que ahora se explica por sí sola. Había tres millones de por medio, la “gasolina” que debía servir de combustible para incendiar la pradera.

Desde el Congreso, como no podía ser de otro modo, se preparaba el siguiente episodio turbio de elegir a los integrantes del Tribunal Constitucional, en un proceso irregular y sospechoso que se hizo en tiempo extra, festinando trámites y sin cumplir los requisitos de publicidad y transparencia, con una evaluación digna del peor colegio de mala muerte, con los puntajes mal sumados, una motivación indigente y otros vicios al nivel de los propios miembros de dicha comisión. Una vergüenza más para este parlamento que, con honrosas excepciones, ha juntado a la gente más inepta, burda e ignorante que uno pueda imaginar. Bueno, un abogado tuvo el tino de interponer ante el Poder Judicial una demanda de amparo ante el despropósito que estaba a punto de perpetrar el Poder Legislativo; una jueza admitió el trámite y emitió una resolución ordenando paralizar la elección. Los parlamentarios, envalentonados y corajudos, decidieron desacatar el mandato judicial, se pusieron al margen de la ley y al día siguiente continuaron con su objetivo. Es así como millones de peruanos vimos en vivo y el directo cómo un grupo de los llamados “padres de la patria” cometían un legicidio a plena luz del día. Ya no sorprende, es cierto, pero sin duda que nos avergüenza como país, porque en una respuesta de execrable venganza, al día siguiente de que se frustró su intento, rechazaron varios proyectos de ley que favorecían a los sectores populares, por la única razón de que lo propusieron los partidos políticos que no se prestaron a sus jugarretas de conveniencia.

Por último, y para coronar este bodrio de comedia nacional de la peor especie, Vargas Llosa volvía a arremeter desde Madrid, esta vez contra el gobierno del presidente Sagasti, a quien acusó de estar de parte de Perú Libre (PL). Aparte de ser falso, como cualquier persona en su sano juicio puede constatar, lo que hace el escribidor ya linda con lo abyecto, la perversidad encarnada en un hombre que, teniendo como tiene el prestigio literario que todos reconocen, se dedica a desestabilizar nuestra frágil democracia, pintando futuros imaginarios que sólo pueden valer en la ficción, pero no en una realidad que todos debemos construir para salir de las muchas crisis que atravesamos. Como alguien decía en una red social, era más fuerte el racismo de Vargas Llosa que su antifujimorismo. Pues la verdad es que, como él, lo que no aceptan los seguidores de FP y sus compinches es que un profesor rural, un campesino de la serranía norte del Perú se convierta por primera vez en presidente de la República, rompiendo doscientos años de hegemonía criolla, en una fecha simbólica como el bicentenario de la independencia.

Así llegamos al 28 de julio de este 2021, contemplando una distopía escrita y dirigida por un engendro literario para su solaz de manicomio, sádico y solitario.

 

Lima, 11 de julio de 2021.



martes, 15 de junio de 2021

El último bastión

 

Pensé llamar este artículo “El robo del siglo”, que pudo ser el titular de la página policial de cualquier diario, o el nombre de una película taquillera de los años del cine negro, pero lo que estamos viendo en el Perú, en estos días inciertos después de la segunda vuelta electoral, es un fenómeno que rompe todos los moldes de lo conocido y de lo previsible. Ni bien se supo que los resultados de las elecciones se orientaban a favorecer al candidato de Perú Libre (PL), si bien es cierto por un estrecho margen, la contendora de turno se apresuró a sacar de entre sus armas algo nunca antes visto en nuestro medio político. Sabiéndose inminente perdedora por tercera vez, decidió patear el tablero al puro estilo de Donald Trump en los Estados Unidos y de Benjamín Netanyahu en Israel, es decir, dos modelos antidemocráticos de comportamiento que toda la prensa del mundo señaló en su momento como una afrenta al mínimo sentido de civilidad y decencia.

Con todo un poderoso tinglado a su favor, apelando de forma alevosa al miedo entre la población, azuzando el terror psicológico en un nivel paranoico inédito entre nosotros, pretende refugiarse en la presidencia de la Nación para escabullirse de la justicia que ha pedido para ella treinta años de carcelería por las serias y fundamentadas acusaciones que enfrenta. Esta señora lo tuvo todo en sus manos: la prensa concentrada haciéndole campaña de una manera desembozada y purulenta; el empresariado infundiendo el pánico entre sus empleados para convencerlos de que estaba en juego su futuro laboral; un sector de futbolistas de la selección nacional que, olvidando sus orígenes, decidieron apoyarla abiertamente comprometiendo un símbolo deportivo nacional en ello; las élites económicas que plantaron sus vergonzosos paneles en las principales ciudades del país señalando el peligro que para ellas significaba el “comunismo”, su gran bestia negra; algunos conductores de la televisión metidos a vocingleros propagandistas de su campaña, en cada programa y a toda hora. Y no obstante, todo eso no le alcanzó para derrotar en las urnas a su rival, a quien por cierto todos ellos lo tildaron de todas las formas posibles, desde “terrorista”, “chavista”, “comunista”, entre otros clichés, exhibiendo en ellos todo un trasfondo de racismo y clasismo de la peor especie.

Daba la sensación de estar observando uno la serie El último bastión, estrenada en la televisión nacional hace algunos años y subida recientemente a la plataforma de Netflix. En ella, Eduardo Adrianzén describe los años que rodearon al momento histórico de la independencia del Perú en 1821. Un grupo de criollos, aliado de los españoles, jamás estuvieron de acuerdo con el proceso, sabotearon el movimiento independentista hasta donde les alcanzó sus influencias y sus fuerzas. Personajes encopetados de la Lima virreinal, con la mentalidad enteramente carcomida por el desprecio y la inquina hacia los sectores populares, se empecinaron en seguir manteniendo sus privilegios a costa del sufrimiento y de la explotación de millones de compatriotas, a quienes jamás concebían como seres con derechos, con alma. Tal como ahora, doscientos años después, lo seguimos viendo en los rostros y los apellidos y las actitudes de quienes son los herederos de los encomenderos y de las castas cortesanas de entonces. Una ciudad, Lima, convertida efectivamente en el último bastión de la mentalidad colonial que se resiste a considerar a todas las demás regiones en un mismo nivel de ciudadanía, que las sigue mirando por sobre el hombro, buscando desconocer y anular sus votos, valiéndose para ello de un sinfín de tramposerías, mañas y leguleyadas.

Con un cinismo y sinvergüencería sin nombre, los secuaces de la red criminal que ha tejido el fujimorismo en todos estos años, quieren auparla al poder a toda costa, no importa si para ello pierden hasta el honor y la dignidad en el intento, como el patético caso del novelista Vargas Llosa y su hijo, o el de los operadores mediáticos Cateriano y Rospigliosi, conversos fujimoristas de última hora, quienes deben ingresar ya al panteón nacional de la infamia y la bajeza. Y con ellos, una lista interminable de sujetos de comportamiento bajuno y miserable que se han prestado para seguirle el juego a una banda de facinerosos que tienen como objetivo la captura del poder para hacer de las suyas. No voy a mencionarlos ya por no seguir ensuciando estas páginas, pero todos sabemos quiénes son, no se necesita ser muy zahorí para identificarlos.  

Al día siguiente nomás de los comicios, cuando ya veía que los resultados no eran los que ella esperaba, salió ante la prensa a denunciar “indicios de fraude”, sin presentar pruebas convincentes, tratando de manchar la elección para tener el pretexto perfecto de deslegitimar al próximo gobierno y anunciando entrelíneas lo que será su conducta en los siguientes cinco años, tal vez parecidos o peores de los que fue capaz de hacer en el último quinquenio, cuando desde el Congreso usó a las mesnadas de su bancada como una chaveta, censurando ministros, vacando presidentes, obstruyéndolo todo por puro afán de venganza. Y ahora hace lo mismo, entrando a saco en la ONPE y el JNE, buscando robarse una elección que a todas luces le ha sido adversa. Si eso no es un comportamiento criminal, entonces ya no sé qué cosa lo es. Tal como una vulgar banda de cuatreros, ella y sus secuaces asaltan los organismos electorales, victimizándose y culpando a todo el mundo de su tercera y consecutiva derrota.

Las marchas que organizaron durante la semana posterior a la votación, con el clímax macabro del sábado que obligó a cerrar un centro de vacunación para adultos mayores, los mismos que estos canallas usaron para incrementar sus votos el domingo, pero que llegado el caso les importó un comino dejarlos esperando su turno para estar mejor protegidos de la temible enfermedad que nos agobia, no pudieron ser sino la mejor expresión de todo aquello que lo tenían bien guardado durante todo este tiempo: racismo, clasismo, xenofobia, aporofobia, y toda una serie de taras mentales y morales que siempre los caracterizó. Por allí asomó su hocico inmundo la bestia monstruosa del fascismo, lanzando consignas, gestos y señales que nos hacían recordar a los abominables años previos a la segunda guerra mundial, con los camisas pardas y negras desfilando por las calles de las ciudades italianas y alemanas anunciando el apocalipsis que desatarían apenas unos años después.

Creo que esto ya es inconcebible, el fujimorismo ha cruzado una línea de la que ya no hay retorno, ha sobrepasado todo sentido mínimo de decencia y civilidad, mostrándose como lo que realmente es: una fuerza bruta de hampones de la peor calaña, el lumpen empresariado en su versión psicópata y perversa, publicando en las redes las imágenes de conocidos políticos, periodistas, artistas y otras personas señalándolos como chivos expiatorios de su insania desatada. Las mismas prácticas que usaron las huestes nazis y sus delirios homicidas, o del Ku Klux Klan en los años de la guerra de secesión estadounidense, con sus turbas asesinas desplegándose a escondidas por las calles y los barrios con el fin de intimidar, violentar y matar a judíos, negros y católicos. No vaya a ser que estemos comprobando, con pavorosa realidad, que la sigla de identificación de la señora K había sido en verdad el anuncio cifrado del potencial nacimiento de un KKK criollo. ¡Puro espanto! Lo que queda es denunciar a los autores de esos crímenes anunciados, para que los tribunales se encarguen de su justa pena.

El mundo debe saber lo que está a punto de suceder en el Perú, el que una gavilla de salteadores, valiéndose de burdas e inverosímiles triquiñuelas, impida la proclamación del presidente electo, burlándose de la voluntad popular y afectando groseramente la libertad de elegir de miles de hombres y mujeres humildes de nuestras regiones que rechazaron en las urnas el proyecto autoritario y continuista de Fuerza Popular (FP), un partido mafioso que reivindica la dictadura de los 90 y que jamás ha deslindado de los crímenes y los robos del padre preso de la señora que no sabe perder. Los organismos de derechos humanos, la comunidad internacional deben impedir que el fujimorismo perpetre por enésima vez una de sus acostumbradas tropelías.

Lima, 13 de junio de 2021.



 

lunes, 31 de mayo de 2021

Masacre y miseria


Gracias a la prensa independiente podemos tener una información más fidedigna de lo sucedido en San Miguel del Ene, en la zona de Vizcatán, del valle más cocalero de nuestra Amazonía, conocida como el Vraem, el pasado domingo 23 por la noche, mientras en la capital se comentaban los pormenores del debate técnico entre los equipos de ambos partidos que enfrentarán el balotaje del próximo 6 de junio. Ese fatídico día, un comando armado incursionó en el poblado desatando una feroz carnicería que dejó el saldo de 16 personas asesinadas. Los atacantes actuaron con gran crueldad y sin miramientos, llegando a quemar varios de los cadáveres. Entre los muertos había menores de edad y tres hermanas que laboraban en los bares del lugar. Ha sido la tragedia más luctuosa de los últimos tiempos.

Inmediatamente los medios de la prensa concentrada difundieron la información asegurando que se trataba de un atentado terrorista de Sendero Luminoso, sin tener todavía las evidencias de lo acontecido ni recabar los detalles del caso. Sin pruebas, precipitadamente, se lanzaron a confundir a la opinión pública de una manera interesada y sesgada, con la curiosa colaboración de dos personajes que han pasado a engrosar las páginas de la historia universal de la infamia: Fernando Rospigliosi y Pedro Cateriano, fujimoristas de nuevo cuño, reconvertidos a la podredumbre que encarna la candidata de Fuerza Popular (FP). Con sospechosa diligencia, exhibiendo imágenes de la masacre, se dedicaron a cacarear a los cuatro vientos que se trataba de un hecho de indudable factura senderista.

Las investigaciones que siguieron han ido desmontando la apresurada campaña del miedo de estos conversos voceros de la cabecilla de FP. Testimonios de los propios pobladores, de las autoridades locales, así como de los sobrevivientes, dejaban abiertas varias hipótesis sobre la autoría de la matanza. Un panfleto hallado entre los destrozos del crimen, firmado por el Militarizado Partido Comunista del Perú (MPCP), los llevaron a conclusiones apresuradas, sobre todo por las alusiones a la campaña política y a su lideresa política. Pero esto no es sino una repetición calcada de las dos últimas elecciones generales, las de 2011 y 2016, cuando días antes de la primera y de la segunda vuelta, también se cometieron atentados en diversas zonas de las regiones que fueron en su momento escenario de la violencia armada de los años del terror. Nos asiste todo el derecho para ser suspicaces ante tan raras coincidencias, sabiendo por lo demás que la zona de los valles de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro constituyen un terreno fértil para los cultivos de la coca y por consiguiente para el tráfico de la droga, cuyas bandas pagan cupos a los remanentes de SL para que les sirvan de guardias armados en su negocio ilícito. Si recordamos la época en que Montesinos recibía cupos de los traficantes para que el Estado les dejara actuar a sus anchas, más el nexo de conocidos narcos con el fujimorismo reciente, se potencian nuestras alarmas sobre quiénes podrían estar detrás de tan abominable atrocidad.

Este MPCP es una facción escindida del PCPSL, grupo éste que dejó de operar hace tiempo, pues su líder histórico no sólo está preso, sino que firmó un acuerdo de paz durante la dictadura de Fujimori y Montesinos, claudicación que los hermanos Quispe Palomino recusan, convirtiéndose en los nuevos líderes de la organización terrorista, ahora mutada en agrupación narcoterrorista al servicio de los capos que operan en el Vraem. Es por eso que las dudas saltan cuando se conocen los entresijos del ataque; el juez de paz y el alcalde no reconocen las características de un atentado senderista, perpetrado por personas comunes y corrientes, que en ningún momento dijeron nada, que simplemente actuaron y fugaron en motos lineales. Es decir, que se abren varias posibilidades sobre los verdaderos culpables de la tragedia, quienes deben ser identificados y hallados para que la justicia se encargue de imponerles las penas correspondientes.

Fue el filósofo latino Séneca quien estableció la lógica del crimen, cuyos culpables, decía, deben ser buscados entre sus beneficiarios, que en este caso es bastante obvio. Mientras que los desinformadores de la prensa oficiosa y sus secuaces deben ser señalados sin ambages como los miserables de esta historia, pues se atrevieron a traficar con el dolor de las víctimas, sin importarles nada ni nadie con el fin de alcanzar sus aviesos fines. Son los mismos rostros que paradójicamente aparecen en el documental “Diktadura nunca más: prohibido olvidar”, una producción de AmaruTV que registra todo el historial del fujimorismo como uno de los movimientos más viles y abyectos de nuestro pasado reciente. Es gracioso ver y escuchar a estos personajillos describiendo de modo certero lo que significa esa siniestra fuerza política, y ahora defendiéndola y justificándola de manera tan grosera que uno válidamente se pregunta qué ha pasado con su memoria, ¿tan de corto plazo es que ya se les olvidó todo lo que pensaban hace poco?, ¿perdieron la dignidad en el camino cuando hogaño apañan lo que antaño criticaban ácidamente? ¿En qué momento lo que antes era malo se volvió bueno para estos señores?, ¿cómo es que lo que ayer se reprobaba acremente hoy se aprueba con entusiasmo?, ¿qué pirueta conceptual debe uno realizar para que lo que en el pasado se repudiaba con severidad, en el presente se elogie con gran ingenuidad? En fin, es inexplicable a veces el sinuoso y errático derrotero moral de las personas.

Es ridículo igualmente oír afirmar a Alvarito Vargas Llosa, muy suelto de huesos en una radio local, que el fujimorismo es actualmente la única alternativa democrática que le queda al Perú, como si también hubiera olvidado lo que su padre decía hace apenas unos años sobre los Fujimori, una dinastía que pretendía enraizarse en nuestra historia habiéndole propinado un daño irreversible al país con sus robos y sus crímenes. Lo que también ha quedado demostrado es el vergonzoso servilismo de la prensa capitalina, empezando por el diario El Comercio y su conglomerado oligopólico, que controla dos canales de televisión y numerosos pasquines que en estas semanas han fungido de obsecuentes voceros de la cabecilla de la corrupción y repetidores mecánicos, cual papagayos amaestrados, del guion que dicta la derecha rancia y cavernícola. De los otros es mejor ni hablar, pues su posicionamiento es tan nauseabundo que no sé cómo quedarán en el futuro en cuanto a credibilidad, el valor más codiciado por un buen periodista.  

 

Lima, 30 de mayo de 2021.



domingo, 9 de mayo de 2021

Autorretrato de Nietzsche

 Cuando un hombre decide escribir su propia vida, o mejor dicho describir su propia trayectoria vital e intelectual, no sabe tal vez hasta qué punto el ejercicio de autoconocimiento que ello  implica puede tener resonancias y repercusiones controversiales entre sus contemporáneos o entre quienes más allá de su muerte se acercan a escrutar una existencia que por alguna razón les resulta fascinante. Esto es lo que me pasó la primera vez que leí el Ecce homo, el texto autobiográfico que el intempestivo filósofo alemán publicara en 1888, y ahora que, treinta y tantos años después, me asomo nuevamente al misterio de su paso por este mundo, la experiencia vuelve a ser altamente gratificante. Una autobiografía que oscila entre la cumbre de la genialidad y la cumbre de la petulancia, como han dicho sus adeptos y sus críticos, respectivamente. La grandeza de su tarea y la pequeñez de sus coetáneos puestos en el fiel de la balanza que la historia dictamina de una manera inexorable.

Son los escritos de un discípulo de Dioniso, el dios griego del exceso y la embriaguez, el desborde literario de un sátiro iconoclasta que se lanza hacia lo prohibido: la verdad, lema y emblema de toda su filosofía; el testimonio de un pensador poeta que proclama que el Zaratustra es su regalo más  grande que ha entregado a la humanidad, el filósofo que en el capítulo inicial, «Por qué soy tan sabio», se declara maestro en el arte de detectar los signos de elevación y decadencia. Convirtió así su voluntad de salud, de vida, en filosofía. Afirma ser todo lo contrario de un décadent, pues está en su imaginario la idea de que «con quienes menos se está emparentado es con los propios padres: estar emparentado con ellos constituiría el signo extremo de la vulgaridad. Las naturalezas superiores tienen su origen en algo infinitamente anterior y para llegar a ellas ha sido necesario estar reuniendo, ahorrando, acumulando durante larguísimo tiempo». Recuerda con afecto a su padre, un pastor luterano muerto prematuramente, y es duro con su madre y con su hermana, origen tal vez de sus severos juicios sobre las mujeres que en algo nos hacen recordar a Schopenhauer. Nos advierte, igualmente, contra el peligro del resentimiento, del cual aconseja liberarse siguiendo el ejemplo de Buda. De igual manera son peligrosos los sentimientos de compasión, de venganza y de rencor. «Por naturaleza soy belicoso», nos dice Nietzsche, lo que comprobamos inmediatamente al acercarnos a su obra. Otro rasgo que destaca es su «instinto de limpieza», dicho esto en sentido moral o psicológico, la fisiología del alma. «Todo mi Zaratustra es un ditirambo a la soledad», sentencia, declarando su aspiración suprema, que para él es curación, vuelta a sí mismo, respirar aire libre, ligero y juguetón. Finaliza este apartado con un apunte decisivo, su náusea por el «populacho», insertándose en lo que los estudiosos de su obra han denominado la aristocracia del espíritu.

En «Por qué soy tan inteligente», afirma desconocer personalmente dificultades religiosas, es ateo instintivamente porque Dios le parece una respuesta burda a su curiosidad de pensador. Hay una interesante crítica de la cocina alemana, nada extraño en un filósofo poliédrico como él; rechaza las bebidas alcohólicas, así como el café, el té sólo por la mañana. Predica contra el sedentarismo, «el auténtico pecado contra el espíritu santo», muy a tono con su preferencia por las ideas caminadas, relámpagos del espíritu que sólo aparecen desplazándose al aire libre, en íntima conexión con el lugar y el clima en el metabolismo del genio, que siempre aspira a estar rodeado de aire seco y puro. Entre sus recreaciones menciona la lectura, su interés por los escépticos griegos y por la cultura francesa: Anatole France, Guy de Maupassant, Moliere, Corneille, Racine, especialmente Stendhal, a quien junto con Dostoievski consideraba psicólogos natos. De Alemania nombra a Heinrich Heine como el «supremo lírico». Reconoce y valora su contacto con Wagner, y por eso mismo rechaza y desprecia todo lo alemán. Entre los espíritus afines al músico de Bayreuth menciona a Delacroix, Berlioz, Baudelaire. Considera el Tristán e Isolda el non plus ultra de la música wagneriana. Otros grandes músicos admirados son Bach, Händel, Schütz, Chopin, Liszt. Su gran tarea, la razón misma del filósofo, la meta, la finalidad, el sentido, resumía en su máxima de cómo se llega a ser lo que se es, para lo cual cree reunir y poseer las facultades necesarias: una transvaloración de los valores, colocar las cosas pequeñas o los asuntos fundamentales de la vida: alimentación, lugar, clima, recreación, en contraposición a las «mentiras nacidas de los malos instintos de naturalezas enfermas»: Dios, alma, virtud, pecado, más allá, verdad, vida eterna. Remata con un juego, la fórmula para expresar la grandeza en el hombre: el amor fati, amor al destino.

En el tercer apartado, titulado «Por qué escribo tan buenos libros», reafirma su condición de hombre póstumo, aquel que sólo podrá ser comprendido por la posteridad. Abunda en razones del porqué es un incomprendido, y que su obra no se lee y no se leerá, sobre todo en Alemania. Pasa a explicitarnos su arte del estilo, muy afín a quienes apreciaba como «psicólogos sin igual». Define a las mujeres como «pequeños animales de presa», y al amor «en sus medios la guerra, en su fondo el odio mortal de los sexos». En este parágrafo, como ya señalé otras veces, está contenido el pensamiento más polémico, cuestionable quizá, de Nietzsche, a la luz sobre todo de nuestros tiempos. Enseguida enumera los diez libros que tenía publicados hasta entonces, con precisas y ágiles acotaciones sobre sus temas.

De El nacimiento de la tragedia destaca cómo los griegos acabaron con el pesimismo; así como la superación en unidad de las ideas antitéticas de lo apolíneo y lo dionisíaco. Ve en este último fenómeno «la raíz única de todo el arte griego». A Sócrates lo califica como el décadent típico. Se llama a sí mismo «el primer filósofo trágico», contrario al pesimismo y cercano a Heráclito, por quien sentía especial veneración. De sus cuatro intempestivas: David Strauss, el confesor y el escritor; Sobre la utilidad y la desventaja de la ciencia histórica para la vida; Schopenhauer como educador; Richard Wagner en Bayreuth, dice que son escritos belicosos, polémicos, donde entra con la espada desenvainada en la cultura alemana, para arremeter contra todo lo que él llama el filisteísmo de la cultura, un concepto esencial en su postura excéntrica en el panorama de su época. El Humano, demasiado humano está dedicado a Voltaire, libro con el que Nietzsche se libera de aquello que no pertenece a su naturaleza: el idealismo. Revela que la enfermedad lo obligó a dejar la profesión –estudió filología clásica–, la actividad a la que menos estamos llamados, así como dejar de leer, un sí mismo teniendo que oír a otros sí mismos, para pensar gracias a la quietud, el ocio, la espera y la paciencia. Sobre la frase de su amigo  el Dr. Paul Rée, «el mundo inteligible no existe», edifica Nietzsche su transvaloración.

Aurora constituye un conjunto de pensamientos sobre la moral como prejuicio. Empieza su campaña contra la moral, para devolverle el alma a todo lo que fue prohibido, despreciado, maldecido; contra ese instinto de la negación que está detrás de «los más santos conceptos de valor de la humanidad»; contra los calumniadores del mundo. La gaya ciencia es un libro profundamente luminoso y benévolo que dice sí, que danza por encima de la moral en el mar de la suprema esperanza. En Así habló Zaratustra, llamado un libro para todos y para nadie, está el pensamiento del eterno retorno, la concepción fundamental de su obra, que Nietzsche califica como música, un renacimiento en el arte de oír. Cuenta cómo ocurrió la revelación del Zaratustra, el «asalto» en el invierno frío y lluvioso de 1883 en la tranquila bahía de Rapallo, cerca de Génova. Las ideas de nueva salud, revelación, inspiración, levitan sobre el pensamiento trágico del poeta-filósofo: «Se paga caro el ser inmortal: se muere a causa de ello varias veces durante la vida». Define la figura del Zaratustra como un destino al que no pueden  comparársele ni Goethe, Shakespeare, Dante o los poetas del Veda, «la especie más alta de todo lo existente». Aparece el martillo, la dureza, como símbolo de la naturaleza dionisíaca: «el hombre es para él [Zaratustra] algo informe, un simple material, una deforme piedra que necesita del escultor».

Señala a Más allá del bien y del mal como el preludio de una filosofía del futuro, la otra mitad de su tarea: la que dice no. Es también una crítica de la modernidad, expresada en este curioso pensamiento: «El diablo es sencillamente la ociosidad de Dios cada siete días…». Luego viene la Genealogía de la moral, un escrito polémico, donde reúne tres tratados: El nacimiento del cristianismo del espíritu del resentimiento; La psicología de la conciencia: el instinto de la crueldad; De dónde procede el poder del ideal ascético. Este libro escarba en los orígenes de un concepto que ha impregnado la vida en Occidente a través del cristianismo. Le sigue el Crepúsculo de los ídolos, que nos enseña cómo se filosofa con el martillo, donde «la vieja verdad se acerca a su final», como conclusión de la mencionada transvaloración. Finalmente, en El caso Wagner, subtitulado «Un problema para amantes de la música», vuelve a arremeter contra el idealismo alemán. Hay ataques a Lutero, Leibniz y Kant; también al nacionalismo, esa enfermedad de Europa. Después de deslindar con quien había considerado su maestro, afirma categórico: «Yo llevo sobre mis espaldas el destino de la humanidad».

Cierra el libro con el apartado «Por qué soy un destino», donde encontramos una serie de descripciones que lo van a inmortalizar. Destaco dos: «El primer inmoralista»; «Yo no soy un hombre, soy dinamita». Nietzsche sería, según su propia visión, el primero que ha descubierto la verdad porque ha olido la mentira, aquel que tiene a la veracidad como virtud suprema, no la moral, la moral dañina de los buenos, acusando al cristianismo como el gran difamador de la vida. Como podemos ver, todo un pensamiento transgresor, subversivo, contracultural, que delinea para nosotros un delicado legado que puede sobrepasarnos, alimentando la vieja leyenda del hombre que partió en dos la historia de la filosofía, el superhombre como promesa de un destino superior para nuestra alicaída especie.

En suma, un extraordinario libro autobiográfico, singular por su contenido y por su estilo desafiante y soberbio, un testamento filosófico de primer orden, el retrato más cabal de un hombre de cultura superior a su tiempo.

 

Lima, 8 de mayo de 2021.